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Los días transcurrentes fueron, hasta cierta medida, regulares para Kendall.
Después de la charla que tuvo con la sirvienta japonesa ya no tuvo otro encuentro con ella, o Lara. Con ésa noche de viernes se cumplían dos semanas desde que las vio.

—Por cierto, soy Kendall, con doble ele. Un gusto —saludó a la mujer que acompañaba.

Para buena suerte del chico, terminó el día con una generosa cantidad de clientes que le dieron buena paga por brindar sus servicios carnales.
La mujer de aproximadamente treinta años era la última que iba a recibir, pues ella había llegado a la esquina donde él se paraba momentos antes de que decidiera abandonar su punto de trabajo. En un principio se iba a negar, pues con con tres señoras divorciadas y dos casadas lo habían dejado exhausto. No obstante, la belleza de porte elegante y rostro fino lo convencieron de que no estaba mal concluir con una mujer de su gusto.

—¿Cómo dices que te llamas? —preguntó.

La mujer que entró a un motel de pasada, situado cerca del puente que conectaba con la zona norte y sur no respondió.
Con descaro, Kendall fijó su atención en la mujer que parecía provenir del oriente. Tenía el rostro serio, sin expresión de enfado, alegría o sed de venganza por una infidelidad. Se preguntó si la mujer de largo cabello negro suelto era alguna turista, pues, de otro modo no entendía por qué alguien tan hermosa estaba dispuesta a pagar por compañía, cuando fácilmente podrían pagarle a ella por una noche aleatoria.

—Entremos —dijo la mujer en un inglés que parecía manejar con fluidez, cuando se estacionó en el garaje iluminado por los tenues focos azules, perteneciente a una de las habitaciones que eran para la gente que entraba con transporte.

Ambos salieron del vehículo. La mujer de vestimenta casual —pantalón ajustado a sus torneadas piernas, zapatos deportivos y polera ligera— tomaba un par de llaves colgadas cerca de la puerta de la habitación, la abrió y dejó que el chico que la miraba dudoso entrara primero.

—¿No planeas asesinarme, o sí? —preguntó Kendall, más de broma que otra cosa.

Ella no pareció interesada en seguirle el juego, por lo que entró primero, sin tomarse la molestia de contestarle al chico que la siguió de cerca.
La habitación no parecía tener tanta diferencia con otras que el joven había frecuentado, de no ser por la chica rubia que se encontraba sentada en el borde de la cama tamaño familiar, aparentemente a la espera de que el par recién allegados entrasen.

—¡La china que habla como verdulera latina! —exclamó Kendall, con sorpresa—.  ¿Qué mierda significa esto?

—Gracias, Akiko. Puedes volver a casa —dijo Yoko Hamilton en japonés, dirigiéndose a su compatriota y compañera de trabajo que le hacía una reverencia—. Si el señor Pulisic pregunta por mi, dile que volveré al amanecer.

Ignorando al pelinegro que no recibió una respuesta, la mujer mayor se retiró de la habitación, yéndose con el coche negro con el que llegó, dejando al par de chicos que apenas pasaban los veinte años.

—Entonces así se ve el lugar donde la gente cochina hace el sin respeto —como una infante curiosa que se mezclaba con el tono inocente que le daba hablar español, Yoko paseó la vista por toda la habitación—. Los cuartos de la zona sur son más decentes de lo que imaginé.

—¿Nunca habías estado en uno? —preguntó, sentándose en el  diván azul cerca de la cama.

—Conozco muchos hoteles del país. Pero de lujo. Creí que los que son de este tipo solo tendrían una cama con un espacio no mayor a los tres metros.

—Lo que ves aquí no es nada comparado con los costosos. Antes, permíteme que te corrija. Éste es un motel, no hotel —Se paró para recorrer el pequeño pero acogedor cuarto amueblado—. Otros tienen jacuzzis, con camas y televisión más grande que las de aquí. Algunos que hacen membresías vienen con trajes y juguetes incluidos.

—¿Ya estuviste en uno de esos? —miró al chico con asco.

Kendall se echó a reír por los incómodos gestos de Yoko.
—Sabes, no solo los hombres tenemos fetiches. Las mujeres que gustan del placer tienen una imaginación que sobrepasa la de los hombres que solo la sacan y la meten. ¿Entiendes de lo que hablo? —se volvió al diván, acostándose—. En fin, fantasías más, fantasías menos. Por cierto, ¿para qué me trajiste?

Yoko se tomó su tiempo para explicar lo que hacía en la habitación con Kendall. Notó que el control multiusos  —televisión, aire acondicionado— que estaba en el centro del colchón de sábanas blancas. Lo alcanzó y encendió la televisión para llevarse la desagradable escena de una película pornográfica. Trató de cambiar de canal a cualquier otra cosa, no obstante, en cuanto más cambiaba, las películas que aparecían subían de contenido a cosas más explícitas. La gota que colmó su paciencia y la hizo apagar la pantalla en la pared de frente fue ver a una mujer con dos hombres perforando ambos agujeros, mientras lamía otro miembro.

—La persona que contrató el paquete porno completo es la mamada —dijo Kendall como pudo, mientras soltaba largas carcajadas de ver a la chica roja de la cara—. Sin duda es todo un admin. La polla con cebolla. ¡A huevo! Éstos son los momentos que ocurren una vez cada tanto, ¡los inolvidables!

—¡¿Qué pasa por la mente de los enfermos que ven ésta porquería?!

—Parece mentira, pero muchas mujeres se excitan con las películas mientras lo hacen. Lo digo por experiencia. Y hablando de mujeres —retomó algo de tranquilidad para aplacar sus risas— supongo que vienes por parte de Lara, ¿no?

Una vez rescompuesta de la vergüenza, la chica procedió a ponerse de pie.
Debido a los pantalones cortos azules de la chica que dejaba a relucir sus pálidas piernas largas, el chico la podía ver desde el ángulo donde se encontraba. En ese momento Kendall se dio cuenta de lo engañosa que el cuerpo de la chica podía llegar a ser. En ocasiones parecía ser completamente delgada, otras veces parecía estar bien dotada.

—¿Ya te dijeron que tu pequeño pero lindo y pálido trasero es como el de la cantante rubia que le dedica canciones a sus ex? —prosiguió cuando llamo la atención de la chica que lo miraba extrañada—. porque a veces tienes, y otras veces no tienes.

La chica no supo que responder. En vez de seguirle el juego, se adentró al tema principal.
—Como ya pasaron dos semanas desde la última vez que nos vimos, Lara me pidió que te viniera a echar un ojo para saber si seguías con vida. Tenía miedo de que murieras aplastado como una cucaracha digna de ser un bueno para nada.

—Tetas de goma, si las cucarachas fueran unas buenas para nada, entonces: ¿por qué sobreviven a cualquier tempestad?

Yoko rodó los ojos. De la mochila con forma de rata eléctrica amarilla junto a ella sacó un par de billetes que le aventó a Kendall.

—¿Ésto para qué?

—Es lo de tu semana —dijo ella—. A partir de hoy, cada viernes recibirás un pago por estar con Lara. Una parte lo pone ella, y la otra yo por mantenerme informada de lo que pasa entre ustedes. También me pidió que te mandara un recado de su parte: vas a dejar tu trabajo, yo te voy a mantener.

—Entre Lara y yo no hay nada.

—Pues ella dice lo contrario —sonó divertida—. Según sus palabras, te tomó cariño del bueno. Hasta piensa en sacarte de la zona sur para vivir juntos, una vez termine de arreglar lo de sus hijos y el divorcio.

—Espera —vaciló— dime que es una maldita broma. ¡Tan solo mírame! Alguien como yo no está hecho para los compromisos. ¡Rumpenlstiltskin, ésto no era parte del trato! Yo solo tengo sexo con ella. No hay amor, ni palabras dulces.

La chica comenzaba a encontrarle gusto a la mala suerte del chico que, reacio a aceptar lo que se venía para el, comenzó a soltar insultos en ruso, inglés y ucraniano.

—Trata de tranquilizarte. No puedes hacer nada para evitarlo. Yo te lo dije: es difícil salir de la vida de una persona con dinero.

—¡¿Como vergas le pides a alguien que se tranquilice cuando lo quieren obligar vivir como pareja junto a una anciana de casi cincuenta años?! —refutó Kendall, casi gritando.

—No pensabas lo mismo cuando te pagó para que le comieras toda cuca.

—¡Eso es un punto y aparte! No es lo mismo tirarse un polvo que dormir todas las noches con una loca obsesionada al afecto de terceros.

Yoko se sentó en la esquina de la cama que estaba cerca del chico, cruzó las piernas y colocó las manos detrás, con la misma sonrisa socarrona que ponía con el enfado del chico.

—El lado positivo de todo es que no hará la relación pública.

—Sería el colmo que gritara a los cuatro vientos lo que hace con alguien que tiene la misma edad que sus hijos.

Kendall y Yoko coincidían en la idea de guardar silencio. Pensar en otra cosa que no sea el asunto hasta enfriar sus cabezas.
El chico pasó del diván a la cama para acostarse en el lado contrario de donde estaba Yoko. Tomó el control de la televisión para saltarse los canales indebidos hasta llegar a la película de un hombre con traje de murciélago. Todo visto por Yoko, quien, dándole poca importancia imitó al chico con dejarse caer en la cama junto a él, manteniendo el espacio personal entre ambos.

Tuvo que terminar la cinta para que se dieran cuenta que ya pasaba de la media noche. Donde Yoko se insultó a sí misma cuando tomó su teléfono para ver la hora.

—¡La concha de mi hermana!—exclamó ella, sentándose en la orilla de la cama—. Ya se hizo tarde, y solo pagué para tres horas. Olvidé pedir más horas —volvió a Kendall que parecía desinteresado por la hora—: ¿Por qué los dueños no nos dicen nada?

—Los empleados te cobran el extra cuando sales. A veces me pasa. Vete si quieres. Luego hablamos de nuestro asunto —parecía relajado—. Mándale saludos a Lara. Dile que gracias por el dinero, pero solo recibiré dinero de ella cuando nos encontremos. No quiero que me mantenga. Gracias, pero no gracias.

Para más comodidad, el chico se quitó las zapatillas negras, al igual que la polera, y así quedar con la playera delgada y sin mangas.

—¿Te piensas quedar? —Yoko alzó una ceja.

—¿Y por qué no? —siguió cambiando de canal, en busca de una serie o película—. Pagaré por la noche entera

—Yo pensaba dormir aquí.

—Pensabas —guiñó con uno de sus ojos celestes, acompañado de una sonrisa de bromista— tiempo pasado.

—Te pagaré el taxi. Llama a uno. De verdad quiero dormir aquí.

—Manzana podrida, dame un respiro. Me lo merezco por ayudarte en ésto que estés haciendo.

—¿Lo vas hacer? —preguntó, incrédula—¿En serio?

—Si me sigues rompiendo las bolas me iré, y me negaré a seguir con tus ideas raras. Pero ya te digo, le seguiré el cuento a Lara, pero no lo suficiente para que piense que somos una pareja. Me da asco de solo pensarlo. ¡¿Quién en su perra vida querría que una anciana fuese su primera novia?!

—¿Por qué cambiaste de opinión? —ignoró el dato de la novia.

—Desde un principio supe que me metería en mucha mierda cuando acepté el dinero de alguien como Lara. De nada me sirve negarme. Quiero cortar lazos con ella lo más rápido que se pueda. Ese es el precio por recibir mi ayuda. ¿Puedes conseguir eso? Además que quiero saber todo a detalle. ¿Por qué te quieres deshacer de ella?

La idea que Yoko tenía del chico era como la mente de un bipolar por estar en constantes cambios. Pensó si era buena idea contarle  sobre sus verdaderos motivos. Después de todo, él seguía siendo un extraño.

—Toma nota, miembro de una banda sin fama. Que voy para largo —dijo ella, antes de volver a recostarse en la cama, nuevamente imitando al chico con quitarse el calzado—. Hay cosas de tu enamorada que no sabes.

Los minutos se convirtieron horas de charla hasta que pudieron entenderse mejor. Del por qué de sus motivos para estar conectados con Lara. Una vez terminado, decidieron ver otra película para dormir, lo que funcionó para ambos que cerraron los ojos a las cuatro de la mañana.

Yoko acostumbraba a dormir rodeada de peluches para abrazarlos, gracias a que se movía mucho mientras dormía. Por lo que, perdiendo la noción de dónde estaba, rodeó el torso del chico al tiempo de pegarse a él. Debido a que apenas se está a durmiendo, Kendall abrió un ojo cuando sintió la calidez de la chica tapada con la sábana.
Ya que tampoco era consciente de con quién estaba, pensó que la chica era alguna clienta con la que acostumbraba a dormir. Por lo que se le hizo sencillo acercarla más a él, dándole un beso en la frente en lo que se aferraban el uno al otro, con Yoko cubriendo a Kendall con las sábanas, y con el chico que rodeaba la espalda un tanto ancha de ella, después de apagar el televisor.

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