XIV: Kevin

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Temblé apenas oí tal confesión, me tenía en sus manos. Mis ojos permanecieron muy abiertos, fijos en él que no dejaba de apretarme el mentón y sonreír de forma cínica, una mueca que se hacía más macabra conforme el ambiente se teñía de rojo, azul, morado. No supe cuál tonalidad resultaba más aterradora.

Un cúmulo de recuerdos me golpeó igual a un guante de boxeo relleno con hierro, a nada estuve de acabar en la lona:

El día de mi fuga, ese plateado quiso pasarse y por un monto adicional, B le permitió ingresar con una pistola a la suite. La norma principal, para ellos, era devolver la mercancía en el mismo estado de perfección que la recibieron, aun así, el viejo intento de pastor fantaseaba con verme marcado por su mano, ya me lo había dicho en encuentros anteriores.

En sus palabras, solo el poder divino, concedido a él a través de San Antonio, patrón de las causas perdidas, me salvaría. ¡Lunático!

—¡Ayúúúdameeeee! —grité desesperado, era la primera vez que uno de esos viejos portaba un arma para amenazarme. El miedo caló hasta el interior de mis huesos y resultó imposible reaccionar de otra manera ante el intenso trepidar— ¡B, ¿dónde estás?! ¡Ayúúúdameeeee!

—Deja de gritar, pequeño pecador y arrepiéntete.

El trabajo de B se suponía que era cuidar la mercancía V.I.P., y evitar que las cosas se salieran de control hasta que S apareciera para transportarme de regreso con R; en cambio, hizo oídos sordos a mis gritos. El tipo pagaba quién sabe cuánto por verme bailar mientras rezaba alguna extraña oración, aferrado al gran crucifijo plateado que colgaba de su cuello o se toqueteaba como adolescente hormonal... «Solo es un mirón, muéstrale y ya», solía decirme a mí mismo, claro, justo antes de tenerlo encima de mí aquel día.

En cuanto el showcito terminaba, él sentía fuertes deseos de golpearme por producirle esas "pecaminosas sensaciones", anhelaba "corregir mi rumbo" cuando el asqueroso y depravado era él.

Odiaba a R por meterme en todo eso, lo creí un salvador el día que me encontró, oculto de la inclemente lluvia bajo un improvisado techo de cartón. Su imponente figura se erigió frente a mí, creí que me arrestaría apenas noté su placa; él sabía a qué me dedicaba, pero contrario a lo esperado, ofreció ayuda y un "mejor futuro", lejos de esa esquina o los hombres que buscaban mi servicio y podrían lastimarme.

Aunque desconfiaba de su propuesta, acepté; digamos que la idea de un techo real sobre mi cabeza fue un gran motivo para hacerlo. Me llevó a ese pequeño, pero lujoso departamento que me arrancó un suspiro y él sonrió.

—¡Vaya!, increíble sitio —le dije en un intento por disimular los nervios y el miedo que su sola e imponente presencia producía. Me había prestado una toalla en cuanto abordé su auto y aunque viajamos con la calefacción encendida, bastó poner un pie en ese lugar para sentir escalofríos—. ¿Vive aquí solo, oficial?

—Subinspector —me corrigió con una cara de pocos amigos que en principio me asustó, sin embargo, enseguida volvió a ser amable—. Y respondiendo a tu pregunta, sí, siéntete como en tu casa.

Al principio las cosas marchaban con relativa tranquilidad, R se portaba como un hermano mayor, cuidaba de mí y se aseguraba de que no me faltara nada. Con el correr de los días nos hicimos amigos. ¿Qué puedo decir? Era un niño estúpido, pese a que mi físico y altanera actitud dijeran otra cosa.

Ángel pasó a ser mi nombre y me pareció genial, ser alguien, al fin; incluso supe lo que era estar en una escuela, resultó difícil acostumbrarme; pero hasta en eso me brindó su ayuda y apoyo. Llegué a creer que sí existía la bondad y ayuda desinteresada.

Luego de un mes o más juntos, R comenzó a ausentarse, solía decirme que debido a su trabajo, pero siempre hacía énfasis en que aquel era mi hogar. A veces, pasaba días enteros solo en ese lugar... bueno, ni tanto, tenía un perro guardián y ese era el tipo que estaba en el club frente a mí: S.

Un sujeto grande, sí, pero no como R y en apariencia gentil, solía ser amable y risueño conmigo. Solo ingresaba al departamento a veces, la mayor parte del tiempo estaba en la puerta, solíamos hablar cuando me llevaba al colegio... realmente parecía confiable, aunque con el tiempo descubrí lo que cada una de sus sonrisas afables representaban.

Los meses siguieron su curso y las cosas comenzaron a cambiar; R que había guardado distancia, se acercaba o me tocaba más de la cuenta y allí lo supe: llegó el momento de cobrarse mi nueva vida. Después de todo, sí era igual a cualquier hombre que llegué a conocer; la placa y su imagen de "justiciero" resultaban la pantalla idónea para ocultar su realidad.

Con todo y eso, creí que era mejor pagarle a él con cariñitos; además, R se aseguraba de ser dulce y gentil, disfruté con él, no lo puedo negar. Eso pensé hasta cierto día en que S "cuidaba de mí". Bajo la excusa de "R me pidió verificar cómo estabas", le permití la entrada, grave error porque no dejaba de manosearme "por casualidad" cada vez que me hablaba y para cuando R apareció, todo se había salido de control. Furioso, lo alejó de mí a golpes hasta sacarlo de la casa, después regresó conmigo igual que lo haría una feroz tempestad: repentina e inclemente.

El brazo me ardió ante su agarre, pero sin importar cuánto le pedí detenerse, me llevó a rastras hacia mi recámara donde se cobró la supuesta falta que cometí de una forma muy violenta, como nunca antes, él ni nadie, me había tratado.

—Tú me perteneces —me dijo al oído, su errática respiración enfatizaba el aterrador tono que empleó apenas acabó, yo no podía dejar de temblar y llorar, el cuerpo entero me dolía—. Eres mío, Angelito, ¿entendido?

—Sí-sí, R —conseguí balbucear entre lágrimas, me costó un mundo hablar e incluso escucharlo, mi mente se había perdido en su brutalidad—. Yo-yo no-no hice...

—Shh, shh, shh. Eres un putito, lo sé; pero eres mi putito, no lo olvides.

—Pero él...

—Shh, shh, shhh. Ya te dije, Ángel.

Cada parte de mi cuerpo dolía horrores, pero el alivio que experimenté tan pronto azotó la puerta tras de sí al salir, fue superior al respingo provocado por tal sonido. Permanecí en el suelo, semidesnudo, llorando por largo rato y sin saber qué hacer; quería irme, escapar de allí a cualquier sitio. Sin embargo, esa actitud suya me obligó a comprender que si me atrevía a hacerlo, acabaría peor.

Por fortuna, volvió a ser dulce y amable para la cena, se disculpó, cuidó de mí y no volvió a cobrarme hasta varios días después, cuando apareció con una enorme sonrisa.

—¿Qué dices, Ángel? —me dijo luego de mostrarme un vídeo íntimo que ni supe cuándo grabó, lo contemplé perplejo no solo por lo que acababa de ver, sino por su propuesta.

—R, ¿por qué grabaste eso? ¿A quién se lo mostraste?

—Esos son solo detalles. La plata mueve al mundo, Ángel, tú lo sabes —me dijo con una sonrisa que no supe interpretar.

Su insistencia fue tal y pintó todo de una manera tan increíble que hasta acepté emocionado por entrar al fulano negocio. Cada día en ello me arrepentí como nunca.

—Te enseñaré a pelear, Angelito, así pondrás en su sitio a cualquiera que se pase de listo. —Fue su nueva propuesta cuando me encontró oculto en el baño del estudio de filmación, había huido, aterrado, después de un par de escenas fuertes en las cuales le tocó acudir a mi rescate cuando el tipo con quién debía grabar, apoyado por el director, arremetieron contra mí—. ¿Qué dices?

—R, no quiero hacerlo; ya no quiero estar aquí, llévame a casa, por favor.

—¿Qué pasó, Angelito? ¿A ti te gusta cuando estamos juntos, cierto?

Estúpidamente asentí, porque sí, llegué a creer que realmente disfrutaba estar con él, aunque en ese momento me sentí terriblemente nervioso.

—Yo estaré allí, tras cámaras, solo piensa en mí. Tenemos un compromiso, no podemos irnos así, además ya me encargué de esos pendejos, tranquilo.

Como un tonto, volví a confiar en él. Fue aquella la primera de tantas películas a las que accedí, convencido por él y cada vez me arrastró más al fondo de ese maldito abismo del cual no sabía cómo escapar, pero me acostumbré a sobrellevar. De los vídeos pasamos a las citas, encuentros privados con ciertos clientes V.I.P. que no se conformaban con el mero material virtual, no, señor; como él lo dijo, el dinero mueve al mundo y así disfrutaban gastarlo ellos.

No obstante, para aquel momento en que ese maldito plateado con ínfulas de pastor permanecía sobre mí, habían pasado casi tres años, tiempo en que perdí la cuenta de cuántos videos, bailes privados u hombres fueron.

La frustración que me guardé por tanto tiempo salió a flote, estaba harto de todo, incluyendo el palabrerío de R. El viejo pastor usaba su extraña cruz como navaja para marcar mi cuerpo mientras oraba. Aquello rebasó el límite de mi paciencia y raciocinio.

—Eres un ángel hermoso de Dios y así como el hijo pródigo volvió a casa de su padre, arrepentido, yo te guiaré en el largo camino del perdón, con ayuda de San Antonio —dijo el viejo en un bajo tono mientras realizaba cortes en mi costado.

«Ahora puedes encargarte de cualquier pendejo, Ángel, no lo olvides», las palabras de R resonaron en ese instante y por más que lo odiaba, le agradecí mentalmente el enseñarme autodefensa y cómo utilizar un arma.

Dejé de llorar y rogar por ayuda a B, todo dependía de mí. Me calmé cuanto pude, pese a los constantes cortes que lo volvía más difícil.

—Tienes razón —susurré y los cortes se detuvieron, le obsequié una sonrisa débil—. He visto a Dios en tu benevolente mirada.

El viejo asintió complacido y aunque permaneció sobre mí, dejó de lastimarme; seguí adelante con palabras dulces y dóciles, seduje al infeliz e incluso me disculpé. Entonces, cuando lo tuve mancillado en mis manos, le pateé las bolas repetidas veces para apartarlo. Lo vi retorcerse. Una vez libre y de pie, volví a hacerlo hasta que rodó al suelo, la pistola quedó al descubierto sobre el colchón, él estaba completamente ajeno ante el dolor y yo...

Yo no pensé en nada más, agarré el arma, quité el seguro y le disparé un par de veces.

El chirrido que emitió la puerta al abrirse me obligó a detenerme. B ingresó alarmado a la habitación, atraído por el estruendo, lucía más pálido que de costumbre; con sus ojos verdes desorbitados, me veía como si fuese un demente y quizás lo era, había perdido todo control de mí mismo, sostenía el arma con ambas manos mientras mantenía mi rabiosa vista en él por traicionarme.

—¡Baja el arma, Ángel, lo solucionaremos!

No me importó lo que dijo, la rabia que me produjo su abandono era superior a cualquiera de sus palabras, le apunté al pecho y disparé entre gritos. No paré hasta acabar de vaciarla.

Un estremecedor chillido me sacó del shock. Mis rodillas temblaron y acabé en el suelo sobre un montón de sangre, allí comprendí lo que hice, todo el suceso retornó a mi mente a la vez que el olor a sangre y pólvora inundó mis fosas nasales, a punto estuve de vomitar.

El arma reposada en mis manos era un recordatorio de las dos vidas que acababa de apagar, sentir el calor del cañón contra la piel de mi muslo me provocó un sobresalto y lancé esa cosa hacia algún lugar de la habitación, completamente aterrado, como sin con eso pudiera librarme del peso que en adelante cargaría; contemplé alrededor, muerto de nervios, sin saber qué hacer ante el festín de sangre que había por doquier.

Acababa de matar a un plateado y un guardaespaldas, estaba metido en un enorme problema del cual ni siquiera R podría sacarme; tragué saliva con suma dificultad, como si en realidad se tratara de gravilla. No supe ni cómo logré levantarme porque más de una vez trastabillé, pero lo único que se me ocurrió fue robar el dinero que ambos traían y escapar para no volver.




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Hola mis dulces corazones, multicolor 💛💚💙💜💖 ¿qué tal les va? Espero hayan disfrutado el capítulo y me disculpo si es muy gráfico.

Nos leemos lueguito, los loviu so mucho💖

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