I: La luna se pintó de color escarlata.

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Le ordenaron no moverse y así lo hizo.

Por la mañana su madre salió junto con su padre, llevaba horas en el mismo sitio obedeciendo lo que le pidieron. En ningún momento le pasó por la mente levantarse de la silla en la que estaba aguardando su regreso, ni siquiera cuando sintió hambre, tampoco al momento en que le dieron ganas de ir al baño. Simplemente se quedó ahí, mirando por la ventana, pendiente y anhelando ver sus siluetas asomarse.

Esa situación se repetía varias veces a la semana, no le era nada raro porque así vivía, no conocía otra forma, quizá fuera mejor; sin nada con que comparar su situación no se afligía.

Su departamento quedaba en el tercer piso, por lo que mataba el tiempo descubriendo sonidos en aquel abrumador silencio. Una mujer que vivía al frente trabajaba de sirvienta en la casa de unos diplomáticos, la contrataron para apoyar a la servidumbre principal por lo que regresaba al edificio todos los días a la una de la tarde, su andar era suave, sin embargo los escalones viejos rechinaban ante el mínimo contacto, por lo que alcanzaba a escuchar a la mujer. Ella, la sirvienta, al percatarse de la ausencia de sus padres tocaba a la puerta y murmuraba su nombre, le preguntaba si había comido. Si bien las órdenes fueron no moverse del lugar, nunca le mencionaron algo sobre hablar, por lo que respondía que no, que ni siquiera desayunó. Hasta ahí quedaba la conversación, nada se podía hacer, la puerta siempre la cerraban con llave y la mujer sabía que la persona ahí dentro no se movería ni aunque su vida dependiera de ello, por lo menos no si sus padres no lo decían.

¿Qué hacían esas personas? ¿Adónde y por qué se iban? Nadie más que ellos tenía idea alguna, sin embargo los huéspedes no se preocupaban demasiado, tenían suficiente con sus propias vidas como para estar al pendiente de sus vecinos, no importaba que estuvieran lado a lado.

Poco a poco los minutos siguieron su curso, la tarde cayó sin novedades. Dentro del departamento tampoco sucedió cambio alguno; una criatura de seis años fielmente se mantenía obedeciendo.

Al caer la noche se oscureció casi todo en el cuarto, una fina luz atravesó el vidrio en la ventana por lo que alzó la cara levemente, la luna se reflejó en sus ojos en ese momento. Le pareció lo más hermoso, jamás había visto el astro en ese tono rojizo y de ese tamaño. Deseó en ese instante, con toda la intensidad e inocencia que poseía, que la luna siempre fuera color escarlata.

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