CAPÍTULO DOCE - PARTE DOS: Andrea

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Milán, Italia, 13 de julio del 2022, 7:40 pm.

Quedan poco más de 7 horas para el fin del mundo. 


No sé por cuánto tiempo más pueda tolerar la situación. Alphonso llora sin consuelo y a los gritos en el cubículo opuesto al mío. El jefe se marchó hace horas, no esperó por nadie. Los afortunados que trabajaban solo medio turno están a salvo en sus hogares. Los demás quedamos atrapados en el edificio. Sin luz ni escapatoria. En las calles se escuchan gritos, bocinas y disparos, abandonar el lugar no es seguro.

A través de la ventana del quinto piso puedo ver la desesperación en la que se ahoga la ciudad... y puedo ver también tres cadáveres que todavía se desangran sobre el pavimento. Mi estómago se revuelve con arcadas que amenazan por hacerme vomitar el ácido estomacal que queda dentro de mí. No pude almorzar y ya he regresado por la boca hasta la última migaja de la cena de ayer.

Necesito hacer pis, pero no me atrevo a ir al baño. El miedo llevó a Lia y a Flavio a cortarse las muñecas en los lavabos. Sus cuerpos siguen allí, nadie sabe qué hacer con ellos.

"Tengo que regresar a casa", pienso. Mis hijos esperan por mí. Deben estar preocupados. Solos.

Si se enteraron de la alarma, quién sabe cómo habrán reaccionado. Rezo a Dios por ellos.

Padre nostro, che sei nei cieli, sia santificato il tuo nome... —murmuro y ruego por ellos, por Thiago y por Marco—. Protégelos. Amén.

Jamás fui una persona demasiado creyente. Mi familia me llevaba a la iglesia y me casé en una catedral. Sin embargo, no recuerdo cuándo fue la última vez que fui a misa o que repetí estas oraciones con los ojos apuntando al cielo.

Si Dios existe, no se apiadará de alguien como yo, que lo he ignorado por años.

"Si tan solo pudiera comunicarme, por lo menos, con mi ex...", lamento. Tengo el teléfono sin batería y no hay forma de cargarlo. Federico es el padre de mis bebés, después de todo. Sé que los ama tanto como yo, más allá de nuestras diferencias. Si él supiera que están solos, iría por ellos.

"Quizá ya lo hizo. Tal vez su instinto paternal lo ha llevado a mi hogar para cerciorarse de que la familia esté bien".

—Me voy. No aguanto más. Saldré —anuncia Lorenza, la supervisora de otro equipo.

—Es peligroso allá afuera —refuta Maurizio.

—Mi nona está sola y es vieja, casi cien años tiene. Necesito ir con ella, es la única familia que me queda —insiste la mujer.

—Espera a que oscurezca más, así podrás pasar desapercibida y moverte más segura. Y ve a pie, que desde aquí veo coches en llamas en las avenidas.

—Así lo haré —afirma ella.

—¿Dónde vives? —interrumpo yo en voz alta.

—No muy lejos, unas dos millas hacia el norte.

—¿Cerca del Parco Giovanni Testori? —consulto, esperanzada.

—Sí.

—Mi hogar queda cerca, también tengo que regresar por mis hijos lo antes posible. Vayamos juntas, será mejor —sugiero—. Ya casi termina de anochecer.

Ella me dedica una sonrisa y arrastra su silla hasta dejarla justo frente a una ventana que apunta al norte. Hago lo mismo. Nos quedamos en silencio, a la espera del momento indicado para partir.

"Marco. Thiago. Esperen por mí, por favor. Juro que, sea como sea, y si Dios lo permite, estaré allí antes de medianoche".


GRACIAS POR LEER :)

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