XXIX

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Julio 08, 2009

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Querido Diario:

Quizá la decisión que tomé hoy no fue la correcta, pero lo hecho, hecho está.

No estoy entusiasmado, pero quizá saque algo bueno de esto.

Pd: Lo haré por él, porque a Salvador le hubiese encantado ir.

Pd2: Le gustan las aventuras después de todo.

Hasta luego Diario.
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Julio 11, 2009

Cuando menos lo esperamos, nos llegan enseñanzas muy valiosas.

Era el "último día de clases", pero no se sentarían en los pupitres de madera a escribir los aburridos datos que la maestra acostumbraba a dictar sobre Lengua y Literatura o Matemáticas.

El día parecía ser más radiante, lucía despejado y de un azul rey el cielo. Y es que se trataba del día, del tan esperado por los alumnos, viaje escolar.

El autobús aparcó justo enfrente de la escuela y, mientras los jóvenes de los demás grados entraban por la puerta principal de la escuela con la vista hacia el gran camión amarillo, boquiabiertos; los del tercer grado se reían de todos ellos y se mofaban.

— ¡Mira a todos esos perdedores! ¡Este será el mejor día para nosotros! —Zander reía a carcajadas.

— Me imaginé que no vendrías —dijo uno de sus compinches.

— Sí, creí que tu papá se había molestado contigo otra vez y... —dijo el otro, pero Zander lo interrumpió.

— ¡Cállense! —murmuró con fuerza—. Me escapé de casa, ya había entregado la autorización y no iba a perder el viaje —sonrió en señal de victoria.

Los tres estaban a punto subirse al autobús cuando la maestra Wanda junto al director de la escuela lo tomaron del hombro y lo hicieron retroceder.

— Jovencito, acaba de llamar tu padre —habló el canoso hombre, cruzándose de brazos—, y nos dijo que no tenías permiso para ir a la excursión.

— ¡Claro que sí! Maestra, le entregué mi autorización firmada, ¿no es así? —cerró los ojos junto a una sonrisa pedante.

— Según tu padre no cumpliste con tus obligaciones en casa y además —le mostró la autorizción—, falsificaste la firma de tu padre.

— ¿Creíste que no nos daríamos cuenta de esto? No irás al viaje —el director regresó a la edificación.

La maestra señaló a los demás niños que entraran al autobús mientras ella se subió a uno de los escalones para dirigirlos a sus asientos.

Zander, lleno de furia, se alejó zapateando contra el suelo en dirección hacia su casa mientras murmuraba insultos bastante fuertes para que un niño siquiera tenga conocimiento de ellos.

Entretanto, Esther estaba sentada al fondo del autobús con expresión triste y mirando por la ventanilla. Sabía que no disfrutaría para nada el viaje sin tener a Ellus cerca, pero aun así decidió ir esperando que la aflicción no se adueñara de su mente.

De inmediato, Ellus llegó corriendo y se aproximó hacia la maestra, sacó una hoja de papel del bolsillo de su camisa para entregársela.

— Hola maestra, aquí está la autorización —pronunció sin ánimos.

— ¡Ellus, pensé que no vendrías! —sonrió con amabilidad.

— Yo también lo pensaba —forzó una sonrisa para luego subirse al autobús.

Ya se encontraba totalmente lleno, incluso el puesto junto a Esther, sin embargo ella, al ver a Ellus llegar, apartó al niño que estaba a su lado reprochando su supuesto mal olor, aunque era mentira. El pequeño se alejó avergonzado y Esther alzó su brazo para que Ellus se percatara de ella.

El castaño se aproximó a la chica de cabello oscuro y le dio una mirada reprochante.

— No debiste hacer eso.

— Fue para que te pudieras sentar, ¡deberías agradecérmelo! —apartó su vista de él.

Después de poner sus ojos en blanco, se sentó junto a Esther, la cual no pudo resistirse a rodear el brazo del castaño con el suyo.

No pasó mucho tiempo para que el autobús se pusiera al fin en marcha, provocando surgir la alegría de casi todos los niños.

Ellus no podía apartar de su mente a Salvador. Su ausencia se notaba, era seguro, no obstante seguía sin perdonar el asunto de que lo hubiera hecho sentir tan mal y confundido la noche en que lo besó; es decir, no estaba nada preparado para eso, lo agarró infraganti y suponía que el ingenuo de ojos claros tenía todo planeado a traición contra él.

Pasó cerca de media hora en carretera; una vía de llanuras, con montañas al fondo del horizonte, con pasto verde y seco alrededor debido a la ausencia de lluvia.

Todos los niños hablaban entre ellos, reían y jugaban juegos de "viaje en carretera". Ellus por su parte permanecía con ojos cerrados, pero no estaba dormido, meditaba, o así quería pensar que se encontraba.

— Ellus —Esther logró llamar su atención—, ¿por qué no juegas con nosotros?

— No tengo ganas.

— ¿Por qué no?

— Siento... que no debería estar disfrutando —se dijo a sí mismo—. ¿Me entiendes? —alzó su vista a ella.

— Creo que sé porqué lo dices —jugó con su cabello—, pero pensé que ya no querías saber nada de Salvador.

Ellus se mantuvo callado, reflexionando.

— Por cierto, ¿ya te recuperaste de tu enfermedad? —recordó de inmediato logrando sobresaltarse—. No puedo creer que te haya contagiado.

Y Ellus sintió cómo su alma se cubría de una nube negra con la palabra "Mentiroso", en ella.

— S-sí, ya olvida eso —soltó nervioso.

— Menos mal, doy gracias que a mí no logró contagiarme —sonrió ingenua.

— ¡Basta Esther!, quedó claro que no contagió a nadie más.

La niña de piel como el café llamó repetidas veces a Esther para que se reintegrara al juego junto a los demás, a lo que la chica de cabello oscuro corrió hacia ellos.

Ellus no dejó de sentirse culpable en todo el trayecto, no dejó de culparse a sí mismo y no dejó de pensar de que posiblemente por su culpa, Salvador lo abandonó. Y, aunque no sea un niño que exprese lo que siente, sus emociones son tan vivas como las de cualquier otro ser humano.

Era casi mediodía, el autobús amarillo por fin había llegado a su destino: un gran campamento, de nombre «Alakazan» según un gran letrero de madera; poseía varias cabañas bien equipadas, ordenadas en círculo, con una cafetería en el medio de ellas, y junto a este, se podía divisar un camino de tierra que llevaba hasta un lago de agua cristalina cerca de la montaña.

El chofer abrió la puerta del transporte y todo estaban ya listos para bajar a disfrutar del sitio, no obstante, la maestra se atravesó en la salida y les pidió orden en voz alta, a lo cual los niños se sentaron otra vez.

— Primero les daré instrucciones muy importantes que deben seguir al pie de la letra, ¿entendido?

Todos asintieron en sincronía.

— Estaremos un día aquí, y el señor chofer y yo estaremos al pendiente de todos ustedes. Espero que se comporten porque el dueño del campamento verificará que todo esté en orden con regularidad y no queremos darle una mala impresión.

Los niños escuchaban atentamente, o así parecía que hacían, porque la verdad es que estaban realmente ansiosos de salir de esa gran caja con ruedas.

— Tres niños se acomodarán en una cabaña y tres niñas en otra. Notarán que son bastante grandes así que no peleen por camas —todos rieron sin ganas—. Y bueno, como veo que ya tienen muchas ganas por salir, lo restante se los haré saber en el almuerzo que será en la cafetería.

La maestra se apartó de la salida y les anunció que ya podían abandonar el autobús. Ni siquiera había terminado la frase cuando todos corrieron velozmente para respirar aire fresco, todos con excepción de Ellus.

El chofer, al salir del autobús, le dijo a la maestra que aún quedaba un niño en el asiento del final. Wanda asomó su cabeza y vio a Ellus cabizbajo observando a través de la ventanilla, a lo que se aproximó a él.

— ¿Por qué no sales con los demás, Ellus? —se sentó junto a él.

El pequeño no respondió, y la señorita se acomodó en su asiento para quedar frente a él.

— ¿En qué piensas?

— Pienso... —suspiró ronco—. Pienso en que no debería haber venido.

— ¿Por qué piensas eso?

— Los niños malos no deberían ganar recompensas —soltó desanimado.

— Ellus, no creo que seas un niño malo.

— Usted no sabe eso.

— ¿Qué has hecho para que te sientas así?

— Yo... —quería decirlo—, yo... —quería confesarlo—, no importa —pero no pudo.

— Ahora me preocupas, Ellus, ¿qué pasó? —acarició la cabellera del niño.

— Salvador se fue por mi culpa, maestra —dijo con dificultad.

La maestra Wanda notó cómo se quebraba la voz del niño y aproximó su cabeza a su hombro para acariciarla repetidas veces.

— No debes culparte Ellus, fue decisión de sus padres, él no podía hacer nada para evitarlo.

— ¿Por qué me importa cómo lo hice sentir? —apartó su cabeza de la maestra—. Él ni siquiera se molestó en despedirse.

— Ellus...

— Maestra, quizá no me siento a gusto con su partida, pero tampoco me echaré a llorar por alguien a quien al parecer no le importé.

— No puedes estar tan seguro de eso, Ellus —dijo con voz seria.

— ¡Creí que le importaba, pero solo logró hacerme sentir mal y confundido! —habló en voz alta y colérica.

Al darse cuenta de lo que dijo, abrió los ojos como platos y notó que la maestra lo vio con preocupación.

— Ellus, ¿sabes qué? Puede que ahora vea todo con claridad.

— ¿De... de qué habla, maestra?

— Salvador me contó todo, su último día en la escuela.

¿¡Que le contó todo!?

Así fue al parecer, ¿cómo pudo pasar?

Con toda su fuerza de voluntad, así sucedió, y logró confesarle sus sentimientos a la persona que, sin saberlo, lo comprendería completamente.

Junio 30, 2009

Esa mañana, antes de comenzar la jornada y de que alguien llegara al aula de clase, Salvador logró interceptar a la maestra Wanda llegando a la escuela.

Solo quería hablar con alguien, un poco de orientación, encontrar algo de orden en ese mundo caótico en el que estaba, y no pudo elegir a la mejor persona a su alcance para hacerlo.

— Hola maestra, ¿puedo hablar con usted? —dijo cabizbajo.

— Hola Salvador, por supuesto.

— Sígame, por favor —tomó su mano.

Salvador llevó a su maestra al patio trasero de la escuela, y se sentaron en el banco debajo del cedro.

— ¿Por qué te ves tan triste? —la maestra habló primero luego de segundos de silencio.

— He estado muy confundido últimamente.

— ¿Respecto a qué?

Al pequeño le costaba hablar, los cortos balbuceos lo demostraban, y la maestra Wanda acertó con la deducción que tenía en mente.

— ¿Involucra a Ellus? —Salva la volteó a mirar con los ojos bien abiertos.

— Así es, ¿cómo lo supo?

La maestra le sonrió, y decidió darle una lección que no acostumbran a dar en los centros educativos y podría ser crucial para el bienestar de muchas personas.

— Lo sé porque yo también soy así como tú —sonrió con la vista al cielo.

— ¿Como yo? —ladeó la cabeza.

Hubo un corto silencio.

— ¿Quieres mucho a Ellus, Salvador? —esta vez la sonrisa fue directo al pequeño.

— Yo, pues...

— Vamos, no está mal querer mucho a un amigo.

— Usted no entiende, yo... lo quiero diferente —el rubor empezó a mostrarse en sus mejillas.

— Por supuesto que te entiendo, yo también tengo una amiga a quien quiero como tú quieres a Ellus.

— ¿De... de verdad?

La maestra afirmó con la cabeza.

— Pero... eso está mal, ¿no? Debería querer a una niña y no a un niño.

— Mmm, no necesariamente.

— Pero mis padres dicen que eso es muy malo y se molestaron mucho cuando les dije que me gus... —se frenó en seco, totalmente sonrojado.

— ¿Que te gusta Ellus? Está bien, no tienes que sentirte mal.

— ¿Puede gustarme un niño?

— Te puede gustar quien tú quieras —sonrió cálidamente—. Al fin y al cabo, es tu corazón el que elige y eso no es para nada malo.

Salvador no se mostró muy convencido con la respuesta de la mayor.

— Muchas veces, Salvador, te encontrarás con personas que piensen que eso está mal, por muchas razones sin sentido en lo absoluto. Te dirán que Dios lo castiga enviando a esa gente al infierno. Te dirán que es biológicamente aberrante. Incluso te dirán que puedes luchar contra esa "enfermedad" y volverte una persona "normal". No debes escuchar a ninguna de esas personas, escucha a tu corazón, y vive tu vida a tu manera, sin pensar en el qué dirán ni en las supuestas consecuencias de tu conducta. Porque a nadie le debería importar quién te gusta, es totalmente tonto, ¿no lo crees?

El ingenuo de ojos claros asintió.

— Eres alguien muy listo Salvador, lo sé. Así que, si sientes mariposas en el estómago por Ellus, u otro niño, o una niña; está bien, no importa realmente quién te gusta.

Y una sonrisa se dibujó en su rostro, una que no visitaba sus labios desde hace un tiempo, así que atesoró esa sonrisa, y ese recuerdo con su maestra.

Su mente se esclareció y adoptó una postura totalmente diferente a la que sus padres le trataron de imponer.

Y quiso hacérselo saber a su amigo...

Pero él lo evitó por completo ese día...

Y el destino no le dio oportunidad.

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