• Parte 7

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La niña lo abrazó por la cintura y luego se separó un poco para alzar la cabeza y mirarlo otra vez.

—¿Has visto que no fue tan difícil decírmelo? Tú sabes cuánto la quiero y me gustaría mucho que tú y ella sean novios.

—No ha sido complicado decírtelo, pero Felicity, a mí puede gustarme, pero no sé si ella me encuentre agradable.

—Yo sé que sí.

—Estoy dudando que la señorita te haya dicho algo con respecto a mí.

—Bueno, no tan así, pero podrías invitarla a salir para saber si gusta de ti, ¿no?

—Es pronto, cariño. A veces las cosas no se deben apurar.

—De acuerdo, pero sé que Orqui es la ideal para ti —le sonrió mostrándole los dientes.

—Tú quieres emparejar al cascarrabias de tu padre, ¿verdad? —le dijo y ella asintió con la cabeza mas no le respondió.

—¿Me llamaron? —La chica se asomó desde el cuarto de la niña.

—No, pero ¿qué le parece si merendamos en el jardín? —le sugirió el hombre.

—Está bien.

Nate fue el primero en preparar la mesa de jardín para la merienda y luego entre los tres pusieron las cosas que iban a consumir. Las sillas estaban con almohadones esponjosos para que se sentaran cómodos.

—Vaya, no pensé que prepararía la mesa con tanta rapidez —admitió la joven quedándose asombrada.

—Papá es rápido cuando quiere —acotó la niña y fue la última en sentarse frente a ellos—. Parecen una pareja de enamorados —confesó y Orquídea que estaba bebiendo un sorbo de té, se ahogó y tuvo que toser.

Nate miró con el ceño fruncido a su hija y tan solo al mirarla supo que la estaba regañando por haber sido tan directa.

—Perdón, Orqui, no fue con mala intención.

—No te preocupes, cariño, no pasa nada —dejó la taza sobre el plato.

—¿Tienes algún potrillo mansito? Tenía ganas de cabalgar, hace mucho que no lo hago —le preguntó a su padre.

—Creo que sí, pero tengo que echar un vistazo al cobertizo y de paso ver cómo van los empleados. Hace mucho que no me doy una vuelta por los campos.

—Deben ser hermosas esas flores.

—Tengo campos de zinnias y de trigo.

—Felicity fue la de la idea de cultivarlas, es una de las únicas flores que perduran durante todo el año aparte de que son muy coloridas.

—¿No se cultivan todas las flores? —formuló Orquídea con curiosidad.

—En Colorado Springs no, son muy pocas las especies de flores que se pueden cultivar y resisten heladas y calor, pero al ver los colores que tenían a ella le gustaron.

—¿Y las especies son las mismas que las que nos dieron anoche?

—Exacto.

—Es hermosa esa pulsera —dijo entusiasmada la niña al referirse a la que le dieron a su niñera.

—Es bonita —acotó la joven mujer.

—Papá exporta trigo y zinnias, aquí, fuera del estado y por todo el país. Podemos mostrarles los campos de zinnias, ¿no, papá? —Lo miró para saber qué opinaba.

—Podemos mostrárselos, es un lindo horario para ir a visitarlos.

Media hora más tarde se subieron a la camioneta y él encendió el motor para conducir hacia los campos de zinnias. Cuando llegaron, los tres se bajaron y pasaron la tranquera que había abierto Nate para caminar por entremedio de los surcos de las filas de zinnias.

Orquídea había quedado fascinada con la gama de colores que veía, combinaban muy bien entre ellas y sonrió al contemplarlas. El sol se estaba ocultando de a poco en el horizonte y la joven quedó aún más maravillada con la paleta de colores del cielo y de las flores.

—Parece el cuadro de un pintor, es precioso el paisaje —declaró con honestidad.

Nathaniel cortó una zinnia, las mismas que tenía en la pulsera del concurso de anoche y se la colocó en un costado del pelo para que esté sobre la oreja.

—Preciosa —le confesó con total devoción.

Orquídea quedó un poco sorprendida e incómoda, pero él se disculpó de inmediato.

—Sí, la flor es hermosa.

—No hablo de la flor, usted lo es —expresó con sinceridad y luego abrió más los ojos sabiendo que había metido la pata—, digo que le queda preciosa la flor.

La joven mujer quedó avergonzada, pero pronto le respondió.

—Se lo agradezco, señor Colleman.

—Es cierto lo que dijo papá, te queda muy bonita, Orqui.

—Gracias, Felicity.

La niña miró a su padre disimuladamente para que le dijera algo más a su niñera.

—Si usted quisiera, cada tanto podría traerla aquí para que corte las zinnias que quiera y las ponga en los jarrones y floreros que hay dentro de la casa —le ofreció.

—¿Cree que sea conveniente que corte sus flores?

—Las zinnias son de mi hija y mías, no creo que a ella le disguste la idea, ¿o me equivoco? —miró a la niña.

—No te equivocas, papá. No me molesta, aparte que el interior de la casa se verá más bonito y colorido.

—Bueno, si los dos están de acuerdo, cortaré zinnias para la casa.

—¿Gusta cortar algunas ahora? Felicity y yo la podemos ayudar.

—¿Trajo tijeras? —Abrió más los ojos quedándose incrédula.

—Traigo siempre un bolso con herramientas y entre estas hay tijeras.

Nate regresó hacia ellas en pocos minutos para darles una tijera mientras él tenía otra en sus manos. De a poco y con cuidado fueron cortando los tallos como les explicaba el hombre para que pudieran florecer de nuevo.

Cuando tenían cada uno una cantidad considerable en sus manos, regresaron a la camioneta y él condujo hacia la finca.

—Había dicho que iría en estos días, pero iré ahora a revisar los cobertizos para saber si se necesita reparar o cambiar algo, así mañana se lo comunicaré a los empleados —les avisó a ambas que estaban en la entrada de la residencia y él subido a la camioneta ya que no se había bajado de la misma—, nos vemos en un par de horas.

—De acuerdo —contestó la niñera.

—Nos vemos pronto, papá.

Las dos entraron al hogar y Felicity ayudó a Orquídea a preparar la cena mientras esperaban al hombre de la casa, pero en el horario de la cena, Nate no se había presentado y la mujer se estaba preocupando porque ya habían pasado poco más de dos horas.

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