24 | Playa, sol y arena

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24 | Playa, sol y arena.

Ryan.

—¿Qué?–pregunta con aire burlón–. ¿Saldrás de nuevo con ella? Te ví llegar en la madrugada.

Termino de apilar los alimentos y me giro dando un suspiro. Kevin le da un mordisco a su manzana desde el umbral de la cocina.

—Si, saldré de nuevo con ella.

Rueda los ojos y se adentra a la cocina para quedar frente a mí.

—¿En serio, Ryan? Te creía más inteligente.

Otro suspiro de mi parte.

—¿Vas a volver con tus comentarios? La semana pasada me dijiste que ella no me convenía y que tampoco sabía nada de su vida. ¿Qué me dirás hoy?

—Hablo en serio, Ryan.

—Yo también.

Sacude la cabeza con aire burlón y le da otro mordisco a su manzana, traga y vuelve a hablar:

—No sabes nada de ella.

Y ahí están esas palabras otra vez. Me empiezan a irritar.

—Ah, ¿y tú si?–me cruzo de brazos y su mirada se torna más oscura de lo que ya es, ante su falta de respuesta. Vuelvo a hablar:– Puede que no sepa demasiado sobre su pasado, pero me basta con empezar a conocer su presente.

—Es una pu...

—Cuidado–lo corto, serio.

—Ella no te conviene. Eres muy ingenuo.

Inhalo hondo.

—¿Qué sabes tú de lo que me conviene?

No responde mi pregunta y, en su lugar, lleva la mirada hacia el mesón, en donde se encuentran distintos alimentos crudos.

—¿Qué harás con todo eso?–me observa y vuelve su sonrisa burlona–. ¿Un patético picnic? Qué cursi eres.

—Prepararé varias comidas, lo que me recuerda que ya debo subir a mi habitación para bañarme si no quiero que se haga tarde para buscar a mi cita.–respondo sin una mala reacción por sus palabras dichas anteriormente. Le paso por el lado para salir de la cocina y escucho su resoplido.

—Te lastimará–dice antes de dejarlo solo–. Es lo que siempre hace con las personas.

Pese a que no sé en qué se basa para decir eso, me detengo y digo:

—Sea lo que sea, ella se encuentra arrepentida. Por más estúpido que suene, sus ojos lo demuestran. A veces, la mirada expresa más o igual que una palabra.

Dejo atrás a mi primo y subo las escaleras de dos en dos. Poso mi mano en el pomo de la puerta de mi habitación, y no entro porque escucho el chillido de Lizzie junto a un estallido de risa.

—¡Basta, mamá!

Abro la puerta de su habitación y sonrío, viéndolas en la cama de mi hermanita mientras la menor se retuerce por las cosquillas que le hace mamá.

—¡Ryan, socorro!–pide entre risas y me adentro a la habitación aún con la sonrisa en mis labios.

—Oh, para él también hay cosquillas.–advierte mamá y cumple su amenaza cuando llego al borde de la cama y tira de mi brazo.

Me hace reír con sus cosquillas y yo logro hacer lo mismo con ella. Lizzie ríe mientras nos ve y soy el más feliz sólo con esto. Escuchar la risa de mamá y la de Lizzie no tiene precio.

—Las amo.

—¿De aquí a la luna?–pregunta Lizzie y gatea en la cama hasta llegar al regazo de mamá.

—De aquí al infinito, hermanita mía.

Me sonríe y le devuelvo el gesto. Unos segundos después, les aviso que tengo que alistarme para buscar a Ellie y me desean suerte antes de salir de la habitación de mi hermana.


***


Ellie.

—¿Que tú qué?–chilla Kora, emocionada, terminando de hacer el nudo de mi bañador azul.

Me cubro el rostro con las manos para ocultar el fuerte sonrojo que se apodera de mis mejillas.

—Que le dije a Ryan que también me gusta.–murmuro.

Kora retira las manos de mi rostro y me sonríe con picardía para luego dar saltos por toda la habitación, riendo y aplaudiendo en el proceso. Ésta linda asiática es muy loca, pero la quiero.

Me contagia su energía y acabo riéndome con ella.

—Y hoy tendrán una cita.–recuerda esa parte que también le conté.

—Eso parece.

—En la playa.

—Kora, me estás poniendo más nerviosa.–camino hacía mi cama y le lanzo una almohada que logra darle en el hombro.

—Todo saldrá bien, amiga mía–hace el intento por guiñarme un ojo, pero acabo riendo porque sigue sin salirle bien–. Ryan es un chico lindo y no permitirá que la pases mal.

Tomo una bocanada de aire. Pensando en el chico con el que tendré una cita.

—Parece entenderme aún sin contarle demasiado, ¿sabes?

Kora me hace sentarme en el banco de mi tocador, y empieza a cepillarme el cabello.

—Eso es lindo de su parte, Ellie.

—Lo es.–digo mientras la veo empezar a trenzar mi cabello de una manera sencilla pero bonita. Trago grueso, sintiendo una punzada de dolor–. Esto lo hacía mamá y Elina.

No puedo evitar recordarlo.

Kora me dirige una mirada a través del espejo del tocador y hay pesar en sus bonitos ojos oscuros.

—¿Crees que la relación con tu mamá vuelva a ser lo que era antes?

Espero que sí.

—No lo sé.–y duele pronunciar esas palabras.

Suspira y luego me sonríe cuando ve su resultado.

—Eres tan hermosa.

Mi peinado consiste en una trenza que comienza desde la mitad y termina al final de mi largo cabello, también dejó algunos mechones sueltos que se encarga de ondular con la rizadora.

—Tú también eres hermosa, Kora. Gracias por el peinado.

Sus ojos, delineados perfectamente, se achican cuando me sonríe.

Termino de vestirme—ya tengo puesto un pantalón corto de cintura alta—y me paso una camisa de manga corta color pastel. Reviso mi pequeña mochila, verificando que esté todo y asiento distraídamente con la cabeza.

Mi celular suena con una llamada entrante, y cuando lo cojo en la mesita de noche, muerdo mi labio inferior para que no se dibuje la sonrisita en mis labios.

—¿Hola?

—Llegué por mi cita–dice su voz al otro lado de la línea.

No reprimo la sonrisa que se me forma y Kora emite un teatral suspiro.

—Estoy lista.

Susurra un "de acuerdo" y finalizo la llamada.

—Quiero que me inviten a su matrimonio.–pide Kora juntando sus manos en súplica.

Sus palabras me hacen reír y ruedo los ojos con diversión. Mi amiga pasa un brazo por mi hombro cuando recojo mi pequeña mochila y salimos de la habitación.

Cuando llegamos al segundo piso, no me sorprendo al no ver la presencia de los abuelos por ningún lado, puesto que horas antes salieron a caminar. Lo que si me sorprende es no ver a papá, pero junto los cabos cuando visualizo la puerta principal abierta: Se dió cuenta de la llegada de Ryan.

—¿Te quedarás?–ladeo la cabeza para mirarla y Kora niega levemente con la cabeza.

—Mamá vendrá en unos minutos por mí. Dos meseros renunciaron y, mientras tanto, la ayudo en el restaurante.

Eun-ji es la dueña y chef de su propio restaurante que cada vez se vuelve más famoso. Si bien su especialidad es la comida coreana, el menú es bastante variado y es realmente buena en lo que hace. Kora siempre irradia orgullo cuando habla de su mamá o cuando la mira.

—Oh, algún día tengo que volver a probar el delicioso ramen que prepara Eun-ji.–le digo mientras avanzamos hacia la salida. Kora asiente en acuerdo.

—Sabes que estará feliz de embriagarte con todo ese amor que siempre tiene para dar.

Salimos de casa y visualizo a Ryan recostado del auto mientras su atención está en papá, que le dice cosas mientras va señalando con sus dedos. Ryan asiente con la cabeza, concentrado. Reprimo una risa.

—...muy tarde.–logro escuchar cuando nos acercamos.

—Si, señor.

—Conduce con cuidado.

—Lo hago, señor.

—Acuérdense del cinturón de seguridad.

—Si, señor.

—¿Por qué sigues diciéndome señor?–mi padre enarca una ceja con diversión.

—No lo sé, señor.

—Ryan...–le entrecierra los ojos.

—Okey, se... Arthur.

Papá ríe y le desordena el cabello de manera juguetona, Ryan no se muestra incómodo por ese gesto y sonríe, divertido. Su mirada conecta con la mía por unos segundos y no pierde esa sonrisita.

Después de unas cariñosas despedidas por parte de mi amiga y papá (que volvió a repetir lo de no llegar muy tarde y decirle a Ryan que conduzca con cuidado), subimos al auto en silencio.

Los nervios empiezan a aflorar en mi piel cuando nos encontramos, de nuevo, a solas en el mismo lugar. Y es que, no debería de sentir estos nervios, recordando que pasé la madrugada con él, pero, ¡joder! Es... ¿Diferente? Porque, bueno, es una cita pero... Oh Dios, que vómito verbal e interno tan desastroso.

—Estoy nerviosa.–suelto.

—Yo también.

—¿Por qué estamos nerviosos?

—No tengo idea.

Se me escapa una risa suave y ladea su cabeza para mirarme, sonriendo de lado.

—Seamos dos nerviosos juntos.–propone.

—Me gusta tu idea.

Me relajo en mi asiento y nos colocamos los cinturones de seguridad antes de que Ryan encienda el motor del auto.

Una canción de la que desconozco su nombre empieza a sonar en la radio y realizo una pequeña mueca al escuchar lo poco agradable que es. Quiero reír cuando le echo un vistazo a Ryan y lo encuentro con el ceño ligeramente fruncido, enviándole una corta mirada a la radio.

—¿Puedo poner una playlist desde mi celular?

—Por favor.

Me indica donde debo conectar mi celular mientras no despega la mirada del camino, y no dura mucho tiempo para que la primera canción de la playlist nos sorprenda y llene el ambiente de picardía por su peculiar letra. Empieza a sonar The Neighbourhood- Sweather Weather.

Reímos por la peculiar casualidad del destino, y nos adentramos a un cálido lugar en el que sólo existimos los dos mientras nos dejamos llevar por la canción.

La cantamos en un tono de voz intermedio que luego envíamos por un tubo, alzando la voz más fuerte de lo que pensé.

Desafinamos, nos equivocamos en algunas partes y reímos como locos, no, locos no, reímos como dos jóvenes que se gustan y que olvidan por un momento donde están para disfrutar del momento.

Paradise de Coldplay es la siguiente y la canto con algo de sentimiento. Ryan me acompaña en algunas partes y, a mitad de canción, me limpio una rebelde lágrima con disimulo cuando hace un recorrido por mi mejilla.

A medida que la canción avanza, mi voz se va apagando y lo que era una lágrima, se convierte en un mar en mis ojos, pero lo reprimo. Reprimo, reprimo y reprimo. Miro por la ventana en un intento por alejar las lágrimas, pero visualizo a dos chicas que ríen mientras un hermoso perro salta para agarrar helado que se encuentra en la mano de una de ellas.

Cierro los ojos con fuerza y cada parte de mi cuerpo se contrae en dolor.

Perdóname, perdóname, perdóname.

El pensamiento de que es mi maldita culpa aparece y lo odio.

El auto se detiene junto a una acera y escucho el sonido que emite un cinturón de seguridad al ser desabrochado, posterior a ello, Ryan sale del auto y lo rodea para abrir la puerta de copiloto, me desabrocha el cinturón de seguridad y abre sus brazos.

—¿Q-qué?–balbuceo.

—Ven aquí, sé que necesitas este abrazo.

Sorbo mi nariz y salgo del auto para abrazarlo. Se siente tan cómodo ser abrazada por él, que lo podría hacer cientos de veces y no me cansaría.

Su mano acaricia mi espalda de arriba a abajo y lágrimas silenciosas ruedan por mi mejilla.

—Elina...ella...yo...no...–susurro con voz entrecortada–. La extraño tanto–cierro los ojos con fuerza y casi puedo ver su linda sonrisa–. Duele, me duele.

Ryan no dice nada y sólo se dedica a acariciar mi espalda mientras las lágrimas acarician mis mejillas. Creo que agradezco su silencio, porque por más palabras de consuelo, mi dolor no se apacigua.

No sé cuánto tiempo pasa, pero recuerdo que mis piernas están descubiertas y no hace precisamente calor. Volvemos al auto y Ryan retoma su rol de conducir, el silencio se llena con canciones que conocemos y así transcurre todo el camino hasta llegar a nuestro destino.

El auto se adentra a un camino de piedras y visualizo casas que se encuentran alejadas la una a la otra.

—¿Qué...?–empiezo.

—Espera.

Avanza otro poco y abre el garaje de una de las casas para introducir el auto. Me giro para verlo con una ceja enarcada.

—¿Me trajiste a una casa de playa?

—Correcto.

—¿Por qué?

—Porque es nuestra cita y no quería que otras personas estuvieran rondando por la playa. Así que, nos encontramos en una zona privada.

Le enseño una media sonrisa y me desabrocho el cinturón de seguridad para bajar del auto, colgándome la mochila en el hombro. De inmediato, el melodioso sonido de la playa me acaricia los oídos.

Ryan llega a mi lado con bolsas en las manos y le ayudo a sujetar una, mientras introduce una llave en la cerradura de una puerta blanca. Ya adentro, me dedico a observar los alrededores.

Si bien la casa no es excesivamente grande, luce acogedora y tiene ese toque playero que resulta agradable. Sigo al castaño hacia la amplia cocina y dejamos las bolsas en la isla. Aprovecho de lavar una fresa que estaba en la bolsa que sostenía y su sabor alegra mis pupilas gustativas. Delicioso.

—¿Quieres saber el menú?–pregunta Ryan sacando los alimentos de las bolsas.

—Si, chef.

—Sándwiches de pollo, ensalada César, tomates rellenos de quinoa, salmón con aguacate y queso fresco y, para el postre, crepas de fresa y nutella.

Pestañeo.

—¿Sabes hacer todo eso?–mi voz se tiñe de una pizca de sorpresa.

—Un día te dije que soy bueno en muchas cosas–dibuja una media sonrisa en sus labios y se gira para lavarse las manos.

—Quiero ayudarte, pero te advierto que yo sí soy pésima en preparaciones de comida.

Emite una corta risa y también me lavo las manos.

—Bien, puedes ayudarme a cortar.

—Si, chef.

Niega con diversión al escuchar el apodo y me indica que puedo ir cortando la pechuga de pollo mientras él se encarga de lavar la lechuga. Después de que tenemos todo picado, empieza la preparación de la ensalada César.

—¿Cómo aprendiste a cocinar?–pregunto mientras corto las rebanadas de pan para ir adelantando algo de los sándwiches de pollo.

—Con papá nos gustaba ayudar a mamá en la cocina, nos divertíamos mucho en el proceso y lo volvimos nuestra rutina. Al principio, no me dejaban acercarme al fuego porque todavía era muy pequeño, pero los ayudaba pasándoles lo que necesitaban o cortando algunas cosas.

—De esa manera fuiste aprendiendo algunas preparaciones.–declaro asintiendo con la cabeza.

—Así es, y a medida que fuí creciendo, le encontré algo de gusto a la cocina. Me genera paz, pero no siempre fue así.

—¿Por qué?

—Porque estaba tan enfurecido con la vida por haberme arrebatado a alguien tan importante que, ni siquiera en la cocina, pude encontrar un poco de paz–detengo lo que hago para mirarlo y en su semblante no hay más que serenidad. Él ya aceptó ese capítulo de su vida y no hay que ser un genio para notar que se siente bien con su presente–. La parte buena es que, sigo ayudando a mamá en la cocina pese a que nos falta un integrante.

Realiza una media sonrisa y se la devuelvo, minutos después noto que la ensalada César ya está lista y me indica que ponga las rebanadas de pan en el sartén mientras él pone a hervir otra pechuga de pollo para los sándwiches.

Podemos movilizarnos por la cocina con comodidad y sólo necesito un momento de distracción para que huela a quemado.

Oh no.

—¡Mierda, el pan!–exclamo.

Efectivamente, las cuatro rebanadas de pan se encuentran de color negro por un lado. Volteo a ver a Ryan y reprime una risa que hace que sus mejillas se tornen de un leve carmesí. Le entrecierro los ojos.

—Te ríes y te comes las cuatro rebanadas calcinadas.–amenazo y se le escapa la risa que disimula con una tos.

—Se quemaron porque no pusiste el fuego medio y el sartén tampoco tiene la gota de aceite de oliva que necesita.

—Soy un desastre.–me quejo.

—Un precioso desastre.

Le da un toquecito a la punta de mi nariz y me pasa por el lado para retirar las rebanadas de pan y asegurarse de que todo está en orden para que las nuevas rebanadas no se quemen.

En los próximos minutos nos dedicamos a terminar el menú que Ryan tiene planeado y de tanto en tanto algunos temas triviales salen a colación, como los juegos que más nos divertían cuando íbamos a la playa de pequeños. Tampoco puedo evitar enviarle miradas cuando se encuentra concentrado en lo que hace y más de una vez se me ha cruzado la idea de detenerlo para besarlo, pero me he resistido.

—...las fresas.

Sacudo la cabeza.

—Lo siento, ¿qué decías?

—Que, por favor, cortes las fresas para las crepas. Ya están casi listas.

Hago lo que me pide y se las paso, minutos después terminamos y los dos realizamos un suspiro al unísono. Alza su mano y choco los cinco.

—Somos un buen equipo.–observo las comidas en distintos platos muy bien presentadas.

—Lo somos.–asiente en acuerdo.

—¿Podemos ir a la playa?Necesito un descanso.

—A la playa, señorita.

Soy la primera en salir de la casa y el viento amenaza con desordenar mi cabello, le facilito el trabajo y deshago mi trenza, salgo de mis cómodas sandalias y bajo mi pantalón corto de un tirón, también me quito la camiseta y, finalmente, quedo en mi bañador azul de dos piezas.

—No hace mucho...

Las palabras del chico se desvanecen y me giro para encontrarlo de pie en el umbral de la puerta. Pestañea repetidas veces con la vista clavada en mis ojos.

—¿No hace mucho qué?

—Que no-no hace...¿qué decía?–lame sus labios y le doy completa atención a ese gesto–. Ah, que no hace mucho calor.

—Qué raro.–ironizo y él asiente con diversión antes de quitarse su camiseta.

Hago un esfuerzo sobrehumano por no quedarme viendo más tiempo del que debería su piel desnuda y sé que le sucede lo mismo cuando su mirada no se despega de mis ojos. Carraspeo y digo lo primero que viene a mi mente:

—El que llegue de último lava los platos.

Giro y corro hacia la playa, sintiendo la arena bajo mis pies. Ryan se toma lo que dije en serio porque me alcanza y quedamos en empate al tocar el agua al mismo tiempo.

—Eso...fue...–tomo una bocanada de aire–... divertido.

—Lo fue.–concuerda con una media sonrisa.

El agua se encuentra fría pero es soportable, así que, cierro los ojos y me zambullo, me quedo bajo el agua todo el tiempo que puedo soportar y cuando salgo a la superficie, me encuentro sola.

El corazón me da un vuelco.

—¿Ryan?

Nadie responde.

Mi cuello da vueltas todo lo que puede y sigo sin ver al chico. Oh no, mierda no. ¿Se ahogó? ¿Lo mató un tiburón? ¿Se fue y me dejó sola? Los nervios abrazan cada parte de mi cuerpo.

—¿Ryan?–vuelvo a preguntar con un tono de voz más alto–. ¡Joder! ¿Dónde carajos estás?

¿Y si murió?

Trago grueso.

Estoy a punto de avanzar hacia la orilla cuando lo veo salir a unos centímetros de mí.

—¿Estabas diciendo mi nombre?–peina con sus dedos su cabello completamente mojado y las gotas de agua se resbalan por su cuello, su clavícula y se pierden por su pecho. Pestañeo repetidas veces.

—¡Joder, Ryan! ¡Me llevé un puto susto por tu culpa!–le doy una palmada al agua con fuerza y, por consecuencia, las gotas me salpican el rostro–. ¡Pensé que te había matado un jodido tiburón! Yo...yo–trago saliva–...mi mente...

Mi voz se apaga sin saber qué decir y el castaño nada con rapidez hacia mí para tomar mi rostro en sus manos y darme un beso en la frente.

—Lo siento, no fue mi intención asustarte.

Inhalo hondo y le muestro una media sonrisa.

—Está bien, disfrutemos del mar todo lo que podamos.

Una pequeña sonrisa maliciosa que no le había visto antes se forma en su rostro.

—¿Sabes nadar?

—Si, ¿por qué?

No responde y me carga como a un saco de patatas mientras se aleja del lugar en donde nos encontrábamos.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Sabías que este bañador azul te queda tremendamente bien?

Una risa se me escapa.

—¿Te gusta?

—Oh, cariño, me encanta.

Creo que trago saliva al escuchar ese «cariño» con su voz, que para mí, es perfecta.

—¿Cari...?–no termino de decir la palabra porque me deja caer y soy tragada por el agua.

Cuando vuelvo a salir como perrito remojado, se ríe al ver mi expresión.

—Tú, vil tramposo, serás víctima de mi furia.

—Atrapame si puedes.

Es lo último que dice antes de correr lejos de mí, tanto como se lo permite la playa. Lo sigo, pero termino tragando agua cuando me enredo con mis pies. Ryan ríe a carcajadas y descubro que es contagiosa, porque yo también termino riendo de mi pequeño incidente, pero no me rindo y continúo siguiéndolo.

Lo atrapo, intento ahogarlo más de una vez pero fracaso, corro lejos de él cuando intenta atraparme de nuevo y ésta vez soy yo la que ríe cuando no se da cuenta de una ola que lo arrastra. Disfrutamos otro poco, hasta que debemos salir porque empezamos a tiritar y también por algo de comida.

Nos envolvemos en toallas cuando estamos dentro de la casa y, minutos después, decido colocarme un pantalón de algodón holgado antes de darme un baño, dejando la parte de arriba del bañador. Ryan también lleva un pantalón holgado, pero sin camiseta y no puedo decir que eso me desagrada. Al revés.

—¿No hay problema si comemos en el sofá? La playa me dejó agotada.

—No hay problema.

Trasladamos los platos hacia la mesita de vidrio que se encuentra junto al sofá y me dejo caer dramáticamente en él. Ryan emite una risita y me acomodo en mi lugar para que también pueda sentarse.

El primer bocado es de ensalada César y no puedo evitar el sonidito de placer que se me escapa.

—Por el sagrado arte, sabe delicioso.

—Mis dotes culinarios te dan las gracias por aprobar mi comida.–bromea y le da un mordisco a su sándwich.

Ruedo los ojos con diversión y me dispongo a seguir comiendo, con ganas de llegar a la última parte: El postre.

Tiempo después, dejo parte de mi sandwich y también del salmón, a diferencia de Ryan que parece lleno sólo con un sándwich y la ensalada César.

Suspiro cuando termino mi postre.

—Chef–sonríe negando con la cabeza al volver a escuchar el apodo–. Debo decir que todo estaba muy bueno.

—Gra...

—Te ganaste un beso.

No le doy tiempo a responder porque poso una mano en su pecho, lo hago retroceder hasta que está acostado y yo termino encima de él, sus manos en mi cintura mandan chispas por todo mi cuerpo y bajo mi rostro para que nuestras bocas estén a nada de encontrarse, pero una media sonrisa maliciosa aparece en mis labios y, en lugar de besarlo, me desvío hacía un juego previo llevando mi boca al lóbulo de su oreja, va ascendiendo hacia su mandíbula, deposito un húmedo beso en su barbilla y ya cuando me encuentro con su cuello, sus dedos hacen un poco más de presión en mi cintura.

—¿Qué estás...haciendo?–susurra.

Llevo un dedo hacia su abdomen y lo voy subiendo poco a poco mientras mis labios se encuentran con su cuello, me da mejor acceso y lo beso, también lamo todo lo que quiero mientras se le une otro dedo a ese recorrido que le empieza a afectar.

Las manos de Ryan abandonan mi cintura para trasladarlas a mi rostro y su gesto me toma por sorpresa, pero no dura demasiado porque me besa como no lo había hecho antes. Hay un loco desenfreno y de un momento a otro soy yo la que está acostada en el sofá, llevando mis manos al cabello de Ryan mientras le sigo este lujurioso beso.

Puedo sentir su mano en mi abdomen pero no le presto demasiada atención al ser consumida por este beso. Ahora, sí que presto atención cuando esa mano va bajando hacia mi vientre y se posa ahí.

Oh, por el sagrado arte.

Separamos nuestras bocas sólo un poco y recarga su frente de la mía, nos envíamos intensas miradas y le doy un ligero asentimiento, pero, su mano no comienza nada porque el tintineo en mi celular se hace escuchar desde la isla de la cocina.

Resoplo y Ryan se sienta.

—Ve a revisarlo, puede ser importante.

Realizo un pequeño mohín que lo hace reír y camino en busca de mi celular.

Papá
16:50pm
Cariño, debes volver. El abuelo se encuentra en el hospital.

El alma se me cae a los pies.




_________________________

Bueeno. ¡Hola por acá! ¿Cómo va su día? ¿Mal, regular, bien, súpeeeer bien? ⛅🌦️

Yo aprovechando que me he desocupado de algunos pendientes para terminar este capítulo.

•¿Fan de las cosquillas? 👀

•¿Qué piensan que le pasó al abuelo? Venga, hagan sus teorías

•En vista de que Coldplay y The Neighbourhood fueron las dos bandas musicales que aparecieron hoy en el capítulo. ¿Tienen alguna canción que les guste mucho de ellos? 🎶

Y, como siempre, ¡gracias por leer, votar o comentar! 💌💐

Besos sabor a agradecimiento. <3

Andrea R.

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