18-Vino

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Esta sería una noche bastante larga, una noche en la que no planeaba dormir por ciertas razones. Nunca me pasó por la cabeza que tendríamos que dormir juntos, y menos de esta manera, con mis padres en casa.

Me di cuenta de que aquella gran habitación de paredes cafés en la que había despertado antes le pertenecía a Arthur. Y era en la que supuestamente pasaríamos la noche de hoy.

—¿De verdad piensas dormirte así tan tranquilo? —Zarandeé a Arthur, quien ya estaba acostado en la cama dormitando.

—Sí, tengo sueño y mucho trabajo que hacer para mañana —Se dio la vuelta y observó cómo me cubría con las sábanas—. Solo duerme, y promete no hacerme nada mientras duermo —Volvió a darme la espalda y se acurrucó bajo las sábanas.

—¿No soy yo quien debería decir eso? Además, no tengo sueño, mejor aprovecharé mi tiempo leyendo —Me puse de pie y me eché una bata de dormir encima porque hacía bastante frío.

Era consciente de lo que sucedía la mayoría de veces cuando dos personajes se veían atrapados en una situación en la que debían compartir cama. Yo no temía de lo que Arthur era capaz de hacer, sino de lo que yo le permitiera hacer.

Por lo tanto, tenía planeado ir a la biblioteca en busca de un buen libro que me mantuviese despierta toda la noche.

—¿Vas a ir sola a estas horas? —Lo apagada y sosa que se escuchó su voz indicaba que era cierto lo de tener bastante sueño.

—Aún es temprano, estuve inconsciente toda una semana, puedo pasar toda la noche despierta sin problemas. Tú descansa —No hubo objeciones de su parte, por lo que salí en dirección a la biblioteca.

Los pasillos estaban bastante oscuros, iluminados por la única vela que llevaba en mis manos. El silencio de la noche era tan abrigador que podía escuchar mis propios pasos y el desenfrenado latir de mi corazón alterado. Entré a la enorme biblioteca y me paseé por algunos estantes. Estaba por el pasillo donde se encontraban los libros de fantasía buscando algo interesante que leer, cuando de pronto recordé aquel libro.

Ese misterioso libro que encontré de casualidad y que las circunstancias no me permitieron volver a ver.

Pasé por el último estante a la derecha, dónde se encontraban los libros más antiguos y lugar en que lo había dejado la última vez. Era un libro grande de tapa de cuero que destacaba bastante, razón por la que lo escondí entre unos más grandes y no tan llamativos libros de historia. Además, nadie frecuentaba esta biblioteca.

Me puse de puntillas para poder alcanzar aquellos libros de historia que salvaguardaban el que escondí, por un lado; tenía bastante miedo, y por otro, la curiosidad e intriga me estaban matando. Moví los libros y me llevé tal sorpresa.

El libro marrón, con una joya esmeralda incrustada en la portada, no estaba entre ellos. Desesperada, rebusqué en cada rincón de ese estante haciendo un lío con los libros, algunos cayeron al suelo y otros simplemente perdieron su orden. A pesar del revuelo, seguía sin encontrarlo.

—Lo dejé justo aquí, ¿quién lo habrá tomado? —murmuré— Necesito encontrarlo.

—¿Encontrar qué?

—¡Aaaaah! —Salté del susto dejando caer la vela. La figura detrás de mí cubrió mi boca causando que me alarmara más. Iluminó su rostro con la vela que traía entre manos, me observó e hizo seña con el dedo índice para que guardara silencio. Aún no lograba ver por completo su rostro, pero asentí con la cabeza y me soltó.

—No grites —Dejó su vela en la parte superior del estante y miró decepcionado el desorden de libros.

—¡¿Arthur?! —grité— ¿Estás demente o hay algo mal en tu cabeza? ¿Por qué demonios me asustaste así?

—Que bajes la maldita voz —Nuevamente cubrió mi boca—. ¿Puedes? —Me fulminó con la mirada para luego apartar su mano lentamente.

—¿Qué haces aquí? —mascullé.

—Tardaste mucho. Escuché mucho ruido provenir de este lugar, me preocupé y vine a ver qué sucedía.

—No fue nada. Estaba buscando un buen libro que leer, y sin querer tropecé con el estante causando que algunos libros cayeran desparramados —Sonreí nerviosa.

—¿Solo eso?

—Solo eso... —Levanté el primer libro que encontré— Como ya lo encontré, podemos irnos —Le di la vuelta y prácticamente lo arrastré hasta la salida. Aún no conocía el contenido del ese libro, pero si de algo estaba segura era de que Arthur no debería enterarse.

—Acabo de recordar algo —Su voz logró sacarme de mis pensamientos.

—¿Qué cosa?

—Pasaste toda una semana durmiendo, la mayoría de tus heridas sanaron y ya puedes moverte con facilidad, ¿cierto?

—Así es, ¿cuál es tu punto?

—Entonces puedes correr, o si no el diablo te atrapará —apagó la vela y se echó a correr dejándome en el pasillo sola y completamente a oscuras.

—¡Espera!

***

Mi cabeza palpitaba y todo al mi alrededor daba vueltas. Por alguna extraña razón me sentía cautiva, presa entre unos cálidos brazos.

—Buenos días.

—Buenos... ¿Qué? —Mis glóbulos oculares estaban a punto de salirse de su órbita al admirar a este joven pelinegro un poco despeinado y desnudo de la cintura para arriba que me daba los buenos días—. ¿Por qué estás en mi aposento, en mi cama y exhibiendo parte de tu cuerpo?

—En primer lugar, es mi aposento. Segundo, es mi cama. Y tercero, esta es mi casa, lo que significa que puedo dormir dónde lo desee.

—¿Incluyéndome? —Arqueó una ceja con confusión hasta que despegó sus ojos de los míos cayendo en cuenta de que estaba prácticamente sobre mí.

—Quizá —Me desafió con la mirada por unos largos segundos hasta que lo hice a un lado.

—¿Qué sucedió anoche?, me duele la cabeza.

—¿No recuerdas nada?

—Para nada —Me cubrí con la sábana blanca que estaba esparcida sobre la cama. Era una mañana lluviosa, las ventanas estaban empañadas por la humedad mientras que el frío se hacía dueño de todo mi cuerpo.

—Lo que ocurrió fue algo inusual y divertido a la vez.

Comenzó a narrar con cierta pizca de gracia:


Llegaste unos minutos después mi, estabas agitada y de mal humor.

—¿Por qué esa cara como si realmente hubieses visto al diablo? —Te estaba esperando recostado al marco de la puerta.

—Lo estoy viendo justo ahora —respondiste seca y cortante.

No esperaba ver esa repentina expresión de seriedad en tu rostro cuando hace solo unos minutos venías gritando y maldiciéndome mientras corrías por los oscuros pasillos.

—¿Encontraste lo que buscabas?

—Sí, encontré este curioso libro —Me mostraste un libro sobre... ¿La historia del vino?

—¿Te interesa la historia del vino?

—¿Vino? —Señalé el título del libro y pareciste tan confundida como yo. Intenté ocultar mi sonrisa porque sabía que no era exactamente ese libro el que buscabas.

—Ya tengo sueño, mejor vamos a dormir.

—Mis padres ya deben estar dormidos, ¿por qué le hacemos caso?, ¿no puedes dormir en otra habitación?

—Tu madre se molestará —Eso lo fue una excusa, en realidad, quería tenerte cerca esa noche.

—¿Y eso qué?

—Entonces, ¿por qué no te vas tú a otra habitación?

—Madre se molestará —susurraste cabizbaja.

—Exacto —Terminaste de pasar la puerta y te sentaste a un lado de la cama. Te seguí tras cerrar la puerta y me acosté en mi lado de la cama. Lucías estar de lo más cómoda leyendo y sosteniendo una vela al mismo tiempo—, ¿piensas leer así? —Asentiste con la cabeza sin despegar la vista del libro. Aparentaste estar despreocupada mientras leías ese libro, aunque no te interesara en lo más mínimo. La mano con la que sostenías la vela no dejaba de temblarte. Ya me tenías los nervios de punta—. Deja de moverte, quiero dormir.

—No lo hago porque quiera —Tu mano continuó temblando— ¡Ahg! —Al escuchar tu quejido mi vista se fijó en tus manos casi por inercia.

—¿Te lastimaste? —Observé que la cera que te había caído en los dedos.

—No —respondiste con ironía y me lanzaste una fea mirada.

—Apaga esa maldita vela y ya duerme.

—¿Y si no quiero?

«Qué obstinada era esta mujer», dije para mis adentros.

—Dámela, la sostendré por ti —«Si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él». Terminé sosteniendo esa estúpida vela por un largo rato, mientras que tú leías atentamente—. Espero que estés aprendiendo algo productivo, porque de no ser así quemaré ese estúpido libro.

—Solo he leído unas diez páginas y puedo asegurar saber más de vino que usted, querido duque —Cerraste el libro de golpe para luego dejarlo sobre la mesita de noche que estaba al lado de la cama.

—Lady Fletcher, ¿me acaba de retar?

—Abiertamente mi señor.

—Tengo algo en mente, vístete.

—¿Saldremos?

—Sí.

Fuiste a tu habitación y luego de unos minutos nos encontramos fuera y partimos a caballo a la ciudad.

—Cuando dije que te vistieras pensé que usarías un simple vestido no tan extravagante, y un abrigo enorme para cubrirte del frío. Nunca imaginé que vestirías como venturera —Tenías puesta una camisa blanca de lino, pantalones negros ajustados y esas largas botas negras que te hacían lucir tan bien.

—Pues, cuando dijiste que saldríamos supuse que iríamos a explorar un viñedo y hablar horas sobre la historia del vino mientras comíamos uvas bajo las estrellas.

—¿Es lo que deseas?, porque puedo...

—Olvídalo —No me dejaste continuar—, ¿qué hacemos frente a esta taberna?

—Vamos a comprobar si la señorita tiene buena resistencia al alcohol.

—¿A qué te refieres?

—Beberemos hasta no poder más —Entramos a la acogedora taberna que, a pesar de que era bastante tarde, estaba repleta de gente. En su mayoría: hombres que jugaban a las cartas y apostaban mientras tomaban cerveza.

—No quiero estar aquí Arthur —susurraste tomándome del brazo.

—Solo tomaremos unas copas y nos iremos.

—En la mansión tienes una bodega repleta de vino, ¿para qué venir aquí?

—Porque vamos a jugar.

—Tenemos la mejor cerveza del reino, ¿gustan? —El señor detrás de la barra nos brindó cerveza.

—Tomaremos su mejor vino esta vez, traiga dos botellas del más caro.

—Lo que ordene, señor —Se retiró en busca del vino.

—Espero tengas resistencia —observé a Atenea.

—Hasta yo —murmuraste por lo bajo.

—¿Qué has dicho?

—Nada.

Comenzamos con unas cuantas copas, la gente comenzó a acercarse cuando notó que estábamos compitiendo, dejé de contar cuando íbamos por la cuarta botella. Y después de ahí, todo se descontroló.

—Querida Atenea, ¿quieres por favor bajarte de la mesa?

—No, tengo mejor vista desde aquí —Continuaste bailando sobre la mesa en la que unos borrachos jugaban.

—Mujer, acabas de arruinar mi partida. No sabes cuánto aposté, tendrás que pagarme todo —Un señor de gran peso y baja estatura se levantó molesto de su silla.

—Discúlpela, no está en sus cabales en estos momentos —Traté de calmar la situación, pero continuabas sobre la mesa sin querer bajar—. Estás muy ebria, vámonos —Tomé tu mano derecha para ayudarte a bajar de la mesa, no obstante, alguien sostuvo tu otra mano libre.

—Deje a esta mujer bailar, ¿no dijo una vez que la dejara ser libre?

—No lo recuerdo, Bridge —Jalé de ti acercándote a mí. La multitud dejó de atender a sus asuntos para fijar su vista en nosotros.

—No tiene autoridad sobre esta mujer, duque —Intentó jalarte, pero esta vez tú misma te opusiste para luego soltarte del agarre de ambos.

—¿Y tú sí? —La alcoholizada mujer se bajó por sí misma de la mesa y tomó del cuello al molesto de Froilán—. Ninguno la tiene, ¡soy libre! —exclamó entre risas.

—Lo que la dama aquí presente dijo —Inconscientemente estaba sonriendo por tus ocurrencias, dicha sonrisa se borró de mi rostro al percibir como estabas tratando de desenvainar una espada que no sabría decir de donde la sacaste. Por suerte, te detuve justo a tiempo—. ¿Y ahora que intentas haces?

—Froilán, él es un...

—¿Qué? —preguntó este tratando de provocarte.

Y lo logró, claro que lo logró, mala idea.

—Maldito, hijo de... —De la nada comenzaste a lanzar las botellas de vino que habíamos vaciado anteriormente—. Lame botas —Continuaste lanzando botellas mientras Froilán intentaba esquivarlas bajo las contantes risas de la multitud—, lerdo, inútil, malnacido —Sin dejar de maldecir por supuesto—. Eres un maldito callo en el trasero —Lograste atinarle con la última botella.

No pude evitar reír ante tu último insulto, ¿de dónde sacabas tanta imaginación?, sin duda me divertí esa noche.

***

—Y luego te traje a casa —concluyó acariciando mi cabello.

—¿Eso fue todo? —Levanté mi cabeza de su regazo.

—Sí.

—Pero no explica cómo terminaste semidesnudo.

—Al parecer cierta persona tenía un problema con mi camisa y terminó lanzándola por la ventana.

—¿Yo? —Él asintió— Qué vergüenza —Salí corriendo de la habitación.

—No es lo que crees —Arthur salió detrás de mí cubriéndose de la cintura para abajo con una de las sábanas.

—¡¿Beatriz?! —Ambos quedamos estáticos en medio del pasillo al verla.

—Buenos días, señor y señora —Hizo una reverencia para ambos.

—¡No has visto nada! —gritamos al unísono.

—No he visto nada —repitió y siguió su camino por el resto del pasillo.

«Juro no volver a tomar nunca».

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro