Capítulo XXX

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Abby Hill estaba sentada bajo el porche de su casa, a plena luz del día, moviendo sus pies de un lado a otro, con la mirada perdida en el piso, o tal vez en el ir y venir de sus pies por los aires. Tenía sus pequeños brazos extendidos hasta el piso para tener mucho más apoyo.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? — sus ojos estaban apagados, distraídos, lo cual era muy extraño en ella. De los gemelos, Conny era el más apagado.

Abby había estado haciéndose aquella pregunta desde hace dos días, desde aquella noche que, para bien o para mal, se había despertado a horas tardes. Lo que había pasado esa noche era la que la tenía en ese estado. Y cada momento que tenía libre, su cabeza se inundaba de aquel recuerdo que tal vez era demasiado grande para una niña de 7 años.

Entonces, comenzó a recordar una vez más.

Era de noche, muy de noche, lo que significaba que Conny y ella tenían que irse a dormir. No solían dormirse tarde, primero porque tenían que hacerle caso a su mamá; y segundo, porque tenían clases, y cuando se desvelaban les costaba despertarse temprano por la mañana.

Conny y Abby compartían habitación, como sus hermanos mayores hace algunos años. De hecho, compartían la litera que alguna vez Pilar y Homer habían utilizado. Abby prefería dormir en la cama de abajo, tenía miedo a caerse. En cambio a Conny, no le importaba ni un poco la altura de la cama, así que sin ningún problema aceptó dormir en la cama de arriba, y allí era donde estaba reposando. El niño dormía de una forma tan tranquila, arropado hasta el cuello, como un bollo, y sin moverse.

En la cama de abajo, Abby estaba moviéndose de un lado a otro, como si hubiera algo que la estuviera molestando. Quizás un insecto, quizás un fantasmas, o quizás las ganas de ir al baño. Abrió los ojos y se sentó en el colchón, aún manteniendo sus piernas debajo de la sábana y se frotó los ojos con sus manos. Se bajó de la cama y fue hasta el baño.

Como su cuerpo estaba más dormido que despierto, apenas y pudo cerrar las puertas a medias. Después de haber hecho lo que tenía que hacer, salió del baño dejando la puerta abierta con la luz encendida.

Para poder llegar a su cuarto tenía que cruzar la habitación de Pilar y luego de Homer, dónde se suponía que también debían de estar dormidos, a pesar que fueran más grandes que ellos. Su mamá les decía siempre que el dormir era muy importante para los humanos, que era como recargar las fuerzas de todo un día, y que si no dormían, iban a estar como zombies e incluso podían enfermarse. Así que, incluso Pilar y Homer tenían que dormir, pero ese no era el caso de aquella noche.

Cuando estaba a unos pasos de cruzar la habitación de Homer, se dio cuenta que la puerta estaba medio abierta, mucho más abierta de lo que ella había dejado la puerta del baño. Dicen que la curiosidad mató al gato, y para su mala suerte, ella era el gato.

Estaba a punto de entrar, cuando las palabras de Pilar, quien debía estar durmiendo en su habitación, le congeló el cuerpo.

—Vamos a escapar de aquí.

—¿Qué? — replicó Homer.

—Nos vamos de casa, Homer. — dijo Pilar.

Abby abrió sus ojos demás, y el sueño que había luchado para quedarse en su cuerpo, se fue como si hubiera visto al mismísimo demonio. Abby abrió la boca dejando salir su respiración, y dio un paso atrás.

—¿De qué estás hablando?. — Homer arrugó la frente.

—Hablé con Laila, le conté que tu reclutamiento está planeado para que se lleve en dos semanas. — Pilar se puso de pies — Entonces me contó que hay algunas personas que también están en contra del reclutamiento, y que harían cualquier cosa para que no se lleve acabo.

Abby arrugó su frente. Dio otro paso más atrás y se puso al lado de la puerta, y se agachó por puro instinto. Como si el agacharse y acurrucarse como una oruga la haría invisible. Para Abby, era el mecanismo de defensa que más resultados daba. Según una niña de 7 años.

—¿De qué están hablando?. — pensó la niña — ¿Irse a dónde? ¿Papá? ¿Huir de papá?.

Muchos niños lloraban en las noches porque creían que los monstruos de la oscuridad iban tras ellos, y tal vez era cierto, pero en el caso de Abby, estaba asustada, incluso más que cuando pensaba que los monstruos existían, porque se había imaginado un montón de cosas al escuchar a sus hermanos hablar de escapar de casa.

——Está bien. Escapemos juntos, Pilar. — dijo Homer.

—Sí. Lo vamos a lograr, juntos. — dijo Pilar.

Habían dicho unas cosas más, y cuando escuchó que estaban caminando en la habitación se fue corriendo a la suya. Entró, se lanzó a su cama y se arropó de pies a cabeza. Estaba temblando, y sentía como su respiración le estaba fallando.

—¿Qué pasó?. — preguntó Conny desde arriba, más dormido que despierto. El pobre se había despertado por el movimiento de la litera cuando su hermana se había lanzado.

—Nada. — fue lo único que respondió.

—Está bien. — y así de fácil se volvió a dormir Conny.

Sin embargo, a Abby le había costado conseguir tener sueño como él, porque su cabeza no podía procesar la idea de que sus hermanos estuvieran planeando escaparse de casa. Incluso dos días después sentada bajo el porche de su casa, no podía terminar de entenderlo.

—¿Qué se supone que tengo que hacer?. — volvió a hacerse la misma pregunta. Últimamente se preguntaba lo mismo una y otra vez.

Abby apenas era una niña como para poder entender que era lo que sucedía en su familia, y además, Ivana y sus hermanos siempre trataban el tema de una forma tan sutil que los niños de la casa no sabían muy bien que pasaba. Lo único que Conny y Abby sabían, era que su padre no se llevaba muy bien con sus hermanos mayores. Pero al fin y al cabo todo ellos era familia, ¿Verdad? Pensó Abby.

—¿Por qué quieren escapar? Papá es nuestro papá, no tenemos porque estar alejados de él. — pensó — Ninguno de nosotros tendría que estar alejado del otro.

Abby sentía cosas demasiadas raras en su estómago, tenía muchas dudas, tenía demasiadas preguntas.

Miró al frente, con atención.

Entró a la casa. Comenzó a cruzar toda la sala hasta al patio.

Pero a pesar de tener tantas preguntas en la cabeza, todas giraban y terminaban en la misma pregunta de siempre.

—¿Qué se supone que es lo tengo que hacer? — se preguntó una vez más en su cabeza.

Se detuvo en la puerta del patio, donde estaba Philip dándole la espalda a la niña. Abby se le quedó viéndole, y comenzó a caminar hasta él.

—¿Debería decirle a papá?. — volvió a pensar — ¿Qué tengo que hacer?.

Philip estaba concentrado mirando al frente, pensando, pero una voz le había sacado de sus pensamientos. Una mano muy pequeña le tomó de la franela, y el hombre volteó a ver quién era.

—Papá. — era su hija menor, Abby.

Minutos antes.

—¿Cuándo piensa regresar?. — dijo Philip, quien esperaba a Homer.

Odiaba tener que esperar, en especial los últimos días, porque mientras lo hacía tenía que pasar tiempo a solas con su mente, y eso lo molestaba mucho.

Recordó como Pilar se había puesto la vez que se enteró como había tratado a Homer por no poder disparar un arma. ¿Quién se creía esa maldita mocosa?

—Últimamente se ha estado rebelando mucho. Ha estado alzando la voz y quiere hacer lo que se le da la maldita gana. Me está cansando.

Claro, eso tenía mucho sentido. Philip sabía que Pilar desde muy pequeña ha sido muy rebelde contra sus decisiones. Siempre había tenido dentro de ella un espíritu de héroe, creyendo que podía salvar a Homer de todo lo que él quería enseñarle, como si él estuviera haciendo algo malo. ¿Qué va a saber? Sólo es una maldita molestia en el zapato.

Ahora que Pilar había crecido era mucho más difícil tenerla controlada. Era más independiente, cosa que a él no le agradaba para nada. Y siempre, siempre tenía que estar a un lado de Homer, y él como el estúpido que es, tenía que estar pegado a ella como una sanguijuela.

Pilar tenía que ser la culpable de todo, ella tenía que ser la maldita razón del porque Homer se comportaba así, pensó. Siempre metiéndole ideas al chico en la cabeza, haciéndole creer que él estaba mal, diciéndole que él podía vivir de la manera que quisiera. Pilar. Ella era una mujer, y al estar tanto tiempo con Homer lo había contagiado de su forma de pensar. Esa tenía que ser la única razón del porque Homer es un marica. Si Pilar no hubiera nacido, seguro que Homer no hubiera adoptado esa manera de pensar. Había convivido mucho con ella, y esa era la razón. Todo eso pasó por la cabeza de Philip en pocos segundos.

—Tengo que encontrar una forma de sacarla de la casa, de hacerla desaparecer. De esa forma no podrá estar cerca de Homer, y así, así voy a poder hacerlo un hombre. Lo que es. — estaba muy arraigado a sus ideales, que podían cambiar según su conveniencia — Es menor de edad aún, no puedo echarla. Pero tengo que encontrar una forma. Si sigue con nosotros aunque Homer se vaya, siempre va a ser una piedra en el zapato.

—Papá. — Philip sintió como alguien había jalado su camisa. Era su hija pequeña.

—¿Qué pasa?. — preguntó el hombre.

La niña se le quedó viendo, como si estuviera dudando de algo que la está atormentado. Philip no tenía la paciencia suficiente, así que estaba a punto de decirle que hablara, pero Abby se encargó de interrumpirlo, y con lo que dijo, dejó a Philip anonadado.

—Te buscan a fuera.

—¿Me buscan? ¿Quién?.

—No sé. — la niña negó con la cabeza, y se encogió de hombros — Es una señora.

—¿Una señora? Está bien. Gracias. — Philip se metió a la casa, y dejó a Abby en el patio, quien no había tenido el valor suficiente de hablar, o mejor dicho, no tenía muy bien acomodado sus pensamientos.

Abby tenía razón, era una señora incluso más mayor que él, pero era una señora que él no había visto en su vida. Por el contrario, ella sabía quien era, aunque nunca le había hablado, pero hace un día un hombre con lentes le había pedido un favor a cambio de una buena cantidad de dinero. Ese favor era decirle algo a Philip.

Aquella era la mujer que Jones le había pedido decirle algo a Philip después de descubrir dónde vivía Pilar.

—¿Sí? Dígame.

—¿Es usted el señor Philip Hill, verdad?. — preguntó la señora.

—Así es. ¿Necesita algo?

—Bueno... Verá. — la mujer parecía dudosa de hablar, pero no tenía más opciones, había recibido el dinero. Ese hombre de lentes no sabría si le decía o no, así que podía no decir nada, pero ya que había recibido el dinero — Su hijo, Homer.

—¿Qué pasó con Homer?. — en definitiva si Philip tenía una debilidad, esa debilidad era Homer.

—Su hijo se estaba viendo con otro chico. Estaban muy juntos, diría yo, parecían novios. — dijo la mujer finalmente.

—¿Qué?. — Philip quedó boca abierta — ¿Qué está diciendo? ¿Por qué está diciendo eso? ¡¿Cuándo los vio?!.

—Yo sólo vengo a decirle eso. Que tenga buen día. — la mujer se fue de allí casi corriendo, dejando a Philip lleno de preguntas, y más que todo, rabia.

A fin de cuentas Jones si había logrado su cometido. Había comenzado a mover las piezas.

Philip, enfurecido, se metió a la casa y cerró la puerta con fuerza. Cruzó toda la casa casi como un cañon, con el rostro contraído y lleno de arrugas y venas de la rabia. Era peligroso estar cerca de él, y por muy mala suerte, Homer estaba llegando al patio de la casa que se conectaba con el bosque. El chico traía cargando unos troncos.

—¡Ya estoy listo, papá!. — le gritó Homer a su padre, quien venía saliendo de la casa.

—¡Eres un mal nacido! — Philip le agarró el cuello de la camisa a Homer y lo batió como si de un muñeco se tratara. Homer dejó caer los troncos asustado, viendo los ojos horrorosos de su padre — ¡¿Qué hacías con ese muchacho?!.

—¿D-de que estás hablando?. — Homer estaba muy asustado, y muy confundido.

—¡Del muchacho con el que estabas ayer! ¡Dime que hacías con él!. — volvió a sacudir a Homer.

Entonces Homer unió los cabos. Con el único chico con el que él hubiera estado ayer era con John, que le pidió ayuda casi todo el día.

—Y-yo... Yo no...

—¡Maldita sea, Homer! — Philip lanzó al piso al chico, quien no tenía las ganas de moverse — ¡Te dije que tenías prohibido tener novio! ¡Te dije que no te quería ver con ningún chico!.

—¡Pero él es sólo un amigo!.

—¡Me importa un carajo que sea tu amigo! ¡Con ninguno, te dije! ¡Con ninguno!. — Philip le volvió a tomar el cuello de la camisa y empujó a Homer al piso — ¿Es que no te das cuenta que por ser así es que no sirves para nada? ¡¿Cuándo es que lo vas a entender?!.

Homer se volvió a quedar callado. Sin saber cómo defenderse, sin saber que decir o que hacer. Frente a Philip, y frente a todos, Homer era alguien inferior que se dejaba pisotear.

—Más nunca, — Philip se acercó al rostro del chico, arrugado la cara — más nunca quiero verte con ningún otro chico. — Philip tiró a Homer contra el piso una vez más, que Homer ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo hizo — Más te vale que lo entiendas, por tu propio bien.

Philip se metió dentro de la casa, dejando al pobre chico tirado en el suelo, sintiéndose como su padre lo había hecho sentir toda su vida, como una basura inútil. Homer se preguntó si acaso algún día podría dejar de ser esa basura, si algún día lograría ser feliz. Escapar era su única oportunidad. Esperaba tener la suficiente voluntad de hacerlo, y rezaba por más que todo, que nada ni nadie se interpusiera en el camino.


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