⚜️27⚜️"Jadeante fusión"

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El no muerto menor recorre con ímpetu las carnes expuestas como una ofrenda divina, mientras el rubio jadea desesperado ante cada ruda intromisión que desfoga en cada uno de sus momentos de duda.

La firmeza de la toma de aquel que lo domina hace mella en lo profundo de su mente, al tomar real conciencia del ardoroso y vergonzoso disfrute del momento y de su condescendiente entrega.

Y mientras cientos de evocaciones equívocas se le vienen a la mente, el joven rubio solo permite que intervenga aquella que tenga que ver con el aliciente de sentirse un objeto de banal uso para la fogosa bestia, y un objeto de deseo para su propio uso. Dejando atrás los preceptos, las dudas o los lamentos y solo dedicándose a recibir lo que le entregue la codiciosa bestia.

Mutación de humano que calienta las entrañas de un joven rubio entregado hasta los huesos, que empaña con suspiros y gemidos de gozo; el reflejo del supuesto único testigo de los hechos.

Pero a lo lejos, el vampiro del medio observa con cierto recelo como se va dando el asunto. Sin querer mirar más de lo estrictamente necesario pero con una plena curiosidad de querer escuchar, de alguna manera, si es que el joven humano se dejó manejar a su antojo o está siendo dominado y abusado por los más bajos instintos de su casi hermano.

De ser así, intervendría sin dudarlo. Ni el joven rubio ni nadie, merece pasar por eso. Y aunque él, nunca fue un adefesio abusivo de indefensas presas, ni ninguno de los otros vampiros, bien sabe que varios de sus antepasados lo han sido a lo largo de los años.

Luego percibe el asoma de Jhon a sus espaldas y Henry antes de que su amado vea y reaccione como todo dueño de casa, sumamente responsable y con una impronta intachable, se gira tomándolo del cuello y uniendo sus fríos belfos en un fogoso y ansiado beso que resulta en un incrementado deseo en cuestión de segundos. Logrando sacar del vértigo de ser descubiertos, a la intimidatoria pareja.

Por otro lado, en el caluroso pasillo, los chasquidos de piel con piel resonando con duras y excitantes palabras arrojadas al viento y otro tanto hacia el lóbulo enrojecido de la oreja del rubio; crean un clima de envidia ante los ojos de cualquiera.

Siendo el joven rubio excedido en sus cabales sentidos, quién clame porque le den más duro. Abriendo su boca para inspirar una bocanada de aire y así poder gemir entrecortado el nombre del hombre bestia que profana las profundidades de sus entrañas con una sed insaciable.

Mientras ecos de un exacerbado líbido retumban en la obscuridad del pasillo, cuando la fría mano del señor de las penumbras toma en continuos masajes al lloroso falo como ofrenda del humano al cual embiste profundo, la bestia aprovecha para besar con vehemencia la espalda alta del rubio.

Deseando con todas sus fuerzas que este maravilloso momento sea eterno, como la condenada vida que habita desde hace larga data y a través del tirano tiempo.

Viveza a la cual el vampiro está totalmente acostumbrado. Aunque encontrarse, luego del paso de tanto tiempo, a un espécimen humano capaz de afrontar el deseo como lo hace el joven abajo suyo, lo está volviendo un demente. Y si a eso le sumamos el vidriado de los ojos cuando el no muerto enfoca sus ojos... Estamos hablando de algo más que solo innato deseo.

En un momento dado, el cuerpo del sudado rubio es virado y levantado desde la eximia corva de sus rodillas, siendo tanteado por el comienzo del duro falo de William, pero sin hundirse en él como para generar dependencia.

Entonces, un par de orbes empañadas en genuina pasión y deseo observan al vampiro menor, que luego de dedicarse a provocarlo, está siendo atacado con la misma intensidad de su roce...

Y entonces, el rubio estremecido de pies a cabeza y envalentonado en su libido confiesa: —Dámelo bien adentro maldita bestia.

—¿No qué era muy heterosexual mi humana belleza? — Suelta irónico y ronco el no muerto, provocando con su lengua a los humedecidos ribetes del rubio.

Y Arthur, ante la utopía de saberse conocedor de su implacable convicción de no dejarse amedrentar bajo ningún aspecto y con sus facultades mentales incrementadas y otro tanto más, la percepción de las hechos. Se envalentona recubierto en un deseo que pocas veces se ha visto inmerso... O bien se podría decir nunca. Empalándose de un solo movimiento certero sobre la dureza de aquel al que le asoman sus filos.

Y el vampiro, perdido en lo que le hace sentir el hermoso humano bajo su manto, hace asome final de sus filosos colmillos mientras sus ojos se inyectan de rojo, gruñendo como si de un rabioso perro se tratase.

—Maldito humano... Desearás no haberme conocido cuando termine contigo —. Suelta el vampiro más como un reclamo hacia sí mismo que como una advertencia hacia el joven rubio.

—¿Y quién te dice que no será a la inversa, maldita bestia sedienta de mi todo? Te recuerdo que no fui yo quién no puede controlarse... Ahora, fóllame bien duro —. Reclama el humano perdido en el fervor del momento. Y al apoyarse de lleno con su espalda en el espejo, se da cuenta de que podría romper el vidrio provocando una tragedia, así que suelta decidido para no lastimarse pero si, para follarse hasta los sesos: —Muévete del vidrio, temo que se rompa y me lastime.

—No te preocupes mi belleza, éste espejo es como un roble viejo, firme y grueso. A parte, quiero ver tus movimientos en el aire cuando dilates y gimas bien duro por la profunda intromisión de mi polla.

Y en ese momento, el hermoso humano no se explica cómo puede ser que la gruesa y ronca voz de la bestia lo caliente a sobremanera. Dejándose ser moldeable ante su mando y con un irrefrenable deseo de complacerlo de una y mil maneras.

Pero ante todo está el deseo, el irrefrenable deseo del rubio de hurgar en esa gélida boca mientras la bestia se posiciona para hundirse en lo profundo de su soma.

Dejando en claro un asunto que de trivial tiene poco...

Y es que él, aunque se enoje luego y no quiera afrontarlo, ya pertenece en alma y cuerpo a la bestia sedienta de su todo.






Ardorosa fusión si las hay, señoras y señores

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