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El saladero trabajaba con carne seca y cuero. A Rafael le enseñaron a manipular lo segundo. Era una tarea cruda y apestaba un poco, pero, a fin de cuentas, era digna.

Aunque con el pasar del tiempo, las palmas se le resecaron demasiado por estar tan en contacto con el sodio y lavarse más seguido que antes.

Tontamente se sentía feo creyendo que no podría acariciar a David si sus manos estaban tan ásperas.

Pero fuera de eso, la primera paga llegó y la mitad de ella fue para ahorrar. Así con la segunda. Y así con la tercera.

Y las semanas se hicieron meses, a nadie Rafael dijo de su aniversario de vida porque no le veía el sentido celebrarlo si ya lo había hecho por precavido junto a su amado.

Los colores repetían sus ciclos cromáticos de acorde a la altura del año y tocó la guitarra bajo árboles desnudos, luego florecidos y luego reverdecidos..., pero David no había enviado ninguna carta todavía.

Rafael se inquietaba todas las noches pensando en lo solo y agotado que podía estar sintiéndose David.

Llegaba a pensar incluso, entre un llanto silencioso, cosas que le hacían romperse el corazón a sí mismo:

Que era mejor si David encontraba a alguien para cuidarlo más pudiente que Rafael, que le ofreciera cosas de calidad, que lo acompañara y entendiera bien de esos trabajos administrativos..., que David encontrara el hombre ideal que Rafael no podía ser.

Su imaginación siempre le provocaba celos, pero estos eran casi nulos, resignados.

Deseaba tanto que David estuviera alegre, que no llorara, que si estaba cansado alguien estuviera allí para darle un abrazo fuerte, que alguien se atreviera a hacerle cafuné para que durmiera tranquilo, que le dieran un beso de buenas noches...

Que lo miraran a los ojos con sumo cariño y le dijeran «te amo».

Anhelaba que David fuese adorado y cuidado como él lo hizo o más, y se le quebraba el alma de solo pensar que podría carecer con dolor todos aquellos detalles que le hacían feliz a los dos.

David... Sinto tanto a sua falta... —susurró contra la almohada que absorbía sus lágrimas otra de esas fatídicas madrugadas.

La carta a medio escribir seguía guardada en el pequeño cajón de su mesita de luz. Quería hacerla perfecta, y la inspiración era un instrumento de tenerle paciencia, pues se tomaba todas sus horas. Rafael miró el mueble pensando en ello y se sintió patético.

Había cosas tan hermosas como desprolijas y tachadas en ese cuaderno que se compró en el centro. Cosas que clamaban una pasión inmensa hacia su ángel de cabello rojizo... Pero, a la vez, se sentía un miserable mentiroso.

Ya sabía escribir al menos lo entendible, sabía tocar la guitarra, tenía trabajo, un techo, no era marginado, era libre, pero no se sentía autosuficiente...

Se lamentaba cada luna con impotencia. Hallando que todas las cosas que estaba escribiendo no tenían sentido porque, por más sinfín de palabras aduladoras y poderosas respecto a su amado que imprimía, era el mismo pobrecito Rafael que seguía esperando órdenes que lo confortaran a pesar de su libertad.

Si fuera un tipo rico, si fuera un tipo inteligente, decidido y más independiente, tal vez hubiera podido ayudar más a David y seguiría a su lado, mas no. Solo era un trabajador promedio sollozando en su cama por una carta que nunca llegaba y un amor casi imposible de vivir en paz.

¿Cómo David le confió a Rafael que continuase? ¿Cómo le tenía fe a alguien como él?

Rafael no sabía cómo seguir ahora... Sentía que no sabía nada acerca de la vida y que estaba encerrado a la espera de ser rescatado de nuevo por su príncipe para que este, como siempre, le indicara el camino.

La brisa de verano era una caricia entre tanto esfuerzo y sudor. Rafael pasó por el río a bañarse antes de volver a la posada y cambiarse.

Se dirigió a la sala para ver si encontraba a Ivonne o Cornelia y así charlar un poco.

Como generalmente tenía un semblante serio y apagado, los demás criados o empleados no intercambiaban muchas frases con él. Y para Rafael estaba bien, no aspiraba a hacer más vínculos.

El único lazo que le importaba no perder dependía solo de su esperanza y un papel.

—Chinito, a que no sabés quién mandó una carta —dijo Cornelia cuando Rafael llegó al centro de reposo del recibidor.

—¿Una carta?... —Rafael abrió grande sus ojos—. ¿De quién?

—¿En serio? ¿De quién más va a ser? Te estábamos esperando para leerla.

Ella junto a Esteban, Nerina e Ivonne, estaban merendando alrededor de la mesa ratona.

La muchachita más joven estaba como solía del lado de su patrona favorita. Al parecer las palabras de Rafael le habían llegado, pues Ivonne se estaba esforzando mucho para que el favoritismo fuese recíproco.

Pero el muchacho, por su parte, sintió que su cuerpo se congelaba y quedó hecho una estatua frente a todos. Ivonne rio y se puso de pie para jalarlo y obligarle a sentar en uno de los sillones, luego volvió a su lugar.

—He ido a revisar el correo hoy —mencionó Nerina para ponerlo al día.

—El tarado de mi hermano al fin se comunicó —dijo Esteban a la vez que sonreía gallardo.

—No seas grosero —reclamó su esposa mirándolo de reojo y con seriedad.

Rafael se mantuvo callado sin poder modular nada de los nervios.

—La verdad estuvimos un poco ansiosas, casi casi la leímos, solo le dimos una ojeada rápida antes de que los demás llegaran —confesó la muchachita cómplice de Nerina.

—¡Primero díganme! —exclamó de pronto Rafael como si la voz hubiera sido empujada desde el fondo de su pecho, así giraron todos hacia él. Hizo una pausa para respirar profundo, temblaba. Tragó saliva y finalmente exigió: —. Primero, antes de que lean en alto, díganme si a él le está yendo bien.

La gente paró un momento e intercambiaron miradas. Esteban arqueó una ceja y entonces se fijó en su esposa con la misma curiosidad.

Nerina pestañeó algo sorprendida por la euforia de Rafael, no estaba acostumbrada a verlo así en la posada, ya que, desde que llegó, se notaba menos comunicativo que antes.

Tosió para aclararse la garganta y primero subió y bajó el mentón en señal positiva.

—Él dijo que le está yendo bien. Todavía sigue quedándose en la chacra de vez en cuando, pero que en un par de meses más seguro logra terminar con las deudas y que no tenemos que preocuparnos —respondió ella con paciencia notando como el pecho de Rafael se desinflaba de alivio y una sonrisa pequeña se formaba en su rostro.

—Un par de meses... —susurró. Eso significaba que volvería a pasar la Navidad lejos de su príncipe y que este todavía no tendría una parada fija donde decirle a Rafael que lo fuera a buscar. Suspiró resignado luego de procesarlo—. Bom... Entonces, ¿puede leernos el resto?

—Claro, y luego puedo escribir la respuesta con cosas que ustedes le quieran decir a él —sugirió Nerina.

Esteban bostezó y se levantó:

—Bueno, me alegra que esté haciéndolo bien.

—¿No vas a quedarte a escuchar? —preguntó su esposa.

—No, ya supe lo que tenía que saber —explicó caminando lejos de la reunión yendo por el pasillo que lo llevaría al bar de la posada.

Nerina se mantuvo callada pensando en lo injusto que era el motivo de la pelea de los hermanos, sintiendo pena por David, pero sin poder hacer mucho al respecto para que este hiciera las paces con Esteban.

Los otros tres, sin embargo, lo ignoraron como si estuvieran acostumbrados a ese humor de Esteban cada vez que mencionaban a David, y también por el entusiasmo de al fin tener noticias de él.

—Ah, senhora Nerina, ¿después podría ir yo al correo a dejarle nuestra respuesta? Así ya aprendo cómo es —preguntó Rafael ansioso.

Estaba pensando en que, si en esos días se enfocaba más, también podría terminar lo que estaba escribiendo y ya sabría cómo enviarlo.

Quizá corregiría muchas de esas oraciones donde sus inseguridades manchaban la hoja, solo por tener la oportunidad de cortejar de la manera más bonita que lograra para David sin permitir que nada lo desanimara y, así, apelar a que le siguiera yendo bien.

—Sí, no hay problema, Rafael. Ahora leamos...

Nerina sonrió y allí comenzó a leer alto desde el inicio.


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