Epilogo

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El niño estaba atento con lágrimas en los ojos, se levantaba y abrazaba a su madre sin dejar de llorar como nunca antes lo había hecho.

—Algún día vengare a Lindrel a su hijo y a Leira, también a sus amigos, matare a esa diabla con flechas y espadas—la mujer veía a su pequeño hijo y sonreía colocándolo nuevamente en la cama y tapándolo por enésima vez.

—Es hora de que duermas Edrel, ya es muy tarde—le daba un pequeño beso en su frente.

El pequeño bostezaba cansadamente –Lo hare mami mañana empezaré a entrenar...ya lo veras. Seré como...Lindrel...— caía en un profundo sueño.

La mujer se levantaba de la silla y se dirigía a donde tenía un closet que jamás dejaba que su hijo lo abriera, gruesas lagrimas rodaban por sus ojos mientras metía la llave que guardaba colgada en su cuello, al quitarles el seguro estas se ponían de par en par, mostrando dos espadas cortas con un ligero fulgor negro y uno dorado y una armadura de cuero tachonado que terminaba en una falda.

La mujer abría una pequeña cajita en donde estaba el collar de hoja que le había dado Lindrel hace ya años, se asomaba a la ventana y veía pasar la flecha que, salvo su vida por el cielo, los dioses la habían dejado allá arriba

—No hay día que no te recuerde, a ti y a los demás, los extraño tanto...Edrel ha crecido en un gran niño, es fuerte y ágil como nosotros...adora nuestras historias y te adora a ti, siempre estas con nosotros Lindrel...gracias mi Lendelar—

Leira cerraba la ventana y se iba a recostar cerca del pequeño Edrel, hundiéndose en un sueño lleno de recuerdos de ella, su amado y sus amigos. 

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