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— ¡Ya suéltame! ¡detente!— gritaba su madre, mientras el hombre que alguna vez amó la golpeaba sin piedad.

Poco después, el hombre al cansarse se fue directamente a dormir.

Definitivamente, volvía a estar ebrio.

— ¿Mamá?

La pobre mujer aún no había tenido tiempo para cubrir sus recientes heridas, por lo que solo ocultó su rostro bajo un mechón de su cabello cuando su hija llego.

— ¿Sí, mi niña? ¿Pasó algo?— trató de sonar de lo más normal.

— Estaba durmiendo, y... te escuché llorando ¿mi papá te pegó?— le preguntó inocentemente.

— No, hija ¿cómo crees eso? Él... me ama. Recuerda que las personas que te aman no te lastiman.— le dio una sonrisa obviamente fingida.

— No quiero que por culpa de él te vayas al cielo.— la niña comentó con clara tristeza en sus ojos.

La madre al no saber qué decir, optó por abrazar a su pequeña hija y hacerla dormir, pensando con tristeza cuál podría ser su cruel futuro.

Pero al no hacer nada al respecto, tal como se esperaba... terminó muerta por su propio esposo, dejando a su hermosa y frágil hija descubierta al mundo exterior sin nadie que la ayudara a su temprana edad de diez años.

— Mamá... mamá... mamá... despierta, te necesito. No me puedes hacer esto ¡por favor, mamá!— la pequeña lloraba desconsoladamente abrazando el cuerpo de su madre, sin intenciones de detenerse.

— Hey... pequeña, necesitas regresar a casa ¿dónde está el familiar que te acompaña?

— Nadie... nadie me acompaña.— respondió sin lograr evitar tartamudear.

El médico suspiró con cansancio y preocupación, para luego levantarse sin saber qué hacer.

— ¿Tu madre no tenía amigos o... alguien de confianza?

— No...— respondió.

Y ahí notó que la razón por la que eso pasaba, era que su padre no le permitía a su madre tener ni un tipo de contacto con otras personas.

— ¿Y tú?— cuestionó por último.

-— Yo tampoco...— miró al suelo.

Su padre al igual que a su madre, no le permitía tener amigos. Ahí fue cuando se dio cuenta de la tan mala vida que tenían.

— Entonces... organizaré una pedida de colaboración en el pueblo, y así tu madre tenga un entierro digno.

La niña, aún con el corazón destrozado y la mente perturbada, dió un asentimiento de cabeza para luego ser llevada a casa por ese tan amable médico.

— Muchas gracias...— agradeció amablemente.

— Que te vaya muy bien, Sarah.— el medico expresó sus buenos deseos.

— También deseo eso, gracias por todo... hasta pronto.— dijo por último, para luego dar la vuelta y caminar hasta lo que se podía decir "su hogar" aunque nunca logró sentirse protegida en ese lugar.

— MALDITA NIÑA DEL DEMONIO, ¡¿DONDE ESTABAS?!— y ahí estaba de nuevo, la persona que se hacía llamar su "padre".

— ¡Golpeaste a mi mamá hasta dejarla agonizando! hice lo que pude llevándola a un médico, ¡PERO AHORA ESTÁ MUERTA! eres el mismísimo diablo, Edward.—dijo con reflejante enojo en sus ojos.

— ¡¿Qué tonterías estás diciendo?! tu madre no puede estar muerta.— dijo con sus ojos reflejando gran terror.— solo se golpeó con la mesa cuando la empujé.

— ¡Sí, y tú la mataste! que se te quede siempre en la cabeza. ¡Te odio!

Su padre parecía estar realmente perturbado, pues esta vez, como nunca, guardó silencio.

— Se golpeó en un lugar vital de la cabeza y murió por un sangrado interno. No duró más de dos minutos en la casa del curandero del pueblo. Y todo por tu culpa, eres un maldito.— dijo por último negando con la cabeza, para luego irse a su habitación.

Era la primera vez que llamaba a su padre por su nombre. Era la primera vez que se enfrentaba a él a tal magnitud. Era la primera vez que se sentía tan desorientada. Y era la primera vez que se sentía tan desprotegida.

Lloró, lloró toda la noche, lloró por todo lo que estaba condenada a sufrir. Ahora estaba sola al lado de su padre, si llegaba a la edad legal aún viva... sería un completo milagro.

Deseó que el mañana nunca llegue; pero como siempre, el tiempo nunca se detiene, por más de que ella hubiese querido.

Se levantó de la cama al ver su reloj marcar las siete de la mañana, sintió inmensas ganas de llorar nuevamente al ver la cocina vacía, sin escuchar un "buenos días, cariño, ¿cómo dormiste? espero que te guste el desayuno" junto a esa amplia sonrisa que caracterizaba a su madre. Se hizo ella misma su desayuno, limpió la casa para luego no recibir más quejas de su padre y regresó a su habitación para dormir nuevamente, no tenía ganas de hacer nada sinceramente.

— ¡SARAH!— escuchó el escandaloso grito de su padre desde la cocina.

La niña sin molestarse en contestar, se levantó de su pequeña cama y se dirigió hacia donde él estaba.

— ¿Sucede algo?— preguntó al llegar, sin sentir la necesidad de mirarlo.

— ¿Dónde está el desayuno?— dijo sentándose en una de las sillas de las sala con una botella de cerveza en la mano. Ella lo miró con gran fastidio.

— Ahora debo hacerte el desayuno, ¿verdad?— caminó hasta ponerse enfrente a él.

— Claro, ahora que no está tu mamá, es justo que ahora tú hagas su trabajo ¿no? — respondió con ni un poco de arrepentimiento en sus palabras.

— No.

La niña sabía que estaba jugando con fuego, pero estaba dispuesta a no tener la misma vida que su madre, o al menos... hacer lo posible para evitarlo. De todos modos ya no tenía muchas cosas por las cuales vivir en ese momento.

— ¿Qué dijiste?— su padre se levantó fulminándola con la mirada.

— Si mi madre cometió un error... es dejar que tú seas parte de su vida.— dijo por último, para luego salir de su casa y correr sin destino en mente. No tenía a donde ir, solo quería olvidar por escasas horas su horrible realidad.

— ¿Sarah?— esa voz la conocía, era el médico que venía hacia su dirección en su carruaje.

— Oh... qué sorpresa.— trató de actuar lo mejor posible en ese momento.

— Vaya... no creí encontrarte aquí, iba hacia tu casa para darte noticias. El pueblo ha colaborado mucho y, si todo sale bien, en dos días será el entierro de tu madre.

— Gracias... por eso señor Pierce, se lo agradeceré toda mi vida.— Sarah lo miró con un brillo algo triste, pero también con esperanza en sus ojos.

— Eso me alegra.— el médico sonrió ampliamente.— y dime, ¿qué haces aquí?

— Ahm, yo... Estaba pensando... — suspiró.— mi madre era una persona muy querida por mí y ahora... ya no estaré con ella. Simplemente, no sé cómo continuar— dijo con dolor sincero en sus palabras.

— Entiendo perfectamente, Sarah. Pero sé que vas a poder salir adelante de esto y de muchas cosas más.— dijo desde su carruaje.— pareces una persona demasiado fuerte.

— Gracias por eso...— la niña miró a su alrededor y se dió cuenta de que estaba perdida ¿dónde se había metido?— disculpe la molestia, pero... ¿podría llevarme a mi casa? me olvidé de dónde venía.— dijo tímidamente.

— Claro, y no hay ningún problema.— el señor la ayudó a subir al carruaje y prosiguió con indicar a los caballos que avancen.— mira esas hermosas flores rosas, púrpuras y blancas... se ven hermosas.

— Sí es cierto, el mundo es muy hermoso de muchas formas ¿no lo cree, señor Pierce?— preguntó mirando con emoción el hermoso paisaje.

— Claro que lo creo.— contestó con una sonrisa en su rostro. Él sabía que esa niña iba a lograr superarlo.

Y así, de plática en plática, llegaron a la casa de Sarah.

— Muchas gracias, señor Pierce.— sonrió.— hasta pronto.— dió la vuelta y suspiró antes de entrar a su casa.

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