Evidentemente Héctor no la vio porque estaba muy ocupado leyendo el libro que debía entregar para el club de lectura al que se había inscrito para sumar los puntos necesarios como actividad extraescolar.

Pero Héctor vio a Laura al día siguiente. ¿Cómo no iba a verla? Si no paraba de fruncirle el ceño al libro que tenía entre sus manos, si entre más intentaba prestar atención a las palabras menos entendía las palabras y por eso hacía esos mohínes graciosos con los labios; si se daba jalones a sus rizos negros bajando la banda de su cabello; si jugaba a bajar y subir sus gafas grandes y hexagonales como si fuesen las culpables de que su cerebro no entendiera lo que leía; si tenía un tic que la hacía morderse los labios gruesos y rojos; si sus ojos verdes grisáceos iban de un lado a otro sobre la página sin entender lo que iba leyendo, pero volvía a leer y releer y pasaba una página a otra con la misma frustración hasta que terminó lanzando el libro enojada a la mochila y entonces sus ojos fueron a él y a Héctor no le quedó de otra que sacar su libro y fingir leer.