Capítulo XIII

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Las clases habían terminado, por lo tanto los niños ya habían regresado a su casa. Sin embargo, Pilar aún se sentía afligida por las burlas y por el rechazo de aquellos niños.

Los niños son como una esponja, absorben todo lo que escuchan y lo que ven. Pilar había absorbido todos esos comentarios, pero no para ponerlos a prueba, sino para atormentarse así misma inconscientemente.

Los niños son muy sensibles, sus sentimientos son demasiados puros lo que hace que sean así. Cualquier palabra o acción hostil hacia ellos los va a lastimar, y hay que tener por seguro que ese dolor no se irá tan fácil como algunos creerían. Ese dolor va a perdurar en el pecho de ellos, tal vez haya veces que el dolor y el recuerdo esté a la vista, pero hay otras veces que esos dolores se resguardan muy dentro del pecho. Gracias a eso, sus personalidades y su forma de pensar van cambiando según sus sentimientos y sus experiencias. Para algunos, simplemente lo olvidan; para otros, lo llevan consigo todo el tiempo provocando que sean precavidos, o que sean fríos y hostiles con otras personas; para Pilar...

—¿Te encuentras bien, Pilar? — le preguntó Ivana, mientras entraban a la casa.

Ella se había dado cuenta, sabía cuando su hija estaba bien y cuando estaba mal. Su lenguaje corporal siempre era tener la vista alta, llena de energía y con una gran sonrisa en el rostro, pero hoy era diferente. La niña desde que había salido de la escuela estaba cabizbaja, esa energía que era característica parecía estar casi nula, y eso la preocupaba.

—No, todo está bien. — dijo Pilar, mintiendo para no preocupar a su mamá.

—¿Segura? — volvió a preguntar Ivana, ella estaba segura que le sucedía algo.

—Segura. — y de alguna manera, Pilar sonrió con muchas ganas como siempre lo hacía. Cambió su actitud de golpe, después se fue corriendo hasta su cuarto riendo.

Los niños también son inocente, y sus mentiras son cuestionables. Ellos no saben muy bien lo que hacen, su capacidad de pensar y su moral aún no están del todo desarrollada.

.

Después de haber almorzado, Pilar había subido hasta su habitación a jugar con las muñecas, sus muñecas. Fue entonces cuando recordó que esos niños habían llamado tontas a las muñecas. Eso la hizo dudar. Se quedó viendo a las muñecas por unos segundos, tratando de encontrar la respuesta correcta.

Más temprano ella les había dicho a los niños, o al menos quiso decirles, que las muñecas no eran tontas, ¿Pero y que pasaba si ellos tenían razón? ¿Eso quería decir que ella también lo era?. Dejó caer las muñecas al suelo, confundida.

—Mejor jugaré con Homer. — pensó, en esos momentos su mente no podía procesar muy bien las cosas.

Antes de que pudiera levantarse alguien más le había ganado la presencia de su hermano menor, y ese había sido Philip, su padre. Aún sentada, escuchó como Philip había llamado a Homer, quién respondió emocionado.

—Es cierto, ¡Homer ya no irá más a los entrenamientos!.

Pilar se levantó de un brinco, y corrió con mucha emoción. Ambos niños lo estaban. Hoy sería el primer día que Homer dejaría de ir a entrenar con los demás niños, ambos tenían curiosidad que seguiría después de eso, pero algo era seguro, y eso era que ya no iba a sufrir más.

La niña se detuvo en seco en medio del pasillo, recordó las palabras de su padre, y no sólo las palabras, sino también las acciones de su papá hace dos años. A él le había molestado que ellos pasaran tiempo juntos, se había enojado tanto que pensó que iba a pegarle a todos, que los iba a lastimar. Cuando su papá se enojaba era una bestia, y eso la había frenado.

Seguramente su padre su papá se iba a enojar si ella iba con ellos y trataba de hacer lo que ellos hicieran; seguro se iba a enojar si ella interfería en lo que hicieran. Una vez más el pequeño pecho de Pilar se sintió vacío, eso también —y que además había sido el primero de todos— era un rechazo.

Pilar, por el bien de todos, especialmente por el de Homer, comenzó a caminar lenta y apagada. Si los veo desde lejos estará bien, pensó.

Para cuando llegó a la sala ninguno de los dos estaba, todo estaba en un terrible silencio que la hizo sentir sola, hasta que escuchó la voz de Homer que venía del patio. Por la mente de Pilar cruzó el pensamiento de que era obvio que irían allí, justo después fue hasta el patio, pero sólo se quedó en el porche, mirando desde lejos.

Homer caminaba al lado de Philip, emocionado, con una sonrisa en el rostro. Philip también sonreía mientras charlaban, pero la sonrisa de Philip era más pequeña.

—¿Qué vamos a hacer, papá? — preguntó Homer una vez más.

—Pues, tenemos siempre que estar un paso por delante a todo.

—¿Vamos a viajar en el tiempo? — Homer ladeo la cabeza, y estaba un tanto emocionado.

—No, eso es imposible. ¿Te acuerdas lo que te dije ayer?.

—Me dijiste que no iba a jugar más fútbol. — inconscientemente el niño buscó a los lados del hombre, estaba buscando un balón, pero no lo encontró.

—Si, pero también te dije algo muy importante. — Philip miró al niño, quién seguía estando confundido — A ver, ¿Qué es lo quieres ser de grande?.

Homer sintió algo de miedo cuando escuchó esa pregunta, incluso sus piernas vacilaron. Es la misma pregunta que le había hecho hace años, misma pregunta que le rondaba la cabeza al menor de vez en cuando, y la respuesta no le gustaba. No le gustaba porque la respuesta era una mala, era una que se le había impuesto.

—¿Qué es lo que vas a ser de grande? — volvió a preguntar, pero esta vez era diferente. Su voz había pasado de ser relajada a una más fría, igual que su mirada.

Homer a pesar de ser un niño había entendido la segunda pregunta. Había cambiado ligeramente, pero había algo en ella que era totalmente diferente a la primera. La primera era más libre, pero la segunda la había dicho para que Homer respondiera algo que él ya sabía. Era una pregunta manipulada, una pregunta que si se contestaba de la manera incorrecta sería muy peligroso.

Homer miró al suelo, y con todo el pesar que sentía, respondió.

—Un militar.

Militares, soldados y ejércitos, ese era el futuro que su padre le había preparado. A él no le gustaba, no quería ir a pelear y a hacer todo lo que se hacía allá, porque no lo sabía muy bien, pero sabía que era malo. Pero aún así, ¿Qué podía hacer, si ese ya era su destino?.

—Así es, serás un militar. Uno muy grande y reconocido. — Philip le dio una mirada a Homer orgullosa, pero mezclada con una frialdad atroz. Se agachó para poder estar al tamaño del niño y le tomó un hombro — Pero para que puedas lograrlo, tienes que estar preparado, tienes que esforzarte para alcanzar las cosas.

Homer no sabía si sentirse seguro o sentir miedo al tener a su padre tan cerca, su voz parecía ser de alguien bueno, pero conociendo su comportamiento nada era seguro.

—El mundo es injusto, así que para ganar siempre tienes que ir un paso delante. — Philip le soltó el hombro a su hijo y se colocó de pies una vez más — Por eso, hoy voy a comenzar a entrenarte.

—¿A entrenarme? Pensé que ya no jugaríamos fútbol...

—No vamos a jugar fútbol, vamos a entrenar. A hacer ejercicio y a enseñarte a pelear, para que cuando llegue la hora, seas el mejor de todos.

—Está bien.

—Has 10 flexiones.

—¿Cómo se hacía eso? — Homer las había escuchado, y había visto a lo niños de sexto grado hacerlo, o eso creía.

—Mira. — Philip se colocó boca abajo y se apoyó con las palmas de sus manos, luego comenzó a hacer las flexiones una y otra vez, se veía tan fácil viniendo de él — Así es como se hace.

Homer se colocó en el suelo, con mucha torpeza al ser la primera vez que lo hacía, tanta que Philip tuvo que ayudarlo a encontrar la posición correcta. La ayuda del mayor no fue la más bondadosa, parecía un tanto molesto tener que ayudarle.

—Ahora, una.

Cuando su papá dijo eso el niño trató de bajar como él lo hizo hace segundos, sin embargo, sus brazos en comparación con los de su padre, carecían de la fuerza necesaria. Homer colocaba toda la fuerza que podía, pero no podía siquiera levantarse 3 centímetros.

—¿Qué pasa?. — preguntó Philip.

—No puedo... — se dejó caer.

—Has 10 flexiones.

—Pero papá, no puedo es difí— Homer se quedó callado al ver la mirada de su padre, era igual a la siempre, incluso peor.

El niño lo había entendido, tenía que hacer las flexiones sí o sí. Intentó levantarse con sus brazos, pero le comenzaron a doler por el esfuerzo y se volvió a caer al piso. Se lastimó la cara y el pecho.

—Cada vez que falles, tendrás que hacer el doble.

—Papá—

—¡Has las flexiones!.

A Homer le dieron ganas de llorar, e intentó una vez más, pero esta vez con menos fuerza por la debilidad que el miedo y ganas de llorar traían. Cuando Homer intentaba subir colocaba una mueca, enseñando los dientes.

Philip se agachó hasta su tamaño y comenzó a gritarle en el oído.

—¡Has las flexiones!.

En vez de darle ánimos, le daba miedo, y eso no lo hacía concentrarse. De nuevo volvió a caer.

A pesar que ya le dolía la cara y el pecho por los golpes, sintió otro dolor más en la cabeza. De nuevo, su padre lo había golpeado, y está vez con mucha más fuerza que antes.

—Son 30 flexiones ahora.

Homer comenzó a llorar en silencio, y sin nada que hacer, sin poder decir una sola palabra, intentó una y otra vez hacer las flexiones.

Pilar veía todo desde la lejanía del porche, y sabía que algo no estaba bien. Se puso de pies para observar mejor, y vio como Homer lloraba y caía una y otra vez al suelo, luego, vio como su papá le pegó.

El pecho de Pilar había ardido de rabia y de miedo, a ella no le gustaba ver cómo su hermano sufría y lloraba. Ella tenía que hacer algo.

—No le hagas daño... — pensó, y se sintió impotente.

Últimamente a Philip no le importa que los niños estén juntos, no le importa que jueguen juntos, así que Pilar pensó que tal vez ella si podría hacer algo. Quizás si tomo su lugar, lo deje quieto, pensó.

Pilar se acercó cautelosamente hasta ellos para no llamar la atención de Philip, no sabía que era lo que iba a pasar, pero era mejor hacerlo con cuidado.

—Papá. — llamó en voz baja, pero el hombre no la escuchó, así que llamó una vez más, más fuerte.

—¿Qué quieres?.

—Homer no puede hacerlo. — dijo, sin miedo.

—Si puede. — dijo, convencido de la idea.

—No es así, míralo, no puede. No puedes forzarlo a hacerlo.

—¿Y tú quién te crees para decirme que hacer o no? — Philip se puso de pies, dejando a Pilar tan pequeña como una cucaracha.

—Yo... Yo solo quiero que no le duela.

—¿Qué vas a saber tú?.

—Yo puedo tomar su lugar, ¿Así no habría problema, verdad?.

—¿Qué?.

—Que yo—

—Cállate la boca. — dijo Philip, molesto — Que sea la última vez que te compares con Homer, ¿Entendido?.

—Pero—

—¡¿Entendido?! — gritó, dejando a los dos niños en un peligroso silencio, o tal vez, en uno seguro — ¿Qué es lo que harás tú? Sólo sirves para jugar con muñecas.

Esas palabras le habían roto el pecho, porque le recordaban a las palabras de los niños en la escuela, y lo más importante de todo, porque la persona que se las había dicho era su padre.

—Yo...

—No eres más que una niña estúpida, mientras que Homer es un hombre, ¿Lo entiendes? Jamás serás mejor que él, y no podrás hacer las cosas mejores que él. Vete.

—Pero él no puede, ¡Sino puede yo podría! ¡Me esforzaría para que él no tenga que hacerlo!.

—¡Cállate de una maldita vez!. — esta vez el grito fue mucho más grande.

—¡Pero es la verdad! ¡No hace falta que lo obligues, yo puedo—

Pilar se cayó de golpe, impresionada por la bofetada que su padre le había dado. Una bofetada que resonó por todo el patio y que la dejó desconcertada.

La cachetada había sido tan fuerte que le había volteado la cara hacia un lado, y que además, la había empujado al piso. Homer quedó sorprendido, sin poder decir nada.

El dolor se iba regando por toda la mejilla, era un dolor fuerte, y las lágrimas comenzaron a salir por si solas. La niña se llevó la mano hasta la mejilla dónde la habían golpeado, y la sentía caliente e hinchada. Lentamente miró a Philip, quien se alzaba ante ella.

—Te dije que fuera la última vez que te compares con Homer. — Philip no había vacilado ningún momento, ni siquiera porque era su hija — Entra a la casa y ve a ayudar a tu mamá en los quehaceres, ese es en lo que debes pensar.

—Ma-mamá no está... — Pilar comenzaba a hablar entrecortada por el hipo.

—¡No me importa! ¡Qué te vayas!.

Pilar se levantó como pudo y comenzó correr hasta la casa, aún con el dolor en la mejilla, y está vez comenzó a llorar libremente, un llanto que quemaba su pecho.

Jamás en su corta vida su papá le había pegado, esa había sido la primera vez. La figura de héroe que ella veía de él se comenzó a distorsionar poco a poco desde hace dos años, pero aún así, que su padre le pegara se sentía horrible, muy horrible. Además, que la había hecho menos por ser una niña, y eso ella no podía entenderlo. Ni ella, ni Homer, que se había quedado de pies viendo como su hermana se fue llorando y herida, sin él por hacer nada para ayudarla.

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