CAPÍTULO DIEZ: Brant y Agna

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Faro Roter Sand, Alemania, 13 de julio del 2022, 6:32 pm

Quedan alrededor de 8:30 horas para el fin del mundo


La mujer camina en círculos dentro del diminuto espacio. El hombre la observa, impaciente, con la espalda apoyada contra uno de los muros curvos. No están seguros sobre lo que ocurre, pero han visto ya cinco helicópteros sobrevolar la zona.

—Quizá alguien cayó al mar —supone ella.

—O se han visto tiburones —aventura él.

Intercambian una mirada preocupada. La recepción telefónica es pésima allí, en especial dentro del faro. Si salen al balcón de la cima y se ubican en el extremo que queda frente a la costa de Alemania pueden recibir, de vez en cuando, suficiente cobertura como para que les lleguen las notificaciones a sus teléfonos. De hecho, fue así como, por casualidad, oyeron la alarma, varias horas después de que sonara.

—Deberíamos volver a salir... ya sabes, para tratar de conseguir suficiente recepción y ver si ese anuncio fue un error —sugiere él, pasados algunos segundos.

—Lo más raro es que nadie atiende el teléfono de línea. ¿Crees que ocurrió algo? ¿Y si, de repente, estamos en guerra? ¿O si nos atacaron terroristas? —interroga su amante.

—No lo sé, Agna. Es muy extraño lo que pasa. Si quieres, puedo regresar al balcón en medio de la tormenta para ver si consigo algo. Pero es un peligro. Con la tormenta que hay y el viento tan fuerte, me preocupa caer al mar.

—Y no puedes nadar —completa ella—. Ya lo sé, Brant. Ya lo sé.

—El barco regresará mañana temprano. —El hombre camina hacia su amante y detiene su andar—. Cálmate, no pasará nada malo. —Le roba un beso mientras deja que sus brazos le recorran la espalda a la mujer.

Están allí por un viaje de trabajo, una conferencia sobre nuevas metodologías de pedagogía clínica. O eso le dijeron a sus familias cuando subieron al taxi que los condujo al puerto.

Brant había reservado el Faro Roter Sand* porque era remoto. Desconectado de la civilización en cada aspecto posible. Fue costoso, pero él confiaba en que valdría la pena. Deseaba disfrutar de su joven amante por setenta y dos horas. Solos, sin miedo a que los vieran o a que los descubrieran por error. Quería entregarse al placer y a la lujuria con la muchacha. Anhelaba cumplir con las fantasías que con su esposa, embarazada de siete meses, no podía alcanzar.

El primer día había sido maravilloso. Descubrieron nuevos puntos débiles el uno del otro. Follaron en el sillón y en la ducha, bajo las sábanas y contra los muros. El clima les permitió incluso gritar de placer al aire libre bajo las estrellas, en el balcón del faro.

—¿Y si el barco no llega? —inquiere ella—. ¿Qué le diremos a nuestras familias?

—Llegará —promete él, aunque también duda—. No seas boba, hermosa. Disfrutemos del tiempo que nos queda. —Vuelve a besarla con cariño.

Agna rodea el cuello de Brant con ambos brazos y fuerza una sonrisa resignada. Sabe que él tiene razón. De nada le sirve preocuparse. Ya sea que el barco se retrase o el mundo se acabe, están atrapados ahí por el momento.

Ella se muerde el labio, traviesa, y pega su cuerpo más al de él. Le encanta verlo así: desaliñado. Con la camisa desabotonada y sin pantalones. Desestructurado, con un poco de vello fácil que acentúa su adultez.

Y a él le pasa lo mismo. Le encanta observar la tersa piel de Agna, que es casi diez años más joven. Ama sus pechos bien formados y la flexibilidad que le permite experimentar nuevas formas de disfrute.

—Siempre me gustaron las historias en las que el jefe se encama con la empleada nueva, con la secretaría o con la pasante de la universidad —bromea ella—, pero nunca pensé que podría vivirlo en carne propia. Es mucho mejor que la ficción.

—Muchísimo mejor —repite él en un susurro antes de buscar el cuello de su amante para comenzar a besarlo con deseo—. Estás tensa, hermosa. ¿Quieres que prepare algo para comer primero? ¿O un té? —murmura mientras deja un camino de marcas rojas que va hasta la clavícula de ella.

—Mmm... suena bien, sí. Gracias.

Bajan las escaleras hasta la cocina. En el faro, las habitaciones son pequeñas y se encuentran una sobre la otra. La tormenta agita un poco la construcción y los obliga a tener cuidado mientras descienden.

Brant comienza a calentar el agua para el té mientras que Agna quita las cosas de la mesa: su tanga rota de la noche previa, las esposas de cuero, una venda para los ojos y algunos juguetes que usaron y que todavía tienen que lavar. Luego, pasa un trapo húmedo porque no sabe dónde guardan los productos de limpieza.

Cuando termina, se sienta y suspira. Busca el teléfono que tiene metido dentro del sostén y desbloquea la pantalla. Sin recepción, no ha recibido más notificaciones.

—Deja ese maldito aparato de lado —sugiere él, ya con la taza humeante en la mano—. Sabes perfectamente que fue un error o una broma. O algún hacker. Un mundo no puede acabarse así, sin previo aviso.

—Pero ¿y la tormenta? —insiste ella, que recibe el té.

—Estaba pronosticada desde la semana pasada, ya lo habíamos visto —refuta Brant—. Esta es época de lluvias, además. Y, si hubieran sabido que el mundo estaba por acabarse, lo habrían dicho antes.

—Tienes razón, soy una tonta. —Agna apaga su teléfono y lo deja a un lado. No quiere verlo más—. ¿Qué vas a cocinar?

—Pensaba poner el salmón al horno con un poco de condimento e improvisar una ensalada.

—Suena bien. —Ella hace una pausa—. Oye, Brant, supongamos que de verdad se fuera a acabar el mundo en unas horas, ¿te sentirías mal por no estar con tu familia? Tienes esposa, dos hijos y el tercero en camino...

—Ay, Agna... Deja de pensar en eso —suspira él, pero responde a la pregunta—. La verdad es que no puedo volver a mi casa hasta mañana de todas formas. Así que, si fuera cierto que el mundo se va a terminar, ¿qué más da? Estoy atrapado aquí contigo. Al menos querría disfrutar y ser feliz hasta el último momento. ¿Tú no?

—Sí, tienes razón en eso también.

Cambian de tema casi de inmediato. Hablan sobre nimiedades y cenan ya entre risas, con algunas copas de vino de por medio.

Brant no puede dejar de observar los pechos de Agna, que apenas están cubiertos. Lleva mirándolos desde que la conoció en su primer día de trabajo, cuando el sostén negro se traslucía por debajo de la blusa amarilla que ella llevaba.

Ella nota la lascivia de su gesto, le encanta. Ama sentirse deseada, notada. Y no pierde oportunidad para resaltar sus mejores atributos frente a él.

Con las mejillas enrojecidas por el alcohol, Brant se pone de pie y camina hacia su joven amante. Le extiende el brazo para ayudarla a ponerse de pie.

—¿Qué dices si vamos al cuarto? —sugiere, cerca de su oído.

—Me encantaría —contesta ella, una sonrisa traviesa se dibuja en su boca.

Quiere olvidarse de la alarma y de la tormenta, de la falta de recepción. Desea perder la noción de urgencia que la invade y confía en que él podrá llevarla, una vez más, al borde de la locura. Agna se sirve un vaso de whisky con prisa y lo bebe de sopetón para entumecer un poco la mente.

Brant sonríe al verla porque sabe que ella grita más fuerte cuando ha bebido demás, y a él le encanta oírla clamar a causa del placer. Se relame. Coloca su mano en la parte baja de la cintura de ella y la guía hacia las escaleras.

Cuando comienza a subir, ella siente un ligero mareo. Sus piernas fallan y tropieza. Alcanza a sostenerse del cuarto o quinto escalón. Él, de pie pocos centímetros por detrás, sonríe.

—Quédate así, hermosa —pide y se aproxima a ella—. Todavía no hemos intentado hacerlo en la escalera.

"Si la tormenta retrasa nuestro regreso y nos mete en problemas, al menos no me arrepentiré de no haber disfrutado estos días al máximo", piensa mientras se quita la ropa que lleva puesta. "Y si el mundo se acaba, lo mismo. No desaprovecharé el tiempo".


*El faro Roter Sand dejó de funcionar en 1986 y se convirtió en sitio turístico y hotel desde el 2010 con ocupación máxima de 4 personas a la vez. La distribución de los cuartos interiores mencionados en el capítulo son de nuestra imaginación, ya que poca información conseguimos sobre en qué orden se encuentran las habitaciones (sabemos que hay un cuarto abajo, una cocina y otro cuarto arriba). Las personas pueden alquilar este sitio, que es costoso, y son llevados en barco. Solo puede hacerse esto en junio, julio y agosto, que son los meses del verano.


GRACIAS POR LEER :)

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