❝u n o❞

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Es una pequeña idea del ayer, que por fin quise que viera la luz. Espero les guste <3.
⚠️Portada hecha por: @yoana6609 ❤️

El sombrío lugar en el que ningún ser quisiera estar; el lugar que ha sido protagonista de historias hórridas y de advertencias, aquellas que te decían portarte bien para no llegar acá: al lugar de nada, a ese espacio carente de todo.

Las ultimas noches, Adam no tuvo la suerte de evadir sus visitas a este lugar, al infierno.
Desde hace siete días, una sensación de ser arrastrado en sueños lo ha estado inquietando. Hoy, se cumple el octavo día de esos sueños vividos y escalofriantes. 

Sin intenciones o explicaciones, Adam se encontraba de pie en medio de la nada. Utilizando migajas de esperanza observó su alrededor -evitando a conciencia sus espaldas-, encontrando lo evidente: solo oscuridad.

Aquella negrura parecía tener peso, porque lo sentía, como una sensación de estar entumecido, de estar cargando algo de mucho volumen el cual no te permite caminar con normalidad. Y aún así lo intentó, se encaminó hacia ningún lugar, hasta que algo iluminó sus pupilas: una luz de tonalidades rojizas vivaces, como si vinieran de las llamaradas de un incendio eterno y arrasador como seguramente nunca se verá en la tierra.  

Él era el vástago de Satán, quizá por eso no le temía por completo a ese lugar. El pequeño porcentaje de miedo que nacía en él, era fruto de su mente jugando con el recuerdo de haber hecho enfadar a su "padre" y la posibilidad de enfrentar las consecuencias de aquello, si se daba la vuelta, si miraba detrás de sí mismo.

Adam Young... —Susurraron su nombre con voz antinatural que parecía venir precisamente desde el lado que no inspeccionó: atrás de él. —Déjalos pasar...

Él no contestó, pero de lejos observó una legión de seres humanoides con rasgos de animales, distinguiendo uno en especifico rodeado de moscas. Todos ellos podrían aparentaban bien ser humanos, pero estaban lejos de ser uno.

¡Déjanos salir! ¡Déjanos salir! —le repetían con voces del ensordecedoras acompañas de sonrisas burlonas que predecían el futuro.

Cerró los ojos y tapó sus oídos furioso, ya cansado de la situación. Y decía: "no son reales, no son reales", recordando que algo similar le funcionó en su encuentro anterior con lo sobrenatural. Y como si de verdad fuera así, las voces cesaron.

Cuando abrió los ojos, se encontró con la -grata- sorpresa de estar en su habitación, acostado, indicando que de nuevo todo había sido solo una mala jugada de su psique...o eso quería creer. Las sensaciones tan reales, las voces tan odiosas, todo eso le hacía dudar si realmente esto fue producto de una de las tantas pesadillas experimentadas en los últimos días o realmente había estado en el infierno. Por desgracia, él estaba seguro de la última opción. 

Sabiendo que no iba a conciliar de nuevo el sueño, se levantó de la cama, pero a penas puso un pie desnudo en la madera fría sintió un movimiento que hizo despertar a sus padres y que Perro comenzara a ladrar.

—¡Es un temblor! —Escuchó decir a su madre. Arthur Young abrió con rapidez la puerta de su habitación y se dirigió a su hijo.

—Adam, sal de aquí, anda, corre —. Dijo con prisa, la misma con la que tomó a su hijo del brazo y salió de ahí junto con él.

Su madre ya estaba afuera de la casa, -con Perro a su lado-, mientras observaban como Adam y Arthur Young salían completamente, tamborileándose por el movimiento telúrico.

Algo malo y enojado estaba por venir, también estaba seguro.

Todo Tadfield cimbraba, pero quién fuese omnipresente sabría que, de hecho, todo rincón de Londres estaba sufriendo el mismo movimiento.

Cerca del epicentro, en la parte del West End de Londres, en Soho (para ser exactos), en una librería de antaño (para serlo un poco más); Crowley, ya había admitido desde hace unos días -y solo para sí mismo-, el innegable amor que nació hacia su amigo ángel, un amor que era fuerte y demasiado puro para tratarse de un demonio. 

Aún no estaba listo para confesar sus sentires, por eso, optó por llenar a Aziraphale de detalles y momentos juntos (aun más), hasta que tuviera la valentía. Con suerte, Aziraphale lo adivinaría y podría ahorrarle parte del sufrir.

Esta noche, por ejemplo, planeaba invitarlo a compartir una de esas tazas de cocoa caliente, que de sobra sabe que le encantan al ángel. No solo eso, Crowley esperaba no sonar tan torpe al sugerirle a Aziraphale que leyera en voz alta -y para ambos- uno de sus libros favoritos. 

Pero en vez de estar "ejecutando el plan", Crowley se mantenía estático frente a la puerta de la habitación del ángel (donde sabía que estaba), presintiendo la llegada de algo malo a la mano de este temblor haciendose sentir tan sorpresivamente. 

Ya pasando el movimiento se obligó a olvidar aquella sensación de peligro, tarea difícil. Crowley está por abrir la puerta de la habitación de Aziraphale, pero es sorprendido a media tarea, pues lo inhabilita una onda de voz  hipnotizante que invade sus sentidos, dejándolo estático. 

 ¡Hey, Crowley! ¿Cuánto tiempo sin estar en contacto? Pero no debes preocuparte por eso, nos veremos muy pronto, ya verás, y hablaremos de tu último trabajo, fue muy...ineficiente. ¿Tú sabes qué pasa cuando traicionan al que de hecho creo la traición? Traicionar al traidor original, algo único, pero estúpido.

La voz calla y Crowley vuelve en sí inmediatamente. No puede evitar ese pensamiento que le dice que todo está jodido, muy jodido, mal, pero que quizá aún había esperanza, si su "ex jefe" había utilizado esa forma para comunicarse con él (metiéndose en su cabeza), significaba una cosa: que aún "permanecía en la oficina". Aunque presentía que estaba muy cerca de salir de ella.

Entonces, pensó que posiblemente esta vez si podrían huir antes de que pase otro desastre.

Crowley desesperado como nunca -porque sabía que el reloj estaba contra él-, abrió completamente la puerta de la habitación de Aziraphale.

—¡Tenemos que irnos! Por favor, ángel, no comiences con tus ideas bondadosas y esas tonterías, tenemos, tienes que... —Iba de un lado a otro buscando quien sabe que — tengo que...

—Tienes que tranquilizarte, querido —Aziraphale había dejado su lectura ante la inminente desesperación ajena—. Cuéntame porque estás comportándote como un desquiciado.

¿Por qué no entendía que no había tiempo?, ¿por qué no interpretaba su nerviosismo? A Crowley le pareció extraño que Aziraphale estuviera tan tranquilo.

—Habló conmigo..."él" —dijo haciendo una seña hacia abajo—. Y eso no traerá nada bueno, te lo aseguro...

Aziraphale se quedó quieto, manteniéndose firme. Y  pasó lo improbable: 

De acuerdo, hay que irnos.

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