CAPÍTULO CUATRO: Hernán

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Buenos Aires, 7:54 am del 13 de julio,

quedan alrededor de 13 horas para el fin del mundo


Hernán se agarra la cabeza con ambas manos, frustrado. Desesperado. La furia que siente está a punto de desbordar. Por suerte, vive solo y nadie tiene que tolerar su mal carácter.

Grita. Se rasca la cabeza, cubierta por una delgada capa de pelo entre negro y gris. Camina de un lado al otro de su casa.

Lleva puesta la camiseta de San Lorenzo, su equipo de fútbol preferido. Es un gran fanático. Se conoce los nombres de los jugadores y de los entrenadores... desde la fundación del equipo y hasta el día de la fecha. Es de esas personas que pueden pasar horas discutiendo los momentos más épicos de partidos de hace medio siglo que ni siquiera pudo ver en vivo porque no había nacido.

En las paredes de su casa hay afiches y fotos de San Lorenzo. También una camiseta autografiada por Romagnoli y Mercier —es el más grande trofeo de Hernán—. Las estanterías tienen libros sobre fútbol. Biografías de campeones de fútbol. Enciclopedias sobre la historia del fútbol. Recopilaciones fotográficas de fútbol. Y, cómo no, los álbumes coleccionables de figuritas autoadhesivas de fútbol desde fines de los años 80 y hasta la actualidad. Completos todos, hasta con los números más difíciles de conseguir. ¿Es ese un nivel sano de fanatismo? Seguro que no, pero a él eso le da igual. Si incluso es socio refundador y dueño de un pedacito de la cancha, tiene varios metros cuadrados propios. El listado de elementos que reflejan su obsesión podría continuar por varias páginas y no viene al caso.

—¡La puta madre! —exclama, con la vista puesta en el techo—. ¿No podías dejarnos un día más de vida, viejo hijo de puta? —pregunta a Dios—. ¿Qué te costaba, forro? ¡¿Esto es porque los domingos veo fútbol en lugar de ir a misa, la concha de tu madre?!

Patea la mesa de plástico blanca. Tres de las botellas de cerveza que había comprado para hacer una previa se caen y se rompen. No le importa. Hernán tiene otras preocupaciones con las que lidiar.

Siente el impulso de agarrar una silla y usarla para romper el televisor para desquitarse. El único motivo por el que no lo hace es porque un poquito de esperanza todavía le queda. No es mucha, pero no quisiera arrepentirse de arruinar el aparato que todavía está pagando; le quedan como quince cuotas, le salió carísima la pantalla de sesenta y cinco pulgadas.

Nervioso. Llama a su mejor amigo. Las manos le tiemblan y casi selecciona el contacto de su ex por error.

Se mueve de un lado al otro al ritmo de los tonos, hasta que oye una voz grave, como de quien lleva décadas fumando, al otro lado.

—¿Coyo? —pregunta a Diego Coyta, conocido por sus amigos como Coyote.

—¿Qué pasa, flaco?

—¡¿Te enteraste?! —exclama Hernán—. ¡Nos cancelaron el partido, pelotudo! ¡El clásico! ¡La concha de la lora! ¡Son unos hijos de puta!

—Naaaah, ¿me estás jodiendo? —Coyote no puede ocultar su sorpresa. Contiene un bostezo porque se acaba de despertar.

—Ojalá, boludo. Es posta. Lo pusieron en Twitter y en la web. ¡Son unos sinvergüenzas! ¡El partido era a las dos de la tarde y el mundo se acaba recién como a las diez de la noche! ¡No tienen excusa!

—¡Qué forros, che! —el hombre al otro lado sube la voz, apenas recuerda haber leído la alarma en la madrugada antes de seguir durmiendo—. ¿Sabés cuál es el problema, flaco? Que a los jugadores les pagan tanta guita que les chupa un huevo cancelarnos. Seguro se están yendo de joda a Miami o algo así para una fiesta del fin del mundo. La van a pasar bomba mientras nosotros acá nos morimos de frío y ahogamos las penas en birra cantando las hinchadas del azulgrana.

—Hay que llamar al club —sugiere Hernán.

—¿Vos te pensás que te van a atender?

—Entonces vamos para la cancha y les rompemos todo hasta que recapaciten —insiste.

—Si ya se subieron al avión, poco podrán hacer. —Coyo se oye desanimado—. Nos re cagaron.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Yo qué sé. Capaz vaya a ver a mi prima, la Tere, que está por Quilmes. Es eso o morirme solo en casa, que ni perros tengo. Asumiendo, claro, que esto no sea una broma de algún hacker.

—Venite entonces, mejor —sugiere Hernán—. Tengo casi todos los partidos viejos grabados. Nos podemos pegar una maratón mientras nos ponemos en pedo y esperamos que se acabe todo —ríe con incredulidad—. Están en un disco externo y tengo la laptop bien cargada. Así que, aunque nos corten la luz los malparidos de Edesur, tendremos casi cuatro horitas de video ahí.

—Dale, flaco. Salgo para allá. Voy en bici para escaparme del tráfico que, por los bocinazos que se escuchan, está terrible. —Hace una pausa—. ¿Querés que lo llame al Pelado? Seguro que se suma, ahora que se separó de la Coti.

—Sí, que venga, que venga. Y, si trae el auto, que suba al Churro también, para que no esté solito en el final.

—¿El perro? —Coyo parece desconcertado.

—Sí, Churro, el callejero ese que adoptó. El que tiene tres patas nomás. Siempre aúlla cuando gritamos "gol", es un genio.

—Dale, dale. Perfecto. Llamo al Pelado y salgo para allá. Llevo lo que tenga para morfar en la heladera. Total, si no lo comemos hoy se va a desperdiciar.

—Te espero —hace una pausa—. Che... ¿vos creés que la alarma fue posta?

—Y yo qué sé, flaco. Pero, por las dudas, disfrutemos del día. Capaz que nos vamos a dormir y nada pasa. Capaz que de repente nos explota el planeta. No tengo ni la más puta idea. Mejor prevenir que lamentar, igual.

—Seh, tenés razón, Coyo. Nos vemos en un rato. Voy a dejar lista la grabación de la final de la Libertadores del 2014 para empezar por lo mejorcito. Te espero.

Hernán corta la llamada. Vuelve a poner las cervezas en la heladera, enchufa el teléfono para que se cargue y va al baño a colocarse un poco de desodorante. Luego, decide descongelar la carne picada que tiene en el freezer para hacerla en hamburguesas. También tiene que limpiar el enchastre que hizo cuando pateó la mesa.

"Me voy a arriesgar a cocinar y a tomar todo lo que hay. Por si de verdad se acaba el mundo, que no desperdiciemos nada. Si la cosa sigue bien mañana, puedo ir al super chino y reabastecerme", piensa.

Está decidido. Pasará sus posibles últimas horas viendo repeticiones de partidos de San Lorenzo con sus amigos y morfando hasta reventar.

"¿Qué mejor forma de morir que esta?", se pregunta. Y, casi al instante, se responde. "Mejor sería si no hubiesen cancelado el clásico de hoy. Me re cagaron la guita de las entradas para la preferencial".

—Son unos hijos de puta —vuelve a enfadarse y a insultar en la soledad de su hogar—. Terribles hijos de puta los guachos.

***

Forro: insulto semejante al "hijo de puta".

Previa: se llama así a las reuniones para beber alcohol que se hacen antes de ir a un evento. Hacer una previa significa beber antes del evento propiamente dicho.

Posta: verdad.

Guita: dinero.

Birra: cerveza.

En pedo: ebrio.

Morfar: comer


GRACIAS POR LEER :)

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