Envidia

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Frustrado por no calmar su libido, pero comprende que no es culpa de su amado, Louis asegura la habitación para dejarlo en aislamiento —tal como anunciaron en las noticias vampíricas— y así prevenir contagios. Sin embargo, no deja de sentirse molesto, incómodo e incluso enojado, no es justo tener esas insaciables ganas martillando dentro de sí y no poder drenarlas. Vuelve a fijar su atención en la tele y la incomodidad se multiplica: cada programa parece burlarse en su cara, donde no se ríen a lo tonto aparece una pareja consumando el acto que él no pudo llevar a término. Lo apaga con un gruñido de exasperación.

Sin saber qué otra cosa hacer, decide salir de paseo, quizás consiga alguien delicioso para degustar, tal vez comiendo hasta hartarse pueda saciar esas insufribles ganas mientras espera a que su querido Stéfanos supere el virus.

La oscuridad de la noche es interrumpida por los luminosos avisos que decoran las calles, cada uno más brillante y llamativo. Louis suspira cansino; entierra las manos en sus bolsillos, él disfruta del hermoso brillo, los diferentes colores y formas en cada marquesina, también del bullicio. No obstante, extraña realizar estos paseos en compañía de su amado. Al pasar por el callejón junto a un club, una sonrisa se traza en su rostro ante los recuerdos de la alocada noche acontecida, hace apenas una semana:

La música electrónica volvió a sacudir sus oídos, los tonos rojos y púrpura en la iluminación mezclados con el humo que se expandía por el suelo, sumado al calor producto de los cuerpos que se restregaban en la pista sin una pizca de pudor, convertían el lugar en una extensión del infierno. Para un par de inmortales lujuriosos y deseosos de sumergirse en toda clase de placeres mundanos, resultaba su propio cielo.

Habían ligado con un par de jovencitas despampanantes, quienes atraídas por el misterio oculto en esas miradas gris y miel sucumbieron a sus encantos. Louis siempre ha disfrutado encender el deseo en Stéfanos y aquella noche no fue la excepción, sabía cuánto adora verlo en acción con chicas incautas, por eso expuso despacio la hermosa tez achocolatada, entre besos, la idas y mordidas por cada milímetro de piel desde sus pechos hacia el alargado cuello.

Stéfanos se divertía con la amiga o quizás hermana de aquella —no podía importarle menos lo que decían—, sus ojos permanecían fijos en la escena que acontecía a espaldas de esta. Louis no sonreía solo por lo que la chica hacía en su parte baja, sino por el fuego que ardía en los ojos dorados de su amado; apoyó su cabeza hacia atrás en el muro de ladrillos, deleitado con cada sensación, mismo momento que Stéfanos aprovechó para hincar sus colmillos en el cuello de su acompañante, podía sentir el pulso de su presa apagarse conforme sorbía cada gota de sangre.

Mientras Stéfanos se regocijaba en su cena, Louis jaló la coleta de la morena y apretó sus mejillas para obligarla a levantarse, ella se sentía en confianza con el chico de inocente sonrisa sin saber realmente lo que ese gesto ocultaba. Sus cuerpos se fusionaron con rapidez, la chica mantenía enlazadas las piernas sobre las caderas de Louis y este disfrutaba los gemidos que escapaban entre los labios de ella con cada embestida.

El sonido de algo pesado que impactaba el suelo puso en alerta a la joven, pero no tuvo tiempo de hacer algo por salvarse, pues los colmillos de Louis se hundieron en su cuello y le arrancaron la vida hasta que su cuerpo no fue más que un caparazón vacío. Los restos de sangre perteneciente a ambas chicas se entremezclaron en las bocas de los lujuriosos amantes con cada beso mientras fundían sus cuerpos en ese callejón oscuro.

Lástima que hoy solo detona gratos recuerdos, aunque de algún modo, ahora Louis siente más molestia, quizás no fue buena idea pensar en todo aquello cuando se tiene la frustración tan reciente y sin duda ver a otra pareja hacer de las suyas en el mismo lugar, le provoca una incomodidad mucho mayor.

«¡Es injusto!», no deja de pensar y se imagina qué fantástico sería ver caer ese  cartel luminoso en la cabeza del chico que goza con la joven, ese banner que reposa en la parte superior del local y se tambalea un poco con el viento. Su vista se fija en eso y adquiere un tono violeta intenso, concentrado, demanda con la mirada que aquello acabe por interrumpirlos; no busca tumbarlo él, solo darle un pequeño empujón y que sea el viento quien se encargue del resto.

—Vamos, solo un poco más —murmura sonriente, ve tambalear cada vez más la estructura.

—¿Envidia? —Una vocecilla junto a él lo obliga a desviar la atención.

Contempla al sexi joven de cabellos como noche sin luna junto a él. Su inocente sonrisa es acompañada por la mirada tierna, casi infantil, que oculta su malicia y el fuerte deseo de ver sufrir al imbécil que copula en el callejón.

—Yo sí, lo admito —agrega el joven y Louis se suelta a reír—, ¡De verdad! ¿Tú no?

El vampiro realiza un gesto con su hombro derecho para restarle importancia, con la misma sonrisa inocente en el rostro. Un fuerte estruendo lo obliga a mirar hacia ese lugar antes de poder responder y los gritos de la chica no se hacen esperar, tras ver los restos de su apachurrado amante tendidos en el suelo debajo del gran letrero. Louis sonríe complacido.

—Pobres, que te interrumpan es horrible, pero eso…

Louis vuelve a observar al joven, le llama la atención que no luce alarmado, casi parece burlarse.

En los alrededores todo se vuelve una locura, las personas desesperadas por servir para algo en esa extraña situación... bueno, algunas; otras solo buscan el mejor ángulo del occiso para publicarlo en sus redes.

—Eso es otro nivel. —Completa la frase un sonriente Louis, mismo gesto que replica su acompañante a la vez que le tiende su mano derecha para presentarse.

—Chad, ¿y tú?

—Louis.

El vampiro estrecha la mano del joven y fija el gris de su mirada en la oscuridad de los ojos ajenos e indaga a través de ellos cada recoveco oculto de su mente.


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