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011. el otoño es la época más acogedora, ¿no?


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          LA UNIVERSIDAD me estaba matando. Mi cabello estaba tan sucio que incluso en un moño tenía aspecto de aceite grasiento. Tenía ojeras y me sentía horrible. Tenía los exámenes finales en un mes y medio pero sólo con ese tiempo ya me sentía totalmente agobiada. No tenía tiempo de nada, incluso ir a trabajar me irritaba, y no sólo por la horrible clientela que debía aguantar. Me agotaba estar atendiendo a gente en un bar mientras iba repasando mentalmente el tema de psicología infantil que había estudiado por la mañana.

En un momento de la tarde en el que mi cabeza acabó chocando con la mesa tras cerrarse mis ojos involuntariamente, me di con toda la frente en el escritorio y me incorporé soltando un grito de dolor. Cerré los ojos mientras resoplaba y pasaba mi mano por la cabeza, dolorida.

—Que os den por el culo —le hablé a los apuntes, y acto seguido les saqué los dos dedos corazón que tenían mis manos.

En ese momento; en el que me di cuenta de que hablaba con mis apuntes y que además intentaba molestarles, me di cuenta de que quizá estaba perdiendo un poquito la cabeza con todo eso del estudio.

Estábamos ya a 20 de octubre y los exámenes me invadían la cabeza. No quería imaginarme cómo sería cuando tuviese que hacerlos en diciembre. Quizá la cabeza me explotaría.

Y entonces me llegó el mensaje que sería mi salvación.

Georgie: «Esta noche tienes plan. Concierto en el Webstern Hall»

«¡Sí, por favor!»

Había sido como una respuesta a un grito de ayuda mental. Así que me levanté de un salto y me puse a bailar. Quizá si ella no me hubiera dicho eso no se me habría ocurrido a mi sola que debería salir a que me diese el aire. Canturreé una canción de radio que llevaba toda la mañana en mi cabeza mientras hacía un extraño baile y llegué hasta la cocina, dispuesta a comer, ahora con más energía que antes al saber que tenía un plan.

Mientras calentaba un guiso en el microondas preparé un vaso con hielo y coca-cola moviendo mis caderas al son de la canción que cantaba como loca. Estaba loca por todos los exámenes y me sentía aliviada al poder salir de aquel apartamento.

Me sentía más contenta y con ganas de hacer más cosas que cuando llegué a Nueva York. Quería que mi plan de centrarme exclusivamente en la universidad siguiera igual y no quería desconcentrarme. Pero ese día me sentía más ida de lo normal y, ¿a quién quería engañar? Necesitaba salir de la cueva que era mi apartamento ahora.

En mi teléfono saltó una llamada. Era mi padre. Suspiré y le di la vuelta a la pantalla para dejarlo bocabajo y centrarme en la interesante serie que estaba retransmitiendo la televisión.

Quizá debía perder el orgullo y dejar de enfadarme con mi padre. Pero el simple hecho de tener que aguantar a la estúpida de su mujer me ponía los nervios a flor de piel. Algunas personas te chupan la vida, te drenan la energía y son bolsas negativas de infierno. Frederica era una de esas personas. Y si había algo que había aprendido justo antes de marcharme de Oregón, es que ya no estaba dispuesta a seguir teniendo la energía para relaciones sin sentido, interacciones forzadas o conversaciones innecesarias.

George me avisó de que su concierto era a las seis, así que cuando llegaron las cuatro me duché y me vestí con prisa. Tenía demasiadas ganas de salir del apartamento.

Me maquillé y decidí que ese día podía hacer algo diferente con mi cabello. Normalmente liso y aburrido, ahora podía tener más volumen. Era un concierto, así que quizá merecía la pena.

Agarré las tenazas de la cesta que había en el estante debajo del lavabo y las encendí. Me miré al espejo sonriente porque me veía bien y después procedí a ondular los mechones de mi cabello castaño. Sólo ondulaba de medios a puntas para que tampoco pareciera muy artificial. Recordé cuando de pequeña me encantaba rizarme el pelo porque me hacía parecer una princesa, al menos a mis ojos. Hacia mucho que no lo hacía.

Tampoco me había vestido súper sexy como cuando fui a la fiesta de mis vecinos. Ese día iba más sencilla porque no merecía la pena ponerte despampanante para después estar rodeada de personas que se apretujaban en un corro. Además, era ya finales de octubre y comenzaba a hacer frío; así que opté por unos pantalones amarillo limón que se ajustaban en la cintura pero que se anclaban desde el muslo hasta el tobillo (cortesía de Frederica, que quiso tener un detalle conmigo cuando me marché), y un top de tirantes gruesos con escote en forma de V y de color negro. Encima me coloqué una chaqueta de cuero del mismo color. Me veía sencilla pero guapa.

Dejé las tenazas encima de una toalla para no dejarlas sobre el mármol del lavabo mientras iba cambiando de mechón. A medias de uno de los últimos mechones, Georgie me llamó.

—¿Sí? —Pregunté dejando las tenazas en la toalla.

—¿¡Dónde estás!?

—¡Terminando de arreglarme!

Se escuchaba jaleo en el fondo de la llamada de Georgie.

—¡Ya son las cinco y media! Estás a veinte minutos del Webster Hall, ¡vas a llegar tarde!

—¡Que no!

Salí rápidamente del baño y entré en mi habitación aún con el móvil en la oreja mientras metía todo lo importante en mi bolso: monedero, llaves, auriculares, pinta labios y colonia. Salí de la habitación cerrando la puerta y corrí hacia la salida del apartamento.

—Date prisa. Estamos todos ya —Dijo Samuel gritando al teléfono—. ¡Mueve ese culo!

—¡Que ya!

Cerré la puerta con llave con mucha rapidez y, después de darle un rápido vistazo a la puerta de Will y Ben, bajé por las escaleras mientras escuchaba los gritos de todos al otro lado de la línea.

—Voy a pedir un taxi y voy, ¡dejad de ponerme nerviosa!

Así que de esa manera acabé metida en un taxi a toda velocidad y con la frente perlada de sudor y la respiración agitada, le pedí al hombre que me llevara al Webster Hall. El dinero que debía perder en taxis debía ser una barbaridad pero tampoco quise pensar demasiado en eso.

Bufé y miré mi teléfono en la ida y vi que Ben me había escrito.

Ben: «Queremos hacer fiesta de Halloween, ¿te apuntas?»

Sonreí levemente. Esos chicos veían cualquier excusa para poder celebrar una fiesta. Debían tener el hígado destrozado.

Lo cierto era que desde que estaba inmersa en los estudios tampoco había visto mucho a William, y aunque me costase admitirlo, le extrañaba un poco. Tras confesarle lo que me había ocurrido y hablar con él, y además ver que su reacción me dejó muy tranquila y aliviada, pensé que quizá la estaba cagando porque cada vez que hablaba con él por teléfono o cada vez que se pasaba por mi casa inventándose excusas como que necesitaba sal, una sonrisa estúpida se plantaba en mi estúpida cara. Y es que me costaba no pensar en él.

Eso no era parte del plan.

Maldito, estúpido e insistente vecino.

«Claro.»

Parecía que había estado esperando todo el rato a mi respuesta porque no tardó en escribir:

«Pues que sepas que nos tendrás que ayudar a decorar si quieres ser invitada»

Sí, pasarme el día decorando un apartamento y pasarme esa noche de fiesta me venía genial en época de exámenes.

Pero ahora que ya me había soltado, no quería volverme a encerrar.

«De acuerdo. Aunque sé que me habrías dejado ir igualmente»

Al salir del taxi, vi que había una enorme cola de gente esperando y me di cuenta de que teniendo que esperar mis amigos me iban a regañar. Miré la hora y me entró miedo al ver que faltaban cinco minutos para las seis.

Alcé la mirada y vi que justo arriba de la marquesina de la sala, arriba de donde estaba el segurata, había una enorme calabaza de Halloween. Era como un gigantesco globo que relucía.

Hacía frío y quería entrar de una vez por todas. Tenía que hablar con el segurata. Así que cuando caminé directa hacia él saltándome toda la cola, escuché las quejas de los demás a mi derecha. Los ignoré.

—Hola —le sonreí al hombre de negro—. Vengo al concierto de una amiga. Ella toca la guitarra hoy.

—Qué bien —me sonrió de manera menos amable—. Ponte en la cola y podrás verla.

Fruncí el ceño.

—No, no. Es que empiezan ya y tengo que verla.

—Estas personas de aquí —señaló la cola— también quieren verla. Pero tienen que esperar.

Me crucé de brazos y apreté los labios, perdiendo la paciencia. Sinceramente; me aterraba más una Georgie o un Samuel enfadado que un segurata enfadado.

—Soy una invitada de uno de los músicos.

—Me parece perfecto. A la cola.

Resoplé sonriendo con incredulidad y miré a otro lado tratando de reunir las mejores palabras para responder.

—Escuche, no tengo tiempo. Si quiere puedo ir a sacarla de aquí y se lo dice ella misma.

—Sí, y yo nací ayer.

—Pues parece que sí —me atreví a responder tajantemente, sintiendo que al final sacaba mi mal humor.

Él hombre alzó las cejas y me miró asombrado por haberle hablado así. Si antes lo tenía crudo para entrar, no quería imaginármelo ahora.

—A la cola.

Solté un gruñido de frustración y el hombre sonrió al verme así de indignada.

Saqué mi teléfono y llamé a Georgie. Tuve miedo de que no respondiera y de que me quedara en la calle como una estúpida, pero después de casi un minuto, descolgó.

—¿Dónde estás?—gritó por el ruido que se escuchaba en el fondo.

—Un gorila no para de negarme la entrada —me quejé. Y cuando el hombre me miró indignado le sonreí con falsa amabilidad—. No podré llegar a tiempo si hago toda esta cola.

—Espera.

Colgó repentinamente y miré la pantalla con el ceño fruncido. El gorila me miró triunfante.

—Ya veo, te quedas en la calle.

—Pues no —moví la cabeza con seguridad, guardando mi móvil en el bolsillo—. Viene enseguida.

En realidad no tenía ni idea de lo que iba a hacer Georgie, pero necesitaba que ese hombre no quedara por encima de mi. Ya no era cuestión de llegar pronto, era cuestión de no quedar como una niña mimada a la que le salían mal las cosas ante un hombre que ni siquiera conocía.

Pasaron los minutos y Georgie no llegaba. Y ninguno de mis amigos. Eran ya la seis. Resoplé y pensé maneras de pasar mientras lo distaría.

Abrí la boca con sorpresa y señalé a su izquierda hacia la calle.

—¡No sabía que tenías un hermano gemelo idéntico a ti!

El hombre ni siquiera miró hacia esa dirección, me miró con aburrimiento directamente a los ojos y respondió con sequedad:

—No lo tengo.

Suspiré cerrando los ojos cada vez con menos paciencia. Estaba perdiendo valiosos minutos de mi vida.

—¿Sabes? Yo podría ser una asesina psicópata que ahora mismo está planeando cómo matarte dolorosamente por tratarme de esta manera.

—No eres una asesina. Reconozco a un asesino cuando lo veo.

Lo miré con confusión.

—¿Igual que Dexter reconocía asesinos porque él mismo era uno, o porque has conocido a media ciudad?

El hombre no se dignó a responder mi pregunta.

—Bueno, vale. Entonces daré por hecho que es la primera opción y que eres un psicópata.

Tampoco respondió.

Pero entonces alguien salió por la puerta: Samuel. Me miró con los ojos muy abiertos y luego miró al gorila con expresión aterrada. Yo lo miré con enfado y señalé al hombre.

—¡No me deja pasar!

—Eh, grandullón —Samuel le miró con una mezcla de miedo y simpatía—. Esta chica entra conmigo, ¿vale?

Le enseñó una tarjeta que colgaba de su cuello. Ponía STAFF en grande, y debajo el nombre de Georgie. Ella debía habérsela prestado para que me dejaran entrar. El hombre puso los ojos en blanco y me indicó con su mano que pasara ya.

Yo sonreí satisfecha y cuando pasé por su lado le saqué la lengua. Él entornó los ojos en mi dirección.

—¡Llegas tardísimo! —Me espetó Sam mientras entrábamos al lugar.

Tuvimos que empezar a gritar porque aquel sitio estaba lleno de gente y sólo se escuchaba la música del escenario y los gritos de la gente. Nos hicimos paso entre todos. Era una sala no muy grande para tratarse de una de Nueva York, pero era impresionante. Tenía balcones a los lados de la sala y el escenario sí que era muy grande. El centro de la sala estaba abarrotado y pude ver a lo lejos a Georgie tocando la guitarra rodeada de otras personas que tocaban otros instrumentos o cantaban. Era música rockera pero a la vez un poco alternativa. Me recordaron a The Neighbourhood.

¡Es que había una cola gigantesca y ese gorila no me dejaba pasar!

—¡Por eso tenías que llegar como una hora antes, como hemos hecho el resto!

—¿¡Una hora antes!?

Quizá debía deshacerme de mis costumbres en Oregón. En mi pueblo nunca se necesitaba tanto tiempo de antelación y se llegaba a todas partes rápido. Pero estaba en Nueva York.

Samuel me acompañó hasta la primera fila, donde por fin vi también a Casper y a Anna.

—¡Hola! —Anna corrió a saludarme.

Casper me dirigió un leve asentimiento de cabeza que yo devolví con una gran sonrisa. Puede que incluso a él hubiera comenzado a cogerle algo de cariño.

—¿Nos pedimos ya algo de beber?—suplicó Anna.

Todos estuvimos de acuerdo y Anna y yo fuimos a pedir las bebidas a la barra mientras Sam y Skandar esperaban. Esperando a ser atendidas, le conté a Anna con confianza lo que había ocurrido con William cuando me recogió del trabajo. Ella me escuchó atentamente y cuando ya nos hubieron servido las cuatro bebidas, volvimos con los chicos.

—¡Ah, por cierto! —chillé entre todo aquel jaleo—. ¡Ben y William celebran una fiesta de Halloween! ¡Podéis venir!

—¿Te lo han dicho ellos o lo has decidido tú? —preguntó Anna.

—¿Y eso qué más da? —Respondió Sam alzando los brazos para después darle un buen trago a su Mai Tai.

Skandar me miró con diversión.

—A Anna le importa saberlo porque le mola Ben.

Anna iba a negarlo pero después se encogió de hombros asintiendo levemente. Yo solté una carcajada. Algo me decía que a Ben también le molaba Anna. Pero lo dejaría entre ellos. Yo era muy mala casamentera.

Así, comenzamos a beber y a contemplar a Georgie cantar y tocar con una radiante sonrisa en la cara. Tras beber en el bar cuando hablé con William, decidí que por beber una sola cerveza de fiesta no pasa nada. Cuando me la terminé, decidí que otra tampoco estaba mal.

No tardé en ir al cuarto de baño y vomitar.

Me agobié entre tanta gente, con la cabeza mareada y mi estómago desacostumbrado al alcohol. Las arcadas llegaron y entre tanta gente antes de llegar al baño pensé que no llegaría al inodoro.

Pero cuando volví con el resto seguí saltando y bailando y dejé de beber. Skandar —Casper— pareció soltarse mucho porque él sí que bebió más de dos cervezas y en algún momento pasó su brazo por mis hombros mientras actuaba como si se supiera la letra de las canciones.

Samuel en otro momento determinado se marchó con un chico que había conocido bailando al exterior de la sala y yo no pude parar de reírme por lo rápido que había sido para él encontrar a alguien que le alegrara la noche. Envidiaba a la gente que no se pensaba demasiado las cosas.

Hubo otro momento en el que yo me tropecé con una persona y me sujeté a ese chico del pecho para no caer. Él me miró raro y después se deshizo de mi para alejarse de mi. Anna y Casper se rieron de mi todo lo que pudieron.

—Simplemente voy a intensamente ignora esta parte de mi vida hasta que se vaya —dije haciéndome la indiferente.

—Definitivamente eso no funcionará —declaró Anna entre risas.

—Eres muy rara a veces —Casper me miró con las cejas alzadas—. Pero tengo que admitir que me gusta.

Abrí muchísimo los ojos y lo señalé boquiabierta. Casper puso sus propios ojos en blanco. Yo reí y di saltos.

—¡Ha admitido que le agrado! ¡Lo ha admitido!

—Ahora seré yo el que ignore intensamente esta parte de mi vida —musitó con desagrado.

Pero ahora yo estaba muy feliz y Anna aprovechó para actuar igual que yo para molestar a su amigo.

Samuel llegó media hora más tarde con los labios hinchados y enrojecidos, el cabello despeinado y los botones de su camisa desabrochados. Todos le hicimos un interrogatorio que decidió pasar por alto.

—¡Samuel se ha enamorado! —Grité emocionada.

Él soltó una carcajada.

—Esa sí que es buena. ¡Yo no me enamoro, Brendita! Qué inocente eres, pequeño cangurito.

Fruncí el ceño con desagrado. Estaba claro que no me conocía.

—¡No soy inocente! ¡Y aún menos un canguro! Soy... yo soy como una pantera.

Skandar negó con la cabeza.

—Eres mas adorable que un canguro, incluso —me aseguró Sam—. Más adorable que un canguro con un suéter. Es decir. ¿Podéis imaginároslo? Ese canguro estaría muy feliz y cómodo en su suéter. Sí, sería adorable.

—Creo que es hora de ir a dormir —declaró Anna.

Yo seguía refunfuñando porque no era vista como una pantera misteriosa y sexy. Era concebida como un canguro feliz y cómodo vistiendo un suéter adorable. Eso no era lo que quería escuchar.

Por suerte, el concierto terminó tras una canción más y otra banda entró en el escenario detrás de la banda de Georgie. Todos fuimos directos al backstage y entramos dónde Samuel aseguró que estaban.

Efectivamente, todos los de la banda estaban dentro y celebraban en ese mismo momento que habían terminado el concierto de esa noche. Cuando Georgie nos vio entrar, soltó gritos de felicidad y corrió a abrazarnos en grupo.

Me sentí muy alegre porque en Oregón nunca me había sentido tan... integrada. Me sentía como si yo perteneciera a ese sitio, y ellos me habían acogido como si nada. Me sentía demasiado afortunada.

Quizá mudarme a Nueva York había sido incluso mejor idea de lo que yo había pensado.

—Has estado increíble. Georgie.

—Chicos, dejadme que os presente a la increíble vocalista de la banda: Sabrina Lee.

La vocalista de la cual yo había estado pensando durante todo el concierto que su voz era angelical, se puso ante nosotros y nos sonrió con una dentadura perfecto y labios gruesos pintados de rojo pasión.

—Hola —nos saludó con timidez. Georgie la miró con una pequeña sonrisa.

Todos saludamos de vuelta. Vi que Casper y Samuel se miraban al mismo tiempo y que Anna intentaba no reír. Fruncí el ceño con diversión sin saber por qué.

Sabrina era alta y vestía ropa muy alternativa. Su cabello rizado y color negro estaba recogido en dos moños altos a ambos lados de su cabeza y su piel negra era totalmente lustrosa y perfecta. Quizá fue el efecto del mareo por el agobio de haber estado entre tanta gente, pero rápidamente me entró el bajón por pensar que jamás tendría ese aspecto tan... increíble.

—Estoy encantada de conoceros. Georgie me ha hablado muchísimo de vosotros.

—¿Ah, sí? —Sam sonrió con picardía—. ¿Y que te ha contado? También nos ha hablado mucho de ti.

Sabrina miró con las cejas alzadas a Georgie y pude jurar que se estaba sonrojando en ese momento.

Entonces lo comprendí todo cuando Anna se acercó a mi oído y me susurró:

— Están liadas.

Abrí mucho los ojos sin poder evitarlo. Entonces todo cobraba sentido. Los sonrojos y miradas de Georgie, lo nerviosa que estaba Sabrina...

No pude escuchar más porque en ese instante mi teléfono comenzó a sonar. Lo saqué de mi bolsillo y miré quién era.

Mi corazón dio un vuelco al ver el nombre de Will.

Tardé unos segundos en responder por alejarme un poco del grupo y puse el móvil en mi oreja después de descolgar.

—¿Will?

—Brenda—

—¡Hola, Will! Te has perdido el concierto de Georgie, ha sido increíble.

—Brenda...

—Ya me ha avisado Ben de la fiesta de Halloween. Os ayudaré con la decoración, pero querré algo a cambio. Estoy de exámenes y...

—Brenda escúchame, por favor. Esto es importante.

Cerré mi boca hundiendo las cejas y me quedé algo estática. Por alguna razón me puse nerviosa al instante. William se escuchaba muy serio y me di cuenta al instante de que algo malo pasaba.

—¿Qué ocurre?

—Es tu apartamento.

Mi estómago dio un vuelco.

—¿Qué?—Emití con la voz en un hilo.

—Tu apartamento se ha incendiado.




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AYYY LO SIENTO UN MONTÓN POR HABER TARDADO 2 MESES Y PICO EN ACTUALIZAR.

He estado liada con una novela de OBX que quería terminar ya antes de empezar los exámenes y así dejar muchos meses hasta continuarla para la tercera temporada. Así que así tengo más tiempo para el resto de novelas.

No voy a dejar esta sin continuar, por supuesto que no. Quizá la que tarde más en actualizar Spectrum, pero tampoco la dejaré sin continuar.

Espero que os haya gustado el capítulo, el siguiente promete mucho.

Nos vemos :)

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