Yoongi rió mientras veía como el conejito intentaba trepar por su regazo, fallando miserablemente al ser tan pequeño.

Sus manos terminaron por tomarlo y con una sonrisa encantadora, lo acercó a sus labios y besó su cabecita completa. Acarició entre sus orejitas, riendo aun más cuando la pequeña patita trasera comenzó a golpear su pecho, mostrando su emoción.

Yoongi recordaba perfectamente el día en que aquella bolita peluda había llegado a su vida.

Invierno estaba en su mejor momento, el frío era insoportable. Yoongi odiaba completamente salir de casa en esos días, pero lo hacía porque de todas formas debía ir a trabajar.

Ese día exacto, iba por el parque cubierto de nieve camino a su trabajo, envuelto en capas y capas de ropa caliente.

En un momento, mientras admiraba el suelo pintado de blanco, vio una pequeña mancha igual de blanca que la nieve moverse inquieta.

Al principio pensó que era locura suya, pero pronto vio aquellas orejitas tiernas alzarse y aquella pelotita comenzar a dar saltos hacia él, en busca de calor.

Se colocó en cuclillas, riendo al verlo así y, sin poder evitarlo, lo tomó en brazos y lo llevó consigo.

Días después descubrió que aquel era un peculiar híbrido. Un chico con ojos brillantes, pequeño y torpe. Y aunque no quiso aceptarlo al principio, había desarrollado un punto suave por aquel niño.

Sonrió cuando frente a él apareció la dulce carita de dientes tiernos y ojitos grandes y brillantes.

—Yoonie hyung.

—¿Hm?

—Te amo —escuchó su dulce risita, provocando una sonrisa imborrable en sus labios.

—También te amo, Conejito.

Sí, definitivamente Yoongi amaba a ese conejito. Había llegado a calentar sus inviernos, a derretir corazón. Su pequeño conejito había llegado a cambiar por completo su vida.