¡Viva México! Un Héroe es un Héroe

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Historia ganadora de WattpadMexicoES



La oficina bullía de actividad. Montañas de papeles y expedientes amenazaban con desbordar el escritorio de Juan. El reloj marcaba las cinco en punto, pero el trabajo no parecía tener fin, y contaba con un escritorio desordenado que parecía tener vida propia.

Como tú y yo lo haríamos en momentos de mucho trabajo y agotamiento, con un suspiro de resignación, Juan tomó su teléfono celular y marcó el número de su madre. A pesar del estruendo en la oficina, el sonido de la llamada era como escuchar ranchera en sus oídos.

—¡Hola, mamá! Sí, soy yo, Juanito. ¡No, no te preocupes! Ya sabes que no me perdería la celebración. ¡No, claro que no me perdería de la nueva victoria de las famosas enchiladas contra los tacos de los Rodríguez, por nada en el mundo!

La voz de Juan, se escuchaba entre animado, pero también hastiado de que su mamá se pusiera tan intensa en esas fechas, que deberían ser para su descanso.

—¡Ay, Juanito! Sabes cuánto nos alegra escucharte, pero estoy segura que estaríamos más tranquilos si estuvieras aquí. Sabemos que tu trabajo es importante, pero la familia lo es aun más. Mira que la otra vez a Pedrito, el hijo de la vecina, lo echaron del trabajo ¿y dónde crees que fue a parar? ¡Sí, a la casa de Doña Carmen! —La voz de Doña Rosa, como siempre, se escuchaba con reprimendas, preocupación y con ese tono regañón al otro lado de línea.

—Sí, mamá, lo sé. Pero en la empresa solo dan el día libre para la fiesta —respondió, con los ojos en blanco, sopesando si fue buena idea llamarla—. He hecho todo lo posible para dejar todo en orden aquí. Además, con la ayuda de mi superpoder secreto, las enchiladas serán aún más deliciosas este año.

Por supuesto, esperaba que Doña Rosa se riera, pero solo escuchó su respiración en respuesta, como alguien que no se siente a gusto, pero que sabe que debe emitir sonido alguno para no ser maleducado.

—¡Ay, Juanito! Es que, si no llegas a tiempo para el festejo, sabrás la razón por la que tu padre no se la ha ocurrido dejarme —le amenazó.

—¡Má, ya...! Ya le dije que voy, solo espéreme sí. Mejor hablemos allá para que no se me caliente, plancha.

—Bueno, te espero entonces, Juan. Dios te bendiga...

—Amén, má —respondió, colgando. Su otra mano estaba sobre el puente de su nariz, intentando relajarse.

En la mañana del 16 de septiembre, el sol se alzaba sobre el Zócalo de la Ciudad de México, iluminando la plaza con su luz cálida. El cielo azul contrastaba con las coloridas banderas mexicanas que ondeaban en cada rincón de la plaza. La emoción del Día de la Independencia llenaba el aire.

Los puestos en la plaza se alineaban caóticamente, adornados con guirnaldas de papel picado y flores blancas, rojas y verdes, semejando a la bandera. Los vendedores ambulantes, con carritos llenos de antojitos mexicanos como tamales, churros y esquites, ya estaban listos para sus primeras ventas del día. El tentador aroma de la comida llenaba el aire, atrayendo a los transeúntes con los sabores tradicionales de México.

En el centro de la plaza, mariachis afinaban sus instrumentos, vistiendo trajes charros elegantes mientras se preparaban para tocar las icónicas canciones de la noche de celebración. Los niños corrían entre los puestos, riendo y ondeando pequeñas banderas mexicanas, ansiosos por unirse a la diversión. Los artesanos exhibían sus creaciones, desde coloridas artesanías de barro hasta intricados bordados de tela, ofreciendo una oportunidad para llevarse un pedazo de la cultura mexicana a casa.

También, Luces y altavoces se instalaban cuidadosamente, mientras los organizadores verificaban los últimos detalles para garantizar que la celebración de la independencia fuera memorable. Y es que recordar era la única herramienta que teníamos para honrar a los héroes anónimos y para corregir los errores futuros.

Juan se encontraba reunido con su padre, su tío, sus tres hermanos y cinco sobrinos, para montar el puesto de comida. Había dejado atrás su traje y corbata de oficina, y ahora vestía de manera más relajada, con una camiseta que llevaba la bandera de México. Todos estaban con el afán de tener todo a tiempo, porque nadie quería aguantarse los regaños de Doña Rosa, quien, en casa, en conjunto de las nueras, finiquitaban los últimos arreglos que necesitaban.

Pero mientras el ambiente vibraba con la celebración, la expresión en el rostro de su padre era más bien pensativa.

—¿Qué sucede, apá? —preguntó Juan, mientras alzaba las varas para sostener el techo de plástico del armazón.

El padre de Juan suspiró, observando a lo lejos uno de los puestos. Cuando Juan se volvió hacia donde miraba, se encontró con que enfrente de ellos, los Rodríguez montaban su puesto. Juan, con los ojos emblanquecidos, soltó el aire sin poder creer lo que veía. 

La familia Ramírez y los Rodríguez, tenían una rivalidad que venía de años atrás, una que Juan nunca había entendido del todo. Pero, desde que era niño, sabía que ambas competían ferozmente en cada celebración. Solo que nunca lo habían hecho de forma directa. Uno enfrente del otro.

—No lo sé, Juanito —respondió su padre finalmente—. Es como si los Rodríguez quisieran estar siempre en nuestra contra. ¡Solo míralos! Montando su puesto justo enfrente del nuestro. ¡Ya verás cómo se pondrá tu madre! Se supone que hoy no debería ser un espacio para rencores, hoy es el Día de la Independencia y deberíamos unirnos como mexicanos. Pero no, los Rodríguez siempre arruinan nuestra celebración.

Evidentemente, Juan sabía que ver a los Rodríguez allí, la mantendría como gallina que recién tiene a sus polluelos, sin que la miren, o le hablen ni mucho menos que la toquen, a menos que se quiera salir picoteado. Por supuesto, la tensión aumentó mientras las dos familias se miraban en silencio, cada uno levantando sus puestos de comida con determinación.

—¿Por qué tienen que colocarse justo enfrente de nosotros? —se quejó Juan en voz alta, incapaz de ocultar su frustración.

Fue entonces cuando una voz femenina respondió desde el puesto de los Rodríguez. Una joven de cabello oscuro y ojos vivaces salió al frente, con un ticket de permiso en la mano.

—Tenemos todo el derecho de colocarnos donde queramos, Juan —declaró ella, mirándole desafiante, mostrándole el ticket de permiso—. Apartamos este lugar mucho antes de este día.

Juan tomó el ticket que le mostraba, y al observarlo detenidamente, notó que tenía apenas unos minutos de diferencia con el suyo, por tan solo 10 minutos. La coincidencia de que hubieran pedido el permiso el mismo día y casi a la misma hora, era sorprendente y exasperante al mismo tiempo.

—¡Maldita sea! —exclamó Juan, más para sí mismo que para la muchacha—. ¿Justo por esta coincidencia estúpida ahora debemos enfrentarnos cara a cara, Guadalupe?

La muchacha, con una sonrisa que mezclaba determinación y orgullo, asintió.

—Así es, Juan Ramírez. ¿Acaso no fue tu familia la que volvió esto en una competencia? Deja el miedo y observa como los Rodríguez, esta vez, estamos para ganar.

—Sí, ¿igual que el año pasado? —Le recriminó, sabiendo que llevaban tiempo desde que él cocinaba que no ganaban. Y no es que los tacos de Doña Dolores fueran malos, sino que sus enchiladas eran mejor por su gran secreto. Ni siquiera era la receta especial de su madre.

—Cómo si las cosas no pudieran cambiar con el tiempo —respondió ella, borrando su sonrisa del rostro—. Si tan cansado estás de esta competencia tan absurda, como yo, dile a Doña Rosa que deje de vender las enchiladas que ella y mi madre preparaban juntas.

Por supuesto, aquella confesión que dijo, dejó confundido a Juan. ¿De qué estaba hablando Guadalupe?

—¿No te ha contado? —Le recriminó Guadalupe, al observar la confusión reflejada en el rostro de su adversario—. Tienes que ser un pendejo para no saber por qué nuestras familias compiten, Juan. ¿En serio no lo sabes? ¿O ellos? —Preguntó lo último, señalando a su padre, sus tíos, sus hermanos, e incluso a los sobrinos.

Pero la respuesta en la cara de Juan, era obvia.

—No puede ser, Juan, ¿¡Es en serio!? —volvió a cuestionar su ignorancia—. Mira, por el bien tuyo, y para que no sigas quedando como un idiota, será mejor que le preguntes a Doña Rosa la historia de como ella, siendo una ayudante de cocina de mi madre y su mejor amiga, le robó su receta y decidió competir contra ella cuando tuvo dinero suficiente para montar su propio puesto. Y cuando descubras eso, al menos, sabrás por qué peleas tú y tu familia.

Después del bullicioso almuerzo, con pozole recalentado en casa de los Ramírez, Juan siguió sintiéndose abrumado por la revelación de Guadalupe. No podía dejar de darle vueltas en su cabeza, cuestionando la historia. Es que no podía ser cierto. Sin embargo, sabía que lo mejor era hablar directamente con los primeros involucrados del conflicto.

—Papá, necesitamos hablar —dijo Juan con seriedad, encontrándose con Don Luis en la entrada de la casona, con un cigarro y un vaso de pulque.

Don Luis levantó la mirada, asintió y expulsó el humo de sus pulmones.

—¿Qué pasa, Juanito? —preguntó su padre, preocupado por la expresión grave de su hijo.

Juan titubeó un momento antes de hablar.

—Guadalupe me dijo algo que no puedo dejar de pensar —se arrascó la nuca, como solía ser de niño cuando iba a pedir permiso para algo—. ¿Es cierto que mi mamá robó la receta de las enchiladas de los Rodríguez?

El padre de Juan suspiró. De todo lo que esperaba oír, no creyó que fuera eso. La duda en responder, pareció ser la respuesta que Juan necesitaba. Pero no, debía oírla por él mismo. Lo vio tomar un sorbo de su bebida, como si el pulque con sus grados de alcohol le ayudaría a revelar su respuesta, y con una expresión de pesar en su rostro, finalmente asintió.

—Sí, Juanito, es cierto. No sé lo que te habrá contado esa muchacha, pero es la verdad. Hace muchos años, Rosa trabajó en la cocina de Doña Dolores. Cuando nos conocimos, ella compartió su sueño de tener un puesto de comida. Quería casarme con ella y verla feliz. Así que, para cumplir su sueño, trabajé arduamente, obtuve un crédito y logramos tener una casa y su puesto de enchiladas. No supe de su rivalidad con los Ramírez hasta que el negocio de tu madre prosperó. ¿Y ya qué? Estábamos casado.

Juan pudo responder algo, pero la verdad es que no tenía que hacerlo. Necesitaba conseguir respuestas, porque pudiendo vender cualquier comida, tenía que ser justo las enchiladas de los Rodríguez.

La revelación dejó a Juan mal. Siempre había admirado a su madre y a su familia, pero descubrir la verdad detrás de la rivalidad le hizo sentir realmente decepcionado.

Encontró a Doña Rosa en la cocina. Lavaba los platos sucios del almuerzo sobre el fregadero.

—Mamá, necesito hablar contigo. Hoy me enteré que robaste la receta de las enchiladas de los Rodríguez —Su voz era suave, pero firme. Uno de los platos de Doña Rosa se le zafó de sus manos y se quebró por completo.

—¡Virgen santísima, Juan! ¡Mira lo qué me hiciste hacer! —dijo la mujer, tomando un trapo para recoger los pedazos de vidrios. Había sido muy directo.

Juan, vio como su madre le temblaban un poco las manos, y sujetándola del antebrazo, la volvió hacia él y se miraron fijamente.

—Deja eso, ahorita lo recogemos. ¿Solo quiero saber por qué lo hiciste? ¿Por qué no preparar un plato diferente? ¿Por qué hacerle eso a quien fue tu amiga?

—¿Amiga? —Doña Rosa, ahora parecía ofendida—. Esa mujer jamás fue mi amiga. No le importó las horas que le dediqué de mi vida a su cocina, como para permitirme usar su receta cuando le dije que abriría mi propio puesto.

—Pero habiendo tantas cosas para cocinar, ¿justo tenías que hacer esas malditas enchiladas? —La voz de Juan, ya no era tan calmada. Estaba desesperándose de que su madre no viera el problema.

Doña Rosa, respiraba con fuerza, como si le costara respirar. Pero sabía que debía una respuesta.

—Sí, Juan, es cierto. Era muy joven y estúpida, en un momento de debilidad y celos —confesó—. Estaba enamorada de Don Pedro, pero él nunca me correspondió. Lo que hice fue un error y lamento haber causado esta rivalidad entre nuestras familias, pero ya no puedo cambiar el pasado. Esas enchiladas ahora son mías y son las que mantienen a esta familia.

—Mamá, necesitamos cambiar esto —Juan negó con la cabeza. No esperaba escuchar confesar que había estado enamorada de alguien que no fuera su padre, pero eso no era lo importante, él también fue joven y sabía las tonterías que se podían cometer. Además, sabía que la situación actual y esa tonta disputa no podían continuar—. Ya no podemos seguir compitiendo y perdiendo nuestra integridad por una receta robada. Deberíamos hacer las cosas bien, cambiar de plato o comida, hoy es buen día para que la gente pruebe algo distinto, yo podría...

—¡Juanito! —chilló la voz de Doña Rosa, escandalizada por lo que decía—. No tenemos que dejar de vender las enchiladas por un error de hace años, incluso Dolores ha dejado de hacerlas, ya no son parte de su familia. Son nuestras. No podemos dejar de vender las enchiladas. No es solo un negocio, es nuestra tradición y legado familiar.

—Mamá, no entiendes que no se trata de solo vender las enchiladas, es de un error que nos ha arrastrado a todos y que...

—¡Ya te dije que no, Juan! —profirió nuevamente ella, con el rostro severo y un tono autoritario—. ¡Hoy venderemos esas enchiladas y tu las cocinarás como siempre!

Juan se sintió frustrado, pero conociendo a su madre, sabía que no la iba hacer cambiar.

El sol comenzaba a ponerse. Juan tenía puesto el delantal de la cocina, pero sus ojos estaban fijos sobre el puesto de los Rodríguez. Por algún motivo, recordó lo que su padre dijo sobre esa fecha de celebración: un día de unión y sin rencor.

De hecho, tenía una loca duda en su cabeza: ¿Si tuviera que decidir sobre una fecha de septiembre que lo representara, sería justo esta fecha de independencia?

Recordó que el 02 era el día del presidente, el 04 la inauguración del metro, el 12 la ejecución de los mártires del Batallón de San Patricio, el 13 la defensa del castillo de Chapultepec de la mano de los Niños Héroes, el 15 el Grito de Dolores, junto al día de la independencia que no solo tomaba ese día, sino el 16, mismo día en el que nació el primer presidente de México, el 20 se fundó la ciudad de Monterrey, el 27 la victoria del ejército Trigarante, el 28 la caída de la Alhóndiga de Granaditas, y finalmente, el 30 el nacimiento del sacerdote insurgente e impulsor de la Guerra de la Independencia mexicana, José María Morelos y Pavón.

Entonces, cómo si alguien estuviera oyendo sus propios pensamientos, la respuesta llegó a su cabeza: Él no buscaba una independencia para su familia, o una batalla, o una defensa, el buscaba corregir la deshonra de su familia por el error de su madre.

Vestido con su delantal de cocina, Juan se acercó al puesto de los Rodríguez y habló con ellos, con notoria vergüenza.

—¿Estás seguro de qué quieres hacer esto? Créeme que con la disculpa fue suficiente —dijo Guadalupe a Juan, entendiendo lo que representaba lo que pensaba hacer.

—Mi madre debe entender que por encima de la familia, está la integridad con el que se hacen las cosas. Si no, todo lo que pueda ser bueno puede derrumbarse en un segundo —le respondió convencido.

Así, la noticia de que Juan estaba cocinando en el puesto de tacos de los Rodríguez se propagó rápidamente entre los asistentes. La gente comenzó a formar filas para probar sus tacos, y el aroma de su comida comenzó a atraer a una multitud ansiosa. Pronto, el puesto de los Rodríguez se convirtió en el negocio más concurrido de la plaza. Y es que el secreto de Juan, era que tenía el superpoder del "buen sazón", el cual consistía en hacer agradar al paladar todo lo que sus manos preparasen. Y no era un hecho metafórico.

Doña Rosa, desde su puesto de enchiladas, observaba a su hijo con una mezcla de tristeza y orgullo en sus ojos. Sabía que Juan estaba haciendo lo correcto, incluso si eso significaba abandonar la tradición de las enchiladas. Don Luis, su esposo, estaba a su lado, consolándola en silencio, comprendiendo que era un momento de transformación para su familia.

Finalmente, la celebración llegó a su punto culminante con el tradicional Grito de Independencia. El cielo se iluminó con fuegos artificiales, y la plaza resonó con vítores y aplausos. Juan observó la multitud reunida y sintió que había encontrado un nuevo propósito en esta celebración.

Después del festejo y el orgullo patriótico, mientras ayudaba a los Rodríguez a desmontar su puesto, Guadalupe se acercó a Juan con una sonrisa en el rostro. Ella tenía algo importante que ofrecerle.

—Juan, quiero invitarte a cenar. Tengo algo que contarte. Trabajo como científica en una compañía llamada FACTORY y tenemos una vacante para ti como asesor de negocios. Sé que trabajas para una empresa de seguros, pero tal vez desees cambiar de lugar con un mejor sueldo en una de las más grandes empresa en el mundo. ¿Qué dices?

Juan se sorprendió por la oferta de Guadalupe, pero sonrió con mucha alegría: 

—¡Está bien! Pero yo invito...

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