LXXXIX

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Abril 03, 2018

El ruido del lapiz contra la carpeta que Silva realizaba con sus dedos hacía que Ellus se sintiera más incómodo, aunque no protestó al respecto.

— Hemos estado hablando por más de cuarenta y cinco minutos y aún no me has dicho cómo te sientes hoy —destacó el mayor.

— Ya le he dicho que no lo sé.

— Y yo te he dicho que trates de decirme.

— ¿Cómo pretende que lo haga? —preguntó de forma escéptica.

— Esfuérzate, para eso hacemos esto.

— Me da flojera —cruzó sus brazos y se reclinó en su asiento.

— Entonces veo que no quieres mejorar.

— ¿Acaso alguna vez podré? —cuestionó con amargura.

El doctor Silva no contestó, se mantuvo estático a la vez que no cambiaba su expresión seria. Él sabía la respuesta, pudo habérsela dicho, pero no lo hizo.

— Solo te pido que intentes decirme cómo te sientes —se inclinó hacia adelante y entrelazó ambas manos. Ellus apretó los labios mientras pensaba con esfuerzo qué emoción sentía en ese momento, pero no se le venía nada a la mente.

— No lo sé... —el doctor suspiró rendido y estaba a punto de decir algo, pero Ellus lo evitó—. O tal vez sí, estoy... intrigado.

— ¿Por lo de hoy? —el castaño asintió—. Es normal, en tu caso yo estaría mucho más que eso si voy a ir a la prisión a conocer a mi madre asesina y el motivo de su odio por mi padre.

— Sí, bueno, será mejor que me vaya.

El doctor se despidió con una sonrisa y Ellus se aproximó a la puerta para irse. Se sentía algo mal, porque le mintió al doctor, o tal vez no, no lo sabía, pero decir que se sentía intrigado no quiere decir que realmente lo estuviera o si quiera significaba cómo era sentirse de esa forma.

Salvador estaba sentado fuera de la sala, esperando a recibir al castaño. Ambos salieron del edificio y decidieron caminar hasta la casa.

— ¿Cómo te fue?

— Como siempre —alzó los hombros—, no siento que cambie algo.

— Dale tiempo —sonrió.

— Entonces, ¿a qué hora nos vamos?

— Las visitas son a partir de las dos de la tarde, deberíamos irnos una hora antes.

— ¿Es muy lejos la prisión?

— Algo, está en las afueras.

— Pues en cuanto lleguemos a casa, tomamos nuestras cosas y nos vamos.

Salvador estuvo de acuerdo con la propuesta de Ellus, decidieron que eso era lo que iban a hacer. Dentro de la habitación del castaño, este guardó lo que creyó necesario en su mochila, de igual forma Salvador introdujo algunas de sus pertenencias por si hacía falta.

Ellus tomó parte del dinero que le quedaba y, con todo listo, dejaron la casa. Mientras caminaban en busca de algún taxi, Ellus no dejó de pensar en algo, en particular, en alguien.

— Salvador —el nombrado volteó a mirarlo enseguida—, ¿crees que debamos ir con el papá de Zander?

— ¿Por qué lo preguntas?

— Es que, no sé, puede servir de apoyo o algo.

— Si te parece buena idea, podemos ir a buscarlo.

Sin decir una palabra más, ambos cambiaron de dirección para dirigirse a la casa de Agustín para pedirle que les acompañara.

Al llegar, tocaron varias veces y Agustín apareció ante ellos con una sonrisa apagada.

— Hola chicos, ¿qué hacen aquí?

— Quiero que nos acompañes a ver a mamá —pronunció Ellus.

— ¿Qué? ¿Van ahora mismo? —Ellus asintió—. Pero, ¿estás seguro de querer ir allá?

— Quiero hablar con ella, y no estaré tranquilo hasta hacerlo.

Agustín comprendió a Ellus casi en su totalidad, no le podía negar el derecho de hablar con su madre, aunque él sabía cuánto ella lo detestaba. Le pidió a los muchachos que esperaran mientras se cambiaba de ropa, sin poner mucho esfuerzo en su vestimenta, y salieron de nuevo a la avenida a buscar un medio de transporte.

Agustín detuvo un taxi y se subieron en él, poniéndose en marcha enseguida hacia la prisión de mujeres. En el trayecto, muchas cosas se le pasaron por la mente a Ellus, todas tan inciertas y moldeables por el desconocimiento de los hechos.

Tantas preguntas, tan pocas respuestas; no sabía si de verdad todo lo que estaba haciendo valía la pena. Después de todo, su madre asesinó a su padre, qué podría esperar de una mujer como ella. Ni siquiera sabía cómo luciría, si sería afectuosa o si le negaría sus razones, se estaba arriesgando mucho, justo lo que quería.

— Ellus —Agustín llamó al castaño desde el asiento del copiloto—, ¿qué esperas conseguir de hablar con tu madre?

— Motivos, fundamentos, finalidad; algo como eso.

— ¿Y con eso te sentirás bien?

— No lo sé, pero es lo que me queda.

Salvador, que estaba en la ventanilla contraria al castaño, volteó a verlo e instintivamente, él también lo hizo. El joven de ojos claros se acercó a Ellus y le rodeó con el brazo, mientras que este apoyó su cabeza en su hombro.

Pasó algo de tiempo antes de llegar a la prisión de mujeres. Los tres bajaron del taxi y se acercaron hasta la puerta principal donde un guardia los recibió abriendo la puerta por ellos. Llegaron hasta la recepción y Agustín fue el que habló, presentándose como visitante a Delia del Toro.

La dama de piel oscura y cabello crespo buscó en su base de datos alguna reclusa con ese nombre, pero no obtuvo resultados satisfactorios. Buscó en la base de datos de la zona de máxima seguridad y confinamiento solitario, pero seguía sin aparecer.

Aún sin rendirse, le pidió vía telefónica a otro guardia que buscara en la sala de archivos a Delia del Toro. Mientras lo hacía, la dama indicó que se sentaran a esperar, sin embargo antes de hacerlo, Agustín pidió buscar a una reclusa con el nombre de Celeste Quintana. Enseguida, la base de datos arrojó un resultado positivo, la dama reiteró su confirmación de la visita, a lo que Agustín aceptó.

Le pidieron ingresar a la sala de visitantes junto a un guardia mientras los chicos esperaban en recepción. Agustín vio rostros de angustia, de pena y llenos de dolor por parte de familiares y algunas reclusas. Se sentó en una silla de plástico algo incómoda y esperó a que se presentara su vieja amiga.

Un par de minutos después, la chica con el uniforme color caqui se presentó y se sentó justo enfrente de Agustín sin mayor formalidad.

— Por fin vuelvo a ver tu cara —dijo la chica, apoyando sus codos en la mesa y su cabeza en las manos—. ¿Qué tal tu vida en libertad?

— Cel, yo... —la chica frunció el ceño, lo que hizo olvidar lo que iba a decir y comenzar de nuevo—. ¿Cómo estás?

— De maravilla, no sabes cuánto me gusta estar aquí.

— Lo siento, qué estúpido soy —bajó la mirada.

— ¿Qué haces aquí, Agustín?

— ¿No puedo venir a visitar a mi vieja amiga?

Celeste hizo tronar sus nudillos mientras lo miraba con desdén.

— Está bien, vine porque quería hablar contigo.

— No creo que tengamos nada de qué hablar.

— Quiero saber... ¿Por qué no me delataste?

— Ah, se trata de eso —la chica suspiró para después mostrar una sonrisa forzada—. Deberías agradecérmelo, te salvé de estar tras las rejas.

— Sí, pero, ¿por qué?

— Supongo que porque uno de los dos sí conoce la lealtad.

Agustín se sintió sumamente desconsiderado, aunque de todas formas, no le quedaba totalmente claro.

— ¿Qué pasó después de que me fui?

— No quería verme involucrada, por supuesto, estaba a punto de escapar pero esa zorra de Delia no me lo permitió. Tuvimos un pequeño enfrentamiento y creo que los vecinos habían llamado a la policía porque una patrulla llegó al poco tiempo.

— ¿Lograron escapar?

— Por unos días estuvimos fuera del radar, Delia me mantuvo a su lado siempre, quizá para que cayera con ella si nos descubrían, y eventualmente pasó. Por supuesto confesé todo, creí que me reducirían la condena, pero aún es mucho tiempo por ser cómplice. Escucharon mi llamada con Simón cuando le solicité ir a la casa.

— ¿Cuánto tiempo te falta para salir? —preguntó Agustín con tono empático.

— Cerca de tres años.

— Cuánto lo siento, Cel —estuvo a punto de abrazarla pero un guardia alzó la voz diciéndole que no podía hacerlo.

— Ya no importa, espero que no me alarguen más la sentencia, no soy muy querida en este lugar.

— Oye, y, ¿dónde está Delia? —Celeste lo observó confundida—. No aparece en la computadora de la recepción.

— De seguro está en los expedientes de defunciones —se encogió de hombros, restándole importancia.

— ¿Co-cómo que defunciones?

— Delia está muerta, Agustín.

— ¿Murió? ¿Pero cómo?

— Je —soltó una pequeña risa—, si te dije que yo no era muy querida aquí, a Delia la odiaban, y se lo tenía merecido. Aquí pretendía ordenar a otras reclusas que hicieran lo que ella quisiera y una se hartó y sencillamente la apuñaló una noche.

— Qu-qué horrible.

— Esto no es ningún resort, las cosas son bastante feas en este lugar.

— No puedo dejar de sentirme mal por ella —miró al suelo unos segundos.

— Me enteré de que dio a luz en el pabellón norte —relató desinteresadamente—. El niño sí que salió sano, bueno, eso tú me lo puedes confirmar, ¿no?

Agustín se mantuvo estático mientras la mujer lo veía con una sonrisa.

— S-sí, por extraño que parezca, cuando tuvo el parto recibí una llamada de ella desde aquí y me pidieron venir a recogerlo, dicen que ella dijo mi nombre.

— Vaya —abrió bien los ojos—. ¿Cómo lo llamaste?

— Zander —respondió.

— Zander Carrera... no está mal.

— Oh no, tengo que decirle —se dijo a sí mismo.

— ¿Decirle qué a quién?

— Yo estoy... con el hijo de Simón, él está afuera.

— ¿En serio? ¿Qué haces con él?

— Él me pidió venir. Él me buscó —al acabar de decir esto, se sonrió a sí mismo—. Quizá, pueda redimirme del dolor y cumplir la promesa que le hice a Simón.

— ¿Promesa?

— Tal vez, no estoy seguro.

— Hmm —suspiró—. Bueno, ya hablamos lo suficiente.

Enseguida, Celeste se puso de pie y se despidió de Agustín, alegando que ya no la necesitaba allí. El pelinegro se levantó rápidamente, la mujer ya había salido de su rango de visión, así que caminó con prisa de vuelta a la recepción para encontrarse con los chicos.

No los vio en las sillas y le preguntó a la dama de piel oscura dónde se encontraban, respondió que les anunció el fallecimiento, y su respectiva causa, de Delia del Toro. También le contó que el castaño le preguntó cómo fue su estadía, y le reveló lo de su parto y su mala fama en el lugar; luego de eso, ambos salieron al estacionamiento. Le agradeció y salió con prisa tras ellos.

Los alcanzó a ver sentados en la acera de la calle y caminó hacia ellos para sentarse a su lado.

— Ellus...

— Mamá murió —dijo sin mostrar gran reacción—. Je, vaya que tengo suerte en cumplir mis objetivos.

Nadie dijo nada debido a la tensión en el ambiente, no obstante, Ellus suspiró ronco y se dirigió a Agustín.

— Señor...

— Llámame Agustín, por favor.

— Vale... Agustín, ¿sabes quién es el bebé que mamá dio a luz?

Agustín tensó su cuerpo, se mostró nervioso por contestar, y por su reacción, los chicos dedujeron que sí lo sabía.

Ellus tenía un medio hermano, y estaba a punto de descubrir su identidad. Estaba seguro de que no podría ser alguien que conoce, quizá viva en otro país con su padre, pero Agustín sabía que no, que ese chico, su medio hermano, era su hijo.

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