16 parte II

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Adivinen qué personaje de mis otros libros saldrá en un cameo en este capítulo 💭

Quién le adivina se gana un beso de Nico Montana 💋

Y bueno, a llorar:


La recompensa 

Parte II 


—... ¿y su dieta es saludable? —preguntó el doctor mientras examinaba el oído de papá con un otoscopio. 

—Sí —respondió papá con descaro. 

—Te comes una pizza al desayuno, papá. —Le alcé una ceja con seriedad. 

—Pero con juguito de espinaca, doctor. 

El doctor me miró a mí con una sonrisita divertida. No le creyó en absoluto. 

—¿Y al almuerzo come mucho o poco? 

—Bueno... cuando tengo hambre, pues me como una olla. 

—¡Pero Don Raimundo! 

—¡Ella es la mala influencia! —Me apuntó—. Me dice que cocinemos cosas ricas y... pues se aprovechan de que a uno le gusta comer. 

Lo miré con recelo. 

—Creo que lo derivaré a una nutricionista. 

—Bien, pero si me quitan mis tortillas, tendremos serios problemas. 

Nuevamente el doctor movió la cabeza, riendo. Dijo que nunca le había tocado un paciente tan terco. 

—De acuerdo. —El médico se guardó el otoscopio en el bolsillo y le pidió a papá volver a sentarse frente a él en el escritorio—. Don Raimundo, por todos los antecedentes familiares, sus síntomas y las pruebas de equilibrio, lo más probable es que tenga algo llamado "Schwannoma vestibular"

—Uhm... ¿Schaw qué cosa? —Contraje el mentón. 

—Es un tumor que se desarrolla en los nervios acústicos y que desencadena pérdida del equilibrio y de audición. Es benigno, pero al crecer puede aumentar los síntomas. —Se tomó una pausa para explicarse—. Lo que necesitamos es hacer una tomografía para saber el tamaño de este tumor para extirparlo antes de que haga presión en ciertas zonas y le impida seguir su vida normal. 

—Doctor —papá carraspeó—. ¿Cuánto me va a costar esa cirugía? 

De sus labios salió una cifra que no teníamos; la misma cifra que ofrecían por Nico y que me deprimía siquiera pensarlo. 

El escenario no era muy favorable, así que le dijimos al doctor que cuando tuviéramos el dinero no tardaríamos en contactarnos con él. Entonces pasamos a buscar a Kass a su curso de costura y la vimos salir con una de sus amigas de la clase. Me pareció extraño que no se haya despedido de lejos como siempre lo hacía; al contrario, se acercaron hacia nosotros y Kass presentó a papá con una amplia y radiante sonrisa. 

Pestañeé, más que sorprendida. La chica nos saludó y nos dijo que Kass hablaba mucho de nosotros. Luego simplemente se despidió amablemente, tomó un taxi y mi hermana subió a mi lado como si nada —aunque llevaba una sonrisita. 

—Y bueno... —Kass estiró los brazos hacia adelante, como si quisiera soltar la tensión de los músculos—. Vamos a casa. 

Se hizo un silencio asombrado y maravillado a la vez. Por el rabillo del ojo me di cuenta de que papá reprimió una sonrisita orgullosa cuando empezó a conducir. 

Vaya, está mejorando. 

La cosa es que quería llegar rápido a casa porque Nico me dijo que me iba a botar las chanclas. 

La cosa es que nos bajamos de la camioneta y entre Kass y yo llevábamos a papá del brazo por si sufría de algún mareo. La señorita María Elena corrió cuando nos sintió y se fue contenta cuando papá le hizo cariñitos en la cabeza. 

—Kim, hija, antes de que entres a casa ¿podrías ir a buscar unas astillas para hacer fuego? 

No me hice problema. Entré al establo y saqué madera de un rincón para llevársela. Me limpié los pies en la alfombra de la entrada como normalmente lo hacía y pasé a la casa. Apenas levanté la vista, mi corazón dio un vuelco y frené en seco. 

Las astillas se me cayeron del impacto. 

No, no, no... 

Papá tenía a Nico sujeto del cuello de la camiseta mientras lo señalaba. Me fijé en que Nico estaba rígido, con una sonrisita inocente, como diciendo: ¡upsi! 

—Mira nada más a quién encontré en tu habitación. 

—¿Le dijiste a papá? —encaré a Kass. 

—¡Yo no le dije nada! 

—¡No te creo, soplona! 

—Yo fui a tu habitación por mi propia cuenta —matizó papá con un tono abrupto—. Lo empecé a sospechar. 

—Papá... tengo una explicación, ¿sí? Yo...

—¡Me mentiste! ¡Todo este tiempo estuvo en tu habitación! 

—Uhm... Bueno, también estuve en el gallinero —acotó Nicolás en el momento más inoportuno.

—¡Lo quieren meter a la cárcel injustamente, papá! —me frustré—. ¡Nico no sabe ni pagarles a sus trabajadores y va a lavar dinero! 

—Uhm... Gracias, Ana María. Yo igual te aprecio. 

—Fueron meses de olvido, Nicolás Alexander Meyer —lo apunté. 

—No me guardes rencor ahora... —canturreó.

—¡Si te tuviese rencor no estarías durmiendo conmigo! 

—Entonces... ¿han estado durmiendo juntos? —preguntó papá cruzándose de brazos y alzando una ceja.

—Si le digo que sí... ¿Me golpeará con el bate? 

—Claro que no. ¿Qué clase de monstruo crees que soy? 

—Entonces sí. 

—Kass, tráeme la escopeta. 

—¡Qué! —exclamó Nico. 

—Muchacho, has elegido el camino de la muerte. 

—¡Y yo qué hice!

—¡YA BASTA! —el grito de Kass nos dejó a todos sorprendidos y en silencio. Se acomodó el cabello detrás del hombro y suspiró antes de decir—: La policía en cualquier momento vendrá por Nico y tendremos que hacer algo urgente si queremos evitar que lo lleven detenido.

—No haremos nada. —Papá sonaba convencido consigo mismo—. Nicolás, yo te tengo mucho aprecio, pero mis hijas están primero. No podemos ser encubridores. 

—Papá, Nico amenazó con destruir la candidatura de su padre por mí, y Richard lo acusó injustamente para silenciarlo y así llegar al poder... 

Mi padre liberó un suspiro nervioso y se puso las manos en las caderas, para nada convencido. 

—Andrea vino a buscar una carpeta donde teníamos información. Ella está trabajando con Carla... La abuela tiene un investigador privado y... ¡Hasta el señor Ano está ayudando! 

—¡Señor ano! —Kass se tapó la boca la mano para que no se le escapara la risa, pero luego carraspeó porque todos la miramos seriamente—. Ejem... Ustedes sigan. 

—Papá —continué—, hay mucha gente a favor de Nico y estoy segura de que encontrarán que los datos financieros no cuadran... Déjalo aquí, ¿sí? ¿Para dónde se va a ir? 

—Miren, yo espero que logren atrapar al candidato, en serio; pero Nicolás no se puede quedar más acá. No. 

Nico asintió, mordiéndose el labio inferior en señal de concentración. Era como... ¿si estuviese de acuerdo con papá? 

—Tu padre está en lo cierto, Kim. Yo... será mejor que me vaya.

—Yo... te acompañaré —insistí. 

—Tú no vas a ir a ninguna parte, Kim. ¿Está claro? —zanjó papá. 

—¡Lo van a atrapar de inmediato, papá! 

—¡Gracias por tenerme tanta fe, Kim! 

—¡No te tengo fe, Nicolás! 

—¡Pues deberás tenerme fe! 

—Kim, no irás y no quiero ningún arrebato más. Yo sé que es complicado esto, pero no puedo permitir que vayas a la cárcel. Nosotros solo somos simples ciudadanos, nadie nos defenderá.

—Rai... —Nico se giró hacia él y se guardó una mano en el bolsillo—. No se preocupe, yo agradezco todo lo que Kim hizo por mí. Tiene una hija maravillosa. 

—Hijo, lo lamento. —Papá terminó por darle toquecitos en el hombro y Nico asintió sin guardar una pizca de rencor. 

Una ola de rabia, nerviosismo y frustración me atravesó con violencia. Me costaba dejar ir a las personas, me costaba no estar ahí. Y ahora Nico había subido hacia la habitación para buscar su mochila mientras yo me dejé caer en el sillón, molesta y repiqueteando mi pierna. 

¿De verdad se iba a ir así y ya?, ¿a la espera de que caiga la noche?, ¿arrancando por el frío y la oscuridad sin tener dónde ir? 

 —Kim, todo saldrá bien —dijo Kass. Sus palabras tenían una buena intención, pero no quería que nadie me hablara porque iba a explotar—. Kim... Oye... 

—¡Ustedes no lo entienden! ¡Nico no merece ir a la cárcel! ¡No hizo nada! 

—Nico es millonario, Kim. Puede que esté un par de días y luego lo dejen con arresto domiciliario —aportó papá—. Así funciona el mundo. Solo los pobres van a la cárcel. 

Kass avanzó hacia mí con un rostro de lamento y se sentó a mi lado para sobarme la espalda. 

—Entiendo que te sientas así, pero no puedes cargar con las responsabilidades de todo el mundo, Kim. A veces tomas el rol de mamá conmigo y... ¡y hasta pareces la mamá del papá! 

—Porque cuido a la gente que me importa, Kass —respondí con un nudo en la garganta—; por eso. 

—Pero siempre priorizas el bienestar de nosotros por sobre el tuyo. Es algo que no te deja en paz... Te preocupas en exceso por la gente que quieres. 

—Nicolás saldrá de esto, hija, créeme. Es hora de que intente salvar su futuro. 

Se me escapó una lágrima y de inmediato me pasé la mano para limpiarla cuando escuché los pasos de Nico por la escalera. Bajaba vestido de negro por completo, desde sus zapatillas hasta la chaqueta de algodón. Se había puesto de igual modo una gorra al revés que también era negra. No era el momento de pensar que se veía guapo, pero se me aceleró el corazón de igual modo. 

Quería llorar. Jamás había llorado por la preocupación de dejar ir a un chico que realmente me gustaba. Temía que le pasara algo malo, como por ejemplo, que la misma gente lo retuviera o le llegara algún disparo por intentar escapar... 

Antes de salir por esa puerta, le dio un abrazo a papá y a Kass y luego se fijó en mí con mayor atención. Me regaló una sonrisa nostálgica, pero resignada que me dolió de inmediato. 

—Tomaré dirección hasta el pueblo que está del otro lado —me hizo saber—. No nos podemos llamar, así que si me atrapan, espero verte en las visitas conyugales —bromeó y soltó una risita traviesa cuando miró de reojo a mi papá. 

—Buena broma, muchacho. Que la cabra te bendiga cuando salgas. 

A Nico se le fue la sonrisa del rostro.

—Y bueno —Kass añadió—, quédate tranquilo porque no tengo intenciones de delatarte. 

—Gracias, desgrac... —Nico carraspeó—, digo, Kass. Lo... aprecio mucho. 

—Deberías, porque es mucho dinero y quiero comprarme ropa. 

Le di un sopapo. 

—¡Auch! No tengo ropa, ¿vale? Pero no lo delataré porque tú babeas por él, pues. 

Todos me exponían

Pero Nico solo se limitó a negar divertidamente y luego se acomodó la mochila de un solo lado. No sabía qué tenía planeado hacer porque alternó la vista entre papá y yo con una sonrisa maliciosa. Puse rostro de duda de inmediato. 

Entonces dijo: 

—Bueno, suegrito, no me arrepiento de lo que haré a continuación.  

De un instante a otro, sus manos estaban en mi cuello y sus labios encima de los míos. De la sorpresa apreté sus hombros, en alerta al saber que papá estaba detrás de mí; aunque lo fui olvidando poco a poco al sentir el ardor y suavidad de sus labios. Solté un suspiro cuando me invadió un cosquilleo repentino y lo separé. 

—¡Oye! —lo regañé, fingiendo que no me gustó. 

—Definitivamente has escogido el camino de la muerte. —Papá se tronó los dedos.

Nico alzó los brazos para hacerle saber que iba a parar. Sin embargo, hizo su última jugada: me tomó de las mejillas y me empezó a bombardear con besos por toda la cara. Frente, nariz, mejilla, labios y hasta me besó un párpado. 

—¡Nicolás, basta! —reí con los ojos cerrados y recién me soltó cuando papá fue a buscar el bate. Nico abrió los ojos como platos y empezó a correr; tropezó, pero se levantó rápidamente y llegó hasta afuera, haciendo un alto. 

—Se me calma, suegrito. 

—Uuh, para llamarme suegro debes pasar muchas pruebas, hijo. 

—De seguro las paso todas. —Me guiñó el ojo el muy desvergonzado. 

Jajajaj, a ver, pásate esta. 

—Cuando todo este lío se resuelva, el mundo sabrá que eres inocente, Nico. Estoy seguro de eso —papá lo dijo con mucha esperanza, así que Nico le sonrió de manera genuína. 

—Eso espero. 

La cosa es que antes de bajar la escalerita del porche de entrada, tenía que finalizar con alguna ocurrencia: 

—Deséame buen viaje, hormiguita. ¡Volveré a recuperar tu amor! 

Reprimí una sonrisa y le moví la mano para decir adiós. El muy pesado hacía bromas en los momentos más inoportunos. Lo miraba triste mientras se subía a la bicicleta. Se iba a marchar solito y ya se estaba anocheciendo. ¿Lograría salvarse si todo el mundo deseaba encontrarlo por la recompensa? 

Ah, pero bonus track: tuvo que pedalear rápido porque la cabra salió del establo hecha una bala y corrió hacia él con enfado. 

—¡¡Beeee!! 

—¡María Elena! ¡Oye! —Fui tras ella—. Señorita María Elena, al establo, ahora. 

Abrí los ojos de par en par cuando se dio la vuelta y, furiosa, empezó a correr hacia mí. Oh, oh... 

Ni judas era tan traicionero. 

Corrí hasta la entrada y nos empujamos entre sí hasta que cerré la puerta. La cabra se pegó un cabezazo contra la madera y dimos un respingo por el golpe. 

¿Y si se había enojado con nosotros porque dejamos ir a Nico? Eso era nuevo para mí, pero tal vez lo tenía que tomar como una señal... 

Era eso o simplemente la señorita andaba de malas. 

Nicolás Meyer 

Porque estoy solito, no hay nadie aquí a mi lado... 

Ser prófugo sin Kim se sentía raro. Era como si una parte de mí estuviese incompleta. Aunque estando solo me hizo reflexionar la gravedad del asunto y lo duro que estaba resultando pasar por desapercibido. Solo esperaba que a mi padre no se le ocurriera aumentar la oferta o ponerle precio a mi cabeza. Sería algo tipo: necesito que encuentren a mi hijo (Vivo... opcional) 

Mientras caminaba con mi gorra y mis gafas, me di cuenta de que había carteles con mi rostro pegados en los postes y en troncos de árboles. También me asomé a una vitrina que tenía televisores en exhibición y contemplé desde ahí la campaña presidencial de mi padre. Entonces, como era demasiado riesgoso deambular por esos lados, llegué hasta la entrada de un cerro llamado: Cerro Dummant y empecé a subirlo con cierto aburrimiento y nostalgia. 

Fui pateando hojas y piedrecillas hasta que llegué a una cabaña —que se notaba claramente abandonada—. Tenía el tejado desgastado y la madera con manchas de humedad. Jugueteé un poco con la cadena oxidada y le eché un vistazo al candado en mal estado. No había manera de abrir eso, por lo tanto, se me ocurrió tomar una piedra del porte de mi mano y la lancé contra el vidrio de la ventana.

Ay, ¿cómo le iba a explicar esto a mis hijos? 

Mejor lo paso por alto. 

El lugar olía a periódico y a humedad. No podía ver mucho hasta que encontré el interruptor de luz al lado de la puerta. Había un pizarrón de tiza lleno de fórmulas raras e instrumentos físicos en los mesones. Naturalmente, no me parecía tan abandonada. Se me pasó la idea más bizarra por la cabeza y creí que la cabaña pertenecía a unos locos que querían viajar en el tiempo. 

Como si esas cosas pasaran. 

Aunque junté las cejas al ver una cabina platinada con marcas de herrumbe y con los engranajes sueltos. Qué carajos. Me imaginé a la señorita María Elena del futuro saliendo de ahí para exterminarme. 

Sacudí mi cabeza porque lo visualicé de manera que se sintió muy real... y probable. 

La cuestión es que, al fin y al cabo, me encogí de hombros y creí que era un lugar bastante hogareño como para darme mis merecidas vacaciones de prófugo. 

Me la quedo. 

Fui a buscar leña y la deposité en la chimenea. No tardé en prender fuego colocando pedazos de periódico y trozos de cartón. La casa se calentó sorpresivamente rápido, así que saqué unos chocolates que me había robado de la habitación de Kim y me dejé caer en mi nuevo sofá. 

—Veamos que tenemos por acá —me dije a mí mismo con la boca llena, abriendo una archivadora que estaba en la mesita a mi lado—. Mmm... Nils Barker; teorías mecano cuánticas, bla, bla... Teorías de Clara Astrid... Porque el gobierno... 

Qué tipo tan paranoico. 

Bah, no entendí nada. Dejé a un lado el papeleo y me puse a arreglar mi ventana. Coloqué madera en horizontal en el marco para que no me entrara tanto viento; luego cerré las cortinas verdes y ya estaba como nueva. 

Era hora de lanzarse al sofá y dormir; pero no sin antes sacar de mi mochila la foto que me había regalado Kim aquel día que nos separamos. Sonreí al ver su sonrisa juguetona. 

Más hermosa mi pelirroja. 

Di vuelta la foto y escribí la fecha de hoy con un mensaje: 

"Kim, pelirroja, Ana María, la mentirosa del currículum; sí, tú, te extraño mucho y estoy viendo tu foto como un idiota. ¿Me hiciste algún amarre?". 

Al día dos, escribí: 

"Extraño las palomitas de maíz quemadas que me hacías. Tengo hambre.

Además, extraño jugar tenis y cocinar galletitas". 

Al día tres el escrito fue este: 

"Pudimos habernos comunicado con señales de humo, pero nos falta calle. 

... Me da gracia que no me hayan encontrado. Estoy bastante cómodo en una cabaña que me expropie. No me importa nada, soy un prófugo y tienes que aceptar que te enamoraste de un bandido. 

Lo único malo es que ya se me está acabando el agua y solo he comido dos trozos de chocolate en todo el día. Está difícil esto, tal vez salga a cazar. 

JJAJAJJ ¿Te imaginas? Sería tu macho de las cavernas. 

En fin, sabes que te quiero, y Dios, soy tan vulnerable cuando se trata de ti... Espero que, cuando nos volvamos a ver, todo sea distinto. 

Dicho y hecho y, rutinariamente, me cubrí con mi manta y me quedé dormido pese a la tormenta de afuera. 

🌧️🐐🌂

—Hey, muchacho... ¿Me escuchas? 

No muy conectado con la realidad, me di la vuelta e intenté seguir durmiendo. 

—¡Muchacho! —susurró una voz lenta y algo rasposa. Sentí una presión en el hombro, como si estuviera insistiendo—. ¿Qué haces durmiendo en mi cabaña? 

—¿Eh? 

Abrí un ojo y miré al anciano con duda. Era un hombre de cuerpo encorvado, con el cabello completamente canoso. Su nariz y sus mejillas estaban un poco enrojecidas, y llevaba unos lentes de marco negro. Con una mano sostenía su bastón y con la otra a un peludo café con una cadenita de hueso. 

—¿Estás bien? —volvió a preguntar el señor. 

—S-sí —dije y me puse de pie rápidamente. Cerré mi mochila y me la colgué del hombro. Aquel hombre miraba detenidamente mis movimientos con el ceño fruncido y me sentí en peligro. Entonces acoté—: Eeeh... Debo irme. 

—¿Pasaste la noche aquí por el temporal? 

En mi mente ya era mi casita. 

—Sí —continué con desconfianza—. Me pilló la lluvia y no tenía dónde quedarme. Creí que era un sitio abandonado. Disculpe. 

—¿Cómo te llamas, hijo? 

—Uhm... Pedro. 

—Pedro, yo soy Aker. Aker Farett. 

El anciano me estrechó la mano y, con duda, le devolví el saludo. 

—¿Estás lejos de casa? ¿Quieres que llame a tus padres? 

—No, no es necesario, yo... yo debo irme. 

La situación me parecía extraña porque no vi malas intenciones en él. Hasta incluso pensé que era de esos abuelitos que no miraban televisión y, por ende, no sabía lo que estaba pasando. Sin embargo, otra persona entró por la puerta y ahora sí entré en pánico. El hombre de ropa hecha jirones abrió los ojos de par en par como si me conociera y me señaló con un dedo nervioso. 

Mierda, mierda, mierda... 

—¡Eres del gobierno! —exclamó. 

—¿Eh? 

—Ellos te mandaron, ¿verdad? 

—¿¿Eh??

Sí... Bueno... Creo que me equivoqué de libro. 

—¡Vienen por nosotros, papá! ¡Nos quieren eliminar! 

De un momento a otro el señor porque el gobierno se puso a discutir con el anciano y yo salí corriendo del lugar, no sin antes escuchar cómo el hombre me gritaba que ya sabía que yo era un espía de no sé qué. 

¡Yo también escapaba del gobierno, señor! 

Me alejé lo suficiente como para bajar a la ciudad y agaché la cabeza. Puse mis manos en las carteras y pasé frente a un hombre que se detuvo para mirarme. Me sentía observado, así que miré por encima del hombro y me di cuenta de que me venía siguiendo. 

—Tú... Tú eres Nicolás.... Tú eres... 

Vale, empecé a caminar más rápido, ignorándolo. Doblé por un callejón creyendo que podía estar a salvo; pero, al salir del otro lado, me encontré con un mar de gente riendo, conversando y bebiendo café en terrazas. Oh, oh... El riesgo era demasiado ahora, y entre la multitud, el tipo venía hacia mí muy de prisa. 

Y entonces, cuando comencé a correr, él corrió tras de mí para perseguirme. 

Entonces dijo: 

—¡Tú! ¡Tú eres el hijo del presidente!

Kim Harrison 

El pecho me quería estallar por culpa de los nervios. Intentamos prepararnos algo para comer y parece que nadie tenía hambre. Todo se sentía extraño, tenso. Ni siquiera la televisión estaba prendida, solo nosotros mirándonos entre si con una mezcla de preocupación y resignación. Aunque claro, luego de lavar los platos y barrer un poco, mi corazón dio un vuelco repentino porque la sirena de la policía atravesó el silencio. 

Nos miramos entre sí porque no era un sonido de un simple carro policial. Eran varios. De hecho pasó todo tan rápido que, cuando pidieron que les abriéramos la puerta, entraron con una violencia que jamás había experimentado. Eran más de diez sujetos apuntándonos con sus armas y gritando que alzáramos los brazos. 

—Tranquilas, no se opongan a nada —dijo papá en medio de ambas—. No se asusten, tranquilas. 

¿¿Cómo no iba a estar asustada si estaban destrozando nuestra casa??

—De rodillas. —Uno de los sujetos apuntó con un arma a papá y sentí que me iba a desmayar del susto—. Ahora. 

—Aquí no encontrarán nada... 

—¡De rodillas, dije! —Y lo golpeó tan fuerte en la tibia que simplemente cayó y gruñó de dolor. 

—¡Papá! —Kass comenzó a llorar. 

—E-estoy bien, hija, tranquila, tranquila. 

—Por la cocina no hay nada —reportó un policía con su transceptor de mano—. Revisen todo el perímetro antes de que escape. 

Con los brazos arriba y respirando al máximo, vi como un sujeto de lentes apretó los puños y deslizó hacia el suelo los cuadros que teníamos de mamá solo porque tuvo un arrebato de rabia. 

—¡Donde mierda se ha metido ese idiota! 

Cerré los ojos, tiritando. El vidrio había quedado esparcido en la alfombra y la foto de mamá frente a nosotros. 

—¿Quieres calmarte? —susurró su compañero de cabello cobrizo—. ¡Le estás destrozando sus cosas sin necesidad! 

—¿Qué carajos me importa esa gente? Quiero conservar mi trabajo, sino Richard hará que nos reemplacen a todos solo porque no pudimos encontrar al imbécil de su hijo. 

—Ten compasión por sus hijas. 

—Tal vez me las lleve a una habitación para que dejen de llorar.

—Negativo por el comedor. Busquen arriba. 

Y entonces, el de lentes tocó el hombro de Kass con la punta de su arma para que lo mirara. 

—Tú, acompáñame. 

Pasó tan rápido que mi hermana gritó del susto y trató de forcejear cuando la levantó del brazo. Chillé y me puse de pie para defenderla, pero me empujó tan fuerte que sentí cómo se me incrustaron algunos pedazos de vidrio en las manos y en las rodillas. 

Mis ojos no enfocaron bien cuando observé el hilo de sangre que recorrió por las palmas de mis manos. 

—¡Suficiente, Evan! ¡Estás muy agresivo, nos van a despedir a todos, cálmate ya! 

—No me pidas que me calme porque se suponía que estaba aquí ese mocoso. ¡Se suponía que estaba aquí!

—¡Pero no te da el derecho de hacer pasar un mal rato a esta familia! 

El policía de lentes finalmente pasó a llevar el hombro de su colega y cerró la puerta de un portazo. Nos pudimos abrazar entre los tres a la vez que papá intentaba darnos algo de tranquilidad. Hacía tiempo que no se me pasaba por la cabeza rezar; pero en ese momento lo hice como mil veces. 

—Cuando no encuentren nada lo lamentarán —murmuró papá y el pelirrojo frente a nosotros parecía arrepentido—. Lo que hicieron quedará en sus conciencias. Nicolás no está aquí. No sabemos dónde está. 

—Es nuestro trabajo revisar, señor. 

—Esto es brutalidad policial. ¿Esto lo hace con gente que tiene poder o solo con los indefensos? 

Aquel hombre bajó la mirada. 

—Negativo arriba. Nicolás Meyer no se encuentra en el perímetro. 

Abandonaron el lugar como si nada, salvo el pelirrojo que informó la situación a sus superiores y nos dijo que teníamos que ir a constatar lesiones. Me ayudó a ponerme de pie pese al dolor de tener las esquirlas enterradas en la piel. 

Entonces, nos envolvieron en una manta a los tres fuera de casa y nos subió en su patrulla. Estuve llorando todo el trayecto pidiéndoles perdón a mi familia por haberlos metido en ese problema. Me mentalicé que fue mi culpa, pese a que el policía me reiteraba que fue su compañero que abusó de su poder. 

Aquella noche nos dejaron en la misma sala con mi hermana. Ambas estábamos con suero y habíamos tomado algunos medicamentos para el dolor. Sin embargo, me partía el corazón verla llorar. No había parado en horas. De hecho, aún me preguntaba qué hubiese pasado si el otro policía no intervenía y a Kass la hubiesen llevado con ellos. Eso me hacía pensar en cómo una persona puede marcar la diferencia de un suceso, para bien o para mal. 

Ahogué un gemido de dolor cuando me saqué la jeringa de infusión. Me costó avanzar hacia su camilla, pero logré hacerlo pese a mi profundo malestar. Me cubrí con las sábanas y nos abrazamos. Se sintió como un gran apoyo el tener mi frente pegada a la suya mientras le acariciaba su cabello. Fue una situación que aún nos tenía nerviosas y desprotegidas, y no sabíamos si era algo que íbamos a poder superar con el tiempo. 

🐐

Andrea nos visitó apenas se enteró y nos llevó galletas a escondidas de la enfermera. Me comí la mitad de una y Kass no quiso comer. Se dio vuelta y no habló más; así que mi prima empezó a dejar la ropa que nos había traído en el velador mientras yo dormía recostada, cansada, apenada. 

Mi prima fue un gran apoyo en aquellos días. De hecho, cuando fuimos a casa durmió con Kass y salió a hacer las compras para el almuerzo. Incluso invitó a Carla y me sorprendí porque se miraban hermoso. Carla ya no era tan creída y se estaba soltando un poco más con mi prima. Cocinaron juntas y salieron a darle comida a los animales mientras trabajaban en la carpeta roja. 

Y mientras pasaban los días, seguía sin saber de Nicolás. El mundo avanzaba y yo tenía que salir adelante pese a que mi corazón estaba roto. No teníamos dinero para la operación de papá y sus mareos me tenían tan preocupada como aquel día que mamá llegó al hospital. 

—Gracias —le dije a una señora mientras le pasaba una planta de toronjil—. No olvide evitar el exceso de calor. 

Me había conseguido un puesto en la feria otoñal para vender mis plantas y me había ido bien. De hecho, el parque estaba atestado de gente y logré venderlas todas. Conté el dinero y lo puse en el bolsillo de mi jardinera con una pequeña sonrisa de satisfacción. Había recaudado lo suficiente como para marcharme. Así que desarmé la mesa y la subí a la parte de atrás de la camioneta; la amarré con unas cuerdas y avancé hasta el asiento del piloto. Dejé las llaves en la cerradura, pero no me subí porque sentí que alguien... ¿susurraba mi nombre? 

Avancé hacia el lago y sentí el sonido de las hojas detrás de los pinos. Me incorporé con cuidado hasta que alguien me jaló hacia los árboles. Iba a gritar, pero me abstuve cuando entendí quién estaba detrás de toda esa ropa negra. 

—Hola, Kim. 

Cogí aire. Mis ojos brillaron tanto que sentí que expulsé destellos plateados por todo el parque. 

—Nico... 

Creo que lo pensamos al mismo tiempo, porque sonreímos y todo alrededor se desvaneció. Nos abrazamos y sentí un alivio brutal. Él me acariciaba el cabello mientras yo me afirmé en su pecho a gusto.

—Dios, Kim, qué bueno verte. —Me besó la frente. 

—Me alegro tanto que estés aquí... 

Él respondió palpando mi brazo, recorriendo desde mi hombro hasta envolver su mano en mi muñeca. Sin embargo, solté un quejido y me aparté rápidamente. 

—¿Pasó algo? 

Me escondí la cicatriz bajo la manga de mi camiseta. Tenía puntos por todos lados por caer encima de los vidrios. 

—No pasa nada. 

—¿Nada? 

Fui demasiado evidente, porque bajé las mangas hasta cubrirme los dedos. 

—Nada. 

—Mientes. 

—¿Hacia dónde vas a ir ahora...? —carraspeé—. ¿Lo has... pensado? 

—¿Por qué tienes el labio cortado? 

—Me muerdo los labios cuando me da ansiedad. 

Nico miró mis manos y luego a mí con atención. Comencé a mirar a mi alrededor de lo nerviosa que me sentí y no reaccioné cuando tomó mi mano y levantó la tela para verme. 

—Qué carajos... 

Me aparté rápidamente. 

—¿Quién mierda te hizo eso, Kim? 

—Me caí, Nicolás. 

—No, tú no te caíste. Alguien te hizo algo. ¿Quién? —Alzó la barbilla. 

—¡Nadie! 

—Kim, estás toda cortada... 

De tan solo acordarme, las lágrimas se escurrieron por mi rostro. 

—Confía en mí, ¿sí? —dijo con suavidad. 

—La... la policía fue el otro día a casa, querían saber si estabas allá y... 

—¿Y? 

—Y nos golpearon —completé con un nudo en la garganta—. Eso. Nos golpearon. 

Nico pareció quedar en blanco. Tenía los orificios nasales abiertos y una mirada intensa. Esperé ver cómo más reaccionaba, pero solo asintió sin más y se dirigió hasta el auto. 

—¿Nico? —Comencé a seguirlo e insistí al notar que no me decía nada—. ¡Nico! 

Se metió en el auto. Nunca lo había visto tan serio. O nunca lo había visto serio en general. Tomó mis llaves y prendió el motor, así que entré al asiento del copiloto antes de que me dejara plantada. 

—¿Se puede saber qué carajos te pasa? 

—¿Que qué me pasa? ¿De verdad no lo entiendes? 

—¡Explícate porque nunca te había visto así, Nicolás! 

—¿Quieres que me explique? Bien. Me enamoré de ti. Me enamoré de las formas más lindas que puedes imaginar. Pero, ¿qué pasa? Te invité a casa y mamá te humilló. Te trató como si no valieras nada y eso te destrozó. 

—No tuviste la culpa. 

—¿Tampoco no tuve la culpa de eso? —indicó mis brazos—. Porque parece que entre más cerca estés de mí, más daño te hacen. 

—¡Que no es tu culpa, Nicolás! ¡Al policía lo dieron de baja, él reconoció que se excedió!

—¡Ese no es el problema! ¡No es el problema, Kim! Tal vez estoy muerto de miedo por ir a la cárcel, tal vez estoy destrozado porque a mi propia familia no le importo. Pero que te hayan hecho daño a ti, simplemente es algo que no me voy a perdonar. ¿Entiendes? 

Miré el techo en busca de ayuda, pero de inmediato me puse en alerta cuando empezó a manejar. 

—Nico... 

Él me tomó la mano y me la besó. 

—Tranquila. 

—¿Qué haces? 

—Acabar con esto... 

—¡No! 

—No voy a dejar que nadie más te toque un pelo o vuelva a amenazarte. No más. 

Aceleró en rojo. No se veían vehículos que pudieran ponernos en riesgo, pero aquello llamó la atención de los policías. De inmediato las patrullas se pusieron en alerta y las sirenas se encendieron. 

—¿Te has vuelto loco? ¡Qué carajos haces, Nicolás! 

—Cobra tu recompensa, ¿sí? Estoy seguro de que tu papá mejorará. 

—Nico... Por favor... 

—Fue lindo lo que vivimos, ¿verdad? Estás bien loca, Ana María. 

—Fue lindo y sigue siendo lindo... ¡Pero no quiero que vayas a la cárcel! 

—No creo estar ahí para siempre, supongo.

—No te puedes entregar... 

—Ya es tarde —esbozó una sonrisa apaciguada—. Tampoco iba a durar mucho más tiempo.

Mi único reflejo fue ponerme el cinturón de seguridad cuando Nico dobló y desembocó hacia la carretera. Tres carros nos perseguían y se sentía como el final de todo. 

A cada lado, las motocicletas policiales formaron una muralla y nos acorralaron. Nos tomamos de la mano cuando pasamos por el puente y vimos a dos vehículos más en dirección contraria. Uno de los policías lanzó unas púas hacia el asfalto húmedo y perdimos el control del auto. 

Un giro brusco hizo que cerrara los ojos con fuerza. El chirrido de los neumáticos fue lo único que sentí cuando el vehículo se desvió. Se me dio vuelta el mundo durante unos instantes hasta que quedó a centímetros de un pino, con las ruedas desinfladas, sin poder seguir. 

La realidad regresó de golpe. Ya no había escapatoria. La policía venía hacia nosotros y Nico iba a ser arrestado finalmente. 

—Bueno, creo que te tocó el jefe más loco de todos —dijo después de unos segundos—. Estuvo buena la persecución, ¿eh? 

—Conduces horrible. 

Nico chasqueó la lengua. 

—Me había olvidado el por qué te llamaba hormiguita colorada. 

Nos miramos y nos sonreímos mutuamente. Al ver el brillo especial en sus ojos, los recuerdos junto a él desfilaron por mi mente justo antes de que la policía llegara. 

 Él pintando el gallinero junto a mí. 

Nosotros en la oficina dedicándonos canciones. 

Él arrancando de la señorita María Elena cientos de veces. 

La primera vez que compartimos cama y me atreví a besarle la mejilla. 

Improvisando capacitaciones... 

Cuando lo encontré en el gallinero con la peluca de Hanna Montana.  

Nuestro primer beso... 

Tantos recuerdos que iba a atesorar, y ahora estábamos uno frente al otro, observado la brisa otoñal en completa resignación.  El poder cegó a Richard y Nico tenía que resignarse a que le arruinaron la vida. 

Nos miramos por última vez. Calma, se sentía calma. Nico me sonrió y me tomó de la mano. Me aferré a su piel hasta que la policía llegó. 


Nota de autora: 

Y al final Nico se entregó por Kim... 

Tenían en la mira a Kass, ¿eh? 

De locos fue escribir esto, sobre todo porque tenía listo el capítulo y Aker me dijo que lo colocara jajaj (estoy loca, déjenme) 

Sé que soy de emociones cambiantes al escribir, pero no todo es sufrimiento. ¿Qué pasará con nuestro Nico en el siguiente capítulo? Se vienen cosas buenas. 

No se olviden de dejarme su voto y si quieren interactuar también! Lxs amo muchoooo!! 

Si les gusta Vientos de Abril, tal vez les guste Volveré Hacia el Ayer 

Nos vemos en IG (LiaBenavid3s) 



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