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Pasaron dos horas y media, en la que la señorita Evans y Sarah limpiaban la casa acompañas de armoniosa música que inundaba el lugar.

— Me siento satisfecha.— la maestra miró cada rincón de la casa.— sí, me siento satisfecha.— sonrió.

— Muchas gracias.— la menor la miró.— ha hecho mucho por mí.

— Cocinaré una sopa para las dos.— se dirigió a la cocina.

— De seguro será delicioso.— halagó Sarah.

— Claro que sí, suelo superar las expectativas de las personas.— rio la mayor.— ¿te gustan las verduras?— le preguntó.

— Claro que sí.— Sarah asintió.— mi madre decía que las verduras eran lo mejor que pueden haber.

— Si es así, estoy de acuerdo con tu mamá.— le respondió su maestra.

Pasaron alrededor de veinte minutos, y las dos ya estaban sentadas en la pequeña mesa conversando de cosas triviales, hasta que llegó el momento de despedirse.

— Me encantó pasar un momento junto a ti, Sarah.— le dijo la mayor.

— Digo lo mismo, señorita Evans.— Sarah sonrió.

— Cualquier cosa que necesites, me tienes a mí.— le recordó su maestra.— hasta pronto.— dijo por último, para luego dar la vuelta y perderse de la vista de Sarah por la oscuridad en la noche.

La niña volvió a su habitación, ¿qué seguía? Había pasado un buen momento con su maestra y no quería deprimirse acostándose en su cama y recordando momentos malos. Así que decidió dirigirse a la librería, aunque sea solo un momento, para leer el libro que había dejado a medias.

— Buenas noches, señora Coleman.— sonrió entrando al lugar.

— ¡Sarah! No te esperaba, ¿deseas seguir leyendo?— le ofreció amablemente la encargada.

— Claro que sí.— afirmó.— ¿está en el mismo lugar de siempre?

— Así es.— señaló.— ve, y siéntate para que puedas leer con comodidad.

— Gracias.— dio una última sonrisa e hizo lo que la señora le indicó.

Pasó aproximadamente una hora, y Sarah sabía que estaba en problemas; aunque... su padre tal vez aún no esté en casa, eso deseaba.

— Muchas gracias, señora Coleman. Ojalá la próxima vez que venga la termine, volveré a mi hogar.— le devolvió el objeto prestado con la mejor sonrisa que pudo, estaba nerviosa.

¿Y si su padre ya estaba en casa? lo último que quería era verlo.

— De acuerdo, Sarah. Aquí va a estar el libro esperándote. Suerte.— le respondió la encargada de la librería, amablemente.

— Gracias.— repitió y volteó hacia la puerta de salida, no sin antes ver la hora en un reloj del lugar en el que estaba.

Diez de la noche... eso era malo.

Finalmente, llegó a paso largo a su casa y abrió la puerta con su pequeño cuerpo temblando.

Tenía miedo, le seguía teniendo miedo a su padre después de todo.

— ¡ERES UNA COMPLETA MALCRIADA!- su padre le gritó apenas ingresó.— no necesito más pruebas para saber que estuviste en una aventura.

Sarah cerró los ojos y contuvo la respiración durante unos segundos para pensar en lo que diría.

— ¡No es lo que crees! no soy una cualquiera.— respondió al instante, odiaba que su padre le faltara el respeto.

— ¡ERES IGUAL A TU MADRE!— exclamó el hombre, dando un golpe a la pared.

— ¡Qué gran alago!— Sarah sonrió, pues ese comentario le había gustado.

— Realmente estoy cansado de ti.— expresó el mayor.

— El sentimiento es mutuo.— la niña quería terminar esa conversación de una vez, pero no dejando que su padre haga lo que quiera.

Cueste lo que cueste, ella no se dejaría volver a pisotear jamás.

— ¡NO SOPORTARÉ OTRA FALTA DE RESPETO!— su padre exclamó, golpeándola con una cachetada.

Sarah no se sorprendió mucho, pero dirigió una de sus manos a la zona afectada, le había dolido.

— El respeto se gana, Edward.— Sarah le recordó, sonriendo levemente, a pesar del ardor.

El hombre le dió un empujón, haciendo que caiga de seco al piso.

— ¡TE ENSEÑARÉ CÓMO DEBES COMPORTARTE!— le dió otro golpe en el rostro, haciendo que su nariz sangre.

— Jamás te he importado.- la niña le recalcó.— y nunca lo harás, así que ahora no digas que me golpeas porque quieres lo mejor para mí.- soltó, sin ponerle límites a sus palabras.

Apenas terminó de hablar, recibió una patada en el estómago, provocando que se quedara sin aire por unos segundos.

— Te odio.— dijo apenas recuperó el aliento.- saldría adelante sin problemas, si no fuera por ti.

— No eres nada más que Sarah Dagger, una simple niña, no tienes algo de especial, y nadie te puede amar por eso.— le habló, hiriéndola con sus palabras.

— Solo... déjame en paz.— la menor la miró con ojos suplicantes, y de paso, lleno de lágrimas.

El hombre la miró por unos segundos, para luego voltear y dirigirse a su habitación.

Sarah siguió llorando y temblando por un par de horas. Luego se levantó lentamente, gracias al dolor, para irse a su dormitorio. Al llegar, no quiso hacer algo más que tirarse a su cama y dormir.

Tal vez ir a la escuela el día siguiente no era buena idea.

Un día más comenzó, un día más en el que Sarah deseaba con todas las fuerzas que le quedaban, no pasarla tan mal.

Eran las nueve de la mañana, su cuerpo dolía demasiado, por lo que no podía moverse mucho.

Ciertamente, el día anterior no había sido, ni siquiera, una de las golpizas más fuertes que le había brindado su padre. Pero de que le dolió, le dolió.

Se quedó pensando por unos minutos, para luego dirigirse a la sala.

— Así que vendiste tu cuerpo.— su padre dijo con tono burlón.

— ¿Vendí mi...?— Sarah había quedado muy desconcertada.

Pero, cuando se dio cuenta de que su mayor miraba hacia la alacena llena de víveres, supo de lo que hablaba.

— Qué pena que me creas así.— comentó, mientras se servía un vaso de yogurt.

— ¿Qué más puedo pensar?— preguntó.
Sarah no pudo evitar reír un poco.

— No lo sé... tal vez la verdad: que la maestra llegó a regalarme estas cosas, pero no, nunca lo creerás así; porque mientras me creas más imperfecta, más feliz serás.— dijo con voz firme.

—¿Tu maestra te dio todo esto? No puedes pensar que me creeré eso.— su padre trató de reír.

— ¿Te das cuenta? De eso hablo, así que mejor no pierdo más más tiempo junto a ti, si es que no llegaremos a un acuerdo.— dijo con seriedad.

Se hizo un pan con mermelada y junto al vaso de yogurt, regresó a su habitación.

— Mamá... tú que estás ahí.— Sarah miraba el cielo desde su ventana.— dime, ¿me espera un futuro impresionante como siempre me decías? ¿en verdad seré feliz?— suspiró, algo desanimada.— necesito saber si hay una razón por la que estoy aquí, mamá... ayúdame.— pidió con esperanza de que su madre la escuchara.— ayúdame, por favor.

De pronto, de forma mágica, vió cómo una flor color rosa bajaba lentamente con ayuda del viento, entraba por la ventana y se asentaba en la palma de su mano.

¿Esa... es una señal?

Y si es así... parecía que había sido escuchada.

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