VI: La primera vez que comenzó a romperse.

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Solían practicar métodos de tortura con su propio hijo, aquel niño no había sido deseado, no lo querían ni sentían siquiera un mínimo de afecto por él. Únicamente lo veían como una herramienta útil, le proporcionaban a penas lo necesario para que no muriera, y para la buena o mala suerte del infante, los obedecía sin rechistar.

Ellos pasan los días planeando qué y a quién asaltar, el asesinato formaba parte de sus acciones; la mano no les temblaba ante la posibilidad de matar, incluso les divertía en cierta medida. Danzaban como sombras maliciosas salidas del mismo infierno sobre los cuerpos inertes de su víctimas, riendo ante su dolor y desesperación. El mundo en el que se mueven casi siempre huele a sangre, son ellos o los demás, lo saben. No nacieron en cuna de oro y aspirar a una vida de paz, sin ninguna preocupación, es algo que no consideran. Sin embargo entienden que podrían ir a prisión, evitan el peligro innecesario, se hospedan en un edificio rodeado gente de su mismo estrato social. Por años se han sentido seguros entre ladrones, prostituidas y prostitutos, estafadores y demás. Pero no toda la gente pobre y miserable es delincuente, saben que entre la calaña a la que están acostumbrados hay personas con moral, con más sentido de la justicia que los ricos que suelen ser sus presas. Uno de ellos es el cobrador y cuidador del sitio en el viven, ese anciano hace tiempo que los anda vigilando sin recato, esperando un error o prueba para llamar a la policía.

Cuando descubrieron que su hijo tenía contacto con él una alarma se disparó en sus mentes; decidieron que era demasiado peligroso y acordaron matarlo.
***
Un grupo de pepenadores iba por la madrugada directo al basurero de la zona, se reunieron en el camino y conversaban alegremente con la esperanza de hallar algo de valor, la mayoría tenían familias que alimentar esperando por ellos. Les extrañaba no haberse topado con «el príncipe», pero no le tomaron demasiada importancia.

Varios metros más adelante encontraron el cadáver, sin las manos.

La brisa helada les trajo el olor de la muerte, antes de verlo un escalofrío se deslizó por su médula espinal, fue su mejor amigo quién lo reconoció. Si fue el destino o algo más, nadie lo sabía, pero les pareció escuchar risas siniestras y un sollozo.

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