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Freddie dijo una vez: La peor enfermedad, es el aburrimiento.
Hay momentos en los que las personas se apagan, momentos en los que la calma deja de existir y abre paso al fastidio. Lo que antes solía gustarles, deja de hacerlo y se alejan de los demás porque necesitan tiempo. Tiempo para pensar en ellos.

A Robin le parecía una estupidez.

Ella apoyaba más la creencia de que nunca tendría suficiente, que siempre le haría falta algo, siempre le haría falta alguien. ¡Ella había nacido aburrida!

La vida le desconcertaba, le decepcionaba, la desconcentraba. A veces, se imaginaba en un laberinto sin salida y todos los caminos la conducían hacia más desolación y soledad...era entretenido al menos.

—Robin, la señorita Freya quiere hablar contigo—le dijo Élea, la cabeza del salón, la jefa de grupo, la jefa de jefas o como la rubia la llamaba: la zorra mayor.

—Ash, ¿Ahora que quiere?—murmuró levantándose de la silla con pereza camino a la sala de maestros.

Desde niña, siempre le enseñaron a no guardar silencio, siempre debía ir con la voz en alto y con el paso del tiempo aprendió a hacer ruido para ocultar las voces que en su cabeza no paraban de gritarle.
Robin Byqvist. Un nombre digno para una mujer con carácter y personalidad definida, eso era lo que su madre llegó a mencionar mientras el pelo le cepillaba cuando pequeña. Y bueno, en realidad no se equivocaba, la rubia siempre había tenido sus ideales bien plasmados. En el rostro inexpresivo, en las actitudes altas, en la personalidad fuerte, realmente había sabido crearla, sin embargo, cada que se veía al espejo no terminaba de reconocerse por todos los trapos que se había puesto encima durante ahora dieciséis años. ¿Qué podía hacer? Al ser criada bajo el techo de una familia con un temible poder social, lo que más debía importar era cuidar bien de su imagen.

Pero siempre hay un momento que lo detona todo.

Para Robin, fue el día en que Ericksson entró a su vida.

—Has faltado las últimas dos semanas Byqvist—le recriminó la mujer.

—Robin—corrigió de mala gana.

—Entiendo que las clases extra a las que tus padres te inscribieron son agotadoras, pero también son eficientes—continuó la maestra acomodándose las gafas—No haber ido se reflejó en tus calificaciones de la última evaluación mensual.

—La evaluación mensual ni siquiera es tan importante—susurro con un puchero sin atreverse a mirarle—Sólo es un diagnóstico para reconocer las habilidades y conocimientos que adquirimos en las últimas clases.

—Mira, Robin. Sé que estás pasando un momento difícil...

—¿Qué? ¿En-enserio?—cuestiono creyendo que por fin podría tener una conversación seria con alguien.

—Si, eres adolescente, los chicos de tu edad pasan por cambios muy constantes y...

—Ya veo...—susurro para sí misma—Profesora Freya, puede ahorrarse el discurso de la pubertad conmigo, ya tuve esa conversación. Estoy aquí por faltar ¿No? Bueno, le aseguro que trataré de venir a las dichosas clases—dijo levantándose para poder caminar hasta la puerta y poder escapar cuanto antes—Aunque no prometo na...

—Me da gusto escuchar eso—le interrumpió la mujer levantándose de igual manera—Pero, lamento informar que esto se tuvo que tratar con su madre hace un momento.

—¿Habló con mamá?—cuestiono sintiendo todo su cuerpo tensarse.

—Estaba preocupada, creí que algo estaba sucediendo en casa.

—Claro, si, entiendo. Bien, si es todo entonces regresaré a clase, toca matemáticas y es difícil.

Sin decir nada más salió apresuradamente de la oficina en busca de algo que la hiciese pensar en algo distinto. Corrió hasta el patio y se tumbó al centro de la cancha de fútbol, necesitaba tomar aire fresco con urgencia, necesitaba respirar, necesitaba enfocarse, temía ahogarse.

Así se dejó venir unos cuantos minutos.

—¡Robin!—escuchó una voz familiar llegando hasta ella, voz que la hizo salir de su momento de locura.

—¿Emil? ¿Qué haces aquí? Deberías estar en clases—le dijo aflojándose la corbata.

—Bueno, yo debería decirte lo mismo—respondió parándose frente a ella para cubrirle el rostro del sol—¿Qué haces acostada en medio del campo?

—Nada, contaba las aves que pasan volando.

«Es la excusa más tonta que he dicho en toda mi vida» pensó.

—¿Me buscabas? —se apresuró a decir buscando cambiar de tema.

—Ah, si—dijo el chico sentándose a su lado, la rubia imitó su acción—Toma, hoy cumples años ¿No es así?—mencionó tendiéndole una caja de terciopelo, ella pareció sorprenderse al principio.

—Claro. Mmm, Emil, de verdad te lo agradezco pero...

—Es un colgante de platino y diamantes—le interrumpió—Cuesta una fortuna. Siempre lo mejor para la mejor.

Las mejores cosas de la vida no son cosas.
Son...

Aquella mujer de cabello rubio como el sol, miraba con detenimiento el óleo siendo arrastrado con el pincel sobre su lienzo mientras bebía de aquella copa el vino que no hacía más de cinco minutos había servido en silencio. Sin embargo, tal calma se disipó por completo cuando la puerta de la entrada fue abierta mostrando a una chica entrando con pesadez.

—¿Dónde estabas?—cuestiono sin siquiera dirigirle la mirada.

—En las estúpidas clases extra a las que me inscribiste sin mi aprobación—contestó botando la mochila al suelo.

—Un día me vas a volver loca, Robin—murmuro—Si sigues así, no vas a llevar a nada en esta vida.

La contraria guardó silencio.

—Al parecer tu maestra ya hablo contigo, así que no es necesario que yo lo haga—señaló terminándose de un trago la bebida y botando el pincel sobre el godete.

—¿Saldrás?

—Un inversionista está interesado en mi trabajo, me vendría bien para mi siguiente exposición así que iré a hablar con él—dijo tomando su abrigo.

—Pero...

—No me esperes despierta—fue lo último que dijo antes de salir y dejarla en esa enorme casa.

—Señorita Byqvist—interrumpió Ottilia, la ama de llaves—Su padre quiere hablar con usted.

—¡¿Está aquí?!

—Algo así...—declaró mostrando una tableta apenada, dejándole ver a su papá al otro lado de la pantalla.

—Robin, ¿Qué tal la escuela?—pregunto terminando de hojear unos cuantos documentos.

—Aburrida, fastidiosa, el sistema educativo es una basura, padre.

—Increíble, eso es genial—expresó el hombre haciendo que ella rodase los ojos—Hija, lamento no estar contigo el día de hoy, por eso le pedí a Mauro que comprara algo realmente lindo, Ottilia...

—Claro...—comentó la joven mostrando una caja adornada con un lindo moño rosado.

—Wow papá, esto es...—comento abriendo la caja con emoción—Un Birkin de Hermès, igual al del año pasado—susurró.

—Oh, lo siento Robin, compraré algo más lindo la próxima vez, por ahora tengo que colgar—comentó inesperadamente—Tendré una junta importante en cinco minutos, ve a divertirte por ahí con tus amigos, por el dinero no te preocupes, cárgalo todo a mi tarjeta. Papi se hará cargo—concluyó cortando la llamada.

—Señorita Robin...—murmuró angustiada cuando observó una lágrima deslizarse sobre su mejilla.

—A la mierda—exclamó abriendo la puerta de la entrada para lanzarse a correr como fiera enloquecida mientras escuchaba su nombre ser gritado.

Los padres son las personas más cínicas e hipócritas del mundo, ellos son los únicos capaces de degradarnos de la peor manera. No era justo.

No lo era.

La rubia apenas tenía unas cuantas coronas en los bolsillos de su falda, y se había salido sin un maldito suéter, para su mala suerte, hacía un frió del demonio esa tarde. Las gotas de lluvia comenzaban a empaparla por completo, ella frunció su ceño con frustración y con lágrimas en los ojos continuó corriendo lo más veloz que sus delgadas piernas le permitían, el detenerse no estaba presente en su cabeza.

Finalmente se detuvo frente a ese bar que el rubio había escrito en aquella ficha sobre una servilleta, el pecho le subía y bajaba apresurado. Su corazón saltó cuando pudo divisarlo a través de la puerta. Él se hallaba al otro lado de la barra con su gorro y delantal puesto, mientras escribía algo con una concentración increíble.

—Lo siento jovencita, pero este lugar no es para...

—¡Ericksson!—le llamó ignorando al hombre frente a ella, obligándole a levantar la mirada.

Decir que lo había sorprendió fue poco.

—Park, ¿Conoces a esta niña?—pregunto su jefe.

—S-si, es mi amiga—respondió caminando apresurado hasta ella—¡Dios! Robin estás empapada, ¿Te volviste loca? Pudo ser peligroso.

—Ya sé, me veo patética ¿No lo crees?—murmuro ella limpiándose el rímel corrido debajo de sus ojos.

—En el cuarto de atrás en las cosas extraviadas hay una que otra sudadera—les interrumpió el mayor—Ve, busca algo o se morirá de hipotermia. Y prepárale algo de comer, esta muy flaca.

Jimin ni siquiera lo pensó dos veces, envolvió su mano alrededor de su muñeca y la condujo hasta la parte trasera del establecimiento.

—Espera aquí—le pidió sentándola en unas cajas de cerveza vacías mientras él buscaba algo para darle en lugar de su uniforme mojado—No puedo creer que vinieras a este lugar, es riesgoso Robin. Creo que, confías demasiado en las personas.

—Ericksson...—susurró sintiendo su voz quebrarse—¿Por que te estás preocupando por mi?

—¿Eh? ¿Pero qué pregunta es esa?—cuestiono el chico burlesco sin mirarle.

—Ni siquiera mis padres lo hacen, seguro creen que estoy en algún lugar perdiendo el tiempo—continuó sin levantar la mirada—Pero ese señor...Tú, me miraste y lo primero que dijiste fue...

—¿Acaso importa?—le interrumpió—Yo haría muchas cosas por ti, Robin.

—¡Pero yo por ti no!—le reclamo apretando su falda a los lados—Debes aprender, que la gente no hace por ti lo que tú haces por ellos, así que...

—Cuando alguien te importa de verdad, lo único que quieres es que esté bien—le cortó sacando una enorme sudadera de color gris—¿Esa respuesta te convence? Toma, ponte esto o podrías resfriarte, saldré para que puedas cambiarte sin problema.

—Maldita sea—exclamó la chica una vez se hallaba sola, estaba haciendo un gran esfuerzo por contener las lágrimas mientras se quitaba la playera con lentitud.

Terminó de colocarse la sudadera y un fuerte suspiro abandonó su cuerpo. De pronto, una luz incandescente le hizo sobresaltar y girar repentinamente, topándose con aquel chico sosteniendo una rebanada de pastel con unas cuantas velas encima.

—¿Qué...

Feliz cumpleaños, Robin—le dijo sonriéndole.

Él estaba ahí, sonriendo para ella.
Era la primera vez que alguien la hacía sentir así.
La primera vez que alguien la hacía sentir que...existía.

—Robin, tú me hiciste sentir mejor cuando sólo quería desaparecer, así que yo haré lo mismo—le dijo con firmeza—Cuando quieras escapar de tu mundo y no tengas a dónde ir...ven al mío. 

Si. Ahora lo entendía todo.

Las mejores cosas de la vida no son cosas.
Son...momentos.

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