🌼 XXXIV

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Temprano por la mañana, las criadas se levantaban y vestían sus uniformes como tal para laborar.

Ivonne y Cornelia dormían en la misma habitación que las demás, pero al tener un trato diferenciado con los patrones, ellas se sentían un poco excluidas por algunas de sus compañeras de cuarto que en esos meses apenas le dirigían la palabra y el rechazo en los rostros era obvio.

Cornelia se la pasaba junto a Esteban acompañándolo en su trabajo, así que casi no podía cuidar de Ivonne.

La muchachita apenas podía hablar con una o dos que eran amables, pero tenía que soportar cuchicheos por detrás o las intensas miradas de envidia o desagrado de las demás cuando era solicitada por Nerina para otras tareas distintas a las de las criadas y trabajadoras.

Tener el favoritismo de Nerina conllevaba un tipo de soledad para con el resto.

Estaba bien así, porque Ivonne se sentía cómoda con la señora Nerina, y teniendo todavía a Rafael para salir a pasear y charlar pensaba que no estaba tan sola. Además, David le había dicho que fuera fuerte y que no volviera a dudar de su valor, esas palabras las tenía siempre presente.

Pero aún tenía una extraña sensación hace algunas semanas, y todo cambió de golpe esa mañana.

Después de encontrar a Esteban junto a Cornelia en la sala del recibidor, el patrón le mandó a Ivonne que despertara a Rafael, ya que era raro que este no estuviera listo para el trabajo en horario. Ella simplemente asintió con la cabeza.

Cornelia la miró preocupada, notando lo hinchados que estaban los ojos de la muchacha, como si se hubiera pasado la noche llorando. Pero, antes de poder consultar algo, Esteban renegó al aire y la más joven se alejó con rapidez para no enojarlo más.

Paso a paso, los suspiros de Ivonne se hacían cada vez más pesados, tenía miedo de llegar al destino y encontrarse con aquello que se negaba a aceptar.

Una vez frente a la puerta, se llevó ambas manos al corazón para atajarlo con fuerza como si fuera a caerse y romperse cual cristal.

Tocó para llamar y así la madera se deslizó un poco, estaba abierto...

Ante el invasivo silencio, Ivonne terminó de abrir y se asomó a la pequeña y aislada habitación de Rafael, notó cuán desolada estaba... Notó la ventana abierta, los cajones vacíos, una carta doblada en cuatro sobre la cama bien tendida.

Y aunque hiciera fuerza para retener tranquilos a sus latidos en ese corral de huesos, no pudo soportarlo y sintió quebrarse algo en mil pedazos.

¿Su mal presentimiento se había cumplido?

Se atajó del umbral, se impulsó para acercarse hasta la carta y entre tantas lágrimas pudo divisar su mayor temor.

¿Con quién se sostendría firmemente la mano ahora en los momentos más difíciles? Sin Rafael... No podría sola, no se sentía tan fuerte.

Un quejido de tristeza salió desde lo profundo de su garganta y se sentó en la orilla del colchón gimoteando, soltando la carta sobre su regazo para taparse el rostro.

Su mejor amigo, su amor imposible, su compañero casi hermanado... finalmente decidió soltarle la mano y hacer un camino separado de ella.

Cornelia, alarmada, se acercó velozmente a la habitación tras escuchar el llanto de la muchacha y encontrar esa triste y tan clara escena.

—Ay, no, no... No me digas que...

—Sí... —interrumpió Ivonne sin dejar de sollozar—. Rafael se fue, escapó...

Cornelia sintió una puntada en su pecho y su mandíbula tembló. Giró hacia Ivonne y vio la carta, entonces se sentó al lado de la más joven, dándole un abrazo lateral, y ahí sostener con su mano libre el papel para leer.

Detrás de sus arrugados párpados fueron asomándose aguas resignadas, y suspiró fuerte mientras terminaba envolviendo a Ivonne completa para que llorara en su hombro.

—Ese muchacho... Hay que ir a buscarlo y traerlo de la oreja —refunfuñó la mayor.

Pero Ivonne se apuró para negar y mirarla fijo a pesar de su dolor.

—No es así de fácil, Cornelia. Es que Rafael... Él ya es libre... Y si Rafael se fue, fue por decisión propia —dijo, consciente de que el deseo ajeno iba más allá de lo que ellas intentaran negociar—. No podemos hacer nada. Él nunca se halló acá...

Cornelia bufó quedando cabizbajo también. Pero era verdad, no había nada que atara a Rafael a esta posada, porque si Rafael pasó tantos días allá junto con ellas no fue por otra persona más que por su salvador.

David fue la primera persona que se preocupó por ayudarle radicalmente. Era la persona que lo educaba, la que le invitaba exquisiteces, la persona con la que paseaba y con la que más se sentía a gusto. Era innegable para los ojos de cualquiera que Rafael siempre tendió a seguir a David porque estaba contento a su lado... Y sin David allí, no tenía sentido para él quedarse.

El muchacho era demasiado sincero como para fingir que estaba bien allí, cuando en realidad se le notaba a leguas lo mucho que ansiaba irse, lo mucho que miraba hacia atrás, hacia Buenos Aires.

Después de todo, Rafael era libre, seguiría un nuevo camino. Quizá conseguiría un nuevo trabajo, quizá hasta viajaría más lejos de lo pensado... Y sin duda extrañarían a ese joven.

Como dijo Ivonne, no había nada que hacer, porque intentar convencer a un corazón de quedarse en un lugar donde nada lo impulsase a latir, era como dejarlo morir lentamente.

Para la suerte del prófugo, ni siquiera tuvo que meterse de polizón en un barco. Unos mercantes saldrían hacia Buenos Aires al mediodía y con solo pagarles unas tres monedas platenses de sus ahorros le dejaron abordar a gusto.

Era un barco pequeño y lento, pero se veía seguro. Tal vez llegaría para el mediodía de la mañana siguiente. 

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