XXVII: Paolo

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Desde aquella noche en el tablao, me esmeré para demostrarle a la ratona mi completo interés en ella. Las citas pasaron al olvido, al igual que los polvos mágicos con Otto; por ese lado, todos se decepcionaron al saber mis intenciones, aunque fue la reacción del chico la que me provocó una carcajada:

—Sí, sí, guapo; veremos cuánto duras de perrito fiel —me dijo en cuanto lo supo—. Tu polla volverá a follarme pronto, tío —añadió finalmente y me sopló un beso mientras jugábamos al ping-pong en la terraza.

Sí, nadie tenía fe en mí y no los culparé, yo construí mi reputación y me tocaba cargar con eso, solo quedaba trabajar para demostrarle a mi hermosa ratona mal hablada que quería estar a su lado. Nada fácil, pero tampoco imposible y si conseguía hacerlo, los demás podían tomar su opinión e introducirla donde no les llega el sol.

Algunas semanas transcurrieron entre miel, rosas, saliditas juntos, muchas insolencias y más de un pleito; después de todo, era nuestra dinámica y nada podía hacerme más feliz, disfrutaba cada segundo de su compañía.

Con la llegada de las fiestas decembrinas, ella regresó a Santa Mónica para compartir con su familia y hasta me invitó a acompañarla, pero de atreverme a hacerlo, probablemente Cory me mataba, aunque eso le costara su caso.

Yo pasé esos días entre la residencia y la clínica para mantenerme ocupado, después de todo, mis amigos regresaron a sus respectivos lugares de origen; incluso Santi. Con frecuencia recibía fotos suyas abrazado a su pipa en diferentes sitios de Buenos Aires, a donde viajó en compañía de su familia para celebrar con los abuelos, estaba emocionado ya que hacía años desde su última visita. Martín estaba mucho más cerca, en Pamplona con sus padres y cada vez que hablábamos por video llamada su hermana menor, una chica como de quince, le arrancaba el celular para saludarme y preguntarme opinión sobre su look, un claro e inocente coqueteo del cual era inevitable reír.

Mariana me envió imágenes desde la playa y recordé cuando iba a ese sitio con Ricky y los demás, jugar en la cancha de baloncesto o al voley junto a la orilla. Suspiré nostálgico ante cada imagen solo de pensar en mi mejor amigo. Sin embargo, bastó ver otras tomas suyas, posando sobre las grandes rocas del rompeolas, para que mi mente me enviara de regreso a cierta primera cita con el sujeto dulce y amable cuyos brillantes ojos azules me contemplaron con timidez cuando me atreví a robarle un beso.

Aquella noche salí de casa con la visión puesta en el objetivo: un nuevo dino complaciente; en cambio, conocí a la persona más hermosa que alguna vez se cruzó en mi asquerosa vida. Volví percibir la suavidad y el calor de sus labios, esa que durante tanto tiempo me esforcé por sepultar en el rincón más apartado y oscuro de mi mente, también el cosquilleo que su barba solía producirme retornó; mi corazón se convirtió en una locomotora ante cada sensación. Una mano viajó por inercia hasta mi labio inferior como un vano intento por recolectar su caricia. Sacudí la cabeza para desechar cada recuerdo en cuanto escuché el timbrar de mi celular.

La ratona me llamó para desearme feliz año nuevo y me tocó calmar los nervios, producto de aquellos intrusivos recuerdos que de nuevo se negaban a permanecer en el baúl mientras me preparaba para salir a la clínica. Quedó sorprendida al saber que trabajaba, pero en realidad, la noche anterior ni siquiera permanecí en la fiesta de fin de año porque no quería meter la pata, es que hubo mucho licor, chicas; además el tonto de Otto tampoco viajó y pues, se pasó de tragos y coqueteó bastante; entonces, mejor evitar.

El día de reyes recibí a la ratona en el aeropuerto para llevarla de vuelta con su tía, sonreí emocionado al volver a verla, mi corazón se desbocó y ese vacío que se había apoderado de mí ante el anhelo, se llenó con su presencia y la calidez de su abrazo me aportó serenidad.

Estaba agotada por el viaje, así que la cargué en mi espalda hasta el auto, aunque llevaba las manos ocupadas con cada maleta rodante que trajo.

Abandonamos el aeropuerto con dirección a Pedrables, el barrio donde habitaba la tía Olivia y hogar de mi ratona. Mientras yo iba pendiente de la ruta, ella se dedicó a comer el mini roscón que le llevé de Dunkin como obsequio. Debí saber que lo haría y que en definitiva era mala idea porque parecía un niño pequeño, hacía reguero al comer, pero la peor parte es que fuese en mi auto.

—Ratona, ¿podrías guardar esa cosa para luego? —le dije en el momento que pude girarme para hablarle cuando nos detuvo un semáforo y la vi sonreír burlona.

—¡Aaaaaaaawm! Está preocupado por su coche —contestó con ironía— y aún así me trajiste esto, ¡qué lindo!

La vi morder de nuevo esa cosa, pero acercó su cabeza al espacio entre ambos asientos y abrí los ojos de la impresión cuando las migajas cayeron como nieve.

—¡Ratona! —espeté fastidiado a lo que respondió con una risa burlona antes de volver a empaquetar su bocadillo.

—Te pasas, Grandulón.

Sin esperarlo, besó mi hombro y sentí tal gesto como un avance en nuestra relación, lograba mi cometido, luego volvió a acomodarse en el asiento. Seguimos el trayecto hasta el departamento en medio de charlas sobre las vacaciones y hasta me regañó por pasar las fiestas trabajando, pero ni modo.

Llegamos al edificio, una construcción con seis niveles, corte lineal y simple que data como de los sesenta o quizás antes, pero la propiedad estaba sumamente bien conservada, pese al invierno, le rodeaba mucha naturaleza verde. Subimos al último nivel, bastó atravesar la puerta del departamento para que la ratona se apresurara hacia la sala con toda intención de dejarse caer, exhausta, sobre el mullido y enorme sofá champán que engalanaba aquel lugar de estilo minimalista.

Acomodé el equipaje a un lado en el hall de entrada como pude y le di alcance. La ausencia de la tía Olivia fue notoria, en otro momento, la jocosa mujer de cuarenta y tantos o cincuenta y pocos, nos habría dado la bienvenida igual que un perrito al reencontrarse a su amo luego de meses.

Me senté en el borde del sofá y acaricié el cabello de Mariana quien me devolvió una sonrisa. Sentí que mi corazón se derritió ante su gesto, por eso y el hecho de que no había tenido oportunidad de disfrutar otro beso suyo desde aquella vez en el tablao, me atreví a acariciarle la mejilla y acercarme a sus labios, pero apenas un roce compartimos cuando la tía Olivia irrumpió en la sala, haciendo escándalo.

—¡¡¡Aaaaaaaaah, mi niñita ya está aquí!!!

Maldije mi suerte y me hice a un lado para que la ratona pudiera levantarse y saludar a su tía. Las vi abrazarse fuerte en medio de gritos, emocionadas, y luego de separarse, permanecieron con las manos entrelazadas mientras giraban y daban saltitos; toda una locura a la cual decidieron arrastrarme cuando ambas tomaron mis manos y me forzaron a saltar como duendes de la felicidad con ellas.

La tía Olivia era una mujer cariñosa quien por problemas médicos no pudo tener sus propios hijos, pero eso no le impidió ser una buena figura materna para la ratona y sus hermanos, luego de perder a su madre. Quien fue su esposo, hacía mucho tiempo que la abandonó por aquella tontería de no poder darle descendencia y desde entonces, ella dejó de complicarse la vida con relaciones; una mujer bastante liberal, que disfrutaba de su libertad al máximo entre amigas, citas y discotecas, pero que cuidaba a Mariana como al más fino tesoro.

—Mucho cuidadito con hacerme sufrir a la niña, tío —me dijo la tía Olivia en cuanto paramos de saltar, incluso me jaló por la chaqueta para hablarme con seriedad y asentí en silencio, los ojos azules de la mujer lucían desafiantes—, porque el desquite será con tu polla.

—Ya sé —le respondí mientras afirmaba con la cabeza—, me la arrancas y harás comer en paella, anotado. Solo un recordatorio: ¡aún no me acepta!

—Por algo será, hombre.

Liberó mi ropa y retomó su típica actitud juguetona al regresar con Mariana quien negaba con la cabeza, sonriente, mientras se acercaba a ella. Tenían una bonita relación, como par de amigas, ambas se contaron detalles de sus respectivas vacaciones en cuestión de segundos. La tía Olivia viajó con mi ratona por noche buena, pero la mañana de navidad abordó un avión con destino a República Dominicana para embarcarse en un crucero de ocho días que tocaría puerto en varias partes de ese país, así como en Jamaica e Islas turcas; regresó a Barcelona un par de días antes que su sobrina y me pidió ir por ella para organizar una bienvenida.

Pasamos un buen rato compartiendo los tres, después fuimos seis cuando aparecieron Sofía, Ceni y Tavo; entonces todo se volvió más risas y locuras, aunque la morena aún me veía con algo de recelo y yo seguí sin comprender el motivo. Entonces, sirvieron paella, creo que me puse algo verde porque la ratona y su tía rieron burlescas con mi reacción, pero era inevitable desde que esa mujer utilizaba tal plato como parte de una amenaza. A pesar de sermonearme cada vez que me veía, siempre me hizo sentir bienvenido y eso solo me daba más alas con Mariana.

Las clases, la locura, los horarios y todo volvió; así que, ya sin necesitar clases musicales el Santi, las visitas de Mariana a la residencia aminoraron bastante; iba por sus lecciones de dibujo, pero apenas y nos topamos dado nuestros respectivos horarios. Sin embargo, pasábamos juntos al menos un día del fin de semana libre.

Cuando la primavera de dos mil veintidós comenzó a asomarse, al fin logré convencer a la ratona de mi completo interés en ella. Estábamos en el Camp Nou durante un juego del Barça, su equipo favorito; yo, la verdad, no tenía ni idea sobre fútbol, pero Mariana me hizo asistir con una camiseta de la selección para estar combinados, aunque la chica fue como toda una fanática demente con bandana donde se leía "Barça" y el rostro pintado a rayas azules y rojas en las mejillas. Gritaba como poseída al alentar y aunque me explicó quién diablos era quien y toda la parafernalia futbolera, seguí sin comprender, pero sonreí porque disfruté de escucharla.

Cuando el partido acabó cuatro goles a cero a favor de su club, bailó sobre el asiento como una mala imitación de Michael Jackson que acabó en un traspiés y aterrizó sobre mis brazos. En ese momento, en medio del alboroto de la hinchada o las desmesurada risas de la chica, dado el incidente, clavé la mirada en esos ojos verdosos que conseguían derretirme y una vez en pie, llevé una mano bajo su mentón para elevarle el rostro con delicadeza antes de hablarle:

—Ratona, estás loca, pero así me encantas —le dije y ella sonrió—. Hace meses que no la saco de mis pantalones, ¿crees que sea digno de un sí?

Mariana no dijo nada, pero tampoco desvió la mirada, pareció debatirse un segundo entre aceptar o mandarme al demonio; por fortuna, ganó la primera opción. Afirmó en silencio con la cabeza y sellamos el inicio de nuestro noviazgo con un dulce beso. El bullicio alrededor daba la sensación de fanfarrias que celebraban en nombre de nosotros.U


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Una semana teníamos como pareja oficial cuando en una visita, la tía Olivia le insistió delante de mí en que debía contarle a su querido padre sobre nuestra relación y ella acabó por darle la razón.

—¿No te parece muy pronto para presentaciones y formalismos? —le dije en cuanto la tía nos dejó a solas en la sala, la ratona me observó con intenciones homicidas.

Habíamos acordado que ese era el día; aun así, una risa nerviosa se me escapó ante el gesto de Mariana. Mi novia me golpeó el hombro con fuerza antes de sentarse conmigo para realizar la llamada a papito suegro juntos.

Ni modo, si de verdad quería estar con ella, era lo que tocaba: dar la mejor impresión posible a su adorado padre. Eso me sacaba por enamorarme de una niñita de papi.

—¿Cómo me dijiste que se llama tu papá? —le pregunté risueño mientras esperábamos la conexión y ella me devolvió una mirada de fastidio antes de responder:

—¿Lo preguntas de verdad, Grandulón? Te lo he dicho varias veces. ¡Es Omar!

Sentí una especie de vértigo e incluso tragué saliva con dificultad. El apellido de mi novia era Rubio y yo no había dado importancia a ello hasta ese momento. Pedí en silencio al cielo, la vida y cada maldita deidad que quisiera escuchar mi plegaria; necesitaba que no fuese él.

Entonces, la llamada se conectó y abrí los ojos ante la impresión. Esa sensación de vértigo qué me embargó fue superior. «¡Es él!», gritó la voz dentro de mi cabeza. Omar sonreía, emocionado, feliz como hacía tanto tiempo que no le veía, pero tal gesto me aceleró el corazón al mismo tiempo que produjo en mi pecho una agradable calidez. En cuestión de segundos, mi mente se plagó de recuerdos, risas y momentos felices qué compartimos juntos; pero casi en el acto cada uno se volatizó en cuanto volví a ver su desgarradora imagen de aquella noche tormentosa cuando me pidió largarme.

Aunque traté de mantenerme sereno, mi respiración se aceleró, sentí pánico; en ese momento, solo quise ponerme en pie y abandonar aquel sito antes de que Omar se fijara en el chico sentado junto a su pequeña adoración. Él posó toda la atención en su risueña hija hasta que esta decidió presentarme:

—Bueno, papi, no te molestes...

—Eso significa que me enojaré, ¿cierto?

Mariana liberó una risita y negó con la cabeza antes de continuar mientras yo deseaba que mi nueva imagen al estilo de Clark Clent con cabello oscuro y anteojos de pasta funcionara para mantener mi identidad secreta, después de todo, a Superman le funcionaba, ¿o no?

—Papi: él es Paolo Montezco, mi novio. Grandulón, él es mi papi, Omar Rubio.

A pesar de la bochornosa situación, intenté mantenerme tranquilo, confié en que mi nuevo look fuese suficiente para desviar la atención de Omar. Spoiler: No funcionó. Sus ojos se fijaron en los míos, definitivamente sabía que se trataba de mí, vi un cúmulo de sentimientos y emociones en su mirada, parecía querer atravesar la pantalla y ahorcarme.

—¿Pa-paolo? —dijo Omar en ese raro intento de calma que para nada le salía bien. Yo afirmé en silencio con la cabeza.

—Un pla, pla-placer, Señor Rubio.

—¡Papito, quita esa cara que lo intimidas! —le dijo la ratona en un gracioso regaño al cual, él intentó sonreír, sin ningún éxito.

—Ke... Paolo, ¿cierto? —Volví a asentir en silencio y él continuó—: ¿De dónde eres? ¿Có-cómo conociste a mi hija? ¿A qué-qué te dedicas?

Omar dudaba a cada palabra, disimulaba los nervios, pero yo sabía que estaban allí, ocultos tras una cara de póker porque me sentí exactamente igual. Me quedé callado y sin desviar la mirada de esa pantalla, aunque resultó imposible responder en el estado que me encontraba; por fortuna o para mi mala suerte, la ratona estaba a mi lado y se encargó de darle respuesta:

—Papi, ¿puedes creerlo? Paolo viene de Santa Mónica como yo y es muy bueno en su carrera de Enfermería, además es muy querido en la clínica...

—Ratona... —murmuré entre dientes sin apartar los ojos de Omar, este contestó:

—Conque enfermero.

Mariana se soltó a contarle la historia de nuestro fastuoso noviazgo desde el principio, pero la verdad, no podía importarme menos y creo que él tampoco le escuchaba realmente ya que su mirada se mantuvo fija en mí durante todo el rato que duró el parloteo de mi novia. Un penoso e incómodo intercambio de miradas del cual yo quería escapar a toda costa mientras sus ojos expresaban las ganas que tenía de asesinarme.

En un punto no pude soportarlo más y me levanté del sofá, nervioso, Mariana me observó confundida hasta que decidí excusarme:

—Ratona, tengo que irme, olvidé que un compañero me pidió suplirlo en la clínica.

—¿Lo dices de verdad? Pero no me habías comentado nada, tío.

—Lo sé, lo sé, acabo de recordarlo, perdón. —Me acerqué a ella para darle un beso veloz en sus labios antes de desaparecer a toda marcha y podría jurar que al ver la pantalla para despedirme cortésmente de mi suegro, la mirada de Omar Lucía muy molesta e incluso sus fosas nasales se movieron por la ira.

Ni siquiera pasé a despedirme de la tía Olivia, no pude, necesitaba abandonar aquel lugar cuanto antes mientras me maldecía mentalmente por toda la situación. Justo cuando creí que la vida me sonreía, resultó ser el atisbo de una nueva burla que apenas iniciaba.

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