• Parte 6

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Orquídea trató de calmarla diciéndole que todo estaba bien mientras Felicity le contaba lo que había pasado.

—Debes estar tranquila, preciosa —le secó las lágrimas de las mejillas—, nadie te va a obligar a que tengas una relación si tú no quieres, ¿o quieres? —La miró a los ojos sosteniéndole la carita.

—No, no quiero tenerla, prefirió irse antes que cuidarme, pero... —sollozó y no pudo hablar con normalidad.

—Pero ¿qué, cariño?

—Pero estoy confundida. Quiero tener una relación con ella y a la vez no porque si hubiese sido una buena madre, se habría quedado, pero de esa forma tampoco te iba a conocer a ti —comentó entre sollozos.

—Eso tú no lo puedes saber, Felicity, en la vida hay muchos giros y puede que por algún motivo decidieran separarse.

—Bueno, eso puede ser verdad, pero me gusta más esto de ahora que lo que pude haber tenido con ella, más sabiendo por papá cómo era mi madre.

—Quizás haya cambiado, ¿no lo crees así?

—No lo sé, cuando le dije que no la quería ni siquiera lloró o hizo algo, su cara parecía sin expresión.

Nate las estaba escuchando detrás de la cortina del ventanal que daba al jardín y salió para saber lo que en verdad quería hacer su hija.

—No debes llorar, solcito —le besó la frente y le acarició las mejillas—, solo quiero saber qué quieres hacer tú, ¿quieres que vayamos al hotel para preguntar si se encuentra y que tú puedas conocerla más? Haré lo que me pidas, tú decides, porque no quiero que te quedes con la espina.

—P-podría verla de nuevo para saber qué pasa, ¿no?

—De acuerdo —asintió con la cabeza—, mañana iré al hotel para preguntar si todavía está allí y si la encuentro, hablaré con ella, ¿te parece bien?

—Sí. Gracias, papá —se echó en sus brazos para abrazarlo por el cuello y llorar con congoja.

—Todo estará bien, cariño —le dijo alzándola en brazos y frotándole la espalda con una mano—, no tienes que preocuparte por nada, Orquídea y yo estaremos también el día que se reúnan así no te sientes sola, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —asintió con la cabeza al tiempo que lo miraba a los ojos—. Perdón por esto que te pido —hizo puchero para tratar de no llorar más.

—No tienes que pedirme perdón, solcito, aceptaré lo que quieras hacer, por más que yo no quiero que la veas, es posible que tú quieras saber cómo es para que te saques las dudas.

—Sí.

—Pero ahora, sería bueno que bajes, porque me romperás la cintura, tu padre está viejo.

—No estás viejo, Nate —rio por lo bajo—, Felicity ya está en su preadolescencia —comentó Orquídea poniéndose de pie y acercándose a ellos.

—A mí lado con tus veinticinco lo eres también.

—No digas tonterías, treinta y cinco no es ser viejo —le dijo y miró a su hija—, vamos a tener que darle a papá una reprimenda.

—Me parece que sí —contestó entre risas poniendo los brazos en jarra.

Los tres siguieron quedándose un rato más en el jardín trasero y cuando comenzó a bajar el sol entraron para preparar la cena y luego irse a dormir.

Alrededor de las diez de la mañana, Colleman se presentó en el hotel para preguntar por Catherine ya que quería hablar con ella a pesar de lo malhumorado que se encontraba porque tenía que verle la cara de nuevo, pero todo lo hacía por su hija. Quería verla feliz y que no sufriera, y por tal motivo, hizo a un lado su rabia hacia aquella mujer y poner por delante a Felicity porque era ella quien quería verla para tratar de ver cómo iban las cosas.

El hombre esperó en el lobby del hotel y la mujer llegó quince minutos después quedándose frente a frente.

—Seré breve, mi hija quiere verte para saber más cosas de ti, está claro que yo no lo apruebo, pero lo que estoy haciendo es por ella, así que, hoy a las cuatro de la tarde te esperamos en la cafetería Red Dog, de seguro la recuerdas.

—Sí y de acuerdo, estaré allí.

—Solo quiero saber algo, ¿tu nueva familia sabe que tienes una hija?

—Sí, pero omití muchas cosas, solo les he dicho que la relación con el padre no había sido buena y que no quiso que me llevara a la niña.

—Tienes bien el papel de actriz, sabes mentir muy bien, porque los dos sabemos la verdad —respondió con mucha seriedad.

—Para qué revolver en el mismo tema, si quiere verme, estaré ahí a las cuatro de la tarde, hasta luego —se dio media vuelta y se alejó de él para regresar a la habitación.

Nathaniel la odiaba, pero tragó su bronca y se dijo que todo era para que Felicity fuese feliz.

Varias horas más tarde los tres estaban sentados en la cafetería y esperando a la dichosa mujer, esta llegó diez minutos retrasada y creyeron que no vendría. La nena se puso de pie y fue a sentarse con ella a dos mesas de donde estaban sus padres.

La pareja observó cada tanto el lugar donde estaban, pero no podían escuchar muy bien la conversación. Para el momento de pedir algo aparte de lo que la niña había querido con sus pares, ella estaba a punto de pedir un chocolate, pero la mujer se adelantó.

—Un té para las dos y masitas.

—No me gusta el té —admitió.

—Vas a empezar a beberlo.

—¿Por qué? —Alzó las cejas.

—Porque me gusta que una niña beba té y se comporte como una dama.

—¿Para parecerme más a ti? —su pregunta la sorprendió.

—¿Te gustaría?

—No y tampoco me gusta que me obliguen a beber algo que no me gusta.

Felicity dejó pasar la leve discusión que estaba teniendo con la mujer y se dio cuenta que no le estaba agradando ni un poquito la actitud que tenía con ella. Cuando el chico que las atendía se retiró para ordenar el pedido, la mujer continuó hablándole.

—Estás un poco por arriba de tu peso para la edad que tienes, ¿o me estoy equivocando?

La nena creyó que lo que le estaba diciendo era una broma, que después de nunca verse, iban a hablar de otras cosas y no sobre el peso que tenía. Felicity apretó los labios y le respondió.

—Me gusta comer, pero no creo que esté gorda —le expresó con molestia en su voz.

El chico que trabajaba en la cafetería les entregó el pedido y a la nena le dio la taza de chocolate porque la conocía desde hacía años y era lo que siempre pedía cada vez que pisaban el lugar.

—¿Qué clase de cafetería es esta que no respeta el pedido que le hace un mayor para que beba un menor?

—Señora, estoy haciendo mi trabajo y a Felicity la conozco desde que era una niña, yo a usted no la conozco, perdón que se lo diga, pero creo que cada uno pide lo que quiere —les dejó todo y se alejó para seguir atendiendo a los demás.

La niña quería irse de allí cuanto antes, ya no soportaba verla y menos escucharla, miró de reojo a su padre.

—Felicity quiere irse, me lo está pidiendo con los ojos.

—Vayamos entonces, si ella no quiere quedarse más, es mejor que regresemos a casa —comentó Orquídea.

Los dos se levantaron y se acercaron a la mesa.

—Cariño, ¿quieres irte ya? —cuestionó la mujer.

—Sí, por favor —se bajó de la silla.

—Creo que te toca pagar a ti —comentó Nathaniel—, por lo menos será lo único que le pagarás a tu hija.

—Gracias por haber venido, pero no quiero que seas parte de mi vida, no me pareciste sincera, adiós.

Los tres salieron de la cafetería dejando a la mujer sola y que pagara la cuenta.

Se metieron en la camioneta y el ambiente quedó en silencio hasta que la propia nena abrió la boca.

—Ya me saqué la espinita que tenía, no quiero verla más —confesó y suspiró—, creí que íbamos a hablar de otras cosas, de lo que estaba haciendo yo en todo este tiempo, mis gustos, lo que sea, menos que me obligara a beber té porque ella pidió por mí y decirme que estaba con más peso de lo que sería para mi edad —se echó a lo largo del asiento llorando—, no creí que estaría gorda.

—Felicity, no llores por alguien que no lo merece, te prohíbo que llores por ella —le dijo con seriedad absoluta—, esa mujer siempre ha sido así, no merece tus lágrimas, por favor, hija. Eres una nena inteligente y te has dado cuenta de cómo es, ya está, pasemos la página y sigamos con nuestra vida, solcito.

La nena se sentó de nuevo y trató de no llorar más, se secó las lágrimas con los puños y miró por la ventana para intentar dejar de pensar en la fallida merienda que quiso tener con una mujer que era su madre, pero que nunca había conocido en verdad.

Felicity supo con exactitud que mejor madre que Orquídea no iba a tener nunca y estaba agradecida y contenta por tenerla en su vida, y estaba segura de que su padre era muy feliz también, porque la chica les había cambiado por completo la vida a los dos, no solo acercándolos a ellos como padre e hija, sino que los tres se habían vuelto muy unidos y para la casi adolescente eso era la felicidad.

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