Día dos: martes

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El segundo día llegó y Megan apenas percibió que el anterior había terminado. Cuando quiso darse cuenta, estaba nuevamente frente a las puertas del Instituto, abrazada a los cuadernos y con el bolso colgado sobre el hombro. Se disponía a entrar cuando sintió un empujón que la impulsó varios pasos hacia adelante, haciéndola tambalear, pero se mantuvo de pie. Enajenada, miró al causante de tal disparate, pero resultaba ser Jacob Bunsen.

—Muévete, estás en el camino. —Oyó que le decía con su voz profunda y susurrante cargada de desdén.

Megan apenas frunció la boca en una mueca de desprecio y entró detrás de él tomando una distancia prudencial para evitar una nueva colisión y otro par de palabras groseras. Karen apareció justo a su lado cuando estaba entrando al salón.

—Hey, ¿qué tal? —La chica de pelo rosa levantó la mano a modo de saludo. Su chicle era de color menta esa vez.

Megan dedicó una mirada a Jacob, sentado como el día anterior sin llamar la atención, con el mismo canguro negro y con la capucha echada sobre los ojos. Suspirando, se inclinó sobre Karen antes tomar asiento.

—Yo si fuera su novia también me suicidaría... —Su comentario de lo más mordaz dejó a su interlocutora perpleja, pero no emitió opinión, mirando aterrada en dirección al muchacho.

Sin dudas, lo había oído, y le dedicaba a Megan una mirada de lo más ácida que pareció que quisiera quemarla, asesinarla como supuestamente lo había hecho con su novia. Tragó saliva y se escondió bajo la cortina de su cabello. Sintió a Jacob soltar un bufido y levantarse del asiento con un fuerte ruido que asustó a toda la clase que acababa de entrar.

—¿Qué fue eso? —dijo una muchacha en un chillido, la que se sentaba delante de Karen. Poco a poco todos ocuparon sus lugares y la clase siguió normal, sin contratiempos.

A la hora del almuerzo, Megan salió al exterior y se sentó bajo el mismo roble que el día anterior. Vio a Jacob no muy lejos de allí, estaba recostado sobre el tejido de alambre que rodeaba los límites de la escuela. Miraba melancólico hacia el horizonte, donde la enorme figura del Gimnasio del colegio se recortaba contra el paisaje boscoso. Soltando un suspiro, Megan se levantó lentamente. Sabía que había sido un comentario de muy mal gusto, y quizá lo había herido más de lo que debía estar con el acontecimiento de aquella muchacha, haya sido su culpa o no.

Se limpió los vaqueros casi de forma involuntaria, y se acercó a él con paso lento. Jacob la miró frunciendo el ceño, pero no se apartó ni emitió comentario, dejando que ella se detuviera justo delante de él.

—Perdona, ¿sí? No fue mi intención decir aquello —largó ella casi gritando. Odiaba tener que disculparse, pero tampoco podía ignorar aquel sentimiento de culpa que la estaba carcomiendo—. Estaba molesta porque eres un idiota.

Jacob esbozó una media sonrisa sin humor, metiendo las manos en los bolsillos.

—Ya. Ahora vete —le contestó, y la muchacha alzó las cejas sorprendida.

—¡Bien! —exclamó ella ahora molesta porque tan siquiera le había perdonado y la estaba echando sin motivos—. ¡No lo sentía de verdad siquiera!

Se giró en redondo y caminó con pasos rápidos hacia el Instituto, pero una mano fuerte la detuvo de la muñeca. Miró hacia atrás y vio a Jacob que la sostenía con una expresión sombría, mirando el piso estático. Megan hasta podía notar el músculo de su cuello tenso.

—¿Aún necesitas un compañero para el trabajo de Astronomía?

Ella lo contempló incrédula.

—¿Te estás ofreciendo? —Su pregunta salió casi como una acusación. No sabía por qué, pero aquel muchacho la dejaba de los nervios. Quizá porque había una posibilidad que fuera un asesino.

—Tómalo como quieras —le contestó él, y se dio media vuelta y corriendo hacia el Gimnasio, desapareciendo de su vista casi al instante.

Karen invitó a Megan para quedarse después de clases y hacer el trabajo de literatura en la biblioteca del Instituto. La muchacha aceptó, a sabiendas que ella era la única chica con la que había hecho buenas migas a pesar de lo rara que resultaba ser a veces. Era alegre y espontánea, siempre motivada a trabajar y hacerla reír. Por dentro, Megan siempre había deseado tener una amiga así, ya que en todos los lugares a los que había ido, los desconocidos la pre juzgaban y la evitaban.

Hacía años que no tenía un buen amigo.

Ambas se instalaron en la mesa más alejada y escondidas tras enormes estanterías llenas de complicados y enormes libros. Por suerte allí no molestarían a nadie ya que los papeles y la madera amortiguarían sus voces, ya que Karen tenía una muy chillona.

—¿Qué harás con el trabajo de Astronomía? Es casi el cincuenta por ciento de la nota anual, y lo necesitas... —dijo la chica de cabello rosa haciendo un globo enorme y verde con su chicle. Anotaba las fechas de nacimiento de varios escritores renacentistas, entre ellos Cervantes.

Megan detuvo su resumen sobre Shakespeare y la miró de lleno, frunciendo las cejas.

—Jacob se ofreció, pero ese chico no me agrada.

Karen soltó un chillido como de niña y se inclinó sobre la mesa hacia ella.

—¿Y qué le dijiste?

—No me dio tiempo a responder.

Karen no dijo nada más y las chicas terminaron sus tareas en silencio. A Megan aún le quedaba cosas por hacer, así que cuando su amiga se levantó para irse, ella decidió quedarse. La lugar estaba en silencio y no había nadie salvo la bibliotecaria. Miró el reloj de la pared y eran ya pasada las siete de la tarde.

Se rascó la nuca y miró instintivamente hacia atrás. Sentía una extraña sensación como que estuviese siendo observada y se detuvo, dejando el lápiz sobre el papel blanco y vacío. El segundero del reloj resonaba y hacía eco en aquel lugar apartado y sombrío.

Tic tac. Sonaba el reloj.

Toc toc. Sonaron unos pasos.

Aterrada no sabía bien porqué (ya que la biblioteca era un lugar público y transitado), se levantó de un salto y miró a su alrededor. No había nadie.

El segundero se detuvo y Megan salió corriendo de allí.  

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