LXIX

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Noviembre 26, 2016

Estuvieron varios días no consecutivos en la realización del proyecto, y ambos ya comenzaban a sentirse satisfechos con los resultados. Sin embargo, en el instituto no se dirigían la palabra, quizá porque tenían en mente que el otro así lo quería, pero al momento de salir de las instalaciones, caminaban juntos a la casa de Ellus. Sin decir nada, porque no lo necesitaban, la sola presencia del otro lograba calentar el corazón frío de ambos chicos.

— Ugh, ¿ya falta poco? —Salvador se hallaba recostado en la cama del castaño, mientras sobaba sus sienes.

— Sí, solo falta redactar las tres cuartillas de conclusión y la bibliografía en el trabajo escrito y añadir las imágenes de los autores del siglo veinte que las necesitan —Ellus no paraba de teclear en la portátil.

Salvador acercó su cabeza a la parte lateral del dispositivo, donde se expulsa el aire caliente, y cerró los ojos. Mientras Ellus continuaba presionando las teclas, combinado con el aire caliente, el joven de ojos claros se sentía reconfortado, cómodo y deleitado por el sonido de las teclas.

Ellus se percató de la posición de Salvador, sonrió de lado, y prosiguió a trabajar. Pasó cerca de una hora, y suspiró con relajo cuando terminó de escribir la última palabra. Eran cerca de las cuatro de la tarde, y estaba empezando a darle sueño. El sonido del aire acondicionado, el frío de la habitación y el chico que dormía a su lado, hicieron que cerrara los ojos y se acostara junto a él, para tratar de recobrar energía.

Aunque no se dieran cuenta, pasaron un par de horas. Salvador abrió los ojos con algo de esfuerzo y se fijó en que Ellus yacía junto a él. Espabiló de inmediato, tocó su pecho y sintió su corazón later a un ritmo que no había sentido antes, o por lo menos, no en mucho tiempo. Observó el cuerpo del castaño, su rostro y su cabello, admiraba cada centímetro de piel que se revelaba ante él, y de su mente nacieron los más atrevidos pensamientos, con el castaño como protagonista.

Se asustó, y decidió irse de ese lugar. No midió la fuerza con la que había cerrado la puerta pero fue suficiente para despertar al castaño. Este, al asomarse por la ventana, notó cómo Salvador caminaba con prisa y, en un momento, se detuvo y giró la vista, al percatarse de que lo veía, apartó la mirada y se alejó más rápido.

Noviembre 30, 2016

Ya estaba todo listo para comenzar. La sala de proyección estaba acondicionada y lista para presentar las exposiciones del estudiantado de último año. Todos los equipos se hallaban nerviosos, y es que la presencia del jurado y las docenas de estudiantes de grados inferiores que habían, hacía parecer todo mucho más complicado y aterrador, en la vista de un estudiante, claro.

Ellus y Salvador llevaban la portátil del primero y se hallaban repasando juntos los puntos a exponer. La profesora Calister se presentó ante ellos para desearles suerte.

— Veo que están bien preparados —sonrió mientras anotaba la asistencia de ambos chicos en su carpeta.

— Sí, abarcamos la vida y obra de los más grandes autores de los siglos quince en adelante y los géneros en que se destacaron —pronunció Ellus.

— Excelente, estoy ansiosa por que comiencen —estuvo a punto de retirarse cuando el joven de ojos claros llamó su atención.

— Profesora, tenía razón —recibiendo un guiño como respuesta.

Ellus ladeó la cabeza y miró confundido al muchacho.

— ¿Qué fue eso?

— Nada, sigamos.

Las siete presentaciones anteriores a ellos, que entre esas se hallaban Zander con un chico de cabello rojizo que expusieron su punto de las especies extintas y a punto de extinguirse, y Anadela y Katie, que se destacaron en los países con las tasas de pobreza más altas del mundo, pasaron más rápido de lo que creían, o tal vez fueron las ansias de exponer su punto que manipularon su percepción del tiempo.

El séptimo grupo había terminado por fin, los aplausos invadieron la sala y, luego de una reverencia, los dos chicos se despidieron para darle paso al dúo de Salvador y Ellus. El primero, preparó la pantalla de vinilo donde se proyectarían las imágenes y el segundo preparó la portátil con la aplicación para mostrar las diapositivas.

La sala se tornó en silencio y los ojos de todos en el lugar se posaron sobre ellos. Antes de comenzar, se miraron el uno al otro, y se mostraron una sonrisa llena de confianza, sabían que lo harían bien, después de todo, eran el mejor equipo de su clase y probablemente de todo el instituto.

Al acabar, hubo como tres segundos de silencio, y los profesores jurados fueron los que iniciaron la ola de aplausos que hicieron que los chicos se regocijaran.

Inconscientemente, Ellus tomó la mano de su compañero y procedió a hacer la reverencia, este lo miró extraño y se incomodó un poco por las miradas de todos que presenciaron eso, y le soltó la mano con suavidad para que no se fijara en que fue adrede, además de darle una sonrisa para que no se lo tomara a mal.

Ambos se retiraron y salieron de la sala hacia el pasillo, donde se hallaban los demás equipos que habían presentado. Anadela y Katie se abalanzaron hacia Ellus y Salvador, respectivamente.

— ¿Cómo te fue? —preguntaron ambas al unísono.

— Bien —respondieron los dos alzando los hombros.

Katie tomó de la mano a Salvador y lo llevó hasta un salón vacío. Mientras que Anadela y Ellus charlaron afuera del mismo, por petición del segundo. Mientras la chica de mejillas infladas relataba su proceso de estudio los días anteriores, el castaño miraba a través de la ventanilla de la puerta y se fijaba en los besos que Katie le daba a Salvador, mientras mantenía una expresión de desagrado en su cara.

Una chica llamó la atención de Anadela con unos dulces que había comprado para compartir con ella. Esta no lo pensó dos veces y fue hacia ella para charlar, mientras Ellus se mantuvo allí, donde lo interceptó Zander que se dio cuenta enseguida lo que estaba observando.

— ¿Por qué les ves así? —cuestionó el pelinegro.

— Salvador no se ve feliz en esa relación.

— ¿Y te importa por...?

— Fuimos amigos alguna vez, o eso creo, no me agrada no verlo feliz.

— ¿Qué clase de amigo te abandona sin siquiera despedirse? —Ellus volteó a mirarlo serio—. ¿Y cuando te vuelve a ver te agrede? ¡Por favor!

Aunque Ellus odiara admitirlo, Zander tenía razón. Sus juntadas solo fueron para hacer el proyecto y nada más, no hablaron de ellos y en el instituto ni se hablaban en lo absoluto.

— No pensé que terminaría así —soltó inexpresivo.

— Pero lo hizo, él pasó página y tú también deberías hacerlo —dijo lleno de confianza.

— Solo quisiera no sentirme así cuando lo veo o cuando estoy con él.

— Yo sé lo que necesitas —sonrió con picardía.

Zander se dirigió hacia la salida del instituto y guió a Ellus hasta el lateral del mismo, un callejón donde se desechan artilugios inservibles como pupitres rotos o comida expirada dentro de grandes bolsas.

El pelinegro rebuscó en su mochila hasta encontrar una pequeña bolsa transparente, dentro se hallaban un montón de pastillas con propiedades desconocidas.

— ¿Qué es eso? —preguntó Ellus inseguro.

— Esto —sacó dos pastillas y volvió a guardar la bolsa—, puede hacerte evitar pensar en Salvador.

— ¿Eso es...? —tomó una de las pastillas y comenzó a observarla.

— Llámala como la quieras llamar, pero me gusta pensar que es un estimulante.

Zander sin pensarlo se tragó la pastilla y miró al castaño con expectación.

— No te va a matar, no podría darte algo que te haga daño —sonrió de lado.

— ¿De dónde sacaste esto? —preguntó, aún sosteniendo el compuesto entre los dedos.

— Tengo contactos, y ellos las usan todo el tiempo y están bien —se encogió de hombros, pero Ellus no parecía nada seguro de querer hacerlo—. ¿Qué piensas, que te volverás adicto?

— No creo en las adicciones —pronunció serio.

— Ya ves, yo tampoco —rió tontamente.

Y lo hizo, rápido y sin arrepentimientos. Enseguida recordó a Dom diciéndole que no se dejara influenciar por nadie, pero fue su decisión hacerlo, nadie le obligó, si quería podía decir que no, pero si Zander le aseguraba que con eso dejaría de sentirse «extraño» cuando estuviera cerca de Salvador, entonces estaría dispuesto a probar, después de todo, él había pasado página, ¿no?

— ¿Y qué tal? —preguntó entre risas contenidas.

— No me siento diferente.

— Dale tiempo, volvamos adentro.

Los dos llegaron de nuevo hasta el pasillo y notaron que no había nadie, cuando escucharon aplausos desde la sala de proyección y se apresuraron a entrar. Todos estaban frente al jurado que les decían palabras de aliento y destacando el gran trabajo que habían hecho. Zander se posicionó a un extremo del todo pero Ellus caminó hasta el centro, justo al lado de Salvador, empujando al chico a su lado para lograr entrar entre ambos.

— ¿Dónde estabas? —murmuró en su oreja.

— Por ahí —contuvo la risa, mientras parpadeaba sin parar.

— ¿Qué te pasa?

— Shh, los viejos están hablando, y sabes que no les gusta que no les presten atención —casi dejaba salir una carcajada pero cubrió su boca.

Luego de un par de frases conmemorativas más, la profesora Calister dio por terminada la actividad, generando otra ola de aplausos por parte de todos los presentes. Empezaron a retirarse los mayores, guiando a los alumnos de grados inferiores de vuelta a sus respectivos salones de clase. Mientras, todos los evaluados salían del instituto airosos de haber cumplido con su labor con éxito.

Ellus caminaba, o mejor dicho se tambaleaba, hacia fuera del instituto. Movía los brazos cual olas en el mar y la luz del sol parecía revitalizarlo. Salvador observó su comportamiento desde la entrada del instituto, preguntándose si debía hacer algo por él o no. Zander se posicionó a su lado mientras contenía una risa que parecía no tener control.

— ¿Por qué Ellus está así? —dijo Salvador en un tono nada amigable.

— ¿Feliz? Déjalo en paz —se expresó Zander intentando mantener el mismo tono.

Katie apareció por detrás de ambos y tomó del brazo a Salvador bruscamente, intentando halarlo para que se fuera con ella. El joven de ojos claros la fulminó con la mirada.

— ¿Qué pasa, amor? Vámonos, ya no tenemos nada que hacer aquí —soltó Katie con dulzura.

— Tengo que ir a otro lado —intentó caminar pero la chica lo evitó, agarrándolo con más fuerza.

—Mis padres nos tienen preparado un almuerzo especial por terminar el trabajo, debemos irnos —dijo entre dientes.

— Ve perrito, tu ama te llama —Zander soltó una carcajada más fuerte y se alejó de ambos.

Salvador apartó el brazo del agarre de la chica y empezó a correr para alcanzar a Ellus. Pese a que caminaba tontamente y se tambaleaba, había recorrido un largo trecho. Lo alcanzó en medio de una avenida, y le tomó de los hombros para guiarlo hasta la acera.

— ¿Quién, quién me sujeta? —preguntó mientras seguía mirando hacia el frente.

— Un zombi —respondió Salvador, serio.

— Vaya, ¿comeras mi cerebro? —dijo entre risas desincronizadas.

— No, de seguro me vuelvo un amargado si lo hago.

Ellus se detuvo y volteó a mirar al joven de ojos claros, este trató de rodearlo pero el castaño lo evitaba, posicionándose frente a él en todas las direcciones que tomaba, mientras reía.

— ¡Ellus, ya! —alzó la voz con fastidio.

— Zander tenía razón, no me siento extraño al mirarte —sonrió.

— ¿Cómo... cómo que extraño?

— No lo sé explicar.

— O sea, ¿mal, con odio, o algo así? —preguntó, aunque temía que la respuesta lo lastimara.

Ellus negó con la cabeza. Salvador nunca lo había visto así, no lo despreciaba como solía hacerlo, y quería aprovechar su estado para seguir indagando. Sin previo aviso, el castaño continuó caminando y Salvador se posicionó a su lado.

— Ellus —el mencionado lo miró—, ¿no me odias? —al escuchar esto, el castaño soltó una fuerte carcajada.

— Claro que no. ¿Tú a mí sí? —preguntó con expectación sobreactuada.

— Yo... Pues no.

— ¿Entonces por qué no somos amigos como en los viejos tiempos? —tomó la mano de Salvador y chocó los cinco con algo de esfuerzo.

— Tú, bueno yo... —el joven de ojos claros no dejaba de ver a la gente a su alrededor, pensaba que podrían estar hablando de él, y que cualquiera le diría a su padre.

— Salvador —el mencionado lo miró a los ojos—, sé que cuando era niño no te traté bien, bueno, a mucha gente no traté bien en esa época, e incluso a día de hoy puedo ser un poco odioso o muestro indiferencia con facilidad, pero... —no habló durante un rato, parecía pensar en las palabras correctas que utilizaría—. De seguro te habré hecho sentir muy mal, no lo sé, no sé muchas cosas y...

— Ellus, espera —el castaño dejó de hablar—, ¿por qué no mejor esperamos a llegar a tu casa?

Era obvio que hablar de eso, o más bien, hablar con Ellus, ponía nervioso a Salvador. Y esperaba que la soledad de la casa del castaño sirviera para expresar mejor sus sentimientos, ambos. Ellus asintió, y solo continuaron su paso por la avenida, el castaño entre pequeñas risas que se desvanecían enseguida y el joven de ojos claros con la vista puesta en su acompañante.

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