Capítulo 49

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Me sienta en el escritorio de Mía después de cerrar la puerta, pero antes de que pueda besarme lo aparto.

— Tenemos que hablar.

— Ay, mierda. ¿De qué?

— ¿De qué? — Pregunto molesta — Agradezco que me defiendas Christian, pero tienes qué calmar tu temperamento.

Benditas hormonas.

Primero estaba muy preocupada por él, pero ahora solo siento molestia por qué ha actuado como un adolescente temperamental. ¿Tengo razón para estar enojada, cierto?

— La verdad es que tuviste suerte — Cruzo mis brazos — Estamos aquí, tienes a los chicos para apoyarte si es necesario, pero ¿Y si no pudieran?

Él se aparta de mi para pasarse las manos por el rostro, y soy consciente de lo mucho que lo agobio, pero necesito que entienda mi punto.

— Solo piénsalo, ¿Qué pasaría si te peleas en otro lugar? ¿Y si en lugar de ser uno fueran tres? ¿O cinco? Y yo tuviera al bebé en brazos.

Sé que quiere decir algo para defenderse, pero le tapo la boca con la mano para que me deje explicar.

— Escúchame, cuando este bebé nazca, él se vuelve la prioridad para mí y para ti. No voy a arriesgar la seguridad de mi hijo por seguirte y tratar de impedir una pelea solo porque prefieres irte a los puños antes de asegurar que estamos bien. Eso se acabó. Tienes que dejar de ser tan inmaduro e irresponsable.

Su ceño se frunce y mantiene los labios presionados para que las palabras no broten de su boca. Yo me preparo para su réplica, pero en lugar de eso, él da la vuelta y sale de la oficina.

— ¿Christian?

Mierda.

Ahora estará furioso conmigo, pero tenía que decirlo. Sé que si él estuviera en problemas, yo no dudaría en ir detrás de él, incluso con el bebé en brazos. Por eso necesito que mantenga la mente fría.

Después de un rato Raúl entra a la oficina con un pequeño refrigerio para mí. Un pan tostado, café descafeinado y un vaso de jugo para calmar el hambre y la ansiedad.

— Tranquila, él está ahí afuera haciendo unas llamadas.

¿Llamadas? ¿Con quién? ¿Con Mía? ¿Sobre qué? ¿Está buscándome otro lugar para que pueda quedarme?

Dios, ahora sí estoy ansiosa. Christian regresa a buscarme a la hora de la salida, y aunque espero que haga alguna de sus bromas tontas, no lo hace. Permanece en silencio todo el camino hasta el departamento.

— Tengo que salir, pero debería estar aquí para la cena.

Asiento hacia él y sale cerrando la puerta. Rayos, lo rompí. ¿Fui muy dura con él? No, seguro solo estará molesto por algunas horas... O días.

Y darle espacio es lo mejor que puedo hacer, pero tengo que admitir que lo extraño. Preparo la cena para ambos, pero cuando me voy a dormir él todavía no llega.

Temprano en la mañana, cuando mi despertador suena, lo veo dormido a mi lado con su brazo sobre mi cadera. Quiero preguntarle a dónde fue, por qué llegó tarde y si sigue molesto, pero vuelvo a cerrar la boca.

— Es hora de ir al restaurante — Digo cuando empujo su brazo.

Esta vez se levanta sin quejarse o balbucear incoherencias. Se pone los pantalones, una camisa de botones y se peina el cabello con los dedos.

— Te dejaré en el restaurante, tengo cosas qué hacer.

— Bien.

Cuando detiene la Suv en la acera para que yo baje, sonríe levemente y palmea mi hombro. ¡Lo arruiné! ¡Lo eché a perder! ¡Mi gran avance se esfumó!

Arrastro los pies por la acera y entro al restaurante tan exhausta como si no hubiera dormido en toda la noche. De pronto, el día me parece aburrido y las actividades monótonas.

Los chicos de la cocina se esfuerza en alegrarme, pero algo en mi interior duele con fuerza ante el rechazo de Christian. ¿Debería ser indiferente con él? ¿Confrontarlo?

No, terminaría empeorando todo.

Seguimos la misma rutina del día anterior. Viene a buscarme cuando acaba mi turno solo para llevarme de vuelta al departamento y me deja sola.

Esta noche decido esperarlo a que regrese, así que me quedo en mi cama a oscuras hasta que escucho el sonido de la puerta. Espero que en cualquier momento Christian entre por la puerta, pero no lo hace.

De nuevo la punzada de culpabilidad me aguijonea el pecho. Salgo de la habitación y lo observo. Está sentado en la barra con un montón de papeles a su alrededor.

— ¿Cenaste? — Pregunto cuando me acerco.

— No tengo hambre.

Paso por su lado para encender la cafetera y echarle un vistazo a lo que sea que esté leyendo. Pero no entiendo nada: son un montón de gráficas, números, porcentajes y algo que dice balances.

Sirvo una taza de café para él, que no siquiera me ha mirado y rodeo la encimera. Pongo la taza de café junto a él.

— Está bien, pero no te quedes hasta tarde, cariño. Ven a dormir.

Beso su hombro y me alejo sin mirar atrás para saber si me mira. O si por lo menos tomó la taza.

Sea lo que sea que esté pasando por su mente, no voy a retroceder. Voy a darle el espacio que necesita, pero seré cariñosa y paciente hasta que él decida hablar.

Algunos minutos después, lo escucho entrar a mi habitación. Escucho sus tenis golpear el piso, seguido de sus pantalones y estoy segura que su camisa también quedó por ahí.

Se desliza en la cama junto a mí, y pasa sus brazos por mi cintura creyendo tal vez que estoy dormida.

— Estoy aquí, nena — Ahora él besa mi hombro — Duerme, yo te cuido. A ambos.

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