Capítulo 2: UN REGRESO INEVITABLE

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Un sentimiento de angustia, carcomia el espíritu de Amber, tenía sentimientos encontrados, referente a su separación con Anyel. En la estación, al momento de bajar del tren, Amber notó unos ojos rojos y tristes que  buscaban con desesperación el motivo de su felicidad, en el fondo Amber estaba feliz de que Anyel iba a crecer rodeada de amor y lejos de la maldad de Ivette.

La abuela de Anyel corrió hacia la pequeña, la abrazó y besó una y otra vez. Para Amber despedirse de ella fue sumamente lastimoso, pero estaba tranquila de que esa niñita siempre estaría bien. Amber le dejó la dirección de la mansión, le hizo prometer que siempre estarían en contacto. Anyel miró el trozo de papel con una profunda felicidad, ya que, no perdería del todo el contacto con Elián o eso creía.

Más tarde, Rebecca la llevó a su nuevo hogar, era una casita bastante humilde, sin grandes comodidades, por un momento pensó que Anyel, al haberse criado en una mansión, podría estar incomoda dificultandole su adaptación, sin embargo, fue todo lo contrario, en ese instante, Anyel cerró sus ojos y respiró profundamente.

—¿Qué tienes cariño?

—¡Huele a pinos! —indicó Anyel sonriendo —. Estoy feliz que podré sentir este aroma, todos los días...

—¡Sí mi amor!, lo sentirás todos los días, tu mamá amaba este aroma —comentó Rebecca secando una lágrima que se le escapó, deslizándose por su mejilla.

—¡No estés triste abuelita!, mamá nos está mirando, tenemos que esforzarnos juntas, así mamá estará orgullosa —expresó Anyel, haciendo que a Rebecca se le desbordaran sus lágrimas, sus intentos por verse fuerte ante su nieta, no dieron resultados, Anyel traspasó su barrera, dejándola desarmada. Anyel tiernamente la abrazó para que pudiera desahogarse.

—¡Gracias mi pequeña!, nos esforzaremos juntas, lo prometo — indicó con decisión, Anyel le secó las lágrimas y empuño su mano como un símbolo de esfuerzo, que Rebecca imitó...

Dentro de la casa, Rebecca le enseñó la habitación que ocuparía.

—¡Era de tu madre! —señaló Rebecca con nostalgia. Anyel la observó con una emoción incalculable, estaba lleno de fotografías de Sarah, fotos que jamás imaginó que vería —. ¡Te pareces mucho a ella!

—¡Mamá era muy bonita!

—¡También tú lo eres! — aludió Rebecca sonriéndole con ternura.

Anyel comenzó a ir a la escuela del pueblo, su abuela se encargó de que creciera con valores y principios bien marcados. Jamás tuvo problemas en el área académica, sobresalía de entre sus compañeros, nunca le dio problemas a Rebecca, eso la enorgullecia.

En el caso de Elián, después de ser un niño tierno y justo como su padre, estaba siendo cruel y rebelde. Comenzó a tratar mal a la servidumbre a los días que se fue Anyel. Todos los empleados lo soportaban, ya que, entendían su sufrimiento, su soledad y rabia, esperando de todo corazón, que al regreso de su padre, él si supiera tratarlo y encarrilarlo...

El tiempo comenzó a pasar rápidamente. Todas las semanas sin falta, Anyel escribía dos cartas, una para Amber y otra para Elián, las cuales siempre interceptaba Ivette, estaba al pendiente de cuando llegaba el correo. Amber estaba obligada a callar, si quería seguir teniendo algún tipo de contacto con la niña. Lamentablemente para la servidumbre, su opinión no valía de mucho, la palabra de sus patrones era ley, si querían seguir manteniendo su trabajo, debían agachar la cabeza y acatar las órdenes de quienes le daban de comer.

A medida que las cartas de Amber comenzaron a llegar, el desconcierto en Anyel era evidente, no llegaba ninguna respuesta por parte de él. Amber desviaba sutilmente los temas de conversación, indicándole que no tenía la misma cercanía que tenía Sarah para con él, además que Elián, era bastante grosero con ella. A pesar de aquello, Anyel le preguntaba constantemente por Elián, ella le contaba lo justo y necesario para que Anyel quedara tranquila, «que estaba atareado con sus clases particulares, que estaba castigado o que había ido de vacaciones donde su abuela», hasta que finalmente en la última carta donde le habló de él, le informó que Elián había entrado a un internado, así que no sabrían de él, por una larga temporada.

Aún así, Anyel nunca perdió las esperanzas de que cuando llegaba el señor David a entregar la correspondencia, existiera alguna carta de parte de él... Y así esperó, durante cuatro años sin ninguna respuesta, preguntándose, el porque Elián no quiso contestarle ni siquiera una carta.

El 17 de Enero 1988, en el cumpleaños número once de Anyel, su abuela le hizo una pequeña cena, donde invitó a sus vecinos y compañeros más cercanos del colegio. En ese pueblo no acostumbraban a presenciar a la gente con dinero, ese lugar era muy humilde, con gente trabajadora, era el mundo perfecto en el cual, Anyel podía ser ella misma, no tenía que fingir, ni esforzarse para agradar a los demás, no tenia que impresionar a nadie, como lo hacía en la casa de los Leblanc. Anyel la mayor parte de su infancia, la vivió intentando agradar a Ivette, cosa que jamás funcionó, no obstante, aún esos recuerdos la invadían en ciertas ocasiones...

Esa tarde mientras le cantaban y se disponían a comer pastel, llegó el cartero, le pareció extraño verlo ahí tan tarde. Rebecca lo invitó a pasar, le ofreció una taza de café y un trozo de pastel.

—¿Qué lo trae por aquí señor? — preguntó Anyel, bastante sorprendida.

—¡Te traje algo! —indicó David, sacando de su bolso dos cartas y un obsequio. El corazón de ella se estremeció al leer los remitentes, una de las cartas y el regalo ciertamente eran de Amber, pero, la otra carta era de Elián.

—¿Las abrirás? —preguntó Rebecca expectante.

—Lo haré después abuela! —contestó Anyel tratando de disimular su euforia y nerviosismo.

La fiesta le pareció eterna, se imaginaba lo que podría decirle Elián, quizás estuvo sentido todos esos años, por haberlo abandonado, pero a los siete años, era imposible que ella pudiera decidir algo por sí misma. Más tarde después de que todos sus amigos se habían marchado corrió a su habitación, resopló una y otra vez antes de abrir el sobre, hasta que por fin pudo recorrer sus líneas.

Anyel:

Primero, antes que nada, quiero decirte... ¡Feliz cumpleaños!

—¡Te acordaste! —exclamó Anyel emocionada, sin embargo, la felicidad solo le duró unos segundos, al momento proseguir...

...Te escribo por la sencilla razón, que en estos años, he recibido cada una de tus cartas, si no he respondido, es porque desde que te fuiste, he pensado mucho en lo que vivimos y he llegado a la conclusión que no quiero saber nada más de ti...

Comprendí que no somos de la misma clase social, somos de mundos totalmente diferentes, creo que el hecho de que te marcharas, fue lo mejor. No quiero que me escribas más, ya que no te contestaré...

                              Adiós, Elián Leblanc.

Cualquiera podría dudar que fuera el mismo Elián, quien escribió la carta, sin embargo, Elián tenía una perfecta ortografía, Ivette siempre lo obligaba a practicar su letra. Anyel quedó devastada, esperaba otro tipo de respuesta, después de tantos años escribiéndole. Rebecca entró y observó a su nieta llorando sobre su cama.

—¿Qué ocurre pequeña? —preguntó con ternura, esperaba verla dichosa, después de leer tan anhelado papel.

—¡Elián ya no quiere saber de mi! — contestó Anyel abrazándola con fuerza.

—¡Era natural! —dijo Rebecca secando sus lagrimas —. Su crianza es diferente y creo que sus padres lo están influenciando bastante.

—¡El prometió que nunca sería como ellos! —dijo Anyel observando aun la carta —. Aunque su padre era diferente...

—¿El señor Leblanc?

—¡Sí!, él me quería mucho, siempre me trató como a su hija, pero... —Anyel hizo una pausa y miró sus manos con detenimiento —. La señora Leblanc era cruel, trataba a mi madre muy mal, incluso a mi me pegaba en las manos.

—¡Olvida eso mi amor! —se le quebró la voz a Rebecca —. Nunca más, esa mujer te volverá a colocar una mano encima...

Anyel apagó la vela que alumbraba su cuarto, abrió la cortina para que la luz de la luna entrara. No podía dejar de mirar sus manos, varios recuerdos tristes llegaron junto a esa dolorosa  carta. Como cuando Elián y ella recogieron un perro de la calle en un día de lluvia, por su acción, el perro dejó la alfombra echa un desastre con las manchas de lodo de sus patas. Ivette ese día apareció en la escena, le llamó la atención a Elián y por el contrario a ella, le pegó en sus manos con una delgada vara. Sarah se encargó de vendarlas y aliviarlas con un ungüento. Esa tarde le subió la temperatura y tuvo que mantener reposo por el resto del día, sin embargo, no le importo, ya que, Elián fue quien la acompaño en la habitación y tiernamente besaba sus vendas para que sus manos mejoraran.

Anyel no podía creer que un niño como Elián haya cambiado tanto, pero, como dicen, el dinero y la codicia pueden transformar a la gente...

Anyel siguió con su vida, destacaba en sus clases, llenando de orgullo a su abuela y a la vez de preocupación, puesto que, pronto cumpliría quince años, debía ingresar a la secundaria. Lamentablemente los dos colegios que habían en el pueblo, solo tenían primaria, debido al nivel socioeconómico de los residentes y sobre todo del municipio. «Vieleta» era un pueblo con mucha necesidad, los profesores que si podía pagar la alcaldía, eran de nivel primario, no obstante, para la suerte de los jóvenes, el pueblo más cercano «Lucart» tenía colegios con secundaria, siendo en su mayoría internados, para evitar la dificultad de volver a sus hogares.

La mayor parte de los estudiantes irían a estudiar ahí, Anyel ya se estaba haciendo la idea de ir a alguno de los colegios de Lucart, pero, su abuela tenía otros planes para ella, aunque no se decidía si planteárselos o no, en vista de que, una noticia repentina llegó al día siguiente, una noticia que haría que Rebecca terminara de tomar una decisión...

Había llegado el gran día de Anyel, su ceremonia de graduación donde cerraría un ciclo importante en su vidas. Fue premiada la mejor alumna de su generación, por lo cual le dieron una medalla y un diploma. Para Rebecca estar ahí, era un trabajo cumplido, tenía la certeza que donde quiera que estuviera Sarah, estaría orgullosa de su hija.

Al término de la ceremonia, un hombre se acercó a Rebecca, conversaron por unos cuantos minutos, el nerviosismo en Rebecca era evidente, indicándole que la conversación debería continuar en privado.

—¡Abuela! —gritó Anyel entre tanto bullicio.

—¡Sí! —contestó Rebecca, el sujeto tomó su distancia, pero, enseñó una gran sonrisa cuando observó a Anyel.

—Rosa nos invitó a su casa a una pequeña fiesta para celebrar este momento —sus palabras le dieron la oportunidad perfecta para conversar con su visita. Anyel no quiso preguntar en ese momento  quién era ese hombre, pero sabía que tarde o temprano se enteraría...

La casa de Rebecca estaba muy cerca del colegio, así que prefirió que caminaran hacia ella, Rebecca era una mujer muy desconfiada, como para subir fácilmente al auto de un desconocido. El hombre se presentó como Damián Stone, abogado del difunto padre de Anyel. Damián ya se había comunicado telefónicamente con Rebecca, pero, era la primera vez que se veían en persona. Volvieron a conversar el tema tratado con anterioridad, por lo visto el difunto padre de Anyel, le había dejado una cuantiosa fortuna, la cual Damián le avisaría con exactitud la fecha de la lectura del testamento.

—Buscaré a Anyel cuando sea la lectura —indicó Damián, dejando su tarjeta de presentación.

—Bueno... si la lectura es en menos de tres meses, podrá encontrarla aquí, supongo que esos trámites son rápidos —comentó Rebecca.

—¿Por qué lo dice? —pregunto Damián desconcertado.

—Mi nieta irá a otra escuela ahora, debido a que aquí no hay escuelas para ella.

—De eso precisamente quería hablar con usted en persona, por eso vine. El padre de Anyel dejó pagado los dos primeros años de secundaria de Anyel, cabe señalar que los dos años restantes los deberá pagar Anyel cuando reciba su herencia.

—¿Está hablando en serio? —preguntó Rebecca con cierta felicidad —.¿Dónde?

—La escuela se llama San Almudena Holstin —informó Damián e hizo una pausa antes de continuar —. Está en Holrrouss...

—¡De ninguna manera! —exclamó Rebecca con exaltación, levantándose bruscamente de la silla —. Mi nieta sufrió demasiado en ese pueblo.

—¡Lo sé!, no obstante, esa es una decisión que solo le concierne a Anyel,  ahora con su permiso, me retiro —indicó Damián caminando hacia la puerta deteniéndose abruptamente añadiendo: — La última voluntad de él, fue que se leyera en septiembre, el día veinticuatro, posiblemente solo para molestar a su viuda.

—El cumpleaños de Sarah —susurró Rebecca sonriendo con cierta nostalgia. Damián esperaría la respuesta del ingreso a clases, al finalizar las vacaciones, ese sería el plazo, para arreglar la documentación de ella.

Llegó la noche rápidamente, Rebecca pensó durante todo el día en cómo decirle todo lo mencionado por el abogado. Se sentó en su mecedora en el cobertizo y esperó a Anyel, quien no tardó mucho en llegar. Anyel se dio cuenta de inmediato que algo sucedía, ya que, cuando Rebecca le sirvió té, sus manos temblaban.

—¿Abuela sucede algo?

—¡No!, ¿porqué lo preguntas?

—¡Abueelaaa! —exclamó Anyel definitivamente no le creía absolutamente nada —. No puedes esconderme nada, no sabes mentir.

—¡Esta bien! —exclamó Rebecca, soltando un suspiro de resignación, añadiendo:— Lo que tengo que decirte es sobre tu padre.

—¿Mi padre? , espera un momento, ¿tengo padre? —preguntó Anyel confundida.

—¡Tenías!, murió hace un mes —las palabras de Rebecca hicieron que Anyel  sintiera un profundo sentimiento de decepción.

—¿Por qué me lo ocultaste? —preguntó Anyel un poco molesta, Rebecca respiró con profundidad y prefirió empezar desde un principio...

—Todo comenzó cuando tu madre tenía diecisiete años — comenzó Rebecca, Anyel se acomodó en la silla cerca de ella, y guardó un rotundo silencio —. Sarah empezó a trabajar para una familia, un joven matrimonio que llevaba apenas unos meses casados, ellos tenían uno o dos años más que ella solamente. A medida que pasaba el tiempo, ella empezó a notar que la pareja, no se llevaba del todo bien, habían discusiones, tras discusiones, no mantenían la felicidad que debería tener un matrimonio normal, sobre todo en su primer año de casados.

—¡Quizás los obligaron! —comentó Anyel —. Solo los ricos hacen esas cosas, y nos dicen a nosotros salvajes.

—¡Sí!, para ellos somos peor que nada, hasta los animales, tienen un propósito para ellos, nosotros no tenemos utilidad alguna.

—¡Claro que sí!, no saben cocinar, asear, ni siquiera pueden abrocharse los cordones de sus zapatos ellos mismos, son unos inútiles que tienen dinero.

—Bueno... esos inútiles no eran felices en su matrimonio —comentó Rebecca con cierta ironía, sacándole una sonrisa a Anyel —. ¿Puedo proseguir?

—¡Sí — contestó seguido de una risa de vergüenza nerviosa, a veces no podía evitar sus cuestionamientos.

—Bien... un día, el chófer le contó a Sarah, la situación que ellos estaban viviendo. Cabe señalar que los chóferes en las casas adineradas, se enteran de más cosas, que los mismos miembros de la familia —comentó y con esa aclaración Rebecca volvió a retomar el relato —.  Sarah se enteró que el señor de la casa, vivía infelizmente, debido a que sus padres, le habían escogido a la que actualmente en ese entonces, era su esposa.

—¡Te lo dije!

—¡Sí!, una estrellita para mi niña adorada —bromeó Rebecca sujetándole ligeramente la mejilla.

—¡No te burles! —siseó Anyel soltándose —. ¡Continúa!

—Bien, pero no sigas interrumpiendo —al decir esto, Anyel asintió y pudo reanudar la historia —. Un día, cuando el matrimonio había discutido nuevamente, Sarah estaba limpiando las hojas del jardín, la discusión era tan ruidosa, que se escuchaba desde afuera. En ese momento, el señor salió de la casa, se sentó en una banca cerca de ella y de la nada, empezó a conversarle. Al paso del tiempo las pláticas entre ellos, se hicieron recurrentes, hasta que finalmente entre ellos nació un sentimiento distinto «Amor». Los dos tuvieron una relación clandestina, aunque por muy poco tiempo, puesto que tú, Anyel... no tardaste en llegar y un embarazo, era difícil de esconder.

—¿Qué pasó después?, ¿con su relación? —preguntó Anyel exaltada.

—Lamentablemente la familia de tu padre intervino en su relación, porque eso no estaba permitido y los separaron, sin embargo, y doy fe de ello, es que ambos se amaron toda la vida —Las palabras de Rebecca hicieron a Anyel emocionarse.

—Mamá debe haber sufrido mucho, ¿verdad?

—¡No cariño!, no debes acordarte porque estabas muy pequeña, pero tu padre jamás las dejó solas, él siempre velo por ti, además... hasta el día de hoy nos ha ayudado, por eso una vez al mes me ausento, ya que, voy al pueblo vecino a depositar al banco todo lo que manda, hay una cuenta a tu nombre con bastante dinero debo agregar.

—¡Es imposible! —dijo Anyel sorprendida —. Jamás me abandonó y yo todo este tiempo lo recriminé... ¿Cómo murió? ¿Cuál es su nombre?

—No sé cómo murió —respondió Rebecca —.  Ahora bien, lo que si sé, es que en septiembre leerán su testamento. Un abogado te contactará para acompañarte en todo momento.

—¡Necesito saber su nombre! —indicó Anyel.

—¡Alan!... Tu madre lo llamaba Alan— mencionó Rebecca, viendo como Anyel repetía ese nombre reiteradas veces, encontrando misterio en ese hermoso nombre.

—¡Deberá buscarme al pueblo de Lucart! —aludió Anyel con preocupación.

—Ese es el otro asunto importante que debía mencionarte. Tu padre ya te dejó pagado el colegio.

—¿En serio?, ¿dónde? —preguntó Anyel entrando en exaltación con cierta alegría.

—San Almudena Holstin —titubeó Rebecca, al decir ese nombre la sonrisa de Anyel se desvaneció.

—Eso está en... —Anyel hizo una pausa con un leve tartamudeo —. Está en Holrrouss, es una broma ¿verdad?

—¡No! —respondió Rebecca rotundamente.

—¿Por qué ahí?, sabes que no quiero regresar a ese pueblo, es un colegio de millonarios, y sabes muy bien lo que pienso de ellos — reprochó Anyel con preocupación —. Mi padre no debe haber sabido todo lo que sufrí en ese maldito pueblo.

—Anyel no hables así, tu padre solo quería lo mejor para ti... —En cierto modo tenía razón, además, era la última voluntad de su padre. Eso la hizo pensar durante días y por supuesto los próximos meses antes de volver a entrar a clases.

Ese verano fue el único en el que Anyel no trabajo, tendría más que suficiente para sus costosos uniformes, costosos libros, costosos cuadernos y costoso pasaje de tren, Anyel se preguntaba que no era dispendioso en ese pueblo. Por lo que averiguó, el colegio era un internado, las clases comenzaban a las 8:00 am y el término 17:00 pm, posteriormente venían dos horas para hacer los deberes, para que a las 20:00 pm cenaran, para luego ir a dormir, definitivamente parecía una verdadera prisión, pero, asi funcionaban en su mayoría los internados.

Para la suerte de los residentes que vivían en el mismo pueblo, se les tenía permitido pasar el fin de semana con sus familias. Se retiraban el viernes apenas las clases finalizaban y llegaban de vuelta, el lunes a las 8:00 am, aunque Anyel seguía pensando que el colegio era solo para mujeres.

Después de decidirse por aceptar lo que su padre había decidido para ella, un pequeño percance sucedió. Cuando llamó al abogado para informarle su decisión, él se encontraba fuera del país y por lo visto entraría dos semanas tarde a la escuela, no obstante, eso no la inquietaba tanto, como el dejar a su abuela sola, era una mujer muy mayor, que casi siempre estaba cansada. Lucart era un pueblo que estaba relativamente cerca de Vieleta, a unas cuantas horas, cualquier inconveniente que surgiera en su ausencia, ella podría llegar rápidamente, por el contrario de Holrrouss, era un viaje de aproximadamente tres días en tren.

—¿Tienes todo listo para irte? —preguntó Rebecca, observando las maletas con cierta tristeza añadiendo:— Siempre supe, que tarde o temprano llegaría este día. Recuerdo cuando Sarah preparó sus maletas, se fue buscando nuevas oportunidades, me consuela el saber, que tú si vas por mejores oportunidades, vas a estudiar y tendrás una carrera, Sarah solo se fue por un simple trabajo de sirvienta y yo...

—¡Abuelita no llores!, no me gusta verte así. Vendré a verte para las vacaciones, no me escondas nada sobre tu estado de salud — pidió Anyel abrazándola —. Y quiero que aceptes el dinero de la cuenta, ese dinero que has guardado esmeradamente para mi futuro, quiero que lo tomes...

—¡No!, ese dinero es tuyo, tienes que guardarlo para urgencias.

—¡Esta es la urgencia! —indicó Anyel alzando la voz —. Si quieres que me vaya tranquila, deberás aceptar el dinero que está en esa cuenta, dejé todo informado en el banco, no tendrás que trabajar por un tiempo, yo no podré ayudarte a vender la ropa que haces y no quiero que te expongas al sol, ni al peligro a que la guardia te quite tus cosas, por no tener permiso para trabajar.

—¡Pero...mi amor!

—Prométeme que usarás ese dinero en ti, ya saqué lo suficiente para comprar mis cosas y me llevo un restante, en caso de que lo necesite en el lugar al que voy.

—¡Está bien!, lo usaré... lo prometo —indicó Rebecca, haciendo que Anyel se coloca muy feliz —. Eres tan buena, como tus padres... te quiero tanto mi niña.

Esa misma tarde, el señor Hortuz, quien era el dueño de una frutería y verdulería cercana a su casa, además de ser amigo de la familia y admirador número uno de Rebecca, se ofreció amablemente a llevarlas a la estación de trenes, así Rebecca podría despedirse y regresar a casa a salvo.

—¡Prométame señor Hortuz que la cuidara! —dijo Anyel haciendo que su abuela se sonrojara.

—¡Con mi vida mi bella dama! —respondió Hortuz quitándose  su sombrero.

—¡Hasta pronto abuelita!, vendré en las vacaciones de invierno —afirmó Anyel abrazándola fuertemente.

—Te llevas mi bendición y agradezco a Dios que me permitiera criarte. En ti recuperé a Sarah, y sé que en algún lugar están tus padres, juntos... porque sé que lograron reencontrarse y te observan tan orgullosos, como lo estoy yo —Sus palabras la reconfortaron desde lo más profundo.

Un hombre se asomó por la puerta del tren gritando «Todos a bordo», ya era momento de partir. Se despidió de ambos y los vio por la ventana del tren en movimiento, su abuela lloraba desconsoladamente, pero sabía que el señor Hortuz la cuidaría dándole felicidad en su ausencia, lo que más añoraba era que su abuela se dejara de rodeos y le diera el sí definitivo.

Anyel tomó su bolso de mano, al abrirlo , observó la carta que Elián le mando hace cuatro años atrás, aún la guardaba con una gran tristeza, por un momento imaginó el cómo sería su futuro de ahora en adelante, la preocupación acrecentaba de solo pensar que la familia Leblanc estaría  tan cerca de ella, sin embargo, no había marcha atrás, su regreso era inevitable...

Continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro