HUMOR:

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—¡JA, ¡JA, JA! —El tipo con cara de histérico, ya, todos tenían esa cara, pero me refiero al enfermo que andaba babeando justo delante de él, intentó arrancarle un trozo de carne para conservarlo como buen recuerdo del comediante más amado del mundo, el nuevo y chistoso mesías enviado de...el departamento de su madre, ¡pero eso no importa! El asunto es que, por más esmero que puso en la persecución, lograron alcanzarlo en la siguiente esquina (ni modo que la música le duraba tres minutos, y él corrió cinco. O sea... casi arruina el momento).

En el ínterin, cuatro abuelos habían muerto de un ataque de risa, y al menos cien, presentaban pantalones mojados y costillas fracturadas.

Maldijo entre dientes y mientras sentía sus músculos arder, buscó desesperadamente alguna porquería entre las hojas que les mostrara a esa manga de locos que no era tan bueno.

Entonces, con una valentía pocas veces vista, se aclaró la garganta y recitó:

—¿Qué hace un perro con un taladro? —Estaba sudando, se sentía peor que aquella vez en la que hizo un chiste del día del padre en un hogar para madres solteras (sí, inteligente no era el pobre. Empecemos con que le creyó a una tortuga ebria y voladora).

Todos se detuvieron a escasos metros, y una potente pregunta produjo temblores en el suelo:

—¿Qué? —Sonreían, esperando otra de sus magnificencias motivadoras.

Inspiró Hondo, y con un rostro inexpresivo dijo:

—¡Taladrando!

Nada. Muda la multitud. Quiso suspirar con alivio, cuando un desgraciado abrió la boca:

—Ja... —Empezó.

—Ja, ja —otro.

—¡Ya entendí! ¡Este tipo es un genio! ¡Matémoslo para preservar su cerebro! —Oh, la asociación de médicos también estaba ahí.

Ya harto de correr, se subió a una bicicleta que encontró al lado de la feria de la avenida, y se fue comiendo una banana para evitar posibles calambres.

Había un lugar al que todavía podía ir, uno que le aseguraría la supervivencia. La casa del Tío Esteban. No existía un ser más parco y miserable, más duro y difícil, más aburrido y amargado que su viejo Tío. Algunos decían que tenía tan mal humor, que sus labios se habían atrofiado de forma que sólo podían arrugarse.

—¿Mmm? —Allí estaba, abriéndole la puerta y viéndolo con mal rostro. Nunca había adorado tanto ese rostro.

—Tío —exclamó casi sin aire— ¿Puedo pasar?

Lo observó de arriba abajo y torció el gesto con fastidio.

—Mmmmrf —. Farfulló tras apartarse para dejarlo entrar.

Él la cerró de un golpe y se recostó para hacer fuerza. Mas su pariente se sentó tranquilamente en el sofá de cuero, y activó un interruptor. Esteban únicamente amaba a su césped, y ninguno de esos estúpidos mocosos tocaría su césped. Así que encendió el cerco eléctrico, y escuchó con leve satisfacción como gritaban los de afuera. SU CESPED.

—Tío, ¿cómo te lo agradezco?

Entonces el hombre se derritió, y la plasta tomó forma de tortuga:

—¡Puessss, dame un whiskey de vaso!

Despertó en un grito, incorporándose en la cama. Palpó el colchón y sintió un bulto, al destaparlo, otro alarido salió de su garganta al ver aquella cosa de lunares:

—Sabía que me llamarías, bebé. 

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