🌹III🌹

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A la mañana siguiente, cuando llego a la oficina, la primera persona que me
encuentro al entrar en la cafetería es el señor Kim.

Noto que levanta la vista y me mira, pero yo me hago como si no lo vi.

No me apetece saludarlo.

Ahora ya sé quién es y siempre he pensado que los jefazos cuanto más lejos, mejor.

Pero la verdad es que este hombre me pone nervioso. Desde su posición y escondido tras el periódico, intuyo que me está observando, que me está estudiando.

Levanto los ojos y ¡zas! Tengo razón.

Me bebo rápidamente el café y me voy.

Tengo que trabajar.

Durante el día vuelvo a coincidir con él en varios sitios.

Pero cuando toma posesión del antiguo despacho de su padre, que está frente al mío y conectado
por el archivo al de mi jefa, ¡me quiero morir! En ningún momento se dirige a mí, pero puedo sentir su mirada vaya por donde vaya.

Intento esconderme tras la pantalla del ordenador, pero es imposible.

Él siempre encuentra la manera de cruzar su mirada con la mía.

Cuando salgo de la oficina, me voy directo al gimnasio. Me quita todo el estrés acumulado y llego a mi casa, listo para dormir.

Los siguientes días, más de lo mismo.

El señor Kim, ese guapo jefazo con el que he comenzado a soñar y al que toda la oficina venera y lame el culo, aparece por todos los lados por donde me muevo, y eso hace que me ponga nervioso.

Es serio, borde y apenas sonríe.

Pero noto que me busca con la mirada y eso me desconcierta.

Los días van pasando y, finalmente, una mañana cruzo un par de sonrisitas con él.

Pero ¿qué estoy haciendo? Ese día ya no cierra la puerta de su despacho y su ángulo de visión es aún mejor.

Me tiene totalmente controlado.

¡Qué agobio por Dios!

Por si fuera poco, cada día que coincido con él en la cafetería me observa… me observa… y me observa.

Aunque, cuando me ve aparecer con Jackson o los chicos, se va rápidamente.

Hoy estoy ocupado con cientos de papeles que la pesada de mi jefa me ha pedido.

Como siempre, parece no recordar que Jackson, aunque sea el secretario del señor Kim, es quien debe ocuparse del cincuenta por ciento del papeleo que gestionamos.

A la hora de comer aparece el objeto de mis sueños húmedos en el despacho y, tras clavar su insistente mirada sobre mí, entra en el despacho de mi jefa sin llamar para salir dos segundos después los dos juntos e irse a comer.

Cuando me quedo solo, me siento por fin aliviado. No sé qué me pasa con ese hombre, pero su presencia me acalora y me hace hervir la sangre.

Tras recoger un poco mi mesa decido hacer lo mismo que ellos y me voy a comer. Pero es tal el agobio de papeles que sé que me espera que, en vez de utilizar mis dos horitas para ello, salgo sólo una hora y regreso en seguida.

Al llegar, meto mi maletin en mi cajonera, cojo mi iPod y me pongo mis auriculares.

Si algo me gusta en esta vida es la música.

Mi madre nos enseñó a mi padre, a mi hermana y a mí que la música es lo único que amansa a las fieras y reduce los males.

Ése, entre otros muchos, es uno de sus legados y quizá por eso adoro la música y me paso el día tarareando canciones. Nada más encender el iPod comienzo a cantar mientras me ocupo con el papeleo.

¡Mi vida se reduce al papeleo!

Entro en el despacho de mi jefa cargado con carpetas y abro una especie de vestidor que
utilizamos como archivo.

Ese vestidor comunica con el despacho del señor Kim, pero, como sé que no está, me relajo y
comienzo a archivar mientras canturreo:


No pienses en nada
No digas nada, ni siquiera una palabra
Sólo dame una sonrisa
Todavía no puedo creerlo
Todo esto parece como un sueño
No trates de desaparecer
¿Es verdad? ¿Es verdad?
Tú, tú
Eres tan hermosa, que tengo miedo
¿Es mentira? ¿Es mentira?
Tú, tú, tú
¿Te quedarás a mi lado?
¿Me lo prometes?
Si suelto tu mano, Podrías irte volan...


—Joven Jeon, canta usted fatal.

Esa voz.

Ese acento.

La carpeta que tengo en las manos se me cae al suelo por el susto.

Me agacho a recogerla y, ¡zas!, Tremendo golpe que me meto con él.

Con el señor Kim.

¡Con la angustia instalada en mi cara por la cantidad de meteduras de pata que estoy cometiendo con ese super mega jefazo alemán…! Lo miro y me quito los auriculares.

—Lo siento, señor Kim—murmuro.

—No pasa nada. —Toca mi frente y pregunta con familiaridad—. ¿Tú estás bien?

Como un muñequito de esos que hay en las partes traseras de algunos coches, asiento con la
cabeza.

Otra vez me ha vuelto a preguntar si estoy bien ¡Qué lindo!

Sin poder evitarlo, mis ojos y todo mi ser le hacen un escaneo en profundidad: alto,
pelo castaño con mechas rubias, treinta y pocos años, fibroso, ojos azules, voz profunda y sensual…

—Siento haberte asustado —añade—. No era mi intención.

Vuelvo a mover mi cabeza como un muñeco. ¡Seré bobo! Me levanto del suelo con la carpeta en mis manos y pregunto:

—¿Ha venido con usted la señora Ahn?

—Sí.

Sorprendido, porque no la he oído entrar en su despacho, comienzo a intentar salir del archivo, cuando el alemán me agarra del brazo.

—¿Qué cantabas?

Aquella pregunta me atrapa tan de sorpresa que estoy a punto de soltarle:

«¿Y a ti qué te importa?». Pero, afortunadamente, contengo mi impulsividad.

—Una canción.

Sonríe. ¡Dios! ¡Qué sonrisa!

—Lo sé… La letra me gustó. ¿Qué canción es?

—Butterfly de BTS, señor.

Pero parece que mis palabras le hacen gracia. ¿Se estará riendo de mí?

—¿Ahora que sabes quién soy me llamas señor?

—Disculpe, señor Kim —aclaro con profesionalidad—. En el ascensor no lo reconocí. Pero ahora que ya sé quién es, creo que debo tratarlo como se merece.

Él da un paso hacia mí y yo doy otro hacia atrás. ¿Qué hace?

Él vuelve a dar otro paso y yo, al intentar hacer lo mismo, me pego contra el archivador.

No tengo salida.

El señor Kim, ese tipo sexy al que hace unos días metí un chicle de fresa en la boca, está casi encima de mí y se está agachando para ponerse a mi altura.

—Me gustabas más cuando no sabías quién era —murmura.

—Señor, yo…

—Taehyung. Mi nombre es Taehyung.

Confundido y atacado de los nervios por el morbo que ese gigante me está provocando, trago el nudo de emociones que me cosquillea por todo el cuerpo.

—Lo siento, señor. Pero no creo que esto sea correcto.

Yo lo miro.

Él me mira también.

Y a nuestras miradas le sigue un más que significativo silencio en el que los dos respiramos con irregularidad.

—¿te ha comido la lengua el gato? —me pregunta, rompiendo el silencio.

—No, señor —respondo al punto del colapso.

—Entonces, ¿dónde has dejado al chico chispeante del ascensor?

Cuando voy a responder, oigo las voces de mi jefa y Jackson que entran en el despacho. Kim pega su cuerpo al mío y me ordena callar. Sin saber muy bien por qué, le hago caso.

—¿Dónde está Jungkook? —oigo que pregunta mi jefa.

—Casi con seguridad, te diría que en la cafetería. Habrá ido a por una Coca-Cola. Tardará en regresar —responde Jackson, y cierra la puerta del despacho de mi jefa.

—¿Seguro?

—Seguro —insiste Jackson—. Vamos, ven aquí y déjame ver qué llevas hoy bajo la falda.

¡Dios! Esto no puede estar pasando.

El señor Kim no debería ver lo que creo que esos dos están a punto de hacer. Pienso.

Pienso cómo entretenerlo o despistarlo, pero no se me ocurre nada.

Aquel hombre está casi encima de mí, sin quitarme ojo.

—Tranquilo, joven Jeon. Dejémoslos que se diviertan —me susurra.

¡Me quiero morir!

¡¡Qué vergüenza!!

Instantes después no se oye nada a excepción del sonido de las bocas y las
lenguas de esos dos al chocar.

Asustado ante aquel incómodo silencio, miro por la abertura de la puerta del archivo y me tapo la boca al ver a mi jefa sentada sobre su
mesa y a Jackson manoseándola.

Mi respiración se agita y Kim sonríe
desde su altura. Me pasa la mano por la cintura y me acerca más a él.

—¿Excitado? —me pregunta.

Lo miro y no hablo.

No pienso contestar esa pregunta.

Estoy avergonzado por lo que estamos presenciando los dos juntos.

Pero sus ojos inquisidores se clavan en mí y él acerca todavía más su boca a la mía.

—¿Te excita más el fútbol que esto? —insiste.

¡Oh, Dios! Me excita él. Él, él y él.

¿Cómo no excitarme con un hombre como ése encima de mí y ante una situación semejante?

¡A la mierda el fútbol!

Al final, vuelvo a asentir como un muñequito.

No tengo vergüenza.

Kim, al verme tan alterado, también mueve su cabeza. Mira por la rendija y me arrastra hasta quedar ambos delante del hueco de la puerta.

Lo que veo me deja sin habla. Mi jefa se encuentra abierta de piernas sobre la mesa, mientras Jackson pasea su boca con avidez por la entrepierna de ella.

Cierro los ojos. No quiero ver aquello.

¡Qué vergüenza!

Instantes después, el alemán, que continúa agarrándome con fuerza, vuelve a empujarme contra el archivador y pregunta cerca de mi oreja:

—¿Te asusta lo que ves?—No… —Él sonríe y yo añado entre cuchicheos—: Pero no me parece bien que los estemos mirando, señor Kim. Creo que…

—Mirarlos no nos hará daño y, además, es excitante.

—Es mi jefa.

Hace un gesto afirmativo y, mientras pasea su boca por mi oreja, susurra:

—Daría todo lo que tengo porque fueras tú quien esté sobre la mesa.
Pasearía mi boca por tus muslos, para después meter mi lengua en tu interior y hacerte mío.

Boquiabierto.

Pasmado.

Alucinado.

Pero ¿qué me ha dicho ese hombre?
Impresionado y altamente excitado, voy a contestarle cuando, de repente, todo mi cuerpo reacciona y siento que mi vientre se deshace.

Lo que ese hombre acaba de decir me altera y no lo puedo disimular, por mucho que sea una grosería por su parte.

Entonces, el recorrido de sus labios se detiene frente a mi boca. Sin dejar de mirarme, saca su húmeda lengua, la pasa por mi labio superior, después por el inferior y, finalmente, me da un leve y dulce mordisquito en el labio.

No me muevo.

¡No puedo ni respirar!

Al ver que mi respiración se agita, vuelve a sacar su lengua e, inconscientemente, abro la boca.

Quiero más.

Sus pupilas se dilatan.

Seguro de lo que está haciendo,
mete su lengua en el interior de mi boca y, con una pericia que me deja sin sentido, comienza a moverla hasta hacerme perder el sentido.

Olvidándome de todo, respondo a sus exigencias y en seguida siento que soy yo el que se aprieta contra su recio pecho en busca de algo más.

Me dejo llevar por mi deseo.

Durante unos segundos, nos besamos apasionadamente en el más absoluto
de los silencios mientras escuchamos los placenteros gemidos de mi jefa.

Mi cuerpo tiembla al contacto con su cuerpo. Siento cómo sus manos me aprietan el trasero y deseo gritar… pero ¡de gusto!

Instantes después, saca su lengua de mi boca y, sin apartar sus azules ojos de mí, pregunta:

—¿Cenas conmigo?

Vuelvo a mover la cabeza, pero esta vez para negarme. No pienso cenar con él.

Es el jefazo, el dueño de la empresa. Pero mi respuesta parece no agradarle y afirma:

—Sí. Cenas conmigo.

—No.

—¿Te gusta llevarme la contraria?

—No, señor.

—¿Entonces?

—Yo no ceno con jefes.

—Conmigo sí.

Su proximidad es irresistible y el nuevo asalto a mi boca es arrebatador.

Si antes hubo llamaradas, ahora es puro fuego. Ardor… Calor… Y cuando consigue que todo yo me convierta en gelatina entre sus manos, vuelve a sacar su lengua de mi boca y amaga una sonrisa.

¡Me encantan esos amagos!

Sin habla y perturbado, lo miro. ¿Qué mierda estoy haciendo?

Sin moverse un milímetro de su posición, saca una Blackberry negra y comienza a teclear en ella.

Minutos después oigo que llaman a la puerta de mi jefa, mientras él me pide silencio.

Jackson y ella se recomponen rápidamente y no puedo evitar sorprenderme de su capacidad de
reacción. Segundos después, Jackson abre.

—Disculpe, señora Ahn —dice un desconocido—. El señor Kim quiere tomar un café con usted. La
espera en la cafetería de la planta nueve.

A través de la puerta entreabierta y aún con el alemán encima, veo cómo Jackson se marcha y mi jefa saca un neceser de uno de los cajones de su mesa. Se repasa los labios rápidamente y, tras colocarse el pelo y la ropa, sale del despacho.

En ese momento, siento que la presión que ejerce ese hombre sobre mí se relaja y me suelta.

—Escuche, señor Kim…

Pero no me deja hablar. Vuelve a ponerme un dedo en la boca. Me siento tentado de morderlo, pero me contengo. Y, tras abrir las puertas del archivo, me mira y medice:

—De acuerdo. No nos tutearemos. —Camina hacia la puerta y añade con una seguridad aplastante—: Lo paso a recoger por su casa a las nueve. Póngase guapo, joven Jeon.

Y yo, me quedo mirando la puerta como un tonto.

Pero ¿de qué va este tipo?

Quiero gritar que no, pero si lo hago, toda la oficina me oiría. Acalorado y frenético salgo del archivo y, mientras camino hacia mi mesa, suena mi móvil.

Un mensaje.

Lo abro y me quedo pasmado cuando leo:

«Soy el jefe y sé dónde vive. No se le ocurra no estar preparado a las nueve en punto».


Si ven alguna incoherencia xfa avisenme

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