15 | Un lienzo suplicando arte

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15 | Un lienzo suplicando arte.

Ellie.

La veo cerrar sus ojos mientras sus dedos se mueven con destreza sobre las teclas del piano y es...alucinante. Es como si hubiera nacido para esto—y no lo dudo—.

No entiendo por qué aún no aceptan su carta de solicitud para tocar en ese prestigioso lugar.

Bufo.

Ellos se lo pierden en no considerarla, puesto que es una increíble pianista.

Cuando termina, abre sus ojos tras un suspiro y una sonrisa tira de sus labios cuando me ve.

Espiándome, ¿eh?.

Sabes que me encanta verte tocar. Eres increíble.

Su sonrisa decae un poco, la conozco tanto que sé lo que piensa sin aún decirlo.

No tan increíble para ellos, ya que aún no aceptan mi carta de solicitud.—se lamenta, y el sonido de una tecla suena al ser presionada.

Camino hacia donde está y me hace lugar para sentarme a su lado en el banco de terciopelo blanco.

Ellos son unos imbéciles por no considerarte tocar en ese lugar.

Mala palabra.—me riñe y yo ruedo los ojos, cosa que le hace soltar una pequeña risa.

Amo su risa y amo más ser yo la responsable de que ría, pero odio ver a mi hermana triste, aunque sepa ocultarlo bien sé que le entristece que aún no sea aceptada.

Nunca te rindas, por favor.—le digo y ella asiente con la cabeza.

Tampoco te rindas tú.

Promesa.

Unimos nuestros meñiques y yo le muestro una amplia sonrisa.

Ahora toca para tu fan número uno.

No sabía que tenía alguna fan.enarca una ceja con diversión.

Siempre seré tu fan número uno, Elina.

Y yo la tuya, Ellie.

Me da una última sonrisa y me pierdo en la melodía que empieza a tocar.

Abro los ojos y lo primero que veo es el techo de mi habitación, casi quiero volver a cerrarlos para poder estar unos segundos más a su lado.

—Un recuerdo.—susurro.

Con sólo estar al lado de mi hermana mientras la veía tocar, ya era motivo suficiente para sentir una inimaginable sensación de refugio expandiéndose por mi pecho.

Recuerdo que después de que terminara, nos dió hambre e intentamos hacer lasaña, pero:

1. La cocina terminó hecha un desastre.

2. El intento de lasaña quedó incomible.

3. Nos quedó claro que no éramos buenas cocineras.

Pero, lo volvería a repetir con tal de estar riendo a su lado por horas mientras veíamos el desastre que hicimos.

—Te extraño—es inevitable que se me escape.

Cierro los ojos con fuerza, reprimiendo el grito que quiere salir de mí. No puedo deshacerme de este horrible pensamiento. Ella aún pudiera estar aquí, pero fuí tan imprudente y despistada que...

Salgo de la cama y, cuando me dirijo al baño, me detengo al cruzar mirada con la mesita de noche.

El tercer cajón...

—No, no, no—sacudo la cabeza y me ordeno moverme para entrar en el baño y cerrar la puerta.

Luego de unos cuantos minutos en asearme, salgo de mi habitación y por el silencio que hay en la casa, deduzco que no hay nadie.

¿Dónde están? Es sábado y no trabajan los fines de semana.

Llego a la cocina y veo el post-it adherido en la nevera.

Cielo, tu madre y yo fuimos al cementerio a llevarle flores a tu hermana. En el microondas está tu desayuno.

Te amo.

Papá.

Trago saliva y deposito la nota en el mesón de la cocina.

—El ce-cementerio.—murmuro con la vista puesta en mis medias con estampado de vacas.

Cierro los ojos e inhalo hondo, recordando las palabras de Elisabeth sobre volver a pintar. Soy consciente de que aferrarme a la pintura puede ser una buena manera de desahogarme, debido a que en un lienzo se pueden plasmar diversas emociones. La cuestión es, que pintar me trae muchos recuerdos y la mayoría son con ella. No sé si sea capaz de afrontarlos, ya que siempre utilizo la mínima oportunidad para culparme de su muerte.

Los recuerdos me duelen; me arden, me queman.

Salgo de la cocina y mi mirada se dirige a la puerta de color blanco que se encuentra a unos centímetros de distancia de las escaleras. Es la habitación que acondicionaron para que yo creara mi arte y a la que nunca volví a poner un pie.

Me acerco con pasos lentos e inseguros, y cuando llego; una mano reposa en el lugar donde se encuentra un corazón acelerado, advirtiendo las punzadas de dolor que me provoca remover un pasado muy reciente. Me tomo unos segundos y esa misma mano se dirige al pomo de la puerta. La abro y con un paso me adentro a la habitación.

Es casi inmediato, en mis ojos se acumulan lágrimas y me llevo una mano a la boca para ahogar el sollozo que se me escapa.

Todo está como lo recordaba, nunca he sido muy ordenada, por ende, algunos pinceles se encuentran desparramados en el escritorio, al igual que unas pinturas sin sus respectivas tapas, probablemente ya están secas. En las paredes que antes eran blancas, aún se encuentran las primeras pinturas que hice, y papá las enmarcó, así como también hay varios dibujos que nunca terminé. Lágrimas caen cuando dirijo la mirada a la pared más grande, en donde permanece una fotografía que nos tomó papá y yo pinté.

En la pintura, Elina se deja llevar por la melodía que toca en el piano y, al lado de éste, hay un caballete con un lienzo en donde yo pinto.

Verlas a las dos haciendo lo que más les apasiona me hace el papá más feliz del mundo.—dijo mi progenitor con ojos cristalizados, cuando sentimos el flash de la cámara.

Mamá lo rodeó con sus brazos por atrás y nos sonrió.

Cuando las dos colisionan su arte, crean la más hermosa pintura que alguien pueda apreciar.

Por siempre juntos.—volvió a hablar papá con voz ronca, y una sonrisa que hizo brillar sus hermosos ojos celestes.

Por siempre juntos.—dijimos mamá, Elina y yo al unísono.

De un momento a otro, mis rodillas tocan el piso y no lo detengo más.

El llanto hace vibrar mi pecho de manera salvaje, un grito de dolor se me escapa y golpeo el suelo con mis puños cerrados hasta cansarme.

—Perdóname, perdóname, perdóname...

En este lugar me reí una infinidad de veces con ella, también se me escaparon un par de lágrimas en mis días triste y Elina se encontraba a mi lado, siendo de las dos, la que se le daba mejor los consejos.

En este lugar discutimos un par de veces, pero no durábamos mucho tiempo enojadas y terminábamos con pintura en la cara o en la ropa.

Este lugar es un cofre del tesoro.  Y mi tesoro era ella.


No importa lo que diga Nat para hacerme sentir mejor, sé que soy la culpable y temo que esa culpa nunca se vaya de mí.

—Yo hice que el «por siempre juntos» se hiciera añicos más rápido de lo previsto.

El timbre de la casa suena y lo ignoro, sentada en el frío suelo con el rostro empapado en lágrimas y un leve dolor en mis manos.

El timbre vuelve a sonar y reúno fuerzas para levantarme e ir a abrir.

Lo primero que veo es la sonrisa de Ryan cuando dicha puerta se abre.

—Buenos días, dormilona.

El olor a jabón y a su masculina fragancia inunda mis fosas nasales, casi quiero cerrar los ojos e inhalar su aroma, pero no lo hago y me dedico a observar ese bonito brillo en sus ojos que siempre parece tener.

Tarde me doy cuenta que no le respondí y ahora su sonrisa no está, sino que me evalúa y, sin despegar su mirada de la mía, siento el tímido contacto de su dedo en mi mejilla.

—Estabas llorando.—afirma y otro dedo se le une para ir borrando el rastro de lágrimas que quedan.

No respondo, y, en su lugar, acorto la distancia y rodeo su cintura con mis brazos, los suyos me envuelven e inhalo su aroma. Me gusta como huele.

Nos quedamos en esa posición por cortos minutos y decido romper el abrazo, haciéndole una seña para que se adentre a la casa.

—Bonitas medias.—comenta cuando camino a su lado, al verlo, tiene una media sonrisa burlona.

Choco mi hombro con el suyo o eso intento, ya que por la diferencia de altura, mi hombro llega a la mitad de su brazo.

—¿Ya desayunaste?—le pregunto.

—Si, ¿y tú?

Niego con la cabeza.

—Yo te puedo invitar el desayunar, si quieres.

Enarco una ceja como respuesta.

—Por cierto, ¿por qué viniste?—pregunto, en su lugar.

—Ah, ¿no te puedo visitar?—intenta bromear, pero veo como su sonrisita divertida flaquea y decido alejar cualquier duda que tenga.

—Sabes que sí.

Su media sonrisa cobra vida mientras nos sostenemos la mirada en el medio de la sala de estar.

—Vine porque quise invitarte a salir—ya no está su sonrisa pero mantiene su usual serenidad—. ¿Te sientes bien para salir?

Algo dentro de mí se remueve al escuchar el tono preocupado con que hizo la pregunta. Sabe que algo no va bien pero no me presiona al preguntarme, y eso me agrada. No me siento lista para hablar y agradezco que lo entienda.

Oh, Ryan, ¿y si tu luz se opaca por mi culpa?

—Dame unos minutos y vuelvo—respondo y subo las escaleras.

Entro a mi habitación con rapidez y voy directo hacia el baño, me deshago de mi ropa de dormir y entro a la ducha, pasan unos minutos—espero que no demasiados—y salgo con una toalla cubriendo mi cuerpo.

Me coloco unos vaqueros, jersey de lana gris y tenis blancos. Me devuelvo la mirada cuando estoy frente al espejo de cuerpo completo y mis ojeras son notables, me sigo viendo pálida y mis ojos no tienen el brillo que los caracterizaba.

Me encuentro apagada.

Decido dirigirme hacia el tocador e intento ocultar mis ojeras, me coloco máscara para pestañas, rubor y un sutil rojo en mis labios, rocio un poco de perfume y peino mi largo cabello que de por sí, ya es lacio. Por último, me echo un último vistazo al espejo y al menos no son tan notables las ojeras, aún así, la mirada decaída es notable.

Guardo mi móvil en el bolsillo delantero de mis vaqueros y salgo de la habitación.

—...pero no lleguen muy tarde, ¿está bien?—escucho que le dice papá a Ryan cuando piso los últimos escalones.

Mi progenitor no tarda en notarme y me regala una sonrisa mientras se acerca a mí. Al llegar, besa mi frente y me envuelve en un corto abrazo.

—Estás preciosa, cariño.

Me sonríe e imito su gesto con una pequeña sonrisa.

—No muy tarde, jovencito.—le entorna los ojos a Ryan, que se encuentra a su lado.

—De acuerdo, señor.

—Diviértete, cielo.—sugiere mi progenitor cuando abre la puerta de la casa para nosotros, acto seguido, salimos de ésta.

—Lo intentaré, papá.

Compartimos una mirada y asiente con su cabeza.

—¿Tardé mucho?—le pregunto a Ryan cuando caminamos hacia su auto.

—No, pero tu papá ya me había recordado unas tres veces que no te trajera muy tarde.

—A veces aparece el instinto protector.—se me escapa una risita y le enarco una ceja—. ¿Por qué te lo advirtió varias veces? ¿Piensas estar todo el día conmigo?

Nos detenemos en su auto y ahora estamos frente a frente en la acera.

—Ese es el plan—responde, sincero—, ¿estás a bordo?

—De acuerdo, marinero.

—¿Marinero?

—Sí, porque yo soy la capitana.

Tres segundos pasan para reír.

—Muy bien, capitana. Espero que el marinero Ryan pueda cumplir con el plan de hacer que este y otros días sean diferentes y agradables para ti.

—Y, si no son; entonces no deberías preocuparte, puesto que esta capitana te estará siempre agradecida.

No dejo que responda y camino hacia la puerta del copiloto,  segundos después, el motor del auto cobra vida y reconozco la canción que empieza a sonar: Sparks de Coldplay.


Le echo una mirada a mi acompañante y éste hace ligeros movimientos con su cabeza, dejándose llevar por la música.

My heart is yours...pronuncia bajito con la vista puesta en la carretera y dándole suaves toques con sus dedos al volante, al compás de la música.

It's you that I hold on to...sigo la letra de la canción con la vista puesta en la ventana, mientras crece una agradable sensación de paz.

Yeah, that's what I do...aún con un tono bajo, casi como un susurro, la voz de Ryan es una de las más bonitas que he podido escuchar.

And I know, I was wrongtrago saliva y lo miro de reojo—. But I won't let you down...

La voz del vocalista es lo que llena el silencio que se expande entre nosotros y cuando Ryan se detiene en un semáforo en rojo, nos miramos y decimos:

Yeah, I saw sparks.

Me pierdo entre el miel de sus ojos y él de mis grisáceos. Probablemente hacemos que con una mirada no hagan falta las palabras.

Pero, el momento es interrumpido por el insistente claxon del auto que se encuentra atrás. Ryan pestañea unas dos veces y su risa divertida se hace escuchar cuando pone en marcha el auto.

Lo siento, sujeto del auto de atrás, espero que no llegue tarde por nuestra culpa.

Llevo mi vista hacia la ventana, ocultando la sonrisa divertida que se quiere escapar.

〃〃〃〃


Una pequeña sonrisa tira de mis labios cuando bajo del auto y visualizo el lugar al que me trajo Ryan. Vine una sola vez, pero ya le tengo un cariño especial: Chita's.

Este lugar es realmente acogedor.

—Dije que te invitaría el desayuno, así que, esta es nuestra primera parada—ladea su cabeza para verme—. La primera vez que viniste no conociste a una persona muy especial y tampoco te mostré un peculiar rincón de este lugar.

Sonrío.

—Andando, entonces.

No tardamos mucho en entrar y, cuando lo hacemos, el olor a café y galletas acarician mis fosas nasales.

No soy fan del café, pero debo admitir que el olor del que preparan en este lugar es bueno.

Nos sentamos en una de las mesas para dos cerca de la ventana y la mesera que nos atendió la última vez no tarda en llegar.

—¡Buenos días! Bienvenidos a Chita's. ¿Qué desean ordenar?

Yo me quedo muda, sin saber muy qué responder.

—Buenos días—responde Ryan—, antes de ordenar quisiera ver a...—el castaño lleva su mirada a un punto detrás de mí y una sonrisa de dientes blancos aparece—la nana...

Volteo hacía la misma dirección y una señora de estatura baja, piel clara y con el cabello blanco, sale de una puerta situada al fondo del Chita's con algo en sus manos que desde aquí no logro identificar con claridad.

Todos la miramos, incluyendo a la amable mesera.

—Claro, le avisaré que estás aquí.—la joven nos da una última sonrisa cortés y se retira.

Le echo un vistazo a Ryan, pero él sólo me guiña un ojo y se dedica a esperar a su...¿nana?, sí.

—¿Te acordaste de que aún existo, pequeño malagradecido?

La señora que segundos atrás miré desde la lejanía, ahora se encuentra parada en nuestra mesa, cruzada de brazos y le entrecierra los ojos a Ryan, pero, no me pierdo la sonrisa bobalicona que tiene en su rostro, debilitando el papel de señora enojada.

—Nana, fuí ayer a tu casa para acompañarte a llevar a Rocky al veterinario.—le recuerda Ryan y se levanta de la mesa, para luego abrazar a la señora.

La diferencia de altura es muy, pero muy notable, cosa que me resulta tierno y a la vez gracioso.

—Y, ¿quién es esta hermosa jovencita?—pregunta la señora cuando sale de los brazos de Ryan.

—Ella es...Ellie, nana.—el castaño se lleva una mano a la parte trasera de su cuello y se rasca sutilmente.

Enarco una ceja, ¿por qué esa acción? ¿Está nervioso? ¿Un animal lo picó? Sea lo que sea, me causa gracia su gesto.

—Oh, ¿esa Ellie?—los oscuros ojos de la señora se abren como huevos.

¿De qué me perdí?

Carraspeo, llamando la atención de ambos.

—Hola, señora...—le extiendo mi mano pero me detengo al no saber su nombre.

—Molly, cariño. Un placer conocerte.

Unimos nuestras manos y me obsequia una cálida sonrisa, mirándome con una notable curiosidad.

Cualquiera podría pensar que al ver su cabello blanco estaría toda arrugada o con verrugas, producto de los años. Pero no, con sólo verla, pienso que es una de las primeras personas con un espíritu alegre y vivo en este lugar—y la mayoría que ocupan las mesas son jóvenes—. Quizás no luce como alguien de veinte años, pero apuesto a que su alma sigue siendo de alguien joven.

Mis pensamientos se cortan cuando veo que Molly nos da la espalda, pienso que se irá, pero solo se dirige a la mesa de al lado, en donde hay tres sillas y un chico ocupa una, siendo distraído por su móvil mientras le da un sorbo a su bebida.

—Disculpe, joven. ¿Puedo tomar esta silla prestada, por favor? Prometo que cuando termine la devolveré.

El chico despega la mirada del móvil, luciendo aburrido.

—Búscate otra y no molestes—el tono de desdén que utilizó me hace fruncir el ceño. Le echo un vistazo a Ryan y éste tiene el entrecejo fruncido, lanzándole miradas poco amistosas al maleducado.

—Entiendo, ¿estás esperando a otras personas para que ocupen las sillas?—pregunta Molly, entre confundida y compresiva.

—No estoy esperando a nadie y ya te dije que busques otra puta silla.—responde el chico, molesto y fastidiado por la situación.

Ryan se levanta de la mesa y se posiciona al lado de Molly.

—¿En tu casa no te enseñaron buenos modales? ¿Qué te hace pensar que tienes el derecho de tratar así a los demás?—el castaño frunce el ceño y su semblante es mortalmente serio—. Ella sólo te pidió amablemente una silla y tú fuiste muy grosero. ¿No deberías disculparte?

La respuesta del chico es un molesto bufido.

—Mira, amigo, esto no te incumbe y ella fue la que se acercó, si no lo hubiera hecho yo no la hubiese tratado mal, porque ni siquiera noté su presencia en este lugar de mierda.

—Si este lugar es muy mierda como dices, te invito a que te retires.—la voz de Molly es contundente.

—¿Quién te crees para decirme que me vaya?—le pregunta el chico, irritado.

—Soy la dueña de Chita's y te recuerdo que con esa actitud es muy poco probable que ganes algo en esta locura que llamamos vida. Que tengas un lindo día.

Molly toma la silla y le da la espalda al chico que deja unos cuantos billetes en la mesa, para luego salir a paso apresurado.

—¿Estás bien, nana?—le pregunta Ryan cuando vuelve a ocupar su lugar.

Molly suspira y asiente con la cabeza, dándole un rápido apretón a la mano de Ryan que se encuentra en la mesa. Él le devuelve el gesto.

—Sí, sólo había olvidado que, lamentablemente, sigue habiendo personas como él en este mundo.

—Pero, me alegra que aún haya personas como mi dulce nana habitando en él—sonríe.

—A mí también me alegra.—intervengo de manera sincera, aunque un poco apenada por interrumpir su momento, sin embargo, Molly me sorprende con un reconfortante apretón en mi mano.

—¿Ya saben lo que quieren para desayunar?

Niego.

—No te preocupes, si me lo permites, escogeré un delicioso desayuno para ti.

—De acuerdo.

Y se retira, dejándonos solos en la mesa. Ryan la sigue con la mirada y en ella se puede notar el amor que le tiene.

—¿Es tu abuela?—hago la pregunta sin poder retenerla.

Desvía la mirada de Molly y ahora centra su atención en mí.

—Biológicamente, no. Aún así, la quiero como si fuera parte de mi familia, y en el fondo, lo es. A veces queremos a alguien como si fuese nuestra familia aunque no llevemos el mismo apellido, y eso también es válido.

Pienso en Kora y en Max. Y le doy totalmente la razón.


—¿Dónde la conociste?

Ryan se pasa una mano por el cabello y suspira, ese movimiento me distrae pero logro recomponerme.

—Aquí—hace un círculo con su dedo en el aire, señalando el lugar—. Fue cuando me sentía completamente perdido. Ese día, al igual que los anteriores, encendí el auto y manejé sin un rumbo fijo; sin darme cuenta, pasé por este lugar y aparqué el auto. Cuando entré, el bullicio de las personas me irritó, aumentando el dolor de cabeza que mantenía desde hace unos dos días, pensé en irme, pero el olor a pastel de vainilla que impregnaba el lugar logró que me rugiera el estómago—sacude su cabeza y una sonrisa de soslayo aparece, como si se acordara de ese momento—. Escogí uno de los asientos para dos y me mantuve cabizbajo durante unos minutos, los pensamientos intrusivos se repetían sin parar en mi cabeza y el recuerdo de esa trágica noche tampoco se iba, hasta que ella apareció...

—«Levanta la cabeza, muchacho. Te enseñaré cómo levantarte de la lona para que la vida se entere de que por más golpes que te dé, siempre te sabrás levantar»lo interrumpe Molly cuando llega a nuestra mesa—. Eso fue lo que te dije cuando aparecí, ¿cierto? Oh, dime que si, aún no quiero tener Alzheimer porque olvidaría donde dejé mi preciado vibrador.

Eso último me saca una estruendosa carcajada, sin poder evitarla.

Pero, lo que me genera confusión, es que Ryan se haya quedado atónito y ahora me observa como si fuera un espécimen raro, puedo jurar que ni siquiera pestañea. Mi risa cesa, pero aún se mantiene una pequeña sonrisa divertida en mis labios.

—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras de ese modo?—le pregunto.

—Tu risa es...preciosa. Tú eres preciosa—sacude su cabeza repetidas veces y luego sonríe—. Bendita seas, nana. ¡Lograste que se riera! ¿Escuchaste su risa? ¡Es lo mejor que he escuchado en meses! Es preciosa, armoniosa, maravi-.

Ryan se calla abruptamente. Yo pestañeo. Nunca habían elogiado mi risa y se siente...bien, que él haya sido el primero.

Hablaba rápido y con una genuina emoción que fue casi contagiosa.

—La escuché, y concuerdo contigo, pero no respondiste mi pregunta y, ¡por amor a Dios! Ahora la duda me está carcomiendo.—expresa Molly con un poco de impaciencia.

—Si, nana, si dijiste eso. Yo te respondí un: No eres mi nana para darme consejos de cómo afrontar la vida, gracias.

Ella le sonríe con cariño.

—Y yo contraataqué con un: Pues prepárate, porque si lo seré.

Molly deja la bandeja con comida en la mesa y toma asiento.

—Medialunas de queso y jamón, pretzels y jugo de fresa para ti, hermosa—Molly desliza el plato hasta que queda frente a mí y luego le desliza otro a Ryan—. Pastel de vainilla para ti, mi copo de miel.

—Gracias, nana.

—No hay de qué, cariño.

—¿Copo de miel?—lo observo de manera divertida y a Ryan se le tiñen de un leve carmesí las mejillas.

—Sí, es la persona más dulce que conozco—responde Molly, echándole una mirada al castaño, luego me mira con una sonrisa pícara—. No estés celosa, cariño, todos pueden ser mis copos de miel.

Me guiña un ojo y le sonrío.

A Elina le hubiera caído muy bien esta señora.

Comemos y algunas veces se me escapan leves risas por las anécdotas que cuenta Molly y, sin darme cuenta, me he terminando todo mi desayuno. Es la primera vez en mucho tiempo que como todo y no sólo le doy dos bocados.

—Oh, ¿cómo olvidar esa vez cuando fuí a Brasil?—se ríe—. Los tambores, el ambiente alegre que los brasileños mantenían mientras armaban el círculo y bailaban; fue inevitable no bailar con ellos. Al final salí toda sudada y los pies me dolían, pero valió la pena.

Mientras nosotros comíamos, Molly nos contaba las distintas anécdotas que tuvo cuando visitó distintos países. No quería quedarse toda su vida en tierras inglesas y, por ende, aprendió nuevos idiomas para así poder conocer nuevas personas, tradiciones, gastronomías y culturas—palabras de ella, no mías—.

Visitó Argentina, Brasil, Colombia, México, Perú, Uruguay y Venezuela, así como también países europeos. Ella dice que podría comer sin cansarse los croissants de Francia; así como también la pasta de Italia.

—¿Y el plato navideño de Venezuela? Oh, por Dios, la hallaca es muy deliciosa.

Nosotros asentimos, cual soldado a su capitán, y sabiendo que nunca hemos visto si quiera esa comida de la que habla.

—Ellie—me llama Ryan y le doy un leve asentimiento para que continúe—, ¿ves esa pared de allá?—la señala con su dedo.

Volteo hacía esa dirección y es una pared bastante grande de color negro, lo más curioso es, que visualizo a varios jóvenes escribiendo en ella, e incluso, un par de adultos.

—Esas personas que ves—las señala Molly—, están escribiendo las cosas que les preocupa; lo que quieren cumplir, lo que los hace felices. Yo la llamo «pared desahogo»—sonríe Molly.

—De ese rincón es el que te hablé.—me recuerda el castaño.

Me levanto del asiento y él sonríe, captando mi señal de que si quiero ir. Le devuelvo el gesto.

Ryan realiza un ademán para levantarse, pero el sonido de su móvil se lo impide.

—Es...mi primo.

—Contesta, puede ser algo importante.—le digo y me vuelvo a sentar.

Asiente y contesta la llamada.

—Hola, Ke-

Pego un respingo ante el movimiento abrupto de Ryan al levantarse del asiento. Su semblante luce preocupado.

—Vuelve a repetir la dirección, por favor. No logro entenderte bie—se pasa una mano por el cabello, impaciente—. Bien, quédate ahí, ya salgo para allá.

Y cuelga.

—¿Qué ocurrió?—pregunta Molly.

—Unos hombres lo golpearon, no sé en qué estado lo dejaron, pero no se escucha bien—es todo lo que dice Ryan y luego me mira, apenado—. Lo siento, Ellie, pero me tengo que ir, ¿quieres que te lleve a casa o quieres pasar un rato más aquí?

—Voy contigo.

—¿Qué?—niega con la cabeza—. Puede ser peligroso.

—Quiero acompañarte, además, puedes perder tiempo llevándome a casa y no sabes el estado de tu primo.

Nos sostenemos la mirada y le demuestro que no aceptaré un no como respuesta. Suspira.

—Está bien.

Besa la frente de su nana y yo me despido con un tímido abrazo.

—Las puertas de Chita's siempre estarán abiertas para ti, cariño.—susurra Molly en mi oído.

Le sonrío y salimos del lugar.

Ryan no pierde tiempo en encender el motor del auto y no va excesivamente rápido, pero tampoco a paso de tortuga.

Al llegar a donde creo que es nuestro destino, sé el por qué nunca había frecuentado este lugar: Es tenebroso.

Ryan conduce con cuidado y sé que piensa lo mismo que yo.

Las calles están un poco solitarias, botellas rotas se dispersan en las aceras y logro ver a un hombre que observa el auto con una mirada que me hace tragar saliva.

—¿Estás seguro que es por aquí?

—Es la dirección que me dió.

Aparca el auto en un callejón y dudo en bajar, pero dije que lo acompañaría y eso es lo que haré.

Santa madre de Dios, protégenos.

Nos adentramos al callejón con pasos cuidadosos y el olor hace que tape mi nariz con el dorso de la mano. Huele a orine mezclado con agua de alcantarilla.

Ryan se detiene y señala con su dedo a una persona que está hecha un ovillo a unos cuantos pasos de nosotros. No duda en acercarse y se agacha para poder revisarlo.

—Oh, por Dios.—dice Ryan cuando lo voltea y la cara del chico queda hacia nosotros.

El corte en el labio no para de sangrar, un ojo está tan inflamado que se encuentra cerrado y morado, el otro está entreabierto y su ropa es un desastre. Una mano reposa en su estómago y las probabilidades de que haya recibido golpes en esa zona o en las costillas son altas.

—Debo llevarlo al hospital, se encuentra inconsciente.

Ryan lo intenta sentar y yo me quedo petrificada cuando logro detallar bien su rostro.

No puede ser.

Inconscientemente, doy dos pasos hacia atrás, reconociendo a la persona que recibió una paliza.


¿De todas las personas en el mundo, justo él tenía que ser su primo? Esto es una jodida broma.

—Yo...lo-lo siento...me-me tengo que ir—tartamudeo y el corazón empieza a latirme desbocado.

Ryan me mira sin entender y mis ojos se llenan de lágrimas.

—Lo-lo siento, Ryan.

Corro.

—¡Ellie!—me llama y no me detengo—. ¡Puede ser peligroso!

Sigo corriendo y no me detengo, aún con las advertencias de Ryan.

Maldición.

Llego a la calle y pese a que no conozco este lugar, corro.

La vista se me nubla por las lágrimas pero no me detengo. Corro hasta que dejo esas calles tenebrosas atrás y sólo me detengo en un lugar más transitado.

Siento la garganta seca y tengo el leve presentimiento de que mis piernas en cualquier momento flaquearán.

Saco mi móvil con manos temblorosas y pienso en llamar a papá, pero me abordaría a preguntas que en este momento no quiero responder. O, aún peor aún, me podría preguntar por Ryan y el por qué me dejó sola, cuando fuí yo la que lo dejé.

El peso de haberlo dejado solo en ese callejón y con su primo inconsciente me hace tragar saliva con dificultad. Entendería si se molestara.

Llamo a Nat y ésta no tarda en responder.

—¡Mi prima favorita! ¿Cómo estás, bombón?

—Nat...—tomo una bocanada de aire—, necesito tu ayuda, por favor.

—Ellie, ¿qué ocurre? Dime donde estás y salgo para allá en este jodido momento.—el sonido de unas llaves suenan a través de la línea y el cerrar de una puerta.

Le explico donde estoy y luego cuelgo cuando dice que ya viene para acá.

Me siento en la acera y acuno mi rostro entre mis manos.

Cuando Ryan mencionó a su primo, nunca pensé que ese Kevin sería parte de su familia.

Jodida mierda.

Unos minutos después, quito las manos de mi rostro cuando visualizo el auto de Nat aparcado frente a mí.

—¡Trae tu lindo trasero aquí!

Respiro de alivio y no dudo en abrir la puerta de copiloto.

—Kevin Murphy es el primo de Ryan.—suelto.

Lo que me lleva a pensar que son primos por parte materna, puesto que no comparten el primer apellido.

—Mierda.—espeta la peligris.

No hablo en todo el trayecto a casa y seco con disimulo unas lágrimas silenciosas que caen.

—Gracias por traerme, Nat.—le digo cuando llegamos.

—Sabes que cuentas conmigo para todo, Ellie—me sonríe—.¿Quieres que te acompa...?

Niego.

—Quiero estar sola, pero gracias.

Salgo del auto y camino para entrar a la casa.

Sé que ya llegaron cuando le echo un vistazo a la cocina y veo unas cuantas bolsas de compras en la encimera, no hago mucho ruido y cuando me dirijo hacía la escalera, mi mirada se topa con la habitación en la que estuve.

Olvidé cerrar la puerta cuando me fuí, así que camino hacía ella, ignoro el pinchazo que me produce y entro. Camino en dirección a un lienzo en blanco que descansa en una esquina y paso la yema de mis dedos.

El lienzo me suplica por un arte que en este momento no sé si puedo dar.

Trago el nudo en mi garganta con dificultad y salgo, cerrando la puerta tras de mí.

Sonrío sin gracia cuando llego a mi habitación, hace unas horas atrás me reía por las palabras de una cariñosa señora y ahora el nudo en mi garganta me da una invitación para echarme a llorar.

Jodida montaña rusa de emociones.

Me siento en la orilla de mi cama y abro el tercer cajón de mi mesita de noche. Saco lo que me queda de cocaína y hago dos finas líneas.

Me inclino e inhalo la primera línea, sintiéndome como la persona más mierda del mundo.

Voy por la segunda y cuando estoy inclinada, cierro mis ojos. No, no, no. Soy mejor que esto, soy me-.

—Cariño, me dí cuenta de que llegast...—la voz de papá se apaga y abro los ojos, se encuentra parado en el umbral de mi puerta, mirándome con una expresión que no sé descifrar.

Luego, su mirada va hacía la línea de cocaína que permanece en la mesita de noche.

Triple mierda.



____________________



¡Hola, hola, copos de mieles! Del 1 al 10, ¿cómo se encuentran hoy?👀

Las pregunticas: :D

•¿Qué les pareció Molly? 🌸¿Quién quiere ser su copito de miel? 🍯io quiero.

•¿Les llama la atención el arte? ¿Saben dibujar/pintar? Ayuda, yo no sé hacer ni una casita😭. Soy más de las que admiran el arte.

•¿Por qué será que Ellie se puso de esa manera al ver a Kevin?👀

En algún momento cada cosa tendrá su respuesta, tengan paciencia, copitos de miel *guiño, guiño*

Sin más que agregar, ¡gracias por leer, votar o comentar! 💌💐

Besos sabor a agradecimiento.<3

Andrea R.

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