Epílogo

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—¡A ver, ¿a cuántos de aquí les gusta comer un huevito frito, revuelto o duro?!

—¡A mí, a mí, a mí!

Lisa se rió ante el entusiasmo de los niños, que levantaban sus manos con exaltación infantil. A esas alturas, ya estaba acostumbrada.

—¿Y cómo dice la canción del huevito, niños?

—¡Popular y perfecto, completo en todos sus aspectos! —corearon los pequeños de manera desordenada—. I love egg, egg!

La omega volvió a reírse, encantada y feliz. Al menos, hasta que Minji habló.

—¡La maestra Lili tiene un huevito en su panza!

En un inicio, se sintió algo confundida por el grito que pegó la niña, pero a los pocos segundos entendió a qué se refería.

—No es un huevito —aclaró, y llevó su mano a su barriga hinchada—, es una bebé.

—¡¿Una bebeeeeeeeeeeeeeeeé?! —gritaron todos.

—Sí, una bebé —Lisa sonrió otra vez, y el timbre que anunciaba el fin de las clases tocó—. ¡Pero bueno! Se los contaré cuando nos veamos el lunes, ¿qué tal?

Los niños y niñas volvieron a corear que sí, y agarraron sus mochilas mientras Lisa les iba a abrir la puerta de salida. Afuera, en el pasillo, ya les esperaban todos los padres para llevarse a sus hijos a la casa, que no tardaron en salir. A medida que se iban, Lisa les iba chocando las manos y deseándoles un bonito fin de semana.

Comenzó a recoger sus cosas y levantó la cabeza cuando escuchó que alguien tocó la puerta, que seguía abierta.

—¿Interrumpo algo? —preguntó Jen.

—¡Mamiiiiii! —gritó Haerin, yendo de la mano de la alfa—. ¡Ya vámonos, vámonos!

Lisa cerró su bolso y se lo colgó. Se inclinó ante la pequeña omega que ese día cumplía sus siete años.

—¿No me vas a saludar, pequeña Haehae? —preguntó.

—¡No me digas así! —chilló Haerin, avergonzada, pero se estiró y besó la mejilla de Lisa—. Vamos, vamos, ¡quiero pastel!

La omega le agarró la mano a su cachorrita, que parecía a punto de salir corriendo hacia el auto. Jennie, sin embargo, le retuvo y sólo ignoró los quejidos de la niña para sostener a Lisa de la barbilla y darle un beso en la boca. Lisa soltó una risita traviesa.

—¡Puaj, que asco! —gritó Haerin entremedio de las dos.

—¿Todo bien hoy, bebé? —preguntó Jennie—. ¿Cómo se portó la pequeña Hyein?

—Hyein estuvo tranquilita hoy —aseguró Lisa, y se puso a caminar, con Haerin todavía refunfuñando—. ¿Me extrañaste?

—Siempre te extraño —Jennie le dio otro beso, sólo que en la mejilla, y se rieron al oír el nuevo reclamo de la gatita.

La semana pasada la omega cumplió los cinco meses de embarazo y no podía estar más feliz con eso. Jennie y ella estaban muy contentas con recibir a una nueva niña dentro de su pequeña familia, ya dispuestas a darle todo el amor posible. Habían estado planificando esa nueva bebé por al menos seis meses antes de quedar preñada, y es que ahora Lisa contaba con un trabajo estable, Haerin ya estaba más grandecita y querían expandir su familia.

Tres años atrás había terminado finalmente sus estudios (aunque no se había graduado con honores, esa fue la pesada de Jieun), pero no cabía en su felicidad. Y, un año atrás, encontró ese trabajo (un poco apoyada por los contactos de Jennie, sin embargo, qué importaba), y estaba muy cómoda en dicho ambiente laboral. Los niños le encantaban y siempre le hacían reír en todo. Amaba mucho su trabajo.

Se subieron al auto y Haerin ya comenzó a entusiasmarse. Le habían dicho que, luego del colegio y pasar por mamá, irían a comer fuera debido a su cumpleaños y comprarían un pastel de Rapunzel. Era quizás eso último lo que más quería de todo.

—¿Pero por qué vamos a casa? —comenzó a quejarse.

Lisa suspiró. Echaba de menos la época en que sólo balbuceaba palabras y no le importaba dónde iban, inconsciente de sí misma. No es como si le molestara su proceso de crecimiento, sabía que era normal en todo niño, pero eso no quitaba que, a veces, la maternidad fuera difícil también.

—Porque mamá tiene que cambiarse de ropa, Hae —contestó Jennie, y la omega le agarró la mano, agradecida por su apoyo—, y cómo sigas así, te compraremos un pastel de Peppa Pig.

—¡Nooooooooooooooo! ¡Eso es para bebeeeeeeeeeeeeés!

Para fortuna de las dos, Haerin se tomó en serio la amenaza y decidió no protestar más. Al llegar a casa, fue la primera en bajarse, de seguro a buscar algún juguete con el que entretenerse en el camino. Iba con la llave de la casa, y las dos adultas la observaron a unos pasos cuando entró y se escucharon gritos.

—¡Sorpresa!

Haerin gritó por la emoción cuando sus tíos, abuelos y amigos saltaron por detrás de los sillones y salieron de la cocina. Aprovechando el breve momento a solas, Jennie le dio otro beso a Lisa.

—Haerin se irá a quedar a dormir esta noche con Jisoo y Rosé —le comentó, sonriendo con picardía—, ¿te parece si nosotras nos escapamos también?

—Que atrevida es, profesora Kim —coqueteó Lisa—, ¿me subirá la calificación si la acompaño?

—Depende de qué tan buena seas complaciéndome —le respondió Jennie, y la omega soltó un chillido bajo cuando la mano de la alfa le agarró su nalga izquierda.

No tardaron en entrar a su casa. Dos años antes decidieron mudarse a una casita, pensando ya en el futuro de agrandar la familia. Quedaba en un barrio tranquilo y poco problemático, y era de dos pisos, con tres dormitorios y dos baños.

Dentro, vieron a Haerin siendo saludada por sus abuelos y abuelas. Se veía muy roja por los halagos que recibía por parte de ellos, además de los sonoros besos que le daban en la mejilla. Lisa saludó a todo el mundo también, en especial a Sana, la esposa de Haein, que al igual que ella esperaba una niña, la primera de su amigo. Ella ya estaba en su octavo mes de embarazo.

Tomó en brazos a la pequeña Haram, la hija de Rosé y Jisoo. Cuatro años atrás, todos recibieron con sorpresa la grata noticia de que Jisoo estaba embarazada. La omega, al enterarse, se la pasó llorando días enteros por la felicidad, y el doctor les explicó que se debía a un raro caso de parejas destinadas. Al ser Rosé su alma gemela y la persona con la que copulaba (el doctor usó esas palabras), entonces su fertilidad actuaba de manera distinta. De cualquier manera, tuvieron a la hermanita menor de Danielle, que ya era toda una alfa de diez años.

—¡Rinniiiiiiiiieeee, dame un abrazo! —le gritaba Danielle a Haerin, que se escapaba de ella.

—¡Noooooo! —Haerin huía de los brazos de pulpo de la pequeña alfa, que sólo sonreía por la emoción—. ¡Me... me dejas apestada a tu olor!

—¡Claro! —Danielle la atrapó y comenzó a besarle la carita, ignorando sus protestas—. Es que eres mi omega, ¡debo marcar mi territorio!

—Danielle —habló Jennie con voz grave—, ya te dije que te casarás con Haerin sólo cuando yo me muera.

—¡Qué pesada es, tía Jennie!

—¡¿Y dónde está la pequeña gata rabiosa?! —preguntó Haein, apareciendo detrás de Haerin y agarrándola en brazos. La niña chilló—. Vaya, ¡qué grande estás! Haerin, ¿qué pasa si tiras un pato al agua?

—¡No, tío Haein!

—¡Nada! —y Haein estalló en carcajadas mientras Haerin parecía querer desaparecer.

Lisa sólo sonrió ante la visión de su cachorrita, tan amada y contenta, y se recostó contra Jennie, que le abrazó por los hombros.

—No quiero que siga creciendo —suspiró Lisa.

—No te preocupes —Jennie le dio un beso en la coronilla de sus cabellos—, te dejaré preñada diez veces más si quieres para que vivamos siempre este momento.

Lisa le dio un golpe antes de reírse, agradecida por haber encontrado su hogar con esa mujer que la amaba a ella y a su cachorrita. Ahora, sólo le quedaba ser feliz por el resto de la vida, y ya estaba lista para eso.

¡Muchas gracias por leer, votar y comentar! Espero hayan disfrutado de esta historia y recuerden que tengo muchas más en mi perfil, jujuj.

Un beso enorme, Lippie. <3

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