HUMOR (Dos):

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Al otro lado de la carretera, en el centro del campo de maíz, los sobrevivientes de la granja habían montado su campamento. El Irlandés (nuestro amigo porcino parcialmente atropellado) ingresó con rostro solemne. Allí, todos alzaron la vista, parecían sacados de un mundo apocalíptico:

IRMA: Una gallina de cuello torcido. Al parecer, sus vértebras habían sido más resistentes de lo esperado. Una madre soltera de quince polluelos, y una viuda de pollo a la vinagreta. En ese momento se encontraba afilando la hoja de su chilla hecha con cáscaras de huevo.

PAOLO: El chivo, más loco que una cabra (y eso que su ex esposa estaba chiflada). Su adicción a los trapos lo habían llevado a ser un marginado, y culpaba a los humanos por su deplorable estado de dependencia...esos condenados calzoncillos de la cuerda. Si no hubiera estado muy ocupado mascando algodón, su novia no le hubiera metido los cuernos (para colmo de males, ya tenía dos). Él estaba inhalando pañuelos de tela para calmar su síndrome de abstinencia.

FIDO: Ah...el perro de la familia. Un oscuro pasado lo mantenía con la mirada taciturna y fría. Dicen que su especie es el mejor amigo del hombre, esos son los peores.

— Quiero ver sufrir a los bastardos —escupió. Cuando se unió a la causa, nadie se atrevió a preguntar la razón de su odio, ni a cuestionar el ferviente deseo de venganza.

Ellos eran el grupo AMIGABLE (Animales Mortales Imparables Garantizadores de Asesinatos Brutales Ligeramente Ecológicos). Y sí, tenían que ser buenos con la madre tierra.

—Y lo harás— .Aseguró el cerdo.

Luego de organizar el plan, procedieron:

—¿Ve-eeees algo? —Paolo sostenía a Irma con las pesuñas por encima del maizal, ella, con su cuello largo, les servía de mira telescópica.

—No, ¡puak! No hay humanos en una redonda de dos kilómetros —¿Quién dijo que las gallinas eran ciegas? Ahórrense ese tonto juego infantil.

Sería una maniobra arriesgada, pero fríamente calculada.

—¡No puedo creer que se nos escaparan los citadinos, Apá! —Argh, clásico granjero comedor de huevos y tocino. En este caso, la cría de ellos.

—¡Tranquilo Mike, creo que le di a uno! —Su padre dejó la escopeta a un lado.

La voluptuosa mujer ingresó a la sala, toda enrojecida por el enojo.

—¡Yo que pensaba hacerlo con puré de manzana!

Entonces, el Irlandés explotó:

—¡ATAQUEEEN!

Irma comenzó a arrojar huevos podridos a la cara de la familia. No entendían qué estaba pasando, y cuando el hombre intentó buscar su arma, no la encontró.

—Ay, madre santa, ¡mi vestido de boda! —Logró gritar la señora en medio de la mugre. Paolo masticaba eufóricamente la seda blanca. Pero no tuvo tiempo a detenerlo, pues se vieron forzados a salir por una llamarada que salió desde el interior del hogar (es magnífico lo que pueden hacer los gases de cerdo y un encendedor).

Chamuscados, humillados y apestosos, se arrastraron a la entrada. Allí estaba Fido, con la escopeta en la boca.

—¡Fido! Buen muchacho...dámela —dijo el hombre— ¡dámela!

Hay algo que jamás se olvida. Una de ellas, es que te castren.

Ah, pero a ellos ya les iba a pasar.

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