CAPÍTULO DIECIOCHO: Amy y Allan

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Texas, 13 de julio del 2022, 15:30

Quedan poco menos de 5 horas para el fin del mundo.


Amy odia Texas con toda su alma. Desconfía de su gente desde que tiene memoria, lo desprecia incluso más desde que era una adolescente que, solo por gustar de la lectura y no estar interesada en los chicos, sufría bullying en la escuela. Lo intentó olvidar desde que se fue de casa de sus padres, seis años atrás. Y todavía odia Texas ahora, ya que cada vez que ha visitado en los últimos años es por malas noticias.

Un año antes, estuvo allí por el funeral de su madre. Tardó más de un día en llegar porque decidió hacer el viaje en auto, en parte para pensar en otra cosa que no fuera la pérdida, pero también para retrasar su llegada. Finalmente había arribado a la casa de sus padres, o de su padre viudo, mejor dicho. No recordaba mucho de los tres días que había pasado allí. Solo sabía que, al tomar el vuelo de vuelta a California, se había prometido a sí misma no volver nunca más.

Pero ahí está, conduciendo el auto que alquiló en Dallas, a donde llegó en uno de los últimos aviones que despegó del aeropuerto de Oakland. Por fortuna, tomó la decisión de volver con prisa. De habérselo pensado más no habría tenido cómo llegar. Pagó mucho dinero por el pasaje y aún más por viajar con su gato, Allan. Prácticamente se había gastado todos sus ahorros, cosa que le hubiera preocupado más de no estar a punto de acabarse el mundo. Solo espera que valga en algo la pena. No puede quitarse de la cabeza la posibilidad de que su padre le cierre la puerta en la cara apenas la vea.

Mira su celular para calcular el tiempo de viaje que le queda: unos cinco kilómetros. Nada, en comparación de todo lo que ha recorrido. Lo que le queda de viaje, espera, debería ser mucho más fácil que lo que ha dejado atrás. En el avión hubo tensión constante, con dos pasajeros, un hombre y una mujer, que tuvieron fuertes crisis nerviosas que la tripulación solo pudo controlar con medicamentos. Pero al llegar a Dallas, y tras conseguir un automóvil (por el que tuvo que pagar el doble porque el dueño sabía que probablemente nunca se lo de volvería), halló obstáculo tras obstáculo: carreteras llenas, caos generalizado, por no hablar de los locos que corrían desnudos por las calles, lanzaban fuegos artificiales o disparaban al aire (o eso quería creer). Un par de veces pensó que no lograría llegar, en especial cuando se detuvo en una bencinera a recargar el tanque y un hombre de unos cincuenta años apareció frente a ella para amenazarla con una pistola con el fin de robarle el auto. Cuando ella lo amenazó de vuelta con su propia arma, el desconocido salió corriendo.

Luego de ese evento, no se había bajado del vehículo. Lo hará solo en la propiedad de su padre, a menos que no tenga otra opción. Pero duda que tenga esa mala suerte. La carretera que transita está vacía porque se dirige a una zona de grandes ranchos, aislada de los núcleos urbanos. Por primera vez en su vida, aprecia la decisión familiar de alejarse tanto de la sociedad. Allí nada indica que el mundo esté a punto de acabarse y Amy lo agradece en silencio.

Se gira hacia la derecha, hacia el asiento del copiloto, donde está la caja transportadora de Allan. Parte de su pelaje blanco se asoma por la rejilla y Amy estira la mano para acariciarlo. Sabe que el animal lo ha pasado mal y que debe estar odiándola en este momento.

—Falta poco, Allan —murmura, consciente de que el gato debe estar durmiendo o no le importan sus promesas.

Le quedan unos tres kilómetros y, a menos que se equivoque en sus cálculos, unas cinco horas para el final del mundo. Concentrada en el viaje, ha logrado no pensar mucho en aquello. Es decir, por ese motivo está viajando, pero trata de no ir más allá. Ha evitado ponerse a meditar sobre cómo acabará todo, si será doloroso, si tiene algún sentido, si es injusto o no. Hace mucho que no le pide a la vida que sea justa o que tenga sentido. Y supone que la muerte siempre acarrea algo de dolor; solo espera que sea rápido.

Para ella, lo verdaderamente importante es que va rumbo a reencontrarse con su padre.

Su relación con él nunca fue buena. Él es demasiado serio, tranquilo y conservador como para comprender sus inquietudes, su curiosidad intelectual y sus ganas de conocer el mundo. Cuando era una niña, eso se reducía a retos y castigos por andar distraída, por leer en vez de ayudar en la casa y cosas así; pero en la adolescencia todo fue a peor. Peleaban hasta por lo más mínimo, tenían opiniones encontradas en todos los temas, desde Dios y la iglesia hasta qué equipo de Fútbol Americano era mejor, pasando por política y qué era lo que Amy debía hacer con su vida.

El día en que ella por fin dejó la casa fue el resultado de algo que venía preparando desde hacía mucho, algo que ansiaba porque se sentía abrumada en ese lugar. Pero hasta la última noche temió acobardarse, más que nada por su madre. Sin embargo, esa noche su padre y ella tuvieron una pelea terrible, con gritos fuertes, a causa de la única confesión que Amy no se había atrevido a hacer hasta entonces: su condición sexual como lesbiana. Al escuchar aquello, el hombre se ofuscó tanto que ella temió que le pegara. Lo detuvo Nixon, el perro de la familia. El pastor alemán se interpuso entre ambos como si le hubiera leído el pensamiento a su amo, y se largó a ladrar sin descanso hasta que no tuvieron más remedio que sacarlo de la casa.

Al día siguiente, Amy tomó una mochila, el dinero que había logrado ahorrar con sus trabajos de verano y las mesadas, y se fue de la casa para volver cinco años después por el funeral de su madre. Desde entonces, había vivido primero en Albuquerque y luego en Berkeley, California, donde trabajaba y estudiaba. Cuando sonó la alarma anunciando el fin del mundo, estaba terminando el último año de su maestría en Lengua Inglesa. Si el mundo de verdad se acababa, nunca podría dedicarse a lo que había soñado: la edición. Estaba conociendo a una arquitecta desde hace un par de meses, el sexo era genial y se llevaban muy bien. Además, tenía varios amigos, tanto en la universidad como en el trabajo. En el departamento donde vivía no le faltaba nada, aunque era pequeño y algo oscuro. Estaba lleno de libros, por lo que Amy lo ama solo un poco menos que a Allan, su gato. Ella también ama su espacio, su vida, su futuro. Por primera vez se sentía completa... hasta que sonó la alarma.

A pesar de lo que había ocurrido entre ambos, cuando comprendió que el anuncio del fin podía ser en serio, en lo único que pudo pensar fue en volver a Texas para ver por última vez a su padre. ¿Por qué? No lo entendía. En el día a día apenas pensaba en John Baker, al menos de manera consciente. A veces no se daba cuenta, pero de pronto lo tenía presente por el más mínimo detalle: el acento de alguien en alguna película o una botella de Lone Star en algún bar.En ocasiones, grita desaforada mientras ve partidos de los Huston Texans, el equipo favorito de su padre, a pesar de que cuando vivía con él siempre afirmó seguir a los Giants de Nueva York. Por llevarle la contraria, claro. Incluso, en una ocasión que los Huston se habían enfrentado a los Golden Bears, el equipo de Berkeley, ella había gritado como nunca con los puntos de los primeros y maldecido a los californianos con cada anotación de los segundos.

No necesita que ningún terapeuta se lo diga: su padre sigue siendo una presencia constante en su vida. Claro, es el hombre que la crió, que la forjó junto a su madre hasta que terminó siendo lo que es ahora, tanto en lo que aceptó de aquella crianza como en lo que es por rebeldía, en lo que ellos aprueban de su vida como en lo que no. En Berkeley, cada vez que conseguía algo: un aumento de sueldo, pasar algún semestre, un mejor apartamento, pensaba en lo que diría su padre, si estaría orgulloso o no.

—Maldito John Baker —musita.

Allan se remueve en la caja transportadora y, por primera vez en muchas horas, deja de darle la espalda. Los ojos de ambos se encuentran: los de ellas de un azul brillante, herencia de los Baker; los de él de un tono verde que bien podrían tener los campos que recorren en ese momento. Pero allí todo es amarillo y marrón.

—Sé lo que me quieres decir, Allan —comienza Amy al tiempo que vuelve a mirar por el parabrisas. Les quedan menos de dos kilómetros para llegar—. Esto es una mala idea.

El gato no le quita los ojos de encima. Cuando la observa así, Amy siente que la comprende mejor de lo que debería, que casi le lee la mente.

—Él me odia, yo lo odio... Además, me estoy metiendo en la boca del lobo. Justo en su territorio, ¿entiendes? El maldito podría sacarme a punta de disparos si quisiera... O insultarme... O ignorarme...

Suspira y el sonido retumba en el silencio solo roto por el que hacen el motor y las ruedas sobre el camino. Está cansada, asustada por lo que se viene, preocupada por la posibilidad de haber tomado una mala decisión. Debió quedarse en California, donde tiene a sus amigos, a su novia; la ciudad que es su hogar, el que ella eligió, donde se siente cómoda. No allí rumbo a una casa que siempre odió, donde ya no está su madre y que solo habita su padre, un hombre incapaz de comprenderla.

Es cierto, lo extraña. No siempre, claro, pero más veces de las que está dispuesta a reconocer cuando el fin del mundo no pende sobre las cabezas de todos. Lo extraña durante las noches, cuando fuma apoyada en la ventana, y lo imagina haciendo lo mismo en el porche de la casa mientras se mece suavemente en la silla que heredó de su abuela, con Nixon echado a sus pies. Lo extraña para su cumpleaños, porque en cada uno de los dieciocho que pasó en Texas él le hacía el mismo regalo: un abrazo, gesto que durante el resto del año era extraño.

Amy extraña tanto esos abrazos que, cuando mira la ruta en el celular y se da cuenta que solo le falta un kilómetro, se le hace un nudo en la garganta.

—Ya es muy tarde —dice ante la mirada de Allan.

Para su futuro, su carrera... para el mundo. Es muy tarde para todos los que habitan la Tierra, a menos que la alarma sea una mentira. Pero ella no lo cree. Algo le dice que esta vez es en serio, por algo dejó su vida atrás y volvió a su ciudad natal.

Porque espera que, al menos, para su padre y ella no sea tarde.  



GRACIAS POR LEER :)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro