40-Huye

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Atenea

Se quitó los pendientes que siempre traía, dejándome ver su verdadera apariencia. Su cara no cambió mucho, solo que ahora era rubia y una sonrisa maliciosa adornaba su rostro.

El miedo que me mantenía inmóvil abandonó mi cuerpo y sin pensarlo dos veces me eché a correr. Sin tener alguna dirección en mente, solo moví los pies tratando de escapar.

Bajé rápidamente las escaleras y me detuve en la sala.

—¡Alguien ayúdeme! —Me trasladé a la cocina con la esperanza de que las criadas me ayudaran, pero para mi sorpresa no había nadie. Rebusqué entre unas gavetas y tomé un cuchillo para protegerme, cuando de pronto escuché unas pisadas acercándose. Era muy tarde como para correr hacia la salida sin ser vista, así que me escondí debajo de la mesa.

—Sé que está por aquí ama. No pudo haber escapado tan pronto —Cubrí mi boca para evitar gritar. Un abrumador silencio inundó el lugar, la repentina calma era preocupante. Mis manos no dejaban de temblar, pero fui capaz de reunir el valor para levantar levemente el mantel que cubría la mesa y echar un vistazo. Al no ver nada fuera saqué la cabeza por completo, aunque no pude realizar ningún otro movimiento. Me quedé helada al toparme con unos intensos ojos cafés que parecían penetrar a través de mí—. Huye —exclamó sonriendo.

—¿Qué? —pregunté confundida.

—Corre, porque así será más divertido.

—Estás demente —Giré mi cuerpo y salí por el otro extremo de la mesa. Corrí a la salida, pero la puerta estaba completamente cerrada.

La empujé con todas mis fuerzas logrando que a penas se moviese. No pude abrirla. Un sentimiento de desesperación se apoderó de mi cuerpo. Estaba cada vez más desconcertada, no sabía a donde huir ni esconderme. Esta casa era demasiado grande y por lo visto estaba vacía, sin nadie que pudiera ayudarme. Además, ella la conocía mejor que yo.

—Dije que corrieras, no que caminaras —Esa loca mujer apareció nuevamente detrás de mí, causando que acelerara mi paso. Intenté perderla al intercalar pasillos y sin haberlo planeado llegué al espacio más grande que tenía este lugar, la biblioteca.

Entré en ella y cerré la puerta. Lo cual no sería suficiente para detenerla, sin embargo, ganaría algo de tiempo. Comencé a buscar un escondite entre tantos estantes. Subí al segundo nivel donde se encontraba la pequeña oficina del maestro Alatar, él no salía de este sitio. ¿Dónde más podría estar ese viejo?

Cerré la puerta de la oficina y me escondí detrás de su escritorio. Mi respiración estaba cada vez más agitada y mis manos no dejaban de temblar. Traté de calmarme, respirar y pensar. Cerré los ojos por un segundo porque no tenía idea de cómo iba a salir de aquí.

De haber sabido que iba a terminar así, me hubiese dejado matar desde el principio. Debí morir a manos Froilán Bridge porque desde que llegué aquí nunca pude darme un respiro, siempre estuve al borde de la muerte intentando sobrevivir.

—¿Es divertido? —susurré—¡¿Te divierte verme sufrir?! —grité a la nada sin esperar respuesta, pero la obtuve.

—No sabes cuánto.

Esa voz...

—Te detesto, seas quien seas.

Es irónico, aún recuerdo las veces que juraste amarme.

—No, yo nunca...

—No te distraigas Darya —La puerta comenzó a ser golpeada y el pomo no dejaba de moverse—. Anhelo verte pronto.

—Es el final —Ya no tenía escape. No tenía de otra más que esperar a que la puerta se abriera y afrontar lo que sea que viniese con ello.

Luego de un par de golpes más, la puerta se abrió dejando a la vista el familiar rostro de...

—¡Viejo barbón!

—¿Lady Atenea? ¿Qué hace encerrada en mi despacho? —cuestionó con cara de preocupación.

—¡Por favor tiene que ayudarme!, Beatriz resultó no ser Beatriz, es Lilian Lapsley y ahora quiere matarme.

—Cálmese. Hable más despacio, no logro entender nada.

—No puedo calmarme ahora, ella va a... —Mi mirada se dirigió a al abdomen de Alatar, el cual había comenzado a sangrar repentinamente. Se desplomó sobre mí y lo sostuve en mis brazos.

—¿A matarte? —Lilian apareció detrás de él sosteniendo una espada cuya punta estaba ensangrentada.

—No... —Se me cristalizaron los ojos al ver como la sangre de su herida se expandía y manchaba toda su ropa—. Maldición —Otro más, otra persona moriría por mi culpa y en mis brazos— ¡¿Por qué lo hiciste?!

—Ya no me sirve —mencionó mientras observaba la espada con una perversa sonrisa.

—¿Qué quieres decir? —Sostuve con mayor fuerza el cuchillo que llevaba entre manos. Sentí que algo tiraba de mi vestido, por lo que aparté mi vista de ella y la bajé a las manos de Alatar. Lo miré a los ojos e inmediatamente supe lo que planeaba— ni lo pienses —susurré, pero este no me hizo caso. Arrebató el cuchillo de mi mano y se abalanzó sobre Lilian hiriendo uno de sus costados.

—¡Huya! —exclamó con la poca voz que le salió.

—No otra vez. ¡Viejo, hazte a un lado! —intenté advertirle, sin embargo, ella fue más rápida y lo atravesó nuevamente con su espada.

—Ellos me amenazaron, perdón —Sus ojos se terminaron de cerrar, aunque su sonrisa permaneció en su pálido rostro.

—¡Maldición! —De verdad no quería dejarlo ahí, pero tenía que escapar.

Corrí a la planta baja de la biblioteca. Vi que la puerta estaba abierta de par en par, me dirigí hacia ella con todas mis fuerzas hasta que de repente alguien sostuvo mi brazo y me detuvo. Me pegó a su cuerpo y cubrió mi boca con su mano para que no gritara.

—Todo estará bien —susurró soltándome lentamente.

—¿Drake? —Si él estaba aquí, significaba que yo estaba a salvo— Tenemos que irnos —tomé su mano y caminé hacia la puerta, pero este no se movió. Se quedó estático observando fijo hacia una dirección.

—Que bien que estás aquí —dijo Lilian con voz jadeante mientras se acercaba a paso lento cubriendo su herida con ambas manos—, hermanito —Una leve y siniestra sonrisa se apoderó de su rostro.

—No... —me giré a verlo— no, no,tú no...

¿Él también me iba a traicionar?

***

Arthur

Estos últimos días parecían cada vez más largos. No veía la hora de que esto acabara y pudiese regresar a casa. Anhelaba pasar todo mi tiempo con ella. Aunque debería estar bien, seguro no notaba mi ausencia tanto como yo la suya.

Habían pasado dos días y ya era el momento. Estábamos frente a la entrada del reino de Lofelia. A diferencia de Arleth, este era un gran lugar rodeado por altos muros y con una sola entrada. Misma que consistía en un puente levadizo que si era levantado nadie podría entrar o salir de su territorio, debido a que los rodeaba un amplio lago.

Logramos escabullirnos sin problemas al disfrazarnos de mercaderes, sin embargo, solo unos diez de nosotros logramos entrar, el resto estaba estratégicamente posicionados en las montañas.

La ciudad estaba muy ajetreada, había personas cruzando de acá para allá, muchos puestos de mercaderes y carretas llenas de frutas que adornaban las calles.

—Chicos, creo que aquí nos separamos —dije observando el gran palacio de Edmund.

—No digas tonterías, ¿eso por qué? —preguntó Tristán.

—Únicamente yo entraré al palacio, los demás mézclense entre la multitud y estén preparados por si las cosas se ponen feas. Morgan estará a cargo.

—Ya escucharon. ¡A sus puestos! —ordenó Morgan y todos se dispersaron a excepción de uno.

—¿Por qué sigues aquí?, Dante.

—No pienses que te librarás de mí tan fácil, yo también iré.

—Eres como un callo en el trasero —Sonreí y eché a andar mi caballo.

Antes de llegar al palacio, Dante y yo nos separamos. Él tenía como tarea anunciarme y pedir una reunión formal con el rey, y yo darle un buen susto a su majestad.

***

—¿Dices qué el Arthur Lancaster está en mi reino? —Escuché la voz del regordete rey acercarse a la sala del trono.

—No solo eso su majestad, uno de sus hombres acaba de pedir una audiencia con usted —agregó una quisquillosa voz que me fue imposible reconocer.

—Tráelo aquí inmediatamente.

—¿Por la fuerza?

—Utiliza los hombres que sean necesarios. Si ese hombre está aquí no debe ser por algo bueno.

—¿Qué comes, que adivinas? —Intervine y ambos fijaron sus ojos sobre mí, parecían más asustados que asombrados.

—Tú... ¿Qué haces en el trono de su majestad? —exclamó el vasallo indignado.

—Es bastante cómodo —Crucé mis piernas y me llevé la mano derecha al mentón—. Debe ser para que el enorme trasero de su majestad se sienta acorde —sonreí.

—Pero qué insolencia, ¿cómo te atreves? —El vasallo intentó lanzarse sobre mí, pero Edmund lo detuvo.

—Cálmate Lázaro, y déjanos a solas —ordenó Edmund.

—Sí, cálmate lazarillo —Sonreí para molestarlo—. Solo vamos a conversar, ¿no es así majestad?

—Por supuesto —El joven Lázaro abandonó el lugar dejándonos a solas—. ¿Qué es lo que deseas?

—¿Dónde está Uriel?

—Si no lo sabe su propio hermano, ¿por qué debería saberlo yo?

—Entrégalo antes de que ponga todo este reino de cabeza hasta encontrarlo.

—¿Tanto quieres a tu hermano? —Sonrió con arrogancia.

—¡Vaya!, ¿de dónde ha salido tanta confianza? —Lo observé despectivamente—. No actuabas de esa manera cuando estabas en Arleth, seguro piensas que como estás en tu reino tienes ventaja.

—¿Por qué no debería estar confiando?, al fin y al cabo si tengo ventaja.

—No seas idiota, de haberlo querido ya estarías muerto. Te sugiero que comiences a hablar y me entregues a Uriel.

—¿De no hacerlo que me podría pasar?

—Ten por seguro que no querrás saber —Me puse de pie y caminé hacia él—. Entrega a Uriel por las buenas porque no estoy de humor —exclamé tomándolo del cuello. Ya me estaba hartando y un mal presentimiento no me dejaba en paz.

—¡No está aquí! No sé por qué crees que lo tendríamos en Lofelia, no tengo ningún motivo.

—Primero fuiste obligado a firmar un trato que no te beneficiaba para nada. Fuiste amenazado en un reino ajeno por su propio rey y le dejaste a tu hija en busca de salvarte el pellejo. Motivos no te faltan —Apreté su cuello con más fuerza.

—Te dije que no tenemos cautivo a Uriel —Esbozó una cínica sonrisa que me desconcertó—, pero a ti sí.

De pronto sentí un frío metal recorrer mi nuca y me vi obligado a soltarlo, en un abrir y cerrar de ojos me encontraba rodeado por más de cinco soldados.

—¿Y de verdad piensas que esto te bastará para detenerme? —Observé con más atención a los hombres que me rodeaban. No llevaban más que un uniforme sin ninguna armadura y lanzas de madera con largas puntas de acero. Dos de ellos estaban a espaldas de Edmund y los otros tres detrás de mí apuntándome al cuello.

—Levanta las manos y ríndete, Arthur —Sus soldados acercaron las filosas lanzas cada vez más a mí, obligándome a levantar las manos y ponerlas tras mi nuca—. Nunca tuvimos a tu hermano, pero ya que te tenemos prisionero podemos amenazarlo a él.

—No pierdas tu tiempo, Uriel no daría ni un centavo por mí.

—En cambio, tú estás en una mala posición, arriesgando la vida por él —Sus recientes palabras me hicieron reír.

—Te equivocas, yo no soy quien está mal posicionado —De repente se escuchó un fuerte golpe a mis espaldas y todos giramos la cabeza. Uno de los soldados fue atravesado por una flecha y cayó al suelo. Los otros dos observaban los alrededores buscando de qué dirección provenía la flecha—. Era él —Sonreí.

—¿De dónde vino eso?

Formé dos círculos con ambas manos y a través de estos pasaron dos flechas, dando justo en la frente de los otros dos hombres que estaban espaldas de Edmund. «Qué bien que entendió mi indicación».

—¡Ah!, y ellos también —Me burlé.

—¡Atrápenlo! —gritó Edmund antes de echarse a correr.

La lenta reacción de sus hombres me dio tiempo a desenvainar mi espada y defenderme. Los dos que quedaban a mis espaldas se abalanzaron sobre mí con sus lanzas, sin embargo, no pudieron acertarme un solo golpe. Herí gravemente a uno, dejándolo inmóvil en el suelo, mientras que el otro continuaba dándome pelea.

Estaba sobre mí tratando de ahorcarme aplicando presión con la parte de madera de su lanza. Tomé mi espada por los extremos y la usé de escudo. El maldito tenía una fuerza descomunal en los brazos y estaba logrando que me faltara el aire.

Tenía los ojos cerrados al estar aplicando fuerza para evitar ser ahorcado. Terminé abriéndolos cuando sentí algo cálido caer sobre mi cara, era sangre de su cabeza, puesto que acababa de ser flechado. Me lo quité de encima y me puse de pie.

—Salvado.

—Dante, idiota. Casi me dejas con una oreja menos —Señalé el corte que dejó la flecha cuando rozó mi oreja.

—Se dice gracias, animal.

—Gracias por casi matarme —dije irónicamente—. Te dije que me cubrieras la espalda, ¿sabes qué significa?

—¡Fue lo que hice!

—Modificaste todo el plan a tu antojo.

—Pero funcionó —Se encogió de hombros.

—Como sea. Debemos salir lo antes posible de aquí —Levanté mi espada del suelo y comencé a caminar por el pasillo que daba hacia la salida.

—¿Qué hay de su majestad? —preguntó Dante siguiéndome el paso.

—Olvídalo, por ahora reúnete con Morgan y dile a todos que regresen a Arleth.

—Creo que deberíamos comenzar a correr —mencionó observando algo detrás de mí. Giré la cabeza y aceleré mi paso al ver a la tropa de soldados que venían tras nosotros.

—¡Que no escapen! —vociferó Edmund.

No tardamos nada en llegar a la salida de palacio donde se encontraban nuestros caballos. Nos subimos y los echamos a correr.

—Tú avisa a los demás que es se retiren. Yo los distraeré —Me desvié al centro de la ciudad, la cual estaba saturada de personas. Fue fácil perder a los soldados entre ellas. Galopé en mi caballo mientras trataba de no llevarme a los ciudadanos por delante. Aunque unos cuantos barriles y puestos de frutas no se salvaron de ser tirados.

Las personas comenzaron a hacerse a un lado al notar la persecución, abriéndome paso para evitar ser chocadas. Di un improvisado giro metiéndome por unos estrechos callejones y para perder a los guardias. Estaba a punto de llegar al final cuando de la nada apareció una mujer frente a mí con un niño en brazos, me vi obligado a frenar haciendo relinchar mi caballo. Este se alzó provocando pavor en la mujer, la cual se hizo a un lado y pude continuar huyendo.

—¡Levanten el puente! ¡Que se preparen los arqueros! —gritó un hombre que parecía ser el capitán. Un par de ellos comenzó a girar a unas ruedas de madera atadas a unas cuerdas que fueron levantando el puente lentamente. Al ver el estrecho espacio que me quedaba antes de que el puente haya sido levantado por completo, no me quedó de otra que saltar.

—¡Vamos Cirano! —Grité con todas mis fuerzas.

—Disparen —gritó el capitán.

Una lluvia de flechas me persiguió, pero no evitó que lograra escapar justo a tiempo.

—¿Dónde diablos estaban mis arqueros? —pregunté a mis hombres, los cuales estaban reunidos esperándome afuera— El único de utilidad el día de hoy fue Dante.

—Perdón señor, pero nunca recibimos la señal —se excusó Tristán.

—Olvídalo, ¿dónde está Morgan y por qué no dio la señal?

Todos se vieron las caras los unos a los otros y coincidieron en que Morgan no estaba entre ellos.

Después de unos minutos cabalgando llegamos a la montaña donde se supone Morgan debía estar. Y nos dimos cuenta del porqué no había dado la señal. Estaba muerto.

—Al parecer lo descubrieron y lo mataron. Fue por otro arquero, miren todas esas heridas de flechas —comentó Dante acercándose al cuerpo que yacía recostado a un árbol.

—Alguien se acerca.

Todos nos dimos vuelta y observamos esa silueta deformada que se veía a lo lejos. El clima no era tan bueno, por lo que no ayudaba a nuestra visión. La silueta fue tomando forma a medida en que se acercaba, cuando pudimos divisar con claridad lo que era quedamos atónitos.

Un caballo se detuvo frente a nosotros, dejando caer a su jinete al suelo, mismo que estaba malherido con cortaduras por todos lados y varios golpes en la cara. Traía las manos atadas a las riendas del caballo. Por su aspecto parecía estar tambaleando sobre una delgada línea entre la vida y la muerte.

—Ese es...

—Por suerte aún estás vivo —dije levantando al hombre y apartando el cabello de su rostro—. Porque vas a tener que explicarme quien te dejó en ese estado, Drake Taylor.

Para llegar desde Arleth hasta acá son largas horas a caballo. Si él estaba aquí, significa que salió detrás de nosotros. Entonces...

«¿A quién diablos dejé a cargo de Atenea?».

Una sensación extraña recorrió todo mi cuerpo.


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