CAPÍTULO TREINTA Y UNO: Masuyo

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Tokio, 14 de julio de 2022, 7:45 am.

Quince minutos antes del fin del mundo. 


470.894.567

Ese es el número de seguidores que tiene el perfil de Twitter que creó hace unas horas. Lo lee en voz baja cuando actualiza la página. Casi 48 millones de seguidores. Hay países que tienen muchos menos habitantes que eso.

Pero Masuyo no sonríe como hacía unas horas. Para este punto, ya le da igual.

Según la cuenta regresiva que tienen activa en la CNN, quedan veinte minutos para el fin del mundo. El canal solo transmite en ese momento los números sobre un fondo rojo; ya no hay periodistas intentando analizar el asunto de la alarma ni reporteros desde distintas partes del mundo describiendo cómo el caos y la histeria se toman las ciudades. Quizá muchas de las personas que vio durante esas quince horas frente a las pantallas ya están muertas. Unos cuantos de los seguidores del perfil de Twitter también. Algunos se deben haber suicidado, a otros los habrán matado. En el fondo, los envidia.

Estira el brazo para volver a actualizar el perfil, sabiendo que en promedio debió subir entre quinientos y mil seguidores en apenas unos minutos. Está a punto de darle a la tecla, pero no lo hace. Su mano cae sobre la superficie sucia del escritorio como un peso muerto.

¿De qué sirve saber que rompió todos los récords, que es la cuenta más seguida de Twitter? De nada, no sirve de nada. En veinte minutos ya no habrá nadie a quien le importe.

Él no le importa a nadie, ni siquiera a su madre. Nunca lo hizo. Ni antes ni en este momento.

Lleva quince horas esperando que la mujer golpee a su puerta otra vez, pero en ningún instante apareció. Ha intentado convencerse de que algo le pasó. Quizás en el camino a verlo se encontró con una turba de gente enloquecida por la perspectiva del fin y la mataron. O puede que sea imposible moverse por la ciudad. O tal vez no...

Suelta un bufido.

No, él sabe la verdad. Su madre lo odia, siempre lo ha odiado. Nunca fue lo suficientemente bueno, guapo o inteligente. Era uno más, el tipo de niño que los demás ignoran o insultan y golpean cada vez que pueden. Nunca tuvo novia, ni un amigo de verdad. Desde los trece años que la mayoría de sus interacciones son a través de internet y, para cuando decidió dejar de salir al exterior, estaba tan gordo que la gente lo miraba en la calle. Su madre lo odia por todo eso, lo sabe. Y lo odia aún más desde que se convirtió en una carga para ella, en un lastre. El hijo que debería haberle dado una nuera, nietos y una vejez llena de lujos no es más que un desadaptado social.

Por eso no ha ido a verlo otra vez, ni siquiera con el fin del mundo a punto de ocurrir. Seguramente al ver la alerta y darse cuenta por los noticiarios que era cierto, se sintió en parte feliz porque se libraría de él. Claro que no lo iría a ver, para qué. Dejaría que el fin del mundo hiciera lo que ella nunca se había atrevido a hacer: acabar con la vida de el monstruo al que engendró.

La odia. La odia mucho. Primero, por haberlo parido, pero sobre todo por haberlo abandonado.

Ojalá esté muerta.

Ojalá sea cierto que pronto todos estarán muertos.

Mira su habitación y se pregunta cómo es que un lugar donde lleva metido casi cuatro años puede inspirarle tan poco cariño. Mira las pantallas y se pregunta si habrá alguien en el mundo que en ese momento sea feliz, realmente feliz.

Actualiza la página y lee el número de seguidores.

470.894.568

Frunce el ceño. Es imposible que solo una cuenta haya comenzado a seguirlo después de tantos minutos. Así no funciona la cosa, no puede ser. Aprieta la tecla, una, dos veces, pero la información no cambia.

Su boca se abre cuando la idea llega a su mente: ese seguidor nuevo es su madre. Sí, es ella. Tiene que ser ella. Olvida que la mujer tiene un celular viejo porque no le gusta la tecnología y que solo posee una cuenta de Facebook que no ocupa nunca. Olvida la imposibilidad de que ella sepa que la cuenta @The_End_2022 le pertenezca a él.

De pronto, todo calza. Su madre lo encontró de la única forma que importa ahora, a través de su legado al mundo, el perfil con más seguidores de Twitter antes del final.

Comienza a llorar sin darse cuenta. Porque ella lo ama, no lo ha olvidado. Cómo podría olvidar a su único hijo.

Se remueve en la silla antes de darle click al recuadro que le permite escribir un tweet. Lleva varias horas sin escribir nada porque no le hizo falta. La gente viralizó sus mensajes de despedida en diversos idiomas. Él fue la piedra que generó la primera hora, nada más. Pero ese mensaje le pertenece, nadie puede escribirlo en su lugar. Traga saliva. Su frente está perlada de sudor. Lleva demasiado tiempo sin hablar con su madre, tanto que no sabe qué decir. Piensa en algo largo, emotivo, poético, pero no se le ocurre nada. Además, los caracteres son limitados.

No encuentra las palabras.

Hasta que estas lo encuentran a él. No son demasiadas, ni conforman un mensaje emotivo o poético. Son solo una representación de lo que siente. Nada más que la verdad, simple y llana.

Lo escribe y le da al botón para publicarlo. No sabe que su madre no podrá verlo porque, tal como temió varias veces a lo largo de esas quince horas, la mujer murió intentando ir a verlo, aplastada por una multitud, así como muchos otros. Masuyo mira el mensaje y se convence de que ella sonríe a la distancia.

"Mamá, te extraño."

Faltan diez minutos para el fin y él, de pronto, es feliz. 


Las personas que nos ayudaron con los tweets son: 

LiaAtomic

Its_isaN

Angela-MG

LordAdvocado

Muchas gracias <3

Y GRACIAS POR LEER :)

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