8. Lamento vampírico

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Los rayos enardecidos de la luna menguaron la intensidad, desvaneciéndose en el denso follaje de los árboles. El amanecer se tiñó de malva, una vez más.

Un aullido infantil, inhumano por lo grotesco del sonido, atravesó los muros del castillo de construcción gótica. En las almenas, dos guardias alzaron la vista al lugar donde provenían aquellos lúgubres lamentos. Intercambiaron una mirada críptica, conscientes de lo que vendría, hecho que, no tardó en manifestarse.

Entre gemidos y súplicas, una joven doncella era llevada hasta la guarida de la bestia que, impaciente, exigía ser alimentado. La criatura no obedecía a razones y carecía de discernimiento. Era un animal en toda regla, contrastando con la imagen angelical e inocente de un niño.
—Shhh, pequeño —susurró la dama de piel nívea—. Tu comida está en camino. —Él pareció entender, el llanto disminuyó y esperó por la promesa del alimento a recibir.

—Señora, aquí está lo que solicitó. —El centinela arrastró a la chica dentro del recinto. Esa mañana sería el desayuno de un escalofriante bebé, cuyo fin no sería aportar en su crecimiento, solo cebar a un engendro de apetito sin límites.

—Vamos a alimentarte, cielo —contempló al niño y luego a la mujer.

El horror reptó en la víctima, como cucarachas infectándolo todo. Los ojos granate del perverso infante se posaron en ella.

En un grito espeluznante la muerte le sobrevino.

Esos últimos alaridos llegaron al otro extremo del castillo, la ala donde estaban las habitaciones de Amelié y Amina, que sin perder tiempo aparecieron en la estancia.

—¿Es que nada llena a tu abominación? —inquirió Amelié, observando al pequeño vampiro jugar con los restos de la muchacha, cual rompecabezas humano—. Van tres que se desayuna. Ni nosotros que requerimos más sangre nos damos esos festines.

—Matarlo será lo mejor —escupió Amina, que no se molestó en ocultar el desprecio que sentía—. Estoy harta de sus condenados lloriqueos.

—¡No se atrevan a hacerle daño! —Peligrosos colmillos complementaron la advertencia.

—Tarde o temprano esa cosa desaparecerá. —Le recordó Amelié, sonriendo con desdén—. Mi padre te dejó tenerlo para que satisfagas ese instinto de madre frustrado, mas su muerte llegará en breve.

—Él existe por que yo así lo quise —refutó la vampiresa—. Su vida está en mis manos como en las tuyas está David. —Aguardó por la reacción de Amelié—. Ustedes hablan en susurros, pero esta fortaleza no oculta las palabras que se adhieren a las paredes, si pasas por el lugar y el momento exacto, desde luego.

—Entiendo lo que quieres: una vida por otra. —Los orbes de Amelié pasaron de un rojo intenso a un negro tenebroso—. Llegado el momento intercederé ante padre, y tú mantendrás la boca cerrada.

Amina no se tragó esa respuesta sumisa de Amelié, su hermana detestaba las amenazas. Algo malvado debía estar tramando.

Amelié cruzó la puerta y, en el corredor, en una distancia prudencial, dijo:

—Este es el último amanecer que Farine y su monstruo verán.

Amina sonrío, matar la ponía de buen humor.




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