XLIV

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— ¿Y a dónde iremos? —preguntó Henry lleno de curiosidad.

— Te estaba siguiendo a ti.

Ambos se detuvieron en seco y se miraron el uno al otro.

— ¡¿No sabes a dónde ir?!

— P-pues, hay que irnos en un medio de transporte —respondió Ellus inseguro, Henry suspiró ronco.

— Los autobúses no salen a esta hora, entonces creo que será el metro.

— ¿El metro? —preguntó titubeante.

A Ellus no le agradaba nada la idea del metro. Le parecía algo bastante inseguro; descarrilamientos, los espacios cerrados e ir debajo de la tierra, nada de eso le emocionaba en lo absoluto.

— ¿Qué no hay otra forma? —preguntó nuevamente nervioso.

— A menos que tengas dinero suficiente para irte en avión, es lo que hay.

Quizá sí lo tenía, pero no estaba seguro. El puñado de billetes que tomó posiblemente hubieran podido lograr que se subiera a un avión, pero no correría el riesgo de quedarse sin dinero. Ellus suspiró rendido, no tenía de otra, y aprovecharía la oportunidad.

Caminaron en medio de la noche hasta la subestación del metro. Había un número moderado de personas, todas caminando de aquí para allá, como si se les hubiera olvidado a dónde dirigirse y tuvieran prisa por eso. Compraron un boleto cada uno y se mantuvieron en la fila esperando a que llegara el vagón.

No pasó mucho tiempo cuando las vías rechinaron fuertemente, esto hizo poner aún más nervioso a Ellus, le asustaba, debía admitirlo. Inconscientemente sostuvo con algo de fuerza la muñeca de Henry, lo que hizo que el pecoso riera con sutileza.

El metro se iba deteniendo progresivamente y la puerta del vagón quedó frente a ellos. En ese momento, nadie bajó por su lado, pero varias personas llegaron para subirse y prácticamente fueron empujados hacia adentro. Enseguida se apresuraron y se sentaron en dos puestos vacíos.

— ¿A dónde nos llevará esto? —preguntó Ellus, aún con evidente nerviosismo.

— ¿Tiene importancia? —respondió Henry seguro—. Creí que querías ir a cualquier parte.

Ellus, al mirar por la ventanilla, notó que su maleta aún seguía detrás de la línea amarilla. Estaba tan asustado que se le olvidó por completo sujetarla.

— ¡Henry, Henry! —lo empujó varias veces para que se levantara—. ¡Mi maleta, trae mi maleta!

Henry como pudo apartó a la gente y logró salir con algo de dificultad. Tomó la maleta y, en ese momento, las puertas se comenzaron a cerrar. La lanzó con fuerza y aterrizó sobre el estómago de un joven con cabello púrpura. Henry gritó una disculpa que poco se escuchó gracias a que las puertas ya se habían cerrado por completo.

Ellus observó cómo su amigo se despedía con una sonrisa llena de tristeza. Le devolvió el mismo gesto hasta que ya no pudieron verse más. El metro ya se había introducido de lleno en el subterráneo, logrando que rechinaran las vías con un ruido mucho más espantoso que antes.

Se cubrió los oídos y cerró los ojos, esperando que cesara esa horrible sensación. De pronto, sintió cómo alguien se sentaba a un lado y colocaba un objeto a sus pies. Abrió los ojos y vio su maleta al frente, giró la vista y notó que quien se había sentado a su izquierda era el mismo chico de cabello púrpura y ojos negros penetrantes, que solía encontrarse en el parque donde frecuentaba.

— Vaya, vaya —dijo con un tono lleno de malicia—, miren a quién tenemos aquí.

— Lo que faltaba —giró los ojos y dirigió su vista a la ventanilla.

— ¿A dónde vas, mocoso?

Ellus no escondió para nada su descontento. Miró al chico y estuvo a punto de insultarlo, no le importaría lo que sucediera. Pero los rieles rechinaron nuevamente, justo en una curva, y el castaño cubrió sus orejas mientras escondía la cabeza entre sus rodillas.

Le avergonzaba totalmente que lo viera de esa forma. Y no por él, sino por él mismo. Se mostraba vulnerable y odiaba eso, odiaba sentirse menos que los demás por algo tan insignificante como los sentimientos. Y odiaba aún más, que vivieran con él y no llegara a comprenderlos completamente.

— ¡Qué llorón! —soltó una falsa carcajada—. Que no va a suceder nada, cálmate.

Ellus alzó la vista y vio cómo un par de chicas hablaban entre sí mientras lo miraban. Se acomodó en su asiento y permaneció con los brazos cruzados y la vista hacia el suelo. Al momento de escuchar aproximarse los chirridos de las vías, tensaba su cuerpo y cerraba los ojos, mientras tarareaba en su mente. Sin embargo, no le sirvió de mucho, puesto que el joven a su lado no le permitió continuar esto por mucho más tiempo.

— ¡Oye! —chasqueó los dedos frente a su rostro, provocando que Ellus abriera los ojos—. No me ignores.

— Como ves, odio estar aquí, así que permíteme estar en silencio mientras dure el viaje.

— Eso no funcionará, es mejor que te distraigas hablando conmigo.

— No tengo nada que hablar contigo, ni siquiera te conozco.

Ellus volvió a cerrar los ojos cuando escuchó que se aproximaba otro gran ruido de los rieles, y repitió el procedimiento. No obstante, esta vez el vagón se sacudió de un lado a otro, logrando que estampara su nuca contra la ventanilla. El chico rió ante esto descaradamente, logrando que Ellus odiara aún más la decisión de haber usado el metro.

— Debí tomar un taxi —murmuró.

— Si lo hubieras hecho no habría tenido de qué reirme durante el viaje.

— ¡¿Podrías... —respiró hondo para luego exhalar—, ...dejar de molestarme?!

El chico no respondió y simplemente se dispuso a mirar al frente con una pierna reposando en la otra. Ellus agradeció este suceso y procedió a hacer lo mismo e ignorarlo.

La primera estación llegó, esta vez se subió mucha más gente de la que bajó, tanto así que varias personas se aglomeraron junto al asiento e hicieron que el joven de cabello púrpura se juntara más con Ellus. Este, aunque sabía por qué lo hacía, de igual forma le molestó.

Cruzaron la segunda estación y varias personas bajaron del vagón, aunque seguía habiendo un número considerable de cuerpos. En la tercera estación, la mayoría de las personas bajaron. Ya podían respirar con tranquilidad.

Ellus comenzó a preguntarse cuándo se bajaba el «idiota» que tenía al lado. No le importaba en lo absoluto si le dio una mala impresión aquella noche en el parque, no se preocuparía porque no esperaba continuar viéndolo.

Sin embargo, cruzaron la cuarta estación, luego la quinta y después la sexta. Al llegar a la séptima y notar que el joven no tenía intención alguna de bajarse, Ellus se levantó, tomó su maleta y se dirigió a la puerta. Enseguida se dio cuenta cómo el chico lo seguía y, antes de pisar la salida, el castaño giró sobre sus talones y se sentó en el asiento próximo a la puerta deslizante. El joven de cabello púrpura repitió esta misma acción y se sentó una vez más al lado de Ellus. La puerta del vagón se cerró y continuó su viaje hacia la próxima estación.

— Más te vale que te bajes en la próxima estación —espetó Ellus de una forma amargada.

— Oh créeme, lo haré —se acercó a su rostro—, y tú también.

Se separó del castaño y continuó usando su teléfono celular. Ellus sonrió para sí mismo, ¿de verdad creía que se bajaría con él? Para nada.

Al llegar a la próxima estación, Ellus se percató de que al bajarse las pocas personas que quedaban en el vagón -tres si acaso-, ya no había más camino, habían llegado hasta el final.

El joven de cabello púrpura fue el primero en bajarse cargando su gran mochila. Ya afuera, se giró para ver a Ellus que aún se encontraba sentado. Suspiró, y pensó en decirle que tenía que levantarse, pero notó cómo se acercaba el conductor para notificarle que debía abandonar el vagón.

Se puso de pie y caminó hacia las escaleras mecánicas para salir del subterráneo. El joven de cabello púrpura se mantenía detrás de él en todo momento, sin dirigirle la palabra.

Ellus salió por completo y observó todo a su alrededor. Habían altos rascacielos con ventanas iluminadas como si fueran lunares sobre el cuerpo de un gigante, bastante gente en la calle a pesar de la hora, incluso niños corrían abrigados junto a sus padres. Los autos no dejaban de sonar sus cornetas en grandes hileras que parecían interminables, y todo eso, junto al frío de la noche, significaba que se encontraba bastante lejos de casa.

Y la vida comenzó a ser, nació de la luna, y Ellus sonrió, porque tal vez era eso lo que necesitaba... o así lo pensaba.

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