Capítulo 22: Murmullos de arrepentimiento.

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El silencio es un hecho que ocurre en distintas situaciones y puede ser agradable como incómodo, el inicio de una gran paz o el fin de una guerra que deja a todos con un gran miedo en sus cuerpos. En este caso, Andrea detestaba el silencio, daba igual de que tipo, aunque en esta ocasión agradecía que lo hubiera porque se sentía tan cansada que no quería escuchar ni un solo susurro.

Le dolía todo su cuerpo, pero no era tanto como se esperaba, al menos es lo que creía que porque la calidez que tenía en ese momento era anormal. No era incómodo, siempre le había gustado ese fuego propio de una chimenea o de un día caluroso, pero en este caso el calor era de alguien que mostraba preocupación, que incluso temblaba sin parar.

Como mejor pudo, abrió sus ojos, encontrándose con Solace abrazándole en ese inusual y oscuro lugar donde compartían sus mentes. Su respiración era agitada mientras lloraba, pidiéndole a lo que fuera que Andrea no muriera.

—¿Solace? —preguntó Andrea a duras penas—. ¿Qué paso?

Cuando Andrea habló, vio como su compañero levantaba su rostro para verse el alivio y esperanza en su rostro, cayendo en esas lágrimas que ya no controlaba, abrazando con fuerza a Andrea, quien solo podía quedarse en el sitio, acariciando la espalda de Solace. No era incómodo tocarle como muchos podían pensar, no era líquido como se mostraban en el exterior, sino que mostraba una piel y calidez que lograba sacar una sonrisa a Andrea.

—Es un milagro que sigas viva, no se como has podido aguantar esos golpes, ¡te dije que no era buena idea! —contestó Solace, dejando que los nervios le dominaran.

—Lo siento... Pero, ¿ves? Ha salido todo bien.

—¡Salió todo bien porque todos detuvieron a Florian!

Andrea arqueó la ceja con una genuina sorpresa, escuchando todo lo que pasó en ese instante. Se quedaba atónita al saber que todos, incluso su hermana, lograron detener a Florian mientras era protegida por Mikuro y cuidada por Solace. La vergüenza impacto en sus mejillas, rascando su cabeza.

—Vaya... como mola.

—¿¡Cómo que mola?! ¡Casi mueres! —gritó Solace, desesperado, mientras abrazaba a Andrea con más fuerza.

—Sí, pero todo salió bien, no solo eso, mi hermana, junto con Lania, ha demostrado tener un poder genial —respondió Andrea, orgullosa.

—Eso fue gracias a Hertian, la estuvo guiando todo el rato —explicó Solace con temor—. Está bien, no te preocupes, solo está descansando en su habitación.

—Me lo imaginaba —murmuró Andrea un poco cansada.

Andrea quiso moverse un poco ya que estar en el mismo sitio durante tanto tiempo le agotaba, pero aquella idea fue detenida por Solace, quien le miró con el ceño fruncido.

—No voy a dejar que te muevas, tienes heridas graves que no pude curar, necesito mi tiempo —pidió Solace.

—¿Qué tipo de heridas? —preguntó Andrea, curiosa.

—Presta atención.

Andrea sentía en distintas partes de su cuerpo como un líquido se movía con total calma y libertad. La sensación era como si el agua recorriera cada herida, dejando atrás el alivio que sentía para sentir el dolor agudo de sus piernas, estómago o brazos. Le costaba respirar al darse cuenta que Florian se había excedido, y que si seguía con vida era por los demás.

Solace, con calma, le explicó la actitud que tuvo Florian, sospechando que algo le tuvo que ocurrir con las anomalías del Multiverso M, pues no era normal la reacción que tenía, como desconfiaba tanto o entraba en un estado de rabia que no era propio de él... Aunque en este caso era la versión femenina de Florian.

—Aún me cuesta creer que le hayamos podido aguantar —murmuró Solace agobiado.

—Lo has hecho genial, tío... Me ha salvado la vida de nuevo, a estas alturas no sé cómo voy a devolvértelo —contestó Andrea con una risa suave.

—Mantente con vida, es lo único que te pido —respondió Solace, bajando su cabeza—, aunque está difícil al ser... una anomalía.

—Creo que eso solo ocurrirá una vez, si explicamos tus intenciones, dudo que vuelva a pasar. Florian desconfiaba de ti, pero ahora al demostrar que me has ayudado... Capaz nos deje en paz.

—Entonces...

—Entonces posiblemente seas algo más fuerte y puedas testear límites —interrumpió Andrea—. Podrás ver lo que es capaz mi cuerpo y mi voluntad. De que somos capaces.

—No, ya lo has visto —murmuró Solace, impactado—. Andrea, aunque me costara, pude regenerar todo tu cuerpo y que pudieras mantenerte en pie contra una luna Creciente... ¡Una luna creciente!

» No tiene sentido, no tiene sentido, no tiene sentido... Soy una anomalía, no puedo alimentarme de poder de otras personas ni de oscuridad, no puedo...—Frenó de golpe sus palabras, respirando agobiado hasta que frenó su respiración como si se diera cuenta de algo—. Si puedo, contigo. Eres una humana, pero pareces un ser lleno de energía imparable, eres... rara, competitiva, persistente, no quieres perder, quieres siempre seguir adelante y yo tomo esa energía donde acumulas ese odio e ira para hacerte más fuerte.

Andrea sonreía confiada mientras cerraba sus ojos por unos segundos.

—Mola.

¡¡Andrea! ¡¿No eres consciente de la maldita situación?! —gritó alterado—. ¡Maldita sea! ¡Me siento mal!

—¿Por qué? —preguntó Andrea mientras arqueaba la ceja.

—¡Es como si me aprovechara de ti!

—¿Aprovecharte? Pero si yo estoy dejando que hagas lo que veas conveniente, ¿no entiendes? —preguntó Andrea, logrando que Solace se quedara callado—. Te dejo libre porque sé que no me harás mal, después de todo nos quieres ayudar, ¿no?

Solace, sin saber bien que decir, empezó a llorar nervioso, repetía las mismas palabras, sintiéndose mal como anomalía. Andrea no decía nada, pero podía llegar a entenderlo, teniendo en cuenta que su raza era un peligro. Con cuidado, Andrea se acercó para abrazarle con fuerza, provocando que llorara aún más.

—Tranquilo, todo está bien —murmuró Andrea.

—¡No! No lo entiendes bien Andrea. —Solace, con un gran temor, se apartó de Andrea—. Soy-

—Una anomalía, un ser malo, un ser que consume todo a su paso, que causó un gran caos, bla, bla, bla —interrumpió Andrea, recordando todo lo que dijo—. Tío, ¿quieres parar de decir eso? Para empezar, fue tu decisión ayudarnos y eso te hace más distinto, no tuviste un instinto de matar, sino de ayudar.

Solace intentó decir algo, pero no supo dar una contestación, todo su cuerpo temblaba ante la duda y el miedo.

—Confío en ti —aseguró Andrea con una sonrisa amable—, me da igual lo que seas, solo tienes que fijarte en mí. —Se señaló con sus manos—. Soy un desastre de persona, algunos me tienen miedo por mi carácter, pero los que me conocen saben cómo soy y confían en mí.

—Eso es cierto, pero...

—Deja de decir tonterías. —Andrea, con suavidad, golpeó la cabeza de Solace—. A partir de ahora somos amigos y nos ayudaremos en todo, me da igual lo que seas, al igual que a ti te da igual que soy.

—¿Segura? —preguntó preocupado.

—Claro, siempre he sido así —respondió Andrea con una sonrisa honesta—. A mí me miran mal las personas por como soy, que soy una sobreprotectora con mi hermana, que si no soy femenina, que si tengo muchas cicatrices... ¡Bah! Soy como soy, sin importar mi género, ni la raza, especie... Nada. Lo que me importa ahora es lo que me rodea, la gente que me importa, como soy y lo que me demuestran con sus actos. Eso es suficiente.

—¿Estás diciendo que seguirías siendo tú misma sin importar las condiciones?

—Nada me va a cambiar. Seguiré siendo yo misma —aseguró Andrea—. Sé bien que tú también serás el mismo, aquel que nos decidió ayudar aun sabiendo que las anomalías cumplen el rol de formar el caos. Eres diferente a los demás y no tiene nada de malo.

Solace miró a Andrea sin saber qué decir, estaba sorprendido por sus palabras y solo temblaba sin parar, aunque poco tardó en abrazar a Andrea con más fuerza, sintiendo un gran alivio. Andrea soltó una pequeña risa, abriendo poco a poco sus ojos para encontrarse en la habitación donde estaba descansando.

Todo parecía estar normal, estaba ese mismo desorden propio de ella, la ropa tirada en una silla, escritorio ensuciado y la puerta del armario abierta, dejando ver el desastre de la ropa que no le metía el empeño de doblar.

Andrea sonreía al ver que, si bien esa no era su habitación de la tierra, no dejaba su característico estilo y desastre de su habitación junto al olor de aire de hierva fresca que pasaba en la ventana. Ponía sus manos en su cabeza mientras miraba el techo, hasta que llamaron a la puerta.

—¿Andrea?

La voz de Mikuro sonó con cuidado, provocando que Andrea moviera su cabeza para sonreír y hablar:

—Hola, ¿qué tal todo?

—Eso tendría que decírtelo a ti, nos has preocupado a todos —pronunció Mikuro intranquila mientras caminaba poco a poco hacia Andrea.

—Bien, hablando con Solace —respondió Andrea, a lo que Mikuro la miró extrañada—. La anomalía, se llama así... Da igual, no te preocupes, todo está bien, me explicó como mejor pudo lo ocurrido.

—Ah, sí, creo que debería detallarte todo, me imagino estarás muy confundida.

—Así es.

Mikuro detalló lo que más importaba, pues sabía que Solace había explicado lo ocurrido en esa pelea. La situación ahora mismo era complicada, Florian estaba reposando en el almacén con la compañía de otros héroes. Según supieron, la versión femenina era demasiado explosiva y rencorosa a diferencia del masculino que se tomaba todo con gran calma y excesiva confianza.

Mientras algunos cuidaban de Florian, otros estarían entrenando, pues aquella pelea no pasó nada desapercibida y se dieron cuenta que muchos se habían acobardado ante la actitud de Florian. Si tenían miedo ante él, no querían imaginarse cuando la guerra de verdad ocurriera, por lo que se pusieron más enserio, siendo Lania y Zarik quienes los enseñarían, mientras que otros descansarían junto con Florian o estarían atentos a la situación en la ciudad, como era el caso de Jame y Yaina.

—Florian se siente bastante arrepentido por lo que ha hecho y se disculpado por lo que ha hecho, aunque aún le queda hablar contigo y Anais... —Mikuro suspiró cansada mientras miraba hacia un lado por unos segundos—. Me admitió que, al ver cómo te compenetrabas con la anomalía, se había asustado.

—¿Por qué? —preguntó Andrea, sorprendida.

—Su planeta fue invadido por las anomalías, por lo que es muy probable que recordara algo que le asustara, eso y súmale que son seres que a la mínima se pueden cabrear y descontrolar... Es un caso complicado.

—Ya veo —murmuró Andrea preocupada mientras me cruzaba de brazos—. ¿Y mi hermana?

—Está en casa, al salvo, pero no voy a dejar que la vayas a ver hasta que te recuperes porque... tienes una prueba importante, algo que Florian te mencionó, ¿recuerdas? —preguntó Mikuro.

—Ah sí, ¿qué tengo que hacer?

—He dicho descansar —repitió Mikuro—. Luego sabrás más información, ¿entendido?

—Pero...

—¡Qué descanses! —gritó Mikuro con un rostro que se le hizo gracioso a Andrea, le recordaba a su madre Alma cuando le echaba la bronca por no hacer las tareas de la casa.

—Vale mamá —bromeó Andrea, a lo que Mikuro soltó un suspiro largo—. Y oye...

—¿Qué ocurre?

—Gracias por protegerme y salvarme, mi amigo me dijo que estuviste a mi lado en todo momento... Siento preocuparte —admitió Andrea con un pequeño sonrojo en sus mejillas.

Mikuro miró a otro lado, tosiendo un poco mientras cruzaba sus brazos.

—No es nada... Y ahora descansa, ¿entendido? Luego lo hablamos todo.

—Me parece bien.

Con calma, Mikuro se marcharía de la habitación con cuidado, cerrando la puerta poco a poco. A estas alturas Andrea estaría respirando tranquila, durmiendo poco a poco, sintiendo como su cuerpo aparecía en ese extraño vacío oscuro en el que Solace la acompañaba.

—¿Mi amigo? —repitió Solace, sorprendido.

—Sí, ¿no? Somos amigos, creo yo.

La sorpresa se veía en sus ojos, capaz porque nunca tuvo la oportunidad de amistarse con alguien al ser tan odiado y despreciado.

—Sí —murmuró Solace, relajándose y tumbándose al lado de Andrea para poner sus brazos en su cabeza—. Descansa... amiga.

En medio de la cuidada y silenciosa habitación, Anais se levantaba de la cama por tercera vez, pero era difícil con el mareo que tenía junto al dolor de su nariz. Las dudas la inundaban sin parar al no acordarse de aquella pelea donde expulsó toda su energía junto con Lania. ¿Había sido capaz de hacer tal hecho? ¿Logró expulsar su poder? ¿Cómo?

Anais intentó levantarse de la cama de nuevo, deseaba caminar, pero lo poco que pudo hacer fue sentarse en la cama para verse por unos segundos en el espejo, viendo a Hertian cubriendo su nariz con cuidado para que no le doliera. Suspiró cansada, temblando sin saber bien que decir.

Sabía que no lo hice sola, Hertian estuvo a su lado cuando extendió sus brazos, liberando la energía azulada que se transformó en lo que parecía ser un tipo de dragón, combinándose con la energía de Lania. Anais se daba cuenta que durante todo este tiempo nunca estuvo sola y que de sus manos siempre tenía un cosquilleo suave que me calmaba a la vez que sentía una máscara blanca cubriendo su rostro. Era él, Hertian era quien la ayudaba y guiaba en todo momento.

Aun así, a pesar de tener toda esa ayuda, Anais tenía unas grandes dudas en su cabeza, y entre todas ellas, se cuestionaba si Hertian era alguien en quien podía confiar.

El sonido de alguien llamando a la puerta logró que Anais girara su cabeza hacia la izquierda y viera a Mikuro sin entrar aun del todo. Con calma, Anais le dijo que podía entrar sin problema, aunque Mikuro solo me dijo una sola frase:

—Quiero hablar contigo.

Para Anais le era raro que le pidiera eso, pero tampoco se negué. Solo le pidió unos segundos para recuperarse para luego hablar en el comedor tranquilamente. Mikuro aceptó y decidió esperarme allí.

Anais se observó una vez más en el espejo, encontrándose a Hertian dolido porque no le gustó lo que pensaba Anais de él. Soltando un suspiro largo, Anais habló con paciencia:

—Entiende que todo esto es muy difícil para mí —susurró Anais—, quiero confiar en ti, pero ten paciencia. Por favor. —Por unos segundos le miró con un rostro serio y preocupado, viendo como miraba a otro lado con culpa—: Dime la verdad, ¿quién eres?

—Soy alguien cercano a ti, pero que no pudiste conocer.

Anais suspiró cansada y cerró sus ojos, le parecía bien que al menos me diera una contestación, aunque no era la que se esperaba, es más, le generaba más dudas que respuestas. Cuando Anais abrió sus ojos, se dio cuenta que Hertian ya no estaba a su lado, por lo que no tardó más tiempo y se fue al comedor para hablar con Mikuro.

Al llegar, Mikuro se acercó a Anais para acompañarla al sofá, ya que aún le costaba mantenerse en pie. Al gastar aquella energía, Anais no sentía sus huesos, como si por un momento fuera una gelatina.

—Tendríamos que haber hablado en tu habitación —murmuró Mikuro, arrepentida.

—No, es mejor aquí, necesitaba algo de aire fresco, no sé si me explico —respondió Anais mientras trataba de recuperar el aire.

—Lo siento...

—No te preocupes Mikuro —contestó Anais con una sonrisa suave mientras se ponía cómoda en el sofá—. Bueno, me imagino que querrás hablar sobre lo ocurrido.

—Sí... y también sobre otro tema...

—Sobre Negatividad —intuyó Anais, a lo que Mikuro afirmó con su cabeza—. Apenas sabemos sobre ella, solo que trabajó con Pyschen y Ànima y que hizo actos de los cuales se arrepiente.

—Eso lo sé, lo intuía, solamente quiero saber que ha hecho y que ha ocurrido con ella para que sea buena —pidió Mikuro.

Anais puso la mano en la barbilla para intentar recordar.

—Por lo que sé, ella vino a la tierra desesperadamente cuando logró deshacerse del control de Pyschen. Creo que gracias a una chica llamada Ursula, pudo librarse de la manipulación, pero no me preguntes sobre esa mujer porque apenas sé.

—¿De dónde es? —preguntó Mikuro con seriedad.

—Del código 005 —respondió Anais, viendo como Mikuro afirmaba con ciertas dudas—. Negatividad... Creo que, al salir libre de ese control, llegó a la tierra porque se lo recomendaron para estar segura y pedir ayuda, pero no lo sé... Solo sabemos que esas diosas querían poder para derrotar a Christel.

—¿Nada más? —preguntó Mikuro, atónita.

—No, apenas sabemos porque suelta información de vez en cuando, en esta última misión no estuve y capaz dijo u ocurrió algo. Yo estaba con cuidando de la nueva base que teníamos gracias a 35, un ser del código 001.

—Entonces no sabes nada y dudo que Andrea tenga más idea —supuso Mikuro.

—Creo que si quieres tus respuestas tendrás que venir con nosotros cuando volvamos al código 001 —sugirió Anais.

—Es algo que consideré bastante, después de todo no soy de aquí y cuando haya cumplido mi cometido, no tendré nada más que hacer —admitió Mikuro, apenada.

—Por mí no tengo problema, creo que eres y serías una buena ayuda, capaz incluso tendrías la respuesta a tus dudas —comentó Anais con una sonrisa suave.

Mikuro se quedó en silencio mirando hacia sus manos, respirando con cierta dificultad, como si estuviera ocultando algo. Anais sintió una tensión en sus hombros, mirándola con seriedad.

—¿Le pasó algo a mi hermana? ¿Está bien? ¿Sigue con vida? —preguntó Anais.

—Oh, sí, perdón que no te haya dicho nada —respondió Mikuro algo apurada—. Andrea está descansando, cuando esté algo mejor le diremos sobre su misión.

—¿De qué misión hablas? —preguntó Anais.

—Es complicado porque Florian apenas pudo darnos detalles —explicó Mikuro.

—Comprendo —murmuró Anais, mirando hacia Mikuro con cierta preocupación—. ¿Puedo saber porqué tienes esa cara? Llevas así desde que te vi, es como si angustiara algo.

Mikuro, con suspiro largo, decidió hablar:

—Antes de que ocurriera todo esto, pude acordarme algo de mi pasado.

—Oh, pero eso es bueno, ¿no? —preguntó Anais.

—No... No del todo —murmuró Mikuro, dudosa—. Es como si parte de mi pasado me diera vergüenza, como si la culpa me azotara sin parar.

—Vaya...

—Me siento mal, Anais —murmuró Mikuro—, siento que la culpa me azota por mis actitudes del pasado, por como los dejé de lado, como me enfrenté a Negatividad, morí y... estoy aquí cometiendo ese fallo.

—¿Te refieres a estar sola? —preguntó Anais con calma.

—Sí... Es algo que me sale solo, y aun no comprendo bien porqué —respondió.

—Si te alivia, mi hermana también es alguien que se suele aislar, sobre todo con sus problemas —explicó Anais.

—¿De verdad? —preguntó Mikuro, atónita—. No lo parece, siempre está con esa sonrisa y confianza.

—En verdad Andrea no era así, su actitud que ves es algo que adoptó durante dos años, antes era muchísimo más tranquila, tímida y cariñosa —respondió Anais.

—¿De verdad? No lo parece con esas marcas o... bueno, ya has visto.

—Sí... —Suspiró Anais, rascando un poco su brazo izquierdo—. No fue fácil asimilar ese cambio, fue un día para otro, estaba convencida de que iba a ir al gimnasio y a boxeo, todo con el motivo de protegerme... No la entendí al igual que mi madre.

—¿No sabéis el porqué de su cambio? —preguntó Mikuro.

Anais se quedó en silencio, dándole vueltas a todo, tragando saliva con dificultad.

—Si me hago una idea... pero no creo que fuera lo mismo, Andrea estaba en casa cuando estaba en clases de música —murmuró Anais, provocando que Mikuro frunciera el ceño—. No... no sabemos bien el motivo, pero bueno, algún día me lo dirá, solo debo tener paciencia.

Mikuro se quedó mirando a Anais con cierta sorpresa, moviendo los dedos de sus manos con cierto nerviosismo.

—Anais... ¿Alguna vez hiciste algo de lo que te arrepentiste algo que sentías que no merecías el perdón? —preguntó Mikuro, formándose un nudo en su garganta.

—No... No que yo sepa —respondió Anais—, tampoco puedo decirte mucho, ¿sabes? Tengo dieciséis años, soy una cría y apenas estoy entendiendo mucho... Y no se si lo tuyo es algo bastante más grave a lo que nosotros los humanos podemos considerar.

—No, tranquila, era solo una pregunta sin más.

Anais sabía que Mikuro quería restarle importancia a sus palabras y medios, algo que ya estaba muy acostumbrada con Andrea. Con un suspiro largo, miró a Mikuro con una sonrisa.

—Creo que Andrea y tu os llevaríais muy bien, por lo que veo, tenéis actitudes similares, y me apuesto a que sois igual de tozudas en no decir vuestros problemas —aseguró Anais.

—Lo mío es porque no me acuerdo, Anais...

—Y aunque lo supieras, te costaría mucho decirlo.

Mikuro no contestaría a sus palabras, solo desvió su mirada a otro lado, un gesto que a Anais le causó gracia.

—Sea lo que sea, desde mi consejo personal es que saques lo que tienes antes de que sea peor —sugirió Anais—. Capaz no hay una persona en específico a quien debas pedir perdón, pero ser escuchado ayuda mucho a sentir que al menos... sientas el perdón.

Mikuro solo pudo afirmar con calma, provocando que mirara Anais por unos segundos. La compañía de aquel ser llamado Hertian era intimidante para Mikuro, pero admitía que su presencia era agradable, como si por un momento estuvieran rodeadas por las nubes más cómodas llenas de paz y tranquilidad.

—¿¡Hola?!

Por desgracia esa paz no duraría mucho, menos cuando Andrea aparecía en la puerta del comedor, viendo como soltaba un bostezo bastante grande y se sacudía su cabello a mala gana, siendo una forma de peinárselo.

—¡Andrea! Te dije que descansaras —le recordó Mikuro.

Pero xa dormín —Pero ya dormí, se quejó Andrea—. Aparte, Florian me dejó con la incógnita sobre esa prueba, quiero ver si la he superado.

—No, debes descansar más —le exigió Mikuro.

—¿Y perder el tiempo?

—¡No es perder tiempo si tu cuerpo se está recuperando de una pelea contra una Luna Creciente!

—Boh, tampouco foi tan malo —Bueh, tampoco fue tan malo, murmuró Andrea.

Anais miraba de un lado a otro, riéndose suavemente en su interior ante la discusión que tenían.

—En parte le tengo que dar la razón a mi hermana —intervino Anais—, no sabemos cuanto tiempo hemos perdido y dudo que las anomalías estén durmiendo todo el día, algo deben estar planeando y no nos podemos quedar atrás con el entrenamiento.

Mikuro soltó un suspiro largo, cruzando sus brazos.

—Que los hielos calmen mis nervios —susurró Mikuro, una expresión que sorprendió a Andrea ya que era la primera vez que decía algo así—. Está bien, iremos al almacén... ¿os parece?

Ambas hermanas afirmaron, yendo así en dirección al almacén sin perder más tiempo.

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