seis

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Lautaro, el pez sigue vivo, me he hecho varios cortes en las palmas mientras tallaba madera y tengo que confesar que he hurgado en tu cuarto.


Hay una caja arrumbada en la esquina de tu armario donde se encuentran decenas de trofeos y medallas. Tu madre debió de escuchar el ruido que provoqué porque vino a la habitación también.

Se acercó demasiado, al grado que podía matarme si lo hubiera querido así. Yo estaba de cuclillas, de espaldas a ella. Volteé de inmediato. Estoy acostumbrado a no darle la espalda a las criaturas de allá abajo. Pero tu madre ha hecho algo peor que atravesar mi espalda.

Lo siento.

Sus ojos estaban enrojecidos... Es imposible sacarme las siguientes palabras de la cabeza, así que las escribo para que también las tengas:

No puedo explicarte lo que se sentía verte.

Como si no me viera en ese momento. Por supuesto, no soy tú, ciertamente madre tenía razón. Tú no estabas en la habitación. Pero, repito, era como si no nos viera en ese momento.

Creo que se refería a los trofeos. En específico, se refería a ti corriendo. Lo supe porque en la caja también había una fotografía tuya con los dos pies en el aire. Volabas. Y por fin entendí un poco más de dónde vienen esas terribles ganas tuyas de querer correr a todas horas.

Me hago una vaga idea de lo que sentía tu madre al verte. Porque, perdón que no te lo haya escrito antes, he visto a Nina correr.

Y se siente justo como si comiera mermelada.


Te doy permiso de correr con los cuervos en el infierno.


(A menos de que hicieras otra cosa. Quizá lanzabas flechas. Si es así, no lastimes a los cuervos).


-Atentamente: Lautaro falso.

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