𝟥𝟤. 𝟧 𝖽𝖾 𝖼𝗈𝗉𝖺𝗌; 𝗋𝗎𝗉𝗍𝗎𝗋𝖺

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Sexto, Batalla en la Torre de Astronomía (Curso 96-97)
────── 🌙 ──────

❝𝗪𝗵𝗮𝘁 𝗶𝗳 𝘁𝗵𝗶𝘀 𝘀𝘁𝗼𝗿𝗺 𝗲𝗻𝗱𝘀? 𝗔𝗻𝗱 𝗜 𝗱𝗼𝗻’𝘁 𝘀𝗲𝗲 𝘆𝗼𝘂 𝗮𝘀 𝘆𝗼𝘂 𝗮𝗿𝗲 𝗻𝗼𝘄 𝗲𝘃𝗲𝗿 𝗮𝗴𝗮𝗶𝗻❞.

❝¿𝘘𝘶𝘦́ 𝘱𝘢𝘴𝘢 𝘴𝘪 𝘭𝘢 𝘵𝘰𝘳𝘮𝘦𝘯𝘵𝘢 𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢? 𝘠 𝘯𝘰 𝘷𝘶𝘦𝘭𝘷𝘰 𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘳𝘦𝘴 𝘢𝘩𝘰𝘳𝘢 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢́𝘴❞.

Hacía horas que Harry les había dado el pequeño frasco de Felix Felicis para que lo compartiesen, mientras él se marchaba con el profesor Dumbledore en busca de un horrocrux. Pues al final parecía que Voldemort había usado aquella magia negra para depositar un trozo de su alma y así no morir nunca. O esas eran las sospechas del director. Por eso la noche que Lord Voldemort intentó matar a Harry siendo solo un bebé y que la maldición asesina rebotó en él (a causa del sacrificio de Lily), éste solo perdió su forma corpórea.

Si aquello terminaba siendo cierto, deberían acabar con todos y cada uno de los horrocruxes de Voldemort para poder vencerlo. Ese sería el plan. Cuando Harry se lo contó, Enllunada se imaginó siendo aquel hobbit de la saga favorita de su apa, camino a Mordor para destruir el Anillo Único.

«Al menos Frodo solo tenía uno…», pensó aquella noche, en su cama de baldaquín en la Torre de Gryffindor.

Pero de aquello hacía ya unas semanas y había tenido que prometer que no revelaría el posible secreto de Voldemort. Ni siquiera a Lee Jordan y los gemelos, o peor, ni a Remus ni a Lyall.

Y si todo aquello resultaba ser poco, también estaba Draco Malfoy, el chico de Slytherin archienemigo de Harry, que llevaba todo el curso armando planes para matar a alguien. No sabían a quién, pero tanto Enllunada como Harry estaban convencidos de que Draco había reemplazado a Lucius Malfoy como mortífago, desde que este último había terminado en Azkaban después de atacar al Ministerio de Magia en busca de la dichosa profecía que Enllunada destruyó.

Poco a poco, ese curso todo se fue oscureciendo. Lo que empezó en quinto como una revolución estudiantil, se encaminaba hacia una guerra de verdad. Donde los problemas se convertían en peligros reales donde uno ya no estaba seguro ni en Hogwarts.

Enllunada tenía una sensación parecida a la de años atrás, cuando el carromato de Joana dejó el campamento para siempre. Sin embargo, aquella vez ya no era una niña. Ahora era consciente de lo que pasaba y de lo que suponía esa tormenta que se acercaba demasiado rápido.

Cuando las risas abandonaban su rostro, regresaba su anya, muerta entre sus brazos. Imaginarse que le podía pasar lo mismo a Remus… o alguno de sus amigos… Amaba a demasiada gente para su gusto. Volvía a tener mucho que perder.

Aquel atardecer, Harry había llegado a la Sala Común corriendo y nervioso. Apenas habían intercambiado un par de frases en las que el «Elegido» les había informado que se iba con Dumbledore y que vigilasen a Malfoy y Snape.

Igual que el día que visitó el Romanian Dragon Sanctuary, ¿un día cualquiera, hasta feliz, se convertiría en una pesadilla?

Bebió un sorbito de ese líquido dorado y notó cómo fluía en ella una especie de sensación reconfortante. Como si los brazos de Joana la abrazasen o escuchara el latido del corazón de Remus.

De repente tenía claro lo que había que hacer, o el Felix lo sabía:

—Nos dividimos en dos grupos y usaremos los galeones para avisarnos. ¿Aún los tenéis?

—Siempre lo llevo encima —enseñó Neville.

—Pero ¿qué es lo que pasa? —preguntó Lee después de beber el último sorbo de suerte líquida que quedaba. El chico solo iba a Hogwarts unos cuantos días a la semana para cumplir las asignaturas de la especialización.

—Harry y Dumbledore no estarán esta noche y creemos que Malfoy y… Snape tienen un plan.

—Para el que no debe ser nombrado, me imagino —constató Ginny.

Ron dedicó una mirada de reproche a Enllunada. Ya habían discutido más de una vez sobre la verdadera lealtad de Snape y, aunque Enllunada jamás había revelado sus sospechas sobre el amor secreto del profesor de Pociones, le había defendido en repetidas ocasiones.

¿Tendrían razón ellos? ¿Su intuición sería errónea? ¿Snape y Lily solo eran amigos hasta que él la empezó a despreciar por ser hija de muggles?

—Avisaré a Luna.

—Cuantos más seamos, mejor —dijo Hermione no muy segura.

—Yo iré en un grupo. Ginny, tú ve en el otro.

—Yo voy con mi hermana.

—Yo voy contigo, Enllunada —dijo Lee.

—Neville, tú ve con los gingers y  Luna, y vigilad a Snape. Lee, Hermione y yo vigilaremos a Malfoy.

—Si ambos están confabulados, creo que el profesor Snape será mucho más peligroso. Creo que deberíamos hacerlo al revés.

—Hermione tiene razón, Enllunada. Tú deberías vigilar a esa rata de cloaca, y yo voy también.

—Ginny, eres la mejor duelista después de mí, necesitamos tener grupos equilibrados… —En cualquier otra oportunidad, Ginny era una compañera más que eficaz, pero el Felix Felicis la estaba guiando hacia la supervivencia de todo el grupo. Si esa noche era LA noche, se sentía responsable de que todos salieran con vida—. Coged lo imprescindible; varita, armas, las protecciones que se os ocurran…

—De acuerdo —dijo Neville, y todos asintieron.

—Quedaos vosotros el Mapa del Merodeador. —Se lo entregó a Ron—. Ginny, Neville y Ron, quedáos como encargados del corredor del Séptimo Piso. —Era donde se situaba la Sala de los Menesteres y donde Malfoy llevaba escondido todo el curso—. Cualquier signo de que ocurra algo fuera de lo inusual, mandáis un SOS en el galeón. Nosotros tres iremos a las Mazmorras y de camino nos juntaremos con Luna.

—Es buena idea —afirmó Hermione—; así no llamaremos tanto la atención.

—Nos vemos en un rato, chavales —aventuró Lee para infundirles coraje.

—Os quiero vivos mañana —amenazó Enllunada señalando a los del otro grupo, camino a la salida.

Vestidos con el uniforme de Hogwarts y las varitas escondidas, los tres gryffindor bajaron el centenar de peldaños que les separaba del Gran Comedor.

—Si vais tan agarrotadas, notarán que pasa algo.

Las dos chicas suspiraron. Hermione cerró un momento los ojos y Enllunada intentó reducir el desbocado corazón que iba a salírsele del pecho.

La rubia intentaba sonreír con normalidad a todos los estudiantes que se iban cruzando; otros alumnos sin preocupaciones más que las de terminar algún trabajo o ir a dormir. ¿Les vería por última vez?

«Frena —se dijo a sí misma—. No sabes si es verdad que Malfoy va a llevar a cabo ningún plan, menos si Snape es un agente doble. Todo esto es solo por si acaso».

«¡Alerta permanente!», le dijo una vocecilla parecida a la de Moody.

El aroma de la cena le llegó mucho antes que al resto, sin embargo aquella vez el estómago se le cerró por completo.

Aún quedaban alumnos en las cuatro grandes mesas alargadas del Gran Comedor. Los platos estaban medio vacíos aunque las velas seguían iluminando la gran estancia. Esa vez el techo reflejaba un cielo nublado.

No pudo evitar mirar a la mesa de profesores, donde la profesora McGonagall hablaba con Madame Pomfrey, pero ni rastro de Snape.

En el Mapa del Merodeador habían comprobado que estaba en su despacho y ojalá se quedara allí toda la noche.

Luna Lovegood, la chica de Ravenclaw con una larga melena albina y unos ojos grandes que le daban un aire despistado, iba directa hacia ellos.

—Ey, Luna —saludó Hermione—. ¿Ya has cenado?

—Sí. ¿Vosotros no?

—Nos hemos quedado con apetito —disimuló Lee, a lo que Luna quedó extrañada de que el chico le hablase, pues aunque habían coincidido en el Ejército de Dumbledore, nunca se habían relacionado mucho.

—Coged algunos cupcakes y nos vamos.

—Neville me avisó, pero no sé...

—Te lo contaremos todo de camino.

—¿Volveremos a volar en thestrals?

Mientras Hermione se apresuraba a coger algo de comer de la mesa de Gryffindor y le respondía a Luna casi inaudiblemente, Enllunada se fijó en Ernie Macmillan.

El chico de Hufflepuff estaba alimentando a su gran lechuza color café y aquello le dio una idea.

—Hola, Ernie.

—Enllunada, buenas noches.

—¿Me dejarías a tu lechuza para mandar una carta urgente, por favor?

—Acaba de regresar de un viaje. —Mostró una carta abierta al lado del plato—. No creo que sea lo más conveniente, Enllunada. ¿No puedes usar alguna de la escuela?

El tono del chico castaño de sexto siempre era demasiado solemne, eso sí, fue de los primeros en pronunciar perfectamente el nombre de Enllunada.

—No tengo tiempo de ir a la Lechucería; es una emergencia.

Algo vio Ernie en la compostura de Enllunada (quizás la seriedad que nunca la acompañaba), que su rostro tomó un aire grandilocuente.

—En ese caso, Bullaby mandará ese mensaje encantado.

De la mochila, Ernie sacó una pluma de color bronce, un trozo de pergamino y un tintero, y se lo ofreció a la gryffindor.

Enllunada solo escribió un par de frases: Quizá Hogwarts. Esta noche. Szeretlek.

Lo enrolló y lo selló con un golpe de varita. Alargó el brazo para que Bullaby se posara sobre él y le acarició el elegante plumaje.

—Encuentra a Remus —susurró mientras la lechuza agarraba la carta con el pico—, por favor.

Como si le hubiese entendido, Bullaby hizo un gesto con la cabeza y salió volando por uno de los ventanales del Gran Comedor.

—¿Necesitáis algo más?

—Si esta noche escuchas jaleo, no dejes que los chavales salgan de la sala común. ¿Los protegerás?

—Enllunada, me estás asustando. ¿Debemos hablar con los profesores?

Enllunada volvió a mirar a la profesora McGonagall, quien coincidió en hacer lo mismo, como si supiera que estaban hablando de ella.

—Mejor que no. Pero si ves u oyes cualquier cosa extraña… hazlo.

—De acuerdo. ¿Es una misión del ED?

—Sí.

—¿Aviso a los Delegados de las otras casas?

—Menos la de Slytherin. Sobre todo que ellos no sepan nada.

—Así será.

Y dicho aquello, Enllunada giró hacia las escaleras que conducían a las Mazmorras, dejando a Ernie Macmillan perplejo.

Los cuatro fueron bajando tramos de escaleras y tomando pasillos, con tal de evitar cualquier Slytherin que les pudiera delatar. Allí el ambiente era húmedo y frío, a pesar de las llamas azules que flotaban en los muros.

Al fin llegaron cerca del despacho de Snape, donde reinaba el silencio. Se ocultaron bajo el tramo de escaleras que comunicaba con un pasillo superior, en el hueco detrás de una armadura. Tuvieron que pedirle que no les delatase y rezar para que no apareciese Peeves.

Después de que Neville les dijera que Snape no se había movido de su despacho (gracias al galeón que guardaba Luna), decidieron que Enllunada y Lee harían guardia cada uno en una esquina del corredor, para asegurarse que ningún estudiante se acercaba.

—Espera, Lee. Deberíamos usar el encantamiento desilusionador.

—Cripsis —dijeron a la vez él, Enllunada y Hermione.

Los tres notaron como si se hubiera roto una cáscara de huevo en sus cabezas y cómo un líquido caía lentamente sobre su cuerpo. Poco a poco, fueron volviéndose invisibles, a medida que su cuerpo tomaba la textura y el color de su entorno, como si fueran camaleones.

Luna lo probó, pero apenas su cabello cambió de color.

—Yo te ayudo —susurró Hermione y volvió a Luna igual que ellos.

Casi dos horas o más estuvieron en ese pasillo frío, sin ninguna novedad ni movimiento.

A aquella hora todos los estudiantes ya hacía rato que debían estar en sus dormitorios a riesgo de castigo y perder puntos para sus casas, así que decidieron replegarse donde la armadura se encontraba.

—¿Y si Harry ya ha vuelto? —preguntó Lee.

—Nos habría avisado —respondió automáticamente Hermione.

—No puedo ver la moneda —dijo Luna, tratando de diferenciarla del entorno.

Enllunada la tocó con la varita de ébano y la ravenclaw volvió a la normalidad.

—Oh, gracias. No han dicho nada.

—Si no hay noticias, son buenas noticias —dijo Lee, deshaciendo también el encantamiento para luego bostezar.

Las gryffindor fueron las últimas en recuperar el aspecto y, aunque apretujados, permanecieron los cuatro en el hueco de la escalera.

Hermione empezó a mover el cuello en semicircunferencias, mientras se masajeaba un costado.

—¿Tienes un mal presentimiento? —le preguntó Enllunada.

—No lo sé. Siento como si fuera ridículo estar aquí y a la vez estuviéramos en grave peligro.

—Si Snape era mortífago, nada nos indica que no sea un espía de Voldemort —argumentó Lee.

—Dumbledore confía ciegamente en él —dijo Enllunada por enésima vez.

—Y le ha salvado la vida a Harry en más de una ocasión…

—¿Pero…?

—¿Tú qué crees, Enllunada? Eres la que más tiempo ha pasado con él.

La pregunta de Hermione la sorprendió. Sin saber muy bien por qué, desvió la mirada de los ojos de la castaña al suelo, donde jugaba con los cordones de sus zapatos.

—Dumbledore testificó a favor de Snape en los juicios de los 80; dijo que había empezado a espiar para él antes de la caída de Voldemort.

—También dicen que lo hizo por orden del mismo Innombrable —expresó Lee con el ceño fruncido.

—Es muy enrevesado —se quejó Hermione.

—Sea lo que sea, estaremos preparados para enfrentarle si hace falta —afirmó Enllunada con la varita firme.

Miró la puerta negra con el estómago revuelto. Se imaginó al profesor (ese año) de DCAO, sentado en su escritorio, corrigiendo trabajos o escribiendo algún simposio.

Snape no había querido alojarse en la oficina de DCAO que ocupó su apa tres años atrás, prefirió seguir en las Mazmorras, como siempre.

Ese curso había conseguido, al fin, impartir clase sobre su asignatura favorita y se había notado considerablemente en su estado anímico: a Enllunada la dejaba tener música mientras cumplía con el castigo en su despacho, terminaba trabajos o elaboraba la Wolfsbane. Hasta había dejado de quejarse de que la chica le llevara chocolate para picar, y en más de una ocasión le había visto comiendo. Pero, sobre todo, alguna tarde le había pillado mirándola de una manera extraña. Nada perturbador o fuera de lugar, más bien como si meditara sobre comentarle algo. O eso es lo que le había parecido a ella desde cierta situación de lo más insólita:

Los gemelos habían tenido una idea para una broma que consistía en chuches con forma de marca tenebrosa que ponían malo a quien las comiera. Para el diseño, Enllunada se ofreció a dibujar la marca de Lord Voldemort al detalle y, para ello, no se lo ocurrió otra cosa que pedirle a Severus Snape ver la marca que llevaba tatuada en el brazo y con la que el Señor Tenebroso se comunicaba con sus mortífagos.

Cualquiera hubiera imaginado que el profesor la había castigado ante aquella petición. Sin embargo, él solo había soltado una carcajada amarga antes de ceder.

—¿Qué? —preguntó Snape, desafiante, cuando ella suspiró después de terminar.

—Pensaba en lo solo que debió sentirse para creer que era su única salida.

Desde aquella tarde, Snape empezó con las miradas furtivas.

A veces, a Enllunada le daba la sensación de que él estaba esperando que le preguntara por Lily o por su auténtica lealtad, pero enseguida cambiaba de opinión cuando le soltaba alguna badajada contra ella o sus compañeros. Algo que la hacía desconfiar otra vez, sumado a cómo trataba a los alumnos en clase, o a la mayoría de personas en general.

Snape no era buena persona por muchos aspectos, pero ella se reía en casi todas las oportunidades y no creía realmente que fuera un espía de Voldemort, sencillamente era un borde debido a la mierda de vida que había llevado (o había elegido llevar).

—Nuestra mayor esperanza es Dumbledore —le había dicho Remus—. Si él confía en Severus, yo también.

¿Eso debería bastar, no?

La dulce voz de Luna susurrando una melodía extraña la devolvió a aquella húmeda cavidad y al chirrido de la armadura que les daba cobijo.

Llevaban rato sin hablar. Lee no paraba de darse golpecitos en la pierna con la varita, y Enllunada casi se había destrozado toda la manicura.

—¡¿Puedes parar de una vez?! —recriminó Hermione al chico, en un susurro irritado.

Debían de haberse quedado ellas el Mapa del Merodeador y no Ron, pensó Enllunada al colapso de la histeria de no saber qué pasaba a su alrededor.

Luna dejó de cantar.

—Qué extraño…

—¿El qué? —inquirió Lee.

—Mirad.

Luna alargó la mano para que pudieran ver el galeón del ED. Allí donde deberían estar los números del gobblin que la forjó, había una serie de letras mezcladas sin sentido.

—Esto lo acaban de escribir —dijo Hermione ante la evidencia del cambio de temperatura de la moneda.

—Pero no es «SOS».

—A no ser que no hayan tenido tiempo de escribirlo en condiciones.

Frente a la posible hipótesis de Enllunada, los cuatro intercambiaron miradas antes de levantarse con las varitas en ristre.

—¿Tendrá que ver con Harry…?

—Harry está con Dumbledore, Lee; junto a él no le pasará nada malo —constató Enllunada con un susurro—. Tiene que ser Malfoy. Debemos subir.

—Pero tenemos que vigilar al profesor Snape —repitió Luna.

—Si él estuviera involucrado, ya habría subido a encontrarse con Malfoy.

—¿Es que ya no recuerdas lo que nos contó Harry de la fiesta de Navidad del profesor Slughorn? Draco no quiere la ayuda del profesor Snape —dijo Hermione.

Antes que ninguno tuviera tiempo de añadir ninguna idea más ni plantear un nuevo plan, un ruido empezó a hacerse presente. Era como si alguien bajara a toda velocidad por las escaleras. Apresurado. ¿Angustiado?

Entonces un estruendo les hizo dar un respingo:

—MORTÍFAGOS EN HOGWARTS. MORTÍFAGOS EN EL CASTILLO.

El profesor Flitwick bajó por el pasillo de las Mazmorras tan rápido como sus cortas piernas le permitían. No pareció percatarse de la presencia de ellos cuatro, pues fue directo a abrir la puerta del despacho de Snape.

Hermione la cogió fuerte del brazo. Enllunada pudo escuchar cómo los cuatro corazones latían desbocados al unísono.

¿Mortífagos en Hogwarts? ¿Era eso posible?

Miró al techo, como si pudiera atravesar los muros para ver lo que pasaba arriba.

—Severus. —La voz aguda de Flitwick se escuchaba nítidamente mientras los chicos salían de su escondite—. Unos cuantos de la Orden estamos en la Torre de Astronomía, pero hay muchos mortífagos.

«Unos cuantos de la Orden».

—Remus… —susurró Enllunada.

—¡¡Necesitamos ayuda!! ¡¡Acompáñame para…!!

¡¡PUM!!

No le había dado tiempo a Enllunada a dar ni un solo paso, cuando un golpe seco y fuerte retumbó por todo el pasillo. Hermione y Luna dejaron ir una exclamación. Lee y Enllunada apuntaron con la varita hacia el despacho.

Eso no había sido nada bueno.

En ese preciso instante, lo que había querido evitar Enllunada durante toda la noche, pasó: Severus Snape salió de la oficina con la varita en la mano.

Vestido de negro como de costumbre, durante una milésima de segundo a Enllunada le pareció leer sorpresa en el rostro de Snape. Aunque el Jefe de Slytherin se recompuso enseguida:

—El profesor Flitwick acaba de sufrir una conmoción —dijo Snape con la voz inalterable—. Encárguense de él mientras yo subo ayudar a los demás.

Luna hizo el ademán de obedecer a Snape, pero Enllunada se lo impidió.

—Acaba de bajar en plenas facultades. Lo hemos visto los cuatro.

—Señor Jordan, la situación apremia. Hagan el favor de atender al profesor de Encantamientos.

Snape sonó autoritario, como siempre. Quizá debido a aquello, tanto Hermione como Luna acataron.

No Enllunada, quien seguida de Lee caminó al lado de Snape rumbo a la Torre de Astronomía.

—¿Adónde creen que van?

—Pues a ayudar.

Snape se irguió delante de ella para mirarla directamente a los ojos.

—Que sobreviviera el año pasado, señorita Lupin, no significa que la deje enfrentarse a mortífagos adultos a riesgo de morir. Proteja al profesor y a sus amigas.

—Pero Remus puede estar en…

—No haga que se lo repita.

La intensidad de Snape al decir aquello provocó que la gryffindor se encogiera sin quererlo. Cuando el mayor quiso marcharse, ella lo agarró del brazo.

—No puedo dejar que vaya, profesor.

«Se lo he prometido a Harry».

—Debo cumplir las órdenes de Dumbledore, Enllunada. ¿Puedes entenderlo?

Era la primera vez que la había llamado por el nombre.

Sin saber muy bien por qué (quizá por haber escuchado el nombre de Dumbledore o el suyo propio), la mano de la licántropa soltó a Snape. El profesor de DCAO aprovechó para irse, arrastrando la capa negra que revoloteaba a su paso.

Con un sabor amargo en la boca y una sensación de vértigo, miró a Lee, que tenía la misma mala cara.

—¡Enllunada!

Hermione les sacó a ambos del estupor.

—¡No dejéis que se vaya! —exclamó desde la puerta del despacho.

—¿Qué…?

—¡Ha sido él!

Sin pedir más explicaciones, ambos chicos salieron a la desbandada.

Corrieron por los pasillos de las Mazmorras a toda velocidad. Ya no importaba si les descubría algún slytherin o fantasma.

Un corredor, otro… hasta que llegaron a la escalera que comunicaba con el Gran Comedor.
Subieron los peldaños de tres en tres. ¿Cómo podía Snape ir tan rápido?

Cuando llegaron a la puerta, se golpearon con fuerza: estaba cerrada.

Enllunada maldijo en magyar.

—ALOHOMORA —chilló Lee, apuntando con su varita.

Pero la puerta no se abrió. Había sido sellada con un encantamiento más poderoso.

—Nos ha escuchado perseguirle.

Con el pulso martilleándole la sien, trataron de abrirla con un par de contrahechizos. También sin éxito.
Enllunada empezó a querer forzar la cerradura. A aquello le siguieron puñetazos y patadas.

—¡Para, Enllunada! ¡Así no conseguiremos nada!

Con los nudillos en carne viva y sin haber conseguido el mínimo rasguño en la madera, apoyó la cabeza contra la puerta.

Podía ser que Snape solo hubiese cerrado para protegerlos, para evitar que se unieran a la batalla, pensó. No significaba que fuera un traidor…

«Ha atacado al profesor Flitwick».

—Tenemos que subir.

Arriba estarían Ginny, Neville, Ron y seguramente Remus.

—Apártate.

Lee obedeció. Ella también se alejó lo que le pareció una distancia prudencial antes de apuntar.

—¿Qué vas a hacer?

—Volarlo por los aires. Tres, dos… ¡Bombarda Máxima!

Del arma de ébano salió una detonación directa hacia el muro. La pared de piedra se rompió en mil pedazos. Lee conjuró a la vez una barrera protectora para resguardarles de los escombros.

Delante de ellos un gran agujero mostraba el Gran Comedor. En medio de él, la puerta seguía intacta.

Antes que el techo comenzara a desmoronarse, siguieron su carrera.

Las velas se habían apagado. El techo estaba nublado, sin estrellas. Ni una sola alma se encontraba en el Gran Comedor.

Pasaron por en medio de las mesas alargadas hacia el vestíbulo. Allí apareció de repente Peeves, el poltergeist.

—¡Mortífagos en Hogwarts! —les chilló.

—¿Has visto a Snape?

—Está subiendo hacia la marca.

—Avisa a los chavales que no salgan de las salas comunes, Peeves.

—¿Dónde está el director?

Pero ya no le respondieron.

—¡Eh! ¡Mocosos!

Subieron por la gran escalinata de caracol. En una de las ventanas que daban a la Torre de Astronomía, la vieron: la marca tenebrosa; una gran calavera verde con la lengua de serpiente.

A eso se refería Peeves.

El pánico invadió a ambos estudiantes.

—Por aquí —dijo Lee.

Giró por una esquina y con la varita le dio unos golpes a una estatua. Ésta se apartó, descubriendo un pasadizo secreto.
Subieron más escaleras empinadas por el atajo, como una exhalación.

Lee fue el primero en salir.
Enllunada escuchó el fragor de la batalla antes de verla. Detonaciones, explosiones…
¿Qué pretendía Malfoy trayendo mortífagos al castillo?

Fue con el brazo levantado, preparada para atacar, cuando chocó contra alguien que corría en dirección contraria.

El encontronazo fue tan salvaje, que ambos cayeron al suelo. La rubia se quejó de dolor. Era como si hubiese topado contra la pared.

La varita le había volado de la mano izquierda aunque en ese momento no le importó. Tenía la extremidad doblada en un ángulo extraño, rota por la muñeca.

Las lágrimas inundaron sus ojos sin poder controlarlo. Un hedor a sangre y sudor le invadió las narinas.

El suplicio era horrible. Apenas pudo levantarse. Seguía quejándose. No veía la varita por ninguna parte…

Lo primero que distinguió en medio de esa neblina de duelos y polvo, era un cuerpo ensangrentado. Inerte. Lo segundo fue aquel con el que había chocado:

Llevaba la túnica de mortífago demasiado ajustada, como si le fuera pequeña. También se incorporaba, con un sinfín de improperios.

Enllunada se agarró la mano rota con la otra, a la vez que se percataba del montón de pelo que cubría el pecho de su adversario. A eso le siguieron un rostro de lo más identificable, con ojos como el infierno y colmillos asesinos.

—Fenrir Greyback…

La mirada del alfa coincidió al llamado de Enllunada, quien reconoció al creador de su apa, ese que había jurado venganza eterna a los Lupin.

Sin darle tiempo a reaccionar, Greyback se abalanzó sobre ella. Directo a la yugular. Los caninos se clavaron en la piel de Enllunada. La sangre brotaba. Ella no podía quitarse el peso del licántropo de encima.

—Tu sangre… —expresó él, confundido, ante la degustación de la joven.

Enllunada aprovechó esa pausa para coger impulso y ser ella la que atacara. Le agarró el lóbulo de la oreja con los dientes y arrancó.

Fue con el trozo de oreja en la boca y la sangre derramándose por su barbilla, que el haz de luz acertó al hombre lobo, mandándolo lejos de ella.

Escupió aquella asquerosidad, aunque había cierto sabor en la sangre del lobo que le recordaba a la suya propia.

Lee le tendió la mano para ayudarla a levantarse. Por suerte, él había encontrado su varita.

Greyback se recuperó, dispuesto a atacarla, cuando una figura bien conocida se interpuso:

—¡No toques a mi hija! ¡Jaulio!

El ataque de Remus fue directo a Greyback. Antes que la jaula se cerrara a su alrededor, el hombre lobo salió corriendo. Pero no fue enseguida hacia ellos. Vaciló.

—¡Ya está, tenemos que irnos!

Ante aquel grito, Greyback se largó escaleras abajo.

Sin entender nada, Enllunada tomó la dirección contraria, detrás de su apa y Lee, hacia el corredor medio derrumbado.

Le pareció ver la melena de Ginny, bailando al son de las maldiciones que le mandaba uno de los mortífagos que allí quedaban. Los maleficios rebotaban de un lado a otro y no les daban por los pelos.

Notaba que seguía sangrando por el cuello a borbotones. Con la única mano que disponía, trató de taparse la herida. ¡¿Por qué tardaba tanto en curarse por sí misma?! Ella no tenía ni idea de hechizos de sanación…

Con un movimiento brusco, dejó de hacer presión para blandir la varita:

—¡Suffoco!

La sangre salpicó la pared a la par que las vías respiratorias del mortífago que se abalanzaba sobre ella se contrajeron.

Enllunada se estaba mareando. 

—¡Ya está! —repitió aquella voz.

¿Qué estaba si los hechizos seguían inundando ese pasadizo en ruinas?

La profesora McGonagall combatía cerca de ella. También Tonks. El ruido dañaba los tímpanos de Enllunada. Los mortífagos empezaron a querer abandonar ese lugar…

—¡Desmaius! —exclamó Enllunada. Aunque ese rayo de luz roja fue desviado con éxito.

Le seguía sangrando el cuello a pesar de que la herida comenzó a cerrarse. Tenía el uniforme empapado.

Por algún motivo, el enemigo anunció la retirada.

—¡No dejéis que se larguen! —dijo Tonks.

Débil, Enllunada se apresuró hasta las escaleras por las que había desaparecido Greyback.

El propietario de la llamada hacia la huida apareció el primero. Enllunada levantó la varita. Le apuntó entre aquellos ojos oscuros como la noche.

—¿Qué es lo que «ya está»? —le preguntó.

Snape, paralizado, no levantó el arma. Siguió cogiendo por la espalda a un pálido y desencajado Draco Malfoy.

—Lo que Dumbledore me encomendó.

—Mentiroso…

No parpadeaba. El profesor Snape le aguantó la mirada como si quisiera que le leyera. Ella, cargada de ira, penetró en aquellos iris. Con el ceño fruncido, trató de concentrarse.

«¿Qué me estás escondiendo?»

Una fuerte explosión sobresaltó a los tres magos.

—¡Déjanos marchar! —rogó Draco, con los ojos vidriosos—. Por favor, Lupin.

—¿Por favor? —preguntó enfurecida, mirando ahora al rubio—. Todo esto es tu puta culpa.

Tonks volvió a gritar. El resto de mortífagos se acercaba.

—Enllunada… —apremió Snape.

Ninguno de los tres podía pasar si el otro no se apartaba. Enllunada  volvió a tratar de hacer legeremancia en Snape. Él seguía con el brazo de la varita bajado.

—Déjanos pasar —dijo Snape casi en un susurro tranquilo.

En un segundo, su entorno desapareció. Los ojos de su profesor la engulleron. No había ruido. Imágenes borrosas… La marca tenebrosa encima de Hogwarts. Destellos de mortífagos. Dumbledore y Snape en el despacho del director. «Severus, por favor».

Una voz la alejó de aquella marea de fragmentos. O quizás la expulsó el mismo Snape. Sin embargo, la voz de Harry se hizo presente por primera vez en aquella noche.

Snape se había girado al escuchar lo mismo que ella. Ahora parecía tener prisa. Dio un pequeño paso hacia Enllunada. La varita le tocó el rostro.

Harry había tenido razón; todo había pasado aquella noche.

«¿Qué es lo que “ya está”?»

Aunque Enllunada no bajó el arma, se quedó estática sin saber qué hacer. El vértigo le causó náuseas. Tenía la sensación que en una décima de segundo el mundo se había parado.

Snape levantó la mano hacia la de ella y, con suavidad, se la retiró.

En lugar de quejarse, mientras todo el mundo parecía ir hacia donde ellos estaban, la licántropa se agarró la mano lesionada.

Entonces, por segunda vez en aquella noche, Enllunada se apartó, permitiendo huir a un demacrado Malfoy y al mismo Severus Snape.

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ᵀʳᵃᵈᵘᶜᶜᶤᵒᶰᵉˢ ᵈᵉˡ ᵐᵃᵍʸᵃʳ:
Apa: padre.
Szeretlek: te quiero.

***Para los que no han leído los libros, siempre prefiero seguir los hechos tal y como pasan en ellos y no en las películas. Además, cambio lo que me interesa y creo mi propio contenido.

***Me hace gracia (o más bien pena), pensar que Snape le dijo la verdad a Enllunada y ella no fue consciente hasta después de la batalla final.

***Tanto los gemelos como Lee Jordan pasan a ser miembros oficiales de la Orden del Fénix al cumplir la mayoría de edad.

***En los libros de Rowling, el capítulo que Dumbledore muere se llama "La torre alcanzada por el rayo", en alusión a la carta del tarot que le sale siempre a la profesora Trelawney en sus tiradas llenas de vino. Por eso he titulado el mío también con una carta del tarot, gracias a @soniarinconblog con esto 🖤

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Este ha sido el capítulo más largo hasta la fecha ¡espero que os haya gustado!

Debido al trabajo y al verano en general, me veo incapaz de cumplir las publicaciones quincenales, por ello me proclamo en vacaciones hasta septiembre '24.

Sin embargo, se viene mucho contenido y un evento canónico de Enllunada digno de salir en todos los libros de Historia.

Hasta entonces, recordad que existe 'Enlluclopèdia", el libro con extras.

¡Bon estiu!

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