LXIV

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Octubre 20, 2016

Las cosas siguieron su curso natural. Ellus y Salvador no se habían dirigido la palabra desde su pequeña confrontación en el patio, sin embargo, sus miradas por instantes sufrían por la ausencia del otro.

Sus actitudes no daban señal alguna de querer retomar la comunicación. Ellus no sabía siquiera cómo sentirse al respecto, definitivamente no daría el primer paso, se conocía muy bien para eso. Salvador estaba hundido en la duda de cómo reaccionaría el castaño en caso de que hablaran, además de que se decía a sí mismo que evitara por completo esa situación si quería mantener las cosas en paz.

La profesora Calister ordenó a la clase que mantuvieran silencio mientras se disponía a nombrar a los integrantes para un trabajo grupal en el aula. Luego de nombrar a los cinco del primer grupo, procedió a destacar los estudiantes que conformarían el siguiente.

— El segundo grupo, que trabajarán sobre los factores socioculturales que se mantuvieron durante la época del Muro de Berlín, está conformado por: Carrera, Flores, Rosegarden, Venizelos y Villareal.

Los primeros tres, que se hallaban en los pupitres más aproximados, se juntaron en el centro del salón. Salvador y Ellus se hallaban en esquinas opuestas y el primero se levantó en unos segundos para dirigirse al grupo, mientras que Ellus no levantaba la mirada del libro que leía sin muchos ánimos.

— ¡Oye, Venizelos, tenemos que empezar a trabajar, ven aquí! —gritó Anadela agitando el brazo en el aire.

El castaño levantó la mirada por segundos y volvió a poner su atención en el libro.

— Venizelos, fórmese con su grupo si no quiere que le repruebe el trabajo —pronunció la profesora.

Ellus puso los ojos en blanco, guardó el libro y fue hasta el asiento vacío que le tenía preparado Anadela junto a ella. La profesora continuó nombrando los integrantes de los otros dos grupos y, al momento de finalizar, el señor Forlán se presentó en el aula. Le pidió que la acompañara hasta la sala de archivos ya que parecía haber un error con algunos documentos que le competen a la mujer. Antes de retirarse, le ordenó a los grupos que empezaran a trabajar en los ensayos mientras volvía.

En el silencio del momento, solo el ruido de los lápices sobre el papel era lo que se escuchaba. Cada quien se dividió un tema en el que trabajarían y luego lo juntarían al final. Zander, que se encontraba en el medio del círculo, de vez en cuando giraba su mirada hacia Ellus y Salvador, que se encontraban a su izquierda y derecha respectivamente, por ende, ellos se hallaban frente a frente.

El pelinegro notaba cómo el joven de ojos claros disimulaba analizar su interrogante del trabajo y, mientras lo hacía, le daba una mirada fugaz al castaño. Le resultaba extraño, pues recordó que en el pasado Salvador le había dejado en claro que no le importaba Ellus en lo absoluto, cuando le había confrontado por la confesión a Esther, lo que resultó en una de sus peleas.

Ellus fue el primero en finalizar su parte del trabajo y se mantuvo en silencio en su pupitre mientras continuaba leyendo su libro desde la interrupción que le obligó a detenerlo. Minutos después, Salvador terminó y colocó su parte del trabajo encima de la de Ellus.

— ¡No puedo creer que ya terminaste, Salva! —exclamó Katie—. Bueno, sí lo creo, eres el más inteligente de todos.

Zander aclaró su garganta de una forma exagerada para que todos enfocaran su atención en él.

— Entiendo que no lo sepas aún, Rosegarden, pero aquí el más inteligente es Venizelos —el anterior nombrado miró al pelinegro, estremecido.

— No te ofendas Venizelos, pero Salva ha sacado notas más altas que yo, y eso ya es decir mucho —rió con ternura forzada.

— Katie, basta, por favor —murmuró Salvador apartando la mirada.

La chica estaba a punto de decir algo cuando Ellus decidió hablar sin pensar.

— Alguien tan inteligente no anda ofreciendo palizas —pronunció con la mirada puesta en su libro.

— ¿Qué dijiste? —Salvador frunció el ceño.

— Ya me oíste —lo miró a los ojos.

— Uy, uy, basta, ¿sí? —Anadela trató de calmar la situación.

— No, no, esto seguro se pondrá bueno —Zander se reclinó en su asiento.

— Cuida lo que dices, Venizelos —pronunció su apellido con odiosidad.

— ¿O qué, también me pegarás, Villareal? —lo pronunció de igual forma.

— No me costaría nada, tú...

No lo habían notado pero sus voces fueron aumentando mientras hablaban. No terminó de decir el insulto cuando varios de sus compañeros de clase comenzaron a quejarse.

— ¡Ya, cállense!

— ¡Sí, peleen en sus casas!

En ese instante la profesora llegó y la tensión abandonó el aula. Al terminar cada quien de hacer su parte del trabajo, Anadela fue a entregárselo a la profesora quien lo corrigió en el acto.

— Conozco esta letra, un buen trabajo, Villareal —anunció la profesora—, quizá si te enfocaras más en tus tareas que en batirte a golpes con los demás podrías llegar lejos.

Ellus rió por lo bajo lo que hizo ganarse una mirada de odio del joven de ojos claros. Calister continuó corrigiendo hasta que se tomó con una hoja que la mostró sorprendida ante todos.

— Esta es la única que no conozco, ¿tú hiciste esta parte, Venizelos? —mostró la parte frontal de la hoja, Ellus asintió—. Pues, me dejaste impresionada, otro excelente trabajo.

Anadela aplaudió con emoción hacia Ellus, lo que logró un efecto dominó que hizo que varios en el salón lo hicieran por igual. Katie y Salvador rodaron los ojos al presenciar esto.

La clase continuó hasta que el timbre de salida retumbó, dejando el aula casi vacía al pasar los segundos. Ellus se estaba preparando para salir cuando Salvador lo interceptó y le evitó cruzar por la puerta.

— ¿Se te olvidó que te dije que no te metieras conmigo? —miraba desde arriba al castaño.

— Déjame en paz —trató de evadirlo pero fue inútil.

— Desearía poder hacerlo —pronunció con el mismo tono amenazador.

Ambos se miraron en silencio con el ceño fruncido. Sus rostros y posturas los hacían parecer los peores enemigos, pero estaba claro que no era así, y ninguno de los dos sabía cómo reaccionar al respecto.

Katie llegó por detrás de Salvador preguntando qué sucedía, el joven de ojos claros la tomó de la mano y se fueron caminando mientras negaba que sucediera algo. Ellus se quedó estático y respiró el aire que sentía que le faltaba, para abandonar igualmente ese sitio.

Al salir del instituto, se fijó en el auto rojo que arrancaba en ese momento, en el que se iban Katie y Salvador. Anadela se acercó al castaño mientras comía una bolsa de papitas.

— Venizelos, ¿qué fue todo ese espectáculo en clase?

— No lo sé, no sé qué me pasó —suspiró.

— Está claro que hay algo entre ustedes —al oír esto, Ellus la fulminó con la mirada.

— ¿¡De qué hablas!? ¡No seas ridícula, no tenemos nada entre nosotros! —comenzó a alejarse con fuertes pasos, la chica lo siguió.

— Relájate, me refiero a que tienen algo pendiente por resolver —rodó los ojos.

— No sé por qué lo dices.

Anadela se posicionó frente al castaño y le dio una mirada sarcástica.

— Bien, quizá tenga que ver con que cuando eramos niños yo era bastante... peculiar —se encogió de hombros.

— ¿Odioso? ¿Irritante? Todavía puedes serlo en ocasiones —sonrió inocente.

— Como sea —puso los ojos en blanco.

Ellus se percató de que Zander caminaba por la acera contraria, y recordó una cuestión que se estuvo preguntando desde hace semanas, así que se dirigió para hablar con él después de que la chica se despidiera.

— Zander —se posicionó a su lado.

— ¿Qué pasa, Rocky? —dijo refiriéndose al boxeador ficticio.

— Sí, sí, lo que digas. Oye, tengo algo que preguntarte.

— Puede que tenga una leve idea de lo que sea, pero adelante.

— Esther... ¿Por qué te contó eso? —preguntó, no sabiendo qué palabras utilizar.

— Esto ya es agotador, Ellus —suspiró con exageración—, ¿para qué le sigues dando vueltas?

— Yo, pues...

— Te contaré para cerrar el tema de una vez. Recordemos un poco el pasado.

Ellus asintió y dedicó su atención al pelinegro mientras caminaban sin rumbo fijo.

— En la escuela nadie te quería, acéptalo, eras hartante y un total idiota. Ahora puede que hayas cambiado un poco, pero sigues siendo hartante.

— Vaya, gracias, pero tú tampoco eras exactamente un ejemplo de compañerismo.

— Silencio, que estoy hablando. Bueno, puede que ya lo supieras, pero Esther gustaba de ti, y... nadie entendía por qué. Cuando te fuiste, le dolió que la dejaras, mucho, y en una ocasión la encontré llorando y me acerqué a charlar con ella. Considero que fue muy tonto de su parte ponerse así, pero ya sabes cómo son los niños.

— Tú no eras precisamente muy mayor —rodó los ojos.

— Sé que era más maduro que todos ustedes —exclamó con egocentrismo—. Como sea, nos fuimos acercando cada vez más y, una vez que me dijo que se acordó de algo gracioso, le pregunté qué era y me dijo que se había encontrado a Salvador en el baño llorando porque tú lo estabas evitando, y que allí le confesó que te besó.

Ellus abrió la boca, sorprendido, pero no dijo nada.

— Por cierto, todo empezó a tener sentido al saber eso.

— ¿A qué te refieres?

Zander se detuvo e hizo que el castaño quedara frente a él.

— Esther me mencionó la época en la que se encontró a Salvador y le confesó eso, fue al mismo tiempo en que tú decidiste andar conmigo y Esther y dejarlo a un lado —Ellus no hallaba donde fijar la mirada—, y fuiste tú quien esparció el rumor, ¿cierto?, no sé cómo no lo vi antes.

— Está bien, sí sucedió así —exclamó derrotado el castaño.

— Vaya, ¿tan mal estuvo? —soltó una carcajada, Ellus estuvo a punto de responder pero el pelinegro lo evitó—. Da igual, no quiero saber —continuó riendo.

— Vale, ya me dijiste lo que yo quería saber. En resumen, Salvador no sabe mantener la boca cerrada y Esther no puede guardar un secreto.

Zander observó al chico con extrañeza.

— ¿Te avergüenza que Salvador te haya besado?

— No lo sé —bajó la mirada.

— ¿Te gustó o no? —se cruzó de brazos.

— No tengo idea, yo... me asusté cuando pasó, no sabía cómo reaccionar, por eso es que me alejé de él e hice eso de decir que tenía una enfermedad contagiosa —Zander rió al escuchar lo último.

— ¿Cómo es que no sabes si te gusta algo o no?

— De verdad que no lo sé.

Zander mantuvo silencio por un rato, mientras caminaba alrededor del castaño con un dedo en su mentón. Se hallaba pensando en un posible método para hacer que Ellus identificara si le gusta algo o no, más concretamente algo como un beso.

— Ya sé, sígueme —dijo para empezar a caminar.

— ¿Adónde?

— No me preguntes y sígueme.

Ellus no estaba muy seguro de querer hacerlo, mordió su labio inferior con inseguridad, pero al final no le dio más vueltas y se apresuró a alcanzar al pelinegro.

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