𝟎𝟎𝟓

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005. una payasa no, el circo entero

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FREDERICA me escuchaba. Lo sabía. Mi padre tenía puesto el altavoz en el teléfono porque estaba escuchando y Frederica había decidido no hablar para escucharme hablar con más libertad. Y yo no estaba para tonterías ese día.

—¿Y las clases? —Me preguntaba mi padre.

—Van bien. Un poco aburridas, pero está claro que nunca encontraré algo que me llene de verdad.

—No te preocupes. Sólo necesitas adaptarte. Cuando lo hayas hecho todo parecerá mejor.

Yo simplemente asentí, y después me di cuenta de que mi padre no me podía ver.

Me apoyé en el marco de la ventana de mi apartamento y miré el exterior de la ciudad. Eran las cuatro de la tarde y había mucho bullicio, aunque eso era obvio, pues estaba en el centro de Brooklyn. Era normal, y ya me estaba acostumbrando.

—¿Y cómo va el trabajo que te consiguió Harold?

Mi hora de actuar.

No dejaría que Frederica supiera que yo estaba mal o que mi experiencia no estaba siendo tan agradable. Ella disfrutaba si sabía que yo estaba "sufriendo". La odiaba.

—¡Genial! Me encanta.

—¿Sí? —mi padre parecía emocionado al escuchar eso.

—Sí, sí. Mi jefe es increíble y tengo un compañero con el que me llevo muy bien. Se llama Logan.

Mi padre se quedó en silencio unos segundos.

—Me encanta escuchar eso —me dijo—. No sabes lo que me alegra. Sabía que podía confiar en que Harold encontrara algo para ti.

Al menos no había mentido sobre lo de Logan, sí que era cierto que él me caía muy bien y me había hecho amenos los dos primeros días en La Jarra.

—Y Harold también parece un buen hombre —añadí.

—Lo es, cariño. Es un hombre de confianza. Creo que es una de las personas a las que le confiaría lo más importante para mi.

Suspiré, y metí mi mano libre en uno de los bolsillos de mis vaqueros.

—¿Está Frederica por ahí? —Pregunté a propósito.

Casi pude la expresión de sorpresa que seguramente esa arpía habría formado en el asiento copiloto de mi padre. Con esas uñas largas de colores neón y su cabello peinado como si fuese Angelina Jolie. Era ridícula.

—Sí, Brendita —habló ella, con falsa amabilidad—. Estoy aquí. ¿Quieres decirme algo?

—No, nada. Sólo quería saber si estabas cotilleando por ahí.

Otro silencio. Escuché a mi padre suspirar profundamente, seguramente reuniendo paciencia. Pero ya me daba igual guardar las formas, a esa mujer yo no le debía nada. La odiaba con todo mi ser y ella era la causa por la que no había soportado estar más en mi casa.

Mi padre eligió entre las dos, entre una mujer cualquiera y su hija, la hija de la mujer con la que estuvo durante muchos años. Y eligió a esa mujer cualquiera.

Me daba igual que Frederica acabase de tener un hijo que era mi medio hermano. Me daba completamente igual. No quería saber nada de ella y yo no podría haber soportado aguantar en esa casa más tiempo. No cuando me echó de mi habitación para dársela a su hijo, no cuando yo iba a ser la canguro de ella. No podría haberlo soportado.

Mi orgullo no me lo permitía.

—Brendita, es mejor que ahora no comiences con tus escenas. Tu padre y yo ahora tenemos una comida muy importante que...

—Exacto, tú lo has dicho. Mi padre tiene una comida importante, tú no. Tú tienes un hijo con el que deberías estar ahora mismo, pero prefieres ir a un sitio donde hablarán de la empresa en el cual no tienes nada que ver. Pero quieres llamar la atención, para variar.

Mi padre finalmente acudió al rescate de Frederica, como siempre.

—Brenda Antonella Morgan —si me llamaba por mi nombre completo, eso significaba que estaba enfadado—, si puedes darnos un día tranquilo, será mejor.

—De acuerdo. Ahora mismo no quiero hablar, entonces.

—Perfecto.

—Genial.

Y dicho esto, colgué con rapidez. Tenía la respiración agitada y apretaba el móvil en mi mano con mucha fuerza, tenía los nudillos blancos. Sentía hasta ganas de llorar de la impotencia que sentía.

Intenté echar el aire de manera tranquila mientras trataba de tranquilizarme. Frederica no podía afectar mi día entero y mi estado de ánimo. Ella no era importante.

Ahora yo estaba en Nueva York y ella se había quedado en Oregon.

Suspiré y me decidí a intentar olvidar el tema. Traté de evadirme estudiando un poco de lo que había dado esa mañana en clase, después intenté meditar —no salió bien— y finalmente me preparé para salir de compras junto con Samuel.

Cuando salí de casa, miré instintivamente hacia la puerta de mis vecinos. Llevaba sin verlos desde el día de la fiesta, el día fatídico donde apenas pude dormir. Intenté convencerme a mi misma que fue por el ruido y no porque mi cabeza no paraba de dar vueltas al mismo tema.

Samuel me recogía en coche, así que vi que me esperaba en la carretera frente a mi portal. Anna estaba sentada en el asiento copiloto, para mi sorpresa.

—¡Hola! —les saludé de manera amistosa cuando me senté en los asientos de atrás.

—¿Preparada para una tarde de compras intensa? —Me preguntó Samuel con una sonrisa—. Te aviso de que yo soy muy serio para esto.

—Demasiado serio —asintió Anna bufando—. Se lo toma muy a pecho esto de los disfraces y la moda.

—Me viene bien —dije rápidamente—. No tengo ni idea de qué elegir como disfraz. Y menos si tiene que ser sexy.

Samuel arrancó mientras me explicaba que iríamos a una tienda de disfraces donde trabajaba su ex. Decía que no tenía ganas de verlo, pero que haría el esfuerzo por mi. Anna después me dedicó una mirada que me dejaba claro que en realidad Samuel había aprovechado mi situación para poder ver a ese chico otra vez. Me hizo gracia.

—¿Y Georgie? —Pregunté.

—Está ensayando para el sábado —contestó Samuel mientras movía la cabeza al son de la música de la radio—. Y Skandar no tenía ganas de venir.

—Entendible.

—Vives en un edificio increíble, por cierto —me dijo Anna con asombro—. Me encanta esa zona.

—Gracias —le sonreí—. La verdad es que he tenido suerte.

—¿Lo pagas tú? —me preguntó Samuel con interés.

—¡Sam! —Anna le dedicó una mala mirada—. Eso no se pregunta.

Samuel bufó poniendo los ojos en blanco, como sintiéndose cansado de escuchar esa frase.

—Ya sabes que yo siempre pregunto cosas que no se deben.

Samuel me dirigió una rápida mirada desde su asiento para hacerme ver que estaba interesado en mi respuesta.

Pensé en que en realidad ellos me habían contado bastantes cosas esos días, y que me habían acogido en su grupo —aunque yo no lo hubiese querido en un principio—, por lo que decidí que no pasaba nada por contarles mi situación.

—Lo paga mi padre.

—Vaya —comentó Anna—. Suena como un buen padre, entonces.

—Sí... —respondí encogiéndome de hombros.

Samuel y Anna se miraron a la vez con confusión, y luego me miraron a mi. Parecían no entender mi tono de voz al decir eso. Suspiré.

—Antes de que preguntéis... No, ahora mismo no tengo muy buena relación con mi padre. Bueno, no es que nos llevemos mal. Es sólo que ahora mismo no me siento bien respecto a él.

—¿Puedo preguntar por qué? Con todo el respeto del mundo —Samuel dijo aquello último de manera rápida cuando Anna le dio un golpe en el brazo.

Reí.

—Sí, no me importa contároslo —me incliné hacia ellos en mi asiento—. Mi padre está con una mujer que se llama Frederica que me cae fatal. Nos odiamos mutuamente. Lo peor es que ahora ella ha tenido un hijo y prácticamente me echó de mi casa. Mi padre me ha pagado todo esto porque se siente culpable.

—Joder —Samuel silbó con impresión—. A ver... por una parte es una mierda. Pero por otra... ¡estás en Nueva York!

Sonreí levemente, aunque no lo sentía así. Porque sí, me sentía contenta de estar allí, pero mi padre ya me había dejado muy claro que si no aprobaba todo con buenas notas y ganaba mi propio dinero... Esta vida se acabaría y tendría que quedarme en el cuchitril que Frederica había preparado para mi en Oregon.

Ya había discutido suficiente en el pasado por decidir que ya no quería estudiar Derecho. Estaba harta.

—Espero no tener que marcharme —murmuré.

—¡Claro que no lo harás! —exclamó Anna.

—Y ya me encargaré de esa Frederica —dijo Samuel con rencor, me hizo reír de nuevo—. Si tengo que ir hasta tu casa para poder tirarle del pelo y escupirle en la cara... lo haré.

—Yo te ayudaría —aseguré.

—Y yo —dijo Anna.

Y es que yo no solía contestar mal a la gente o hacer gestos de desprecio hacia nadie. Pero Frederica sacaba ese lado oscuro de mi, sacaba lo peor de mi. Y no me arrepentía. Me enorgullecía pensar que yo le dejaba claro lo que pensaba de ella. Que no me podía tratar como si fuera estúpida.

—¿Y respecto a tus vecinos? —Samuel me miró con picardía—. ¿Noticias?

—Piensas mucho en ellos —recalqué con diversión.

—Claro que lo hago —respondió con obviedad—. Además, debes enseñarme fotos de ellos.

Fruncí el ceño.

—¿Para?

—¡Para juzgarlos yo mismo! Ay, Brenda, que poco utilizas esa cabeza tan bonita.

Reí en voz baja mientras encendía mi móvil y me metía en mis mensajes. Me metí primero en el chat con Ben y entre en su foto de perfil. En ella salía él sonriendo con unas gafas de sol en los ojos, su cabello oscuro con volumen y con sus dedos pulgares alzados en un gesto de aprobación. Detrás se podía ver una fiesta.

—Este es Ben —le entregué el teléfono a Anna.

Ella le hizo zoom mientras Sam se acercaba mucho a la pantalla. Le grité que estuviese pendiente de la carretera.

—Pero qué bueno está —suspiró Samuel—. Me lo pido.

Anna le miró con una ceja alzada.

—Ni siquiera lo conoces. Bueno, déjalo.

Supuse que Anna acababa de recordar que lo conocía de sobra como para dejar de tomarse en serio todo lo que decía.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó ella.

—No lo sé. Pero supongo que unos pocos más que nosotros.

Anna me entregó de nuevo el móvil y ahora busqué el contacto de William. Formando una pequeña mueca, entré en su foto de perfil recordando los gritos de la chica la noche de la fiesta donde decía su nombre. ¿Por qué me molestaba? Era estúpida.

William en su foto salía sonriendo con la boca cerrada de manera menos fiestera, si no más amable. Aparecía junto a otro chico que tenía el cabello rubio también, aunque más largo y recogido en una coleta. El otro chico tenía barba y se parecía muchísimo a mi vecino. Ambos estaban uno al lado del otro dentro y William llevaba en la foto el cabello rubio despeinado a un lado, y estaba vestido con un jersey rojo. Supuse que eran familia. ¿Sería eso en Inglaterra?

Me di cuenta de que me había quedado mirando demasiado tiempo la foto cuando Anna carraspeó.

—Oh... sí. Este es William.

Le di el móvil y Anna me lanzó una pequeña mirada de ojos entornados antes de analizar la imagen.

—Es el que no lleva barba —me apresuré a aclarar.

—Cualquiera de esos dos podría ser William y no me quejarían. Están como un queso —comentó Samuel.

—Diría que este es el que más te gusta —me dijo Anna con una mirada extraña, sonriendo levemente. Me devolvió el móvil y yo hundí las cejas sin comprender—. Te has quedado mirando la foto como embobada.

—¡Eso es mentira!

Noté cómo mi rostro se tornaba rojo poco a poco.

—Qué mona, cómo se nota que es virgen —Rió Samuel.

Apreté los labios con fuerza y miré a otro lado, evitando hablar del tema.
Esta vez Anna me dirigió otra mirada que yo pude captar, y ahora era otra... más de entendimiento. Me asusté porque no quería que supiera lo que yo estaba pensando... O que supusiera lo que realmente me pasaba.

—Es el que más te gusta, ¿no?—Samuel se giró para mirarme.

—¡Mira a la carretera!

—¡Lo haré cuando me respondas!

Solté un pequeño gruñido de frustración y apagué mi móvil mientras asentía de mala gana.

—¡Sí! ¿Contento?

—No sabes cuánto.

Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos mientras veía que Samuel aparcaba en un parking que había cerca de la calle donde había dicho que estaba la tienda. Conducía de manera un poco descuidada.

—Debes dar un paso para que él sepa que estás interesada.

—A ver, a ver. No te apresures tanto —dije rápidamente mientras salía del coche a la vez que ellos—. He dicho que es el que más me gusta, no que me guste tanto como para intentar algo con él.

—¿Quién te dice que él no quiera algo contigo? —Me dijo Anna.

Comenzamos a andar por el parking de camino a la salida mientras yo evitaba la mirada de ambos.

—La otra noche me quedó claro que no —respondí encogiéndome de hombros. Los dos me miraron con los ojos abiertos y expectantes a que siguiese hablando—. Me invitó a la fiesta esa, ¿recordáis?

Los dos asintieron, sin decir nada.

—Vale, pues... Cuando llegué a nuestra planta estaban él y Ben en la puerta hablando con un vecino. Después William a solas me dijo que entrara de nuevo y yo le dije que no podía. Pero después, cuando estaba intentando dormirme, escuché cómo se tiraba a una chica en la habitación de al lado.

—¿Cómo sabes que era él? —Inquirió Samuel.

—Porque esa chica literalmente gritó su nombre.

Anna asintió torciendo la boca, dándose cuenta de que eso era un buen punto.

—Pero ¿y qué más da? —dijo Samuel con cansancio—. No es como si te vayas a casar con él. ¿Y qué si el chico guapo se acostó con una en la fiesta? Si le interesas puedes acostarte tú con él y ya está.

Yo simplemente preferí no contestar. Estaba claro que Samuel y yo no teníamos el mismo concepto de amor. Él buscaba noches locas y yo buscaba estabilidad. Es decir, yo lo tenía muy jodido porque la estabilidad en pareja era algo difícil de encontrar.

—Paso de líos y de acabar con el corazón roto —negué con la cabeza—. Yo iré a mi mundo y él al suyo. Tengo que centrarme en lo importante: aprobar la carrera con buenas notas.

—No, lo importante ahora mismo... —comenzó a decir Samuel, agarrándome de la mano a la vez que llegábamos hasta la puerta de una tienda— es encontrar el disfraz perfecto.

La tienda de disfraces acabó siendo de lo más divertida. El ex de Samuel nos dejó vía libre para hacer lo que quisiéramos, y ambos estuvieron hablando y flirteando durante un largo rato. Después, Samuel se unió a nostras para ayudarnos en la búsqueda del disfraz perfecto.

Era una tienda grande pero muy recargada de adornos, accesorios, posters y luces. Daba la sensación de estar en un zulo de colores y ropas llamativas, pero en cierto modo era acogedor.

Mientras nos probábamos los disfraces que Samuel y Anna escogían, el ex de Sam —el cual se llamaba Tim— nos puso música y nos ayudó a elegir. Me sentí igual que en las películas cuando salía una y otra vez del probador con disfraces estúpidos y ridículos que nos hacían reír.

Los cuatro estuvimos seguros del disfraz elegido en cuanto Sam y yo nos lo probamos. Fue como pensar: «Esto es lo que estaba buscando.» Aunque me sentía algo incómoda, definitivamente me sentía sexy.

Más tarde, los dos me acompañaron a hacer mi compra semanal —Samuel y Tim acordaron que hablarían por mensaje para quedar de nuevo— y acabamos en la puerta de mi casa. Yo estaba cargada de bolsas de la compra y con un batido en la mano de un McDonald's.

Podía decir que al final había sido un buen día y que tanto Sam como Anna habían conseguido despejar mi mente de Frederica, la universidad y todas mis inseguridades que me hacían cerrarme muchas veces.

—Entonces mañana nos vemos a las seis —me dijo Samuel—. Mándame la dirección de la chica de la fiesta después, ¿vale?

—Perfecto —dije abriendo la puerta del portal.

—¡Adiós! —se despidieron los dos.

—¡Gracias, chicos!

Cerré la puerta y suspiré mientras notaba que las bolsas de la compra y el batido se me caerían en cualquier momento al suelo. Comencé a murmurar cosas mientras me quejaba cuando escuché unos pasos en las escaleras.

Alcé la cabeza mientras trataba de andar hacia el ascensor con todo lo que tenía en los brazos y las manos.

Entonces apareció la persona que bajaba...

William.

Él me dirigió una bonita y amplia sonrisa al verme. Pero yo, que no sabía disimular, torcí la boca y fruncí la nariz con un poco de disgusto. No lo pude evitar.

Él se dio cuenta, pero intentó seguir igual de amable.

—¿Qué hay, vecina? —Me preguntó llegando hasta mi. Llevaba una camisa blanca que le quedaba de lujo.

—Nada —me encogí de hombros evitando su mirada y anduve hacia el ascensor.

—¿Necesitas una mano?

Sí, en tu cara con la palma abierta.

—¿Parece que necesite tu ayuda? —repuse sarcásticamente con un tono poco amigable, alzando la cabeza, y tratando de no tropezar con las bolsas.

—¿De veras quieres que responda a eso o preferirías mantener negación plausible?

Lo miré con confusión, pero después mantuve mi atención en el ascenso. Llegué hasta las puertas y traté de acercar el dedo al botón para llamar, pero una de las bolsas se me cayó.

Suspiré frustrada a la vez que veía que William recogía la bolsa que acababa de caerse, y después me arrebataba sin previo aviso otra de la mano izquierda. Lo miré con recelo.

—Tendrías que haber venido a la fiesta del otro día —dijo cuando entramos en el ascensor—. Se te echó en falta.

—¿A mi? —enarqué una ceja—. No lo creo. Ni siquiera me conocéis.

—Nos caes bien —se encogió de hombros, mirándome de reojo con una media sonrisa—. Me habría gustado de veras verte allí.

No pude evitar reír con ironía. Él me miró sin comprender mi actitud. Y me habría gustado ser menos obvia, pero eso no se me daba bien.

—Claro, te habría encantado verme allí. No te lo pasaste genial esa noche.

—La verdad es que no —contestó frunciendo el ceño.

—Por favor, William —lo miré con una sonrisa sin gracia—. Escuché los gritos desde mi habitación.

Él, mirándome muy de cerca, cada vez parecía más confundido. ¿Por qué se tenía que ver tan guapo?

—Claro que había gritos, era una fiesta. Pero eso no quiere decir que yo lo pasara bien. ¿A qué viene ese tono de voz?

Quise gritarle todo, pero me contuve. Él podía hacer lo que quisiera, no era su culpa que yo me sintiera atraída a él y que me molestaran cosas que no debían hacerlo.

—Es sólo que me extraña que me digas que no te lo pasaste bien. Te escuché con esa chica.

William me miró verdaderamente confundido, sin comprender. Ahí fue cuando me di cuenta de que quizá sí que estaba siendo sincero.

Entonces abrió mucho los ojos y la boca, y comenzó a reír, echando la cabeza hacia atrás. Lo miré con recelo.

Las puertas den ascensor se abrieron y él salió soltando carcajadas. Yo lo seguí sin decir nada, esperando a que me dijera qué le hacía tanta gracia.

—¿Qué? —Dije, molesta.

—No me lo puedo creer. ¿Pensabas que el de los gritos era yo? —Rió aún más—. Qué graciosa.

—¿Y quién era si no? La chica literalmente gritó tu nombre.

William apretó los labios mientras evitaba sonreír burlándose de mi, y yo me sentía enfadada por alguna razón. ¿Me tomaba por tonta?

—Esa chica es el ligue de Ben —me explicó apoyándose en mi puerta, mirándome de lado con intensidad—. Y gritó mi nombre porque a mi se me olvidó que estaban en esa habitación y entré por error.

El alma se me vino a los pies.

Me sentí tan estúpida que quise que la tierra me tragase. Fue como si de repente un nudo se me desatase de la garganta y entrada una vergüenza extrema.

—Oh... —emití.

—Sí, oh.

Era una payasa. Bueno, no. Una payasa no, era el circo entero.

Pasé la lengua por mis labios, ahora evitando aún más los ojos de William sobre mi. Quise entrar en mi apartamento y no salir nunca.

—Vaya... eh, siento haberte dicho eso sin que fueras tú... Soy algo...

—Déjalo. Cualquiera lo habría pensado.

Moví mis pies con nerviosismo y me atreví por fin a mirarlo. William no apartaba sus ojos azules de mi rostro, me hizo sentir aún más inquieta. Pero me gustaba que me mirara así.

—Entonces ¿vendrás a la próxima fiesta? —me preguntó interesado.

Ahora sí que tenía ganas de ir.

Pero no podía.

—No te prometo nada.

Entornó sus ojos, sonriendo levemente.

—Eres difícil, ¿eh?

Sonreí también, ahora sintiéndome más liberada y contenta.

—Tengo mis momentos —y eso era cierto.

—¿Qué tengo que hacer para conseguir que vengas a vernos algún día? Nunca te dejas ver.

Escuchar eso por parte de él hacia mi me hizo sentir un cosquilleo en el estómago.

—Estoy muy liada siempre.

Él alzó las cejas.

Ambos estábamos de lado apoyados en mi puerta, mirándonos de frente.

—¿Muchas citas?—Preguntó.

—Mucho estudio y trabajo—le corregí.

Vi que me recorría el rostro de arriba a abajo con detenimiento. Me sentí insegura y deseé no verme tan fea como me sentía en ese momento.

—Entonces iré a verte al trabajo—anunció.

—No te diré mis horarios.

Él me empujó levemente con su hombro en el mío de manera juguetona. Reí. Me sentía súper tonta tonteando de esa manera, como adolescentes de quince años, pero me salía solo en ese momento.

—¿Qué haces mañana? —esa pregunta me dejó helada.

¿Sonaba al comienzo de una pedida de cita?

Que la tierra me tragase.

—Tengo una fiesta —le enseñé la bolsa del disfraz.

Él me miró ofendido.

—Así que aceptas ir a otras fiestas menos a las nuestras. Lo tengo en cuenta.

Reí nerviosamente, negando con la cabeza.

—Iré a tu próxima fiesta —le aseguré—. No llores.

Él asintió y yo saqué las llaves para abrir de una vez por todas. Él me ayudó a pasar todo en el interior y me di cuenta de que aprovechaba para darle un vistazo a mi hogar. Pude ver su aprobación.

—Gracias por ayudarme —le dije con sinceridad.

—De nada. Tiene mérito teniendo en cuenta que al principio parecía que querías matarme.

—Si te soy sincera, quería hacerlo.

Me sentía bien al pensar en que el chico con esa chica fue en realidad Ben. Yo sabía bien cuando la gente mentía o no, y William no lo estaba haciendo.

—Irías a la cárcel. Y te lo digo yo, la cárcel no es divertida.

—¿Has estado en la cárcel?

—Una vez, en el Monopoly.

Eso me hizo reír con ganas, lo cual pareció agradarle, que formó dos hoyuelos en sus comisuras.

—Eres idiota —dije entre risas, empujándolo fuera del piso. Él también reía—. Luego nos vemos.

—Adiós, Brenda.

Me miró desde el rellano y yo lo miré a él con expresión más dulce que antes posando mi mano en la puerta. Nos sonreímos mutuamente.

—Hasta luego, Will.

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Holaaaaaa

Espero que este capítulo haya rebajado vuestras ganas de matar a Will JAJAJAJAJAJAJ. Me sentí malvada cuando subí el anterior.

Espero que os esté gustando. No olvidéis dar like y comentar.

Os amo.

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