XXVIII: Paolo (II)

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—Omar, creí que era de tu esposa. —Fueron las palabras que le dije, dubitativo, aquella vez en su casa.

Acabábamos de compartir la ducha después de una candente sesión sobre la moto, al principio creí que terminaríamos en el suelo por estar inventando, sin embargo, el vehículo aguantó cada embate y posición que decidí probar con él.

No obstante, me quedé asombrado porque esa versión que tocaba de Fly me to the moon de Sinatra, sonó hermoso, no, ¡mágico! De hecho, yo había decidido permanecer en la bañera un rato, recuperándome. A pesar de eso, cuando algunos minutos después de hallarme a solas, escuché tal bonita melodía, tuve que secarme veloz para ir a indagar. Apenas envolví la toalla alrededor de mis caderas, ya habría tiempo para vestirme después.

Conforme bajaba las escaleras, la música ganaba fuerza y empecé a ser consciente de que aquello no era una grabación. Quedé perplejo al descubrir a Omar en el banquillo del piano de cola oscuro que engalanaba la sala.

Omar asintió sonriente, asumí que mi gesto de sorpresa y palabras provocaron su reacción; me devolvió un guiño antes de responder:

—Bueno, Mile me enseñó.

Una risa baja se me escapó y continué en silencio. Contemplé extasiado la manera en que se perdía entre teclas y notas, era hermoso; por un momento miré el retrato de su esposa que coronaba la rinconera ubicada a varios pasos de mí, la mujer tenía una sonrisa radiante, parecía deleitarse con lo que escuchaba y por un breve instante se me ocurrió que, quizás, el motivo de su risueño gesto era la felicidad reflejada en el rostro de Omar, misma provocada por mí, tal vez... «¡qué tontería!», me dije al sacudir la cabeza para desechar cualquier estúpido pensamiento.

Omar dejó de tocar para observarme, curioso, yo negué con una silenciosa sonrisa y le hice un ademán al instarlo a seguir. Sin embargo, no acató mi petición, se hizo a un lado, me cedió un lugar junto a él y usó su mano izquierda para jalar y posicionar la mía sobre el teclado.

—¿Qué haces? —le dije confundido— Omar, yo no sé usar esto.

—Solo sigue mi indicación, será algo se sencillo: El Minueto en sol menor de Bach.

Y dicho eso comenzó a tocar. Por algún extraño motivo me sentí aun más nervioso en esa situación que por el mismo mensaje del tema anterior. Omar debió repetirme qué tecla pulsar cada vez, parecía un tonto al contar y buscar la que me indicó; pero sonrió complacido cuando apreté la correcta y yo estaba a nada de carcajearme, es que él hacía todo, mi único trabajo era marcar un par de teclas cuando realizaba una señal. Al finalizar, luego de varias repeticiones, no pude evitar reír, ya me había contenido mucho tiempo.

—Eso fue hermoso —expresó emocionado y hasta aplaudió.

—Tonto, no te burles —contesté con un fingido fastidio en el momento que lo empujé por el hombro. Su gesto cambió a extrañeza—. No te hagas, Omar, solo presioné un par de teclas.

—¿Solo eso?

Omar hablaba con notoria incredulidad e incluso empecé a dudar de mi propia apreciación de toda la pieza.

—A ver, chico, ese par de teclas hace la diferencia; escucha.

Lo vi reiniciar la interpretación y con su mano izquierda tocó las teclas que yo anteriormente; no obstante, luego empezó a presionar otras que tenían un tono más grave o tan agudas que eran apenas audibles; la bella pieza empezó a sonar extraño hasta palmear su hombro para pedirle detenerse.

—¿Notaste la diferencia? —Asentí con una risa boba y él continuó—: Kevin, no fueron un par de teclas y ya, sino las indicadas, en el tiempo y momento correctos...

El extraño nerviosismo que se había apoderado de mí desde que empecé a salir con él retornó, tal vez ante cada palabra emitida o por la profundidad del azul en esos ojos que no se apartaron de los míos ni una vez, aunque apenas pude sostenerle la mirada.

Quizás solo hablaba del piano y la música, pero la manera en que se expresó, en definitiva, parecía referirse a algo más y por eso percibí el ardor de mis mejillas hasta las orejas. Omar, a diferencia de lo que yo habría hecho a la inversa, sonrió y devolvió la atención al instrumento.

Yo buscaba la manera de recuperar el control de la situación. En realidad, no tenía idea de cómo hacerlo, entonces, permanecí en completo silencio mientras él se sumergía en la bonita melodía que me tenía cautivado. Sonreí cuando aceleró la interpretación y así se me hizo más familiar, resultaba hermoso solo contemplarlo; pero al escuchar con atención sus siguientes palabras sentí una rara sensación en el pecho:

—Desde que te conocí y ni siquiera me refiero a aquella noche en el bar, sino a nuestras primeras conversaciones por chat, has sido mi inspiración.

—¡¿Qué?! ¿Inspiración? —le pregunté extrañado con una nerviosa sonrisa y él afirmó en silencio— Omar, eso tengo que decirlo yo. ¡Pareces casi irreal! No solo estás buenísimo y tienes pasta, sino que encima eres amable, dulce y una de las personas más bellas que he conocido.

La verdad, yo mismo estaba sorprendido por lo que acababa de decir. Acostumbraba adular a los dinos para acrecentarles el ego y conseguir caprichos, pero no se trataba de eso. En ese entonces, le hablé sin filtro o como suelen decir, de corazón. Sus ojos brillaron con una fascinación abrumadora y sin detenerme a pensar, seguí adelante, aunque algo acelerado por culpa del extraño nerviosismo:

—A pesar de tu padre, la época en que creciste o incluso verte forzado a ocultar tu realidad y hasta casarte, formar una familia; jamás te has desquitado con ellos, al contrario, los proteges con el alma, los amas. ¡Maldición!, incluso disfruto escucharte hablar de tu esposa porque la quisiste y respetaste en todo momento. —Un suspiro se me escapó—. Sabes que he salido con varias personas y ningún hombre viudo, casado y menos divorciado llegaron a decir algo lindo de su pareja o hijos al estar conmigo. Tú...

—Chico —me interrumpió sonriente y ubicó su mano en mi mejilla izquierda, la mirada que me obsequió en ese momento fue hermosa y reflejaba una calidez contagiosa—, me inspiras con tu forma de ser. Kevin, antes de estar contigo ni siquiera había barajado la posibilidad remota de contarle a mis hijos la verdad sobre mí, pero tú eres liberal y osado.

Negué con la cabeza, sonriente, él presionó mi mejilla para forzarme a mirarlo. Sus ojos tenían un brillo especial que me dejó sin habla.

—Vives la vida sin miedo al qué dirán y eso es inspirador. Eres valiente en un mundo que señala, acusa y pisotea todo aquello que rompe estereotipos. —Suspiró—. Kevin, me haces sentir que no hay nada malo en mí y que puedo dar un paso al frente sin temor.

—No eres un niño, Omar, ya no necesitas la aprobación de papá —repliqué enseguida y, aunque él sonreía, por un instante vi sus ojos temblar; así que emulé el gesto que mantenía en mi mejilla, de inmediato buscó restregarse con la palma y me produjo un leve cosquilleo su barba—. La mayoría de los que hablan de la vida ajena son fracasados y tú eres un hombre de éxito, los perdedores podrán decir lo que quieran, pero con quién se te para, a quién se la metes o te da es solo asunto tuyo y de nadie más.

Una risa baja dejó salir antes de contestarme:

—¿Ahora lo ves? Chico, eres inspirador. Tu apoyo y palabras han sido como ese par de teclas...

Ladeé la cabeza, algo confundido, aunque sabía de antemano que quiso decirme algo más, no fue sino hasta ese momento que empecé a comprender. Entonces él continuó:

—Las teclas correctas, en el tono indicado y tiempo justo, forman la melodía perfecta; eso es lo que tú has hecho en mi vida.

Me quedé mudo, incluso tragué saliva, nervioso. Volví a sentir ese ardor en mi cara con mayor intensidad. Omar regresó las manos al teclado luego de un guiño para retomar ese cover de Fly me to the moon que previamente interrumpió. Yo seguí perdido, observándolo desde un absoluto silencio y sin tener siquiera una idea de qué pensar.

—¡Vaya! —me dijo emocionado, pero no me miró, permaneció sumergido entre notas—, no estás acostumbrado a que halaguen de ti algo más que tu lindo rostro, hermoso cuerpo o dotes sexuales.

—Lo siento, no sé qué responder.

Lo cual era cierto, es decir, con cualquier dino tenía una respuesta lista y preparada bajo la manga, sabía exactamente lo que iban a decir o a hacer y yo podía usar mis encantos, palabras más, palabras menos; la cuestión era manipular la situación a mi antojo; sin embargo, Omar lograba desarmarme.

—No hace falta decir algo, Kev, me basta tu reacción.

De repente dejó de tocar para apropiarse de mis mejillas con esa sutileza que solía caracterizarle, me obsequió una diminuta sonrisa, eso incrementó el anhelo por el beso que adrede retrasó; pero en el momento que por fin juntó su boca con la mía, sentí una especie de cálido alivio apoderarse de cada milímetro en mi piel; fue como si hubiese deseado aquello luego de una larguísima temporada separados, aunque solo habían pasado minutos desde el último contacto.

—De verdad me gustas... —Se me escapó en un nervioso susurro en cuanto se separó de mí para expresar esas mismas palabras, pero él con suma convicción. Por un instante, creí que no me escuchó hasta notar su gran sonrisa de satisfacción.

—Kev...

—No te ilusiones —repliqué enseguida—. No puedo darte lo que esperas de mí.

Temblé al decir esas palabras, resultó demasiado difícil sacármelas de adentro y ni siquiera entendí el motivo. Eran reales, en definitiva, no podíamos tener una relación, no con todo el montón de mierda tras de mí; aunque me dolió expresarlo en voz alta. Omar me agarró las manos y por inercia apreté las suyas, como si algo dentro de mí quisiera aferrarse a él.

—No espero otra cosa de ti distinta a esto, Kevin, tu compañía. Chico, disfruto estar contigo, siento que puedo ser yo mismo...

—Yo también. —Apreté sus manos con mayor fuerza y cerré los ojos cuando un par de lágrimas quisieron colarse. Yo nunca antes me había visto afectado por un llanto emocional; sin embargo, desde que salía con él experimentaba un sinnúmero de sensaciones difíciles de manejar o expresar.

—Kev... ¿Qué cosa ocultas que te asusta así?

—No quiero lastimarte, tampoco ser vulnerable otra vez... —Intenté levantarme, pero Omar lo impidió, me apretó las manos—. Déjame ir...

—Lo siento... —Dejé de luchar y fijé los ojos en él porque no comprendí su disculpa, entonces continuó—: No era mi intención incomodarte. Lo sé, no quieres que me enamore de ti, pero me la pones dura, Kev. —Una baja risa se le salió, también a mí; quizás sí me vi bastante nervioso—. No lo volveré a mencionar. No obstante, te pido quedarte, ese era el plan inicial: pasar el fin de semana juntos aquí. De verdad, disfruto mucho estar contigo, Kevin.

Después de un largo suspiro accedí en silencio a su petición, aún me sentía nervioso. Omar retornó la atención al piano e instintivamente sonreí al escucharle tocar, de algún modo, su música era un bálsamo que calmaba todo dentro de mí.

No pude dejar de contemplarlo, extasiado. La pasión se notaba en su gesto de ojos cerrados y sonrisa de satisfacción, la manera en que sus manos se desplazaban y acariciaban cada tecla con esa delicadeza que traspasaba el instrumento y llegué a sentir en mi propia piel.

Estaba seguro de que se molestaría, pero contemplarlo por largo rato, en medio de ese revoltijo de emociones, me produjo una especie de calor desde lo más profundo del vientre que despacio consiguió recorrerme todo el cuerpo; incluso pude sentir su tacto abrirse espacio hacia el interior de mí; en ese instante, deseé loca y desesperadamente fundirme con él.

Decidí levantarme. Omar dejó de tocar para observarme, contrariado y un poco temeroso también, quizás pensó que intentaría largarme de nuevo; sin embargo, su gesto varió al instante cuando tome asiento a horcajadas sobre su regazo. Pude percibir el calor y dureza de su ingle a través del bóxer contra mi piel del mismo modo que su mirada ardió al contemplarme.

—Sé que querrás regañarme por "desviar la atención con sexo", pero te juro que no se trata de eso...

—Kev...

Lo interrumpí con un beso profundo, caliente, cargado con el deseo de empaparme por completo de él. Mi lengua decidió explorar cada pequeño sitio de su boca; necesitaba a ese hombre en ese preciso momento, yo era un adicto y el calor que de su cuerpo emanaba era la droga que revolucionaba mi interior y calmaba a la vez mis penurias. Solo con él era capaz de alcanzar la luna y las estrellas.

Aunque yo mismo inicié el contacto, sentí una descarga eléctrica cuando sus manos recorrieron mis muslos desnudos bajo la toalla y me apretaron el trasero con fuerza. Mi pene reaccionó a él, de hecho, toda mi piel lo hizo a su calor, a la posesiva respuesta de su beso, a las caricias que dejaba en mi espalda o las agradables cosquillas producidas por su barba.

—Creo que alguien está de acuerdo conmigo allá abajo —le dije jadeante, al percibir los espasmos de su miembro, apenas nos separamos para tomar algo de aire.

Omar removió mi toalla con vehemencia y la dejó caer sin cuidado al suelo, al mismo tiempo que me levantó sobre sus caderas; no dejaba de sorprenderme su fuerza y resultaba inevitable reír en momentos como ese. El piano hizo un extraño sonido, digno de una casa embrujada, cuando me giré y apoyé las manos sobre el instrumento mientras las de Omar recorrían mi cuerpo en compañía de su boca.

Sus dientes se hincaron en mi cuello y espalda conforme sentí su tacto rumbo al sur. Giré la cabeza a un lado y nuestros labios se fundieron con desespero en el momento que dos dedos de su mano, bañados en saliva, se abrieron espacio entre mis nalgas para iniciar la preparación.

El ardor de su piel era una invitación a quemarme. Conforme su beso se profundizaba, moví mis caderas hacia atrás para pegar el trasero más a él y así jugar a voluntad con el par de dedos dentro de mí; un nuevo sonido medio tétrico fue la queja del piano.

Aunque solía decirle que solo entrara con fuerza, de un tirón, disfrutaba la dulce manera en que él lo hacía porque se aseguraba de no lastimarme, incluso cuando las ganas nos ganaban sin tener a mano condones o que la única lubricación provenía de su boca. Pese a tomar un poco más de tiempo, cuando finalmente lo sentí adentrarse y embestir con ferocidad, fue como si su cuerpo y el mío colocaran la última pieza a un rompecabezas compuesto por miles de piezas...

—Grandulón... Paolo, ¿estás bien? —La voz de mi ratona me sacó de la ensoñación y cada recuerdo se esfumó enseguida. Sentí el corazón a un ritmo errático.

Nervioso, mis ojos contemplaron alrededor: el lujoso y sobrio salón de Omar se desvaneció hasta tornarse aquella luminosa habitación de paredes blancas y decoración en brillantes tonos multicolores, con posters de bandas asiáticas y el enorme vinil tornasolado con diseño de música en el muro frente a mí, tras el teclado eléctrico desde el cual, Mariana me observaba algo confundida, pero con suma atención. Sentí un escalofrío en la nuca ante su expresión, quizás pudo ver cada pensamiento que surcó mi mente.

—Lo siento, me distraje, Ratona —le dije, intentando aparentar serenidad—. Es que sí, conozco el Minueto en sol menor de Bach, alguien me invitó a tocarla antes.

«¡Mierda, ¿qué dije?!», fue el veloz pensamiento, lo que menos deseaba era despertar su curiosidad. No supe cuán nervioso me vi al hablar, pero en definitiva ese recuerdo había movido todo dentro de mí.

—¿Tocas? —preguntó risueña, yo negué en silencio, desesperado— Acabas de decir que te invitaron a tocarla, a ver, siéntate conmigo.

—Ratona, eso fue hace mucho tiempo, ya no recuerdo nada.

Aunque intenté zafarme, no hubo forma, ella insistió hasta convencerme y tomé asiento a su lado en el banquillo. Cada tecla que presionó me recordó a Omar, también su gesto complacido trajo a mi mente esa pasión con que él realizó aquella interpretación; le siguieron sus palabras, las risas, el increíble sexo, una confesión que en medio de jadeos dejé ser libre como ave al vuelo y a la cual respondió con una bella sonrisa seguida de un beso profundo y dulce a la vez, en el momento que juntos alcanzamos el orgasmo.

«¡Maldición!», no pude dejar de pensar en él, lo peor fue cuando me tocó participar en la tonada, resultó imposible mover un dedo, estaba perdido en recuerdos e incluso ella se detuvo para volver a hablarme:

—Esa persona fue tu ex pareja, ¿cierto?

Fijé la vista en ella, en el almendrado tono de sus ojos que me contemplaban expectantes y algo melancólicos, pero me costaba responder. Hablar de Omar o mi relación con él, era un tema imposible de abordar, mucho más con ella desde que se convirtió en mi suegro y me maldije por eso, se suponía que era un caso cerrado, archivado y superado.

—Grandulón, sabes que puedes contarme, ¿cierto?

—No quiero hablar de ese tema, Ratona.

—Parece que de verdad le quisiste. ¿Aún tienes sentimientos por tu ex?

No dije nada, pero empecé a negar en silencio, primero despacio, aunque pronto se tornó una vehemente negación.

—Paolo, escucha: Santi me contó que hubo alguien muy especial en tu vida, que cuando te conoció, incluso lo soñabas...

«Ese bastado marihuano se ganó una paliza», me dije molesto. Maldije a Santi por entrometido, varias veces hasta volver a atender las palabras de mi novia, se oía un poco triste, me odié por ello:

—Tú y yo apenas tenemos poco tiempo juntos, si necesitas...

—¡No! —la interrumpí enseguida y enfaticé la negativa con mi cabeza, Omar era parte del pasado, aunque su recuerdo se rehusara a dejarme—, lo siento. Ratona, te quiero y mucho, de verdad; es solo que, las cosas co-con mi ex no terminaron de la mejor manera... —La voz me tembló un poco y volví a maldecirme en silencio ante su gesto de desconcierto. Solté aire de golpe antes de continuar—: por culpa mía y no es que me afecte o algo de lo que dijiste, pero tampoco es un tema que me agrade tocar.

—Grandulón...

—Oye —la interrumpí enseguida al levantarme, rápidamente fui hasta la puerta, luego de besarle la frente ante su confusa mirada—, tienes razón, no estoy bien y es mejor que vaya a casa por ahora; te llamo más tarde.

—¡Paolo! —Fue lo último que le escuché decir antes de cerrar la puerta tras de mí, creo que con más fuerza de la deseada, pero me sentí demasiado nervioso.

Abandoné el departamento a toda prisa. En cuanto bajé y abordé el auto, reposé brazos y frente sobre el volante, incluso temblé porque los recuerdos no dejaban de fluir como la corriente de un río.

«Solo quiero ser tuyo», oí esas palabras en mi mente como un bucle infinito qué me hizo imposible concentrarme. Me tocó sacudir la cabeza con vehemencia para espantar cada recuerdo.

Aunque logré ponerme en marcha a casa, no estaba tranquilo. Omar aún no había llegado a Barcelona, pero todo mi mundo comenzaba tambalearse. ¿Por qué justamente mi suegro tenía que ser él?

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